Hilvanando la memoria. La indumentaria en el México prehispánico

Armando Alcántara Berúmen
CIESAS Ciudad de México

Abre bien los ojos para ver cómo es el arte tolteca,
Cómo es el arte de las plumas, cómo bordan con colores,
Cómo cuentan los hilos, cómo los tiñen,
las mujeres, las que son como tú,
Las señoras nuestras, las mujeres nobles. Cómo colocan lizos,
Cómo fijan los enjulios, cómo miden,
Míralo bien inclínate…

Códice Florentino


Fotografía de la colección de Armando Alcántara.


Introducción

La historia del textil en Mesoamérica es un tema relevante para comprender el pasado de los pueblos indígenas que mantienen su tradición textil y que sobrevivieron a la conquista española. Estas comunidades han contado su historia entretejiendo, durante siglos, las fibras que les ha brindado su entorno y han creado su indumentaria mediante un esquema que ha determinado su medio natural, pero es sobre todo su cosmovisión la que les ha permitido fortalecer su identidad y su sentido de pertenencia a partir de sus textiles.

A lo largo del tiempo, las comunidades indígenas que producían las prendas elaboradas en telar de cintura manejaban un lenguaje simbólico en sus textiles plasmando su concepción del mundo y su mitología, remitiéndonos con ello a sus diversas formas de vivir.

El textil prehispánico conjuntó una serie de elementos culturales de tipo social, histórico y religioso, además de que sus formas, estilos, diseños y técnicas de manufactura estuvieron determinados por su región geográfica. Por ello, podemos definir al textil mesoamericano como un documento ideográfico o como un medio de expresión artístico que muestra la capacidad creadora de las mujeres indígenas del México antiguo, quienes acumularon una carga tradicional milenaria. La evolución a través de los siglos convierte al textil indígena en un hilo conductor simbólico donde se representa y queda manifiesta la cosmovisión del pueblo que lo elabora y sobre todo quienes lo portan.

Es importante resaltar que, tanto en la época actual como en el mundo prehispánico, el oficio de tejer es un rito de femineidad, “un don divino dado a las mujeres, comparable a la maternidad” a decir de Ruth Lechuga. La mujer por su naturaleza, es un ser que da la vida y al tejer en el telar de cintura la crea nuevamente y de esta manera, se torna en una actividad simbólica de creación y recreación, donde el telar se convierte en una extensión de su propio cuerpo.

Así, para estudiar la indumentaria del México prehispánico debemos, por un lado, entender al textil como una fuente de información que permite recrear un entorno cultural y, por el otro, analizar en conjunto las técnicas de tejido, las formas, el diseño y el color para comprender el sistema social y religioso. Por ello, es necesario basar el análisis en las diversas fuentes históricas como códices y crónicas, así como en las formas y diseños presentes en las diversas evidencias arqueológicas como las esculturas de piedra, la pintura mural, las estelas, frisos, sobre todo en las figuras antropomorfas de cerámica ataviadas con los elementos representativos de cada cultura. Estas fuentes de información, permiten recrear la indumentaria a partir de su proceso de elaboración, pues muestran el tipo de vestimenta empleado, así como las posibles técnicas y el material utilizado en su proceso, con las cuales se puede analizar su posible ubicación en el tiempo y en el espacio.

Respecto al color, podemos encontrar, sobre todo en los códices, las referencias primarias sobre el tipo de tintes y colorantes que se usaban en determinada cultura; a últimas fechas, bajo proyectos de restauración de esculturas en piedra se han obtenido restos de pigmentos que se pueden relacionar con el tipo de prenda, el colorante y la técnica utilizada en el textil que porta la escultura.

En las siguientes líneas se hace un esbozo general del textil en Mesoamérica y la importancia que tuvo en la sociedad, así como el desarrollo que se presentó a lo largo de su historia. Con esto no se intenta encontrar un seguimiento histórico de la indumentaria, sino sólo de establecer cuáles son sus antecedentes y tratar de comprender los rasgos que permanecen anclados en las sociedades indígenas contemporáneas. Además, interesa provocar la reflexión sobre el hecho de que las tradiciones se fortalecen a través del tiempo cuando éstas se van moldeando y adaptando a las nuevas condiciones sociales que se presentan.


La cosmovisión, brocada con hilos

Fotografía de la colección de Armando Alcántara.


La tradición textil en Mesoamérica es tan remota como las mismas culturas que habitaron estas tierras. Estas sociedades desarrollaron técnicas y habilidades para el manejo de distintas fibras y otros materiales maleables que al tejerlos permitieron a las personas confeccionar vestidos para cubrir sus cuerpos de las inclemencias del clima, tejidos que al transcurrir de los siglos se convirtieron en un distintivo social que marcaba claramente las diferentes jerarquías dentro de la sociedad. No obstante, en este camino, el proceso para la obtención del textil fue largo y complejo, como se verá a continuación.

