Aleksandra Iciek
Universidad de Varsovia
Aleksandra y Jesús (Varsovia)
Jesús Ruvalcaba Mercado, hombre de las tierras flacas de Jalisco, moldeado por la vida difícil de un pueblo tradicional y sumamente devoto. En los personajes de la novela “Al filo del agua” de Agustín Yáñez, su paisano y motivo de gran orgullo, reconocía a sus propios vecinos de Yahualica, así como las historias contadas por el mismo pueblo. De estas tierras semiáridas salió el hombre con aspecto duro, carácter fuerte y muy comprometido con la gente y con el trabajo.
El traje no era lo suyo, él era de camisa con mangas dobladas, pantalón de mezclilla y, cuando el clima lo permitía, los guaraches yahualiquenses. Con su mirada penetrante, para no decir desconfiada, Jesús pudo haber espantado a varios quienes se le acercaron por primera vez. Sin embargo, ya con la confianza a la persona, se volvía su interlocutor, maestro o amigo muy atento y comprometido. Para muchos de sus estudiantes se convirtió en profesor o director de tesis igual de “cuervo” que lo era para sus dos propios hijos: Itzel y Emilian; apoyándolos y siguiendo sus pasos tanto en la vida educativa como la profesional. Con el tiempo, varios de ellos se volvieron causa de su gran orgullo.
A veces, su compromiso con la gente resultaba todavía más profundo y difícil. A partir de los años 90 Jesús visitaba en la cárcel de la ciudad de México a dos prisioneros. Uno era preso político, relacionado con la lucha por las tierras en la Huasteca; el otro era el hijo joven de una familia huasteca campesina que había apoyado a Jesús durante su estancia en el trabajo de campo. Para Jesús, devolver la amistad y la confianza que había recibido en estos casos significó estar sometido a diferentes bromas y trampas, sumamente humillantes, hechas por los guardias de la cárcel. Por lo tanto, no faltaban ocasiones cuando la ropa de Jesús como visitante no les parecía adecuada, así que tenía que ir rentar otra, cerca de la cárcel, un buen negocio donde los outfits prestados y devueltos seguramente no eran lavados diariamente. Por las reglas cambiantes y poco claras las bromas eran muy fáciles de aplicar. Así que, una vez, por falta del sello que los visitantes recibían en la mano, Jesús no pudo abandonar la cárcel hasta que todos los visitantes salieran y todos los prisioneros fueran contados y no faltara ninguno. ¿Qué tan frustrantes resultaban algunas de estas visitas? eso se podía adivinar con su mirada y luego esperar hasta que las quisiera contar. Eran los compromisos difíciles, pero él sabía que lo que hacía era lo correcto. Así como lo fue en su juventud en Yahualica, cuando una de las formas de expresar la fe cristiana y compartir con los prójimos era dar de comer a los presos en la cárcel del pueblo. En aquel entonces, cada dos semanas, el joven Jesús llevaba a los prisioneros la comida preparada por su mamá.
¿Y en cuanto a sus hijos? Itzel convivió con su papá aun joven, con quien viajó por los países latinoamericanos. Por su parte, Emilian creció a lado de un padre que más a menudo y a través de sus pensamientos gustaba de evocar y regresar a su lugar de su origen. Por lo tanto, nuestro hijo Emilian creció con las verdaderas historias de los pueblos jaliscienses, mismas que giraban alrededor de las guerras cristeras o los personajes raros y diferentes, cualidades que los pueblos nunca perdonan. Por lo mismo, nuestro hijo conoció la historia de Lola Tambache, de Juan el Loco, del Señor Cuela Cuela, así como varias otras, contadas entre risa y lástima. Todos estos personajes completaban bastante el carácter y el ambiente de los pueblos descritos en las obras de Agustín Yáñez, a la vez que iban siendo profundamente sembradas en la mente de Emilian.
Creo que el conocimiento de la vida de los pequeños pueblos jaliscienses fomentó la curiosidad e interés de Jesús como investigador por los lugares con condiciones de vida precarias y difíciles. Los buscaba tanto en otras partes de México, como en diferentes países. Varios de ellos los conoció a través de sus propios y numerosos viajes.
Los últimos 22 años estábamos viajando y viviendo entre México y Polonia. Mientras yo trataba de entender la vida de las comunidades campesinas indígenas de la Huasteca veracruzana, Jesús intentaba conocer la vida del pueblo polaco. Creo que, finalmente, no se sorprendió mucho cuando mi papá, después de leer la traducción polaca de “Al filo del agua”, le dijo que en la novela vio a su propio pueblo natal, situado en las montañas del sur de Polonia.
Durante los últimos años Jesús tenía otra pasión. Mientras en Los Altos de Jalisco la gente suele leer las historias de vidas de los santos, a él le llamaba mucho la atención el personaje cuyo nombre llevaba. Jesús como personaje histórico se volvió su fascinación y los textos de los teólogos e historiadores que le dedicaron largos años de estudios fueron sus lecturas preferidas.
Jesús fue sorprendido por la muerte. Esta no le avisó, llegó de repente, sin tiempo para un adiós, tampoco para una expresión de dolor en la cara.
Hoy lo visualizo sentado entre sus familiares más queridos, amigos más cercanos y maestros más estimados. Tienen mucho que contarse, están riendo, están brindando. Se ven felices.
—¿Tú ya has estado allí, en ese otro mundo? —me preguntó hace años mi pequeño Emilian.
—No, nunca he ido allí, así me lo quiero imaginar, cariño.