El éxodo centroamericano: antecedentes, crónicas y reflexiones
Editoras: Carmen Fernández Casanueva y Arli Fabiola Juárez Paulín
El 13 de octubre sorprendió la noticia de que miles de personas provenientes principalmente de Honduras habían dejado sus casas, y que en una caminata se mantenían juntas y visibilizadas como única estrategia para lograr el objetivo de llegar a Estados Unidos. A la primera caravana se le unieron otras dos, sumando ahora más de diecisiete mil personas: hombres, mujeres, niños, niñas, familias completas que se movilizan y luchan hasta la última gota por una vida “que se pueda vivir”.
Migrar es una acción reivindicativa y, en este caso, un acto desesperado por sobrevivir. Lo que hoy observamos no es un evento aislado y atemporal, sino el resultado de medidas restrictivas para la movilidad al norte, en conjunción con condiciones en los países de origen cada vez menos favorables.
La intervención estadounidense en la vida política, económica, militar y social hondureña (y salvadoreña), los intereses de las oligarquías políticas y económicas en esos países que fomentan desigualdades, a la par del impulso de una política restrictiva impuesta por Estados Unidos y asumida de manera contundente por México, son el eje conductor que ha dado forma a lo que ahora observamos.
En línea con la política restrictiva estadounidenses, en México se crea el Programa Integral de la Frontera Sur, anunciado por el ex presidente mexicano Enrique Peña Nieto, el 7 de julio de 2014. Estas medidas comenzaron a tener efectos casi desde el inicio: según las cifras publicadas por el Instituto Nacional de Migración (INM), en 2014 se llevaron a cabo 105 303 eventos de deportaciones (o “devoluciones” según el término utilizado por el Instituto) de personas centroamericanas, de las cuales 41 661 corresponden a hombres, mujeres e infantes de Honduras. A la par de ello, las condiciones económicas, sociales y políticas en Honduras y El Salvador han propiciado un contexto cada vez más deteriorado, con una mayoría empobrecida y amenazada por la escalada de violencia.
Las personas migraban, pero en condiciones cada vez más peligrosas ante la necesidad de no ser deportadas; a merced de una industria de la migración fortalecida donde ya no sólo se ven coyotes que llevan a pequeños grupos, sino una red bien estructurada y organizada, coludida con agentes del Estado y el crimen organizado. Pero lo peligroso del camino y la escalada de medidas restrictivas no detuvieron la necesidad de migrar. Más bien, obligaron a las personas migrantes a un cambio de estrategia, ante una realidad en que hacerse invisible para migrar en la clandestinidad se tornó inviable.
La urgencia de migrar más bien aumentó, al punto de provocar crisis humanitarias. La primera, en 2014 con el aumento exponencial de la migración de menores; la segunda, a principios de 2018 con la decisión de Estados Unidos de separar a niños y niñas migrantes que llegaron a su territorio con sus padres, y la tercera, este éxodo forzado sin precedentes, que hoy atestiguamos. Son tres las crisis en los último cuatro años, y todas ellas nos muestran de manera contundente que las medidas restrictivas en una lógica de externalización de fronteras no son la respuesta al problema, sino que más bien lo agravan.
Esta última, si bien no es la primera crisis, sí supone un giro, probablemente sin retorno, a una nueva estrategia para migrar y exigir ese “derecho de fuga” del cual ya nos hablaba Sandro Mezzadra, ante una realidad intolerable en los países de origen, que grita frente a una respuesta errática de los gobiernos de la región. Es un acto reivindicativo en donde las personas menos favorecidas, las víctimas de este sistema voraz, recuerdan a propios y extraños que tienen agencia, y son capaces de tomar decisiones y hacer frente a los obstáculos.
En este número especial presentamos un conjunto de reflexiones, algunas basadas en observaciones in situ, otras en reflexiones más generales, que combinan nuevas miradas de exalumnas(os) y estudiantes, con el profundo conocimiento del fenómeno de investigadoras(es), avalado por su trabajo de larga data. El análisis se posiciona en distintos puntos de la ruta seguida por la caravana, desde Ciudad Hidalgo, Chiapas, hasta Tijuana, Baja California, y explora las causas que lo originan, el actuar de los estados de la región ante el fenómeno, la explosión de sentimientos racistas y xenófobos en México, además de traer a la mesa de discusión, la complejidad de la migración de tránsito y la realidad de México como un país de destino, convertido en un muro extendido.