Las fibras

La historia del tejido en el México prehispánico inicia durante el proceso sedentario del hombre, periodo en el cual descubrió la agricultura, se estableció en lugares determinados y empezó a utilizar ciertas fibras vegetales obtenidas de agaves, carrizos y palmas, para elaborar cestas, cordeles y redes que le permitieron adaptarse, explotar, modificar y conocer mejor su entorno. Es muy probable que, a partir del momento de la creación de la cestería, donde se entrama el carrizo y otras fibras duras, surgiera la técnica de trama y urdimbre con alguna fibra más delgada para realizar y obtener un tejido de fácil manejo que logró una mejor adaptación al medio ambiente. Este gran acontecimiento en el proceso del desarrollo humano llevó, seguramente a la creación de algún tipo de telar que generó la creación de lienzos con un tejido más cerrado.

Las evidencias arqueológicas más antiguas de fibras duras tejidas en Mesoamérica están fechadas entre 8760 y 6500 a. C., y fueron encontradas en la cueva de Guilá Naquitz, en el Valle de Tlacolula en el estado de Oaxaca según el etnobotánico Alejandro De Ávila, (1996). Es posible que la fibra del maguey fuera un material ampliamente utilizado para la elaboración de la indumentaria; sin embargo, su estudio ha sido escaso debido a la falta de información y a la evidencia arqueológica. Este tipo de deducciones sólo las podemos apoyar al analizar ciertas representaciones prehispánicas como pinturas murales, códices, esculturas de bulto y estelas.

Uno de los hallazgos arqueológicos más importantes relacionado con el tema del textil prehispánico es el de la cueva mortuoria de La Candelaria en el estado de Coahuila, que si bien es una región que no pertenece a Mesoamérica, es un referente para el estudio de la indumentaria en el México antiguo. Al parecer esta cueva fue utilizada como cementerio por las sociedades que habitaron la zona desde muchos siglos antes de nuestra era hasta después del año 1000 d. C.

El descubrimiento de la cueva de La Candelaria es interesante por la gran cantidad de textiles que se encontraron. La investigadora Irmgard Weitlaner Johnson, quien participó en los descubrimientos, analizó las técnicas textiles utilizadas, los tejidos ahí hallados y contextualizó los adornos corporales hechos con fibras naturales sobre todo de yuca, cuero y conchas, así como otras piezas de la indumentaria, como el tocado que portaba un cráneo humano. A partir de estos estudios y análisis, se pudo determinar que los pueblos que enterraron a sus muertos en esta cueva, mostraban ya un importante desarrollo cultural y un gran conocimiento técnico en el manejo del tejido de las fibras duras, así como una marcada estratificación social.

Fotografías de la colección de Armando Alcántara.


En cuanto a las fibras suaves, con el descubrimiento, cultivo y uso del algodón hace aproximadamente 3000 años, es muy probable que las técnicas de elaboración de los tejidos y las formas en la indumentaria en el México antiguo sufrieran un cambio radical. El uso y domesticación del algodón fue creciendo, así como la especialización en su tratamiento, se ampliaron las posibilidades en el manejo de técnicas de tejido gracias a la calidad de la fibra, a tal grado que cobró un gran valor y la utilización de prendas de algodón estuvo restringida a la clase dominante.

Sobre los tejidos arqueológicos elaborados con algodón no existe una fecha certera que indique su ubicación exacta en el tiempo, pero sí se puede establecer su posible utilización ya como indumentaria. Por desgracia, las condiciones climáticas del territorio mesoamericano impiden que exista una profusa evidencia de textiles arqueológicos, pero de acuerdo con los hallazgos encontrados en cuevas secas de la región de Tehuacán en el estado de Puebla, así como en los estados de Chiapas y Oaxaca y en zonas desérticas del norte del país, como la cueva de La Candelaria en Coahuila, ya mencionada, se observa que existía un conocimiento para hilar y tejer varios tipos de fibras desde tiempos muy antiguos. En las fuentes históricas, sin embargo, existe referencia sobre tres tipos de algodón que aún hoy día continúan utilizándose: el ixcatl o algodón blanco (Gossypium hirsuntum); el coyoixcatl (Gossypium mexicanum), llamado coyuchi o algodón coyote y el algodón de árbol o cuahuixcatl (Gossypium barbadense). El franciscano fray Bernardino de Sahagún en su Historia General de las cosas de la Nueva España relata que los indígenas cultivaban varios tipos de algodón, tanto de diferentes colores como calidades.

El algodón, como ha quedado mencionado, fue un elemento muy preciado para las culturas del México prehispánico, por lo cual se convirtió en un producto que tributaban los pueblos sometidos a las clases dominantes. Cronistas como Sahagún mencionan la importancia que tuvo el algodón para la Triple Alianza (México Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopac). El algodón era un producto que, como tributo debía ser de muy alta calidad como “el algodón que se hace hacia oriente; también es de segundo lugar el que se da hacia el poniente; tiene [el] tercer lugar el que viene del pueblo que se llama Ueytlalpan” (1992: 568-569).

En la Matrícula de Tributos, documento prehispánico en el cual se hacía un registro exhaustivo de los tributos que cada pueblo debía pagar a la Gran Tenochtitlan, se pueden identificar los elementos que giraban en torno al textil y la importancia que tuvieron para las culturas. En este documento quedaron representadas las diferentes fibras que se tributaban, las plantas que las proveían ‒como el algodón y el maguey‒, las mantas de los distintos lugares donde se producían, así como los colorantes que se utilizaban para teñir las fibras, como la cochinilla, el añil y el caracol. En estas representaciones se pueden observar en los variados diseños y colores de los textiles y deducir los posibles colorantes usados en las telas.

Sobre el sistema del tributo existen variados estudios sobre la forma como se llevaba a cabo el cobro por parte de los pueblos dominantes en Mesoamérica. En lo relacionado al tema de los textiles, los cronistas religiosos mencionan el algodón y otras fibras por ser materiales de gran importancia para la manufactura de la indumentaria. La ambición mexica se volcó hacia zonas geográficas que contaban con climas favorables para el cultivo de especies biológicas tanto de clima frío como de tierra caliente, sobre todo donde se cultivaba el algodón.

Una vez consumada la conquista española, la Corona continuó con la forma prehispánica de cobrar el tributo hasta mediados del siglo XVI. Para los pueblos, el cambio fue poco resentido, pues siguió pagando al rey y encomenderos en sustitución de los señores universales y siguió ayudando y manteniendo los templos que ya pertenecían a la Iglesia católica.

Tras la conquista española, con el nuevo orden establecido y la introducción de nuevos productos a la Nueva España, el textil indígena mostró cambios tanto en su diseño como en las materias primas utilizadas, especialmente con la introducción de la lana. Ruth Lechuga en su libro “la Indumentaria en el México Indígena”, comenta que: “los primeros borregos fueron traídos a México en 1526 por el conquistador Hernán Cortés; Antonio de Mendoza, primer Virrey de la Nueva España, introdujo ganado fino, de raza merino para mejorar la cría”. El indígena adaptó de forma muy rápida esta fibra para la elaboración de su indumentaria, pues resultó ser una materia prima de excelente calidad para ser hilada con el método indígena a base del huso-malacate y ser tejida en telar de cintura.

Sobre el uso de la seda no se tiene conocimiento de su empleo en la época prehispánica, aunque no se puede negar su uso. Actualmente, pueblos mixtecos y zapotecos del estado de Oaxaca utilizan cierto tipo de seda que obtienen de los capullos que se crían en el árbol de encino rojo y en el madroño al que se denomina hiladillo de seda y que sirve para brocar diferentes diseños en varias prendas de la indumentaria.


Tintes y colorantes

El color en el México prehispánico tuvo un lugar preponderante tanto en la vida diaria como en el ámbito religioso. Cada color tenía características específicas dentro de la cosmovisión de las culturas mesoamericanas. Para los mayas, por ejemplo, los puntos cardinales tenían un color asociado: el norte con el negro, el amarillo con el sur, el rojo con el oriente y el blanco con el poniente. En la tradición náhuatl del Altiplano Central también existía un color para cada punto cardinal, y aunque con ciertas variantes, ambas culturas tenían en común el Centro, que lo relacionaban con el color verde y era considerado el punto más importante, ya que simbólicamente lo definían como “el lugar donde florece la vida”.

Esta manera de concebir al mundo estaba íntimamente relacionada con el uso del color en la indumentaria de los pueblos mesoamericanos. Es posible que antes de la llegada de los españoles la gama de colores naturales de tipo animal, vegetal y mineral haya sido considerable, en especial si se consideran los colorantes y tintes naturales que actualmente se usan en las comunidades indígenas dedicadas al teñido de textiles y de hilos. El uso de colorantes naturales en la indumentaria indígena actual mantiene el mismo proceso de extracción del colorante que en época prehispánica. En los testimonios de la obra de fray Bernardino de Sahagún y en la Historia de los indios de la Nueva España de fray Toribio de Benavente “Motolinia”, se relata la existencia de gran variedad de plantas, flores y frutos para el teñido de textiles, además, describen los procedimientos para obtener el tinte, así como el oficio de los tintoreros.

Son tres los colorantes naturales que se utilizaron profusamente en la época prehispánica. El índigo o añil (Indigofera suffruticosa e Indigofera guatemalensis), del cual se ha determinado su origen como americano por las más de 50 especies nativas presentes en el continente. Su uso en la época prehispánica queda de manifiesto en la obra del padre Sahagún, quien dice: “Hay una hierba en las tierras calientes que se llama xiuhquilitl, mojan esta hierba y exprímenle el zumo, y echándolo en unos vasos allí se seca o se cuaja, con este color se tiñe de azul oscuro y resplandeciente”.

A lo largo de la costa del océano Pacífico se encuentra un molusco que produce una de las tinturas más bellas de todo el mundo, el caracol púrpura pansa (Tixinda mixteco). Su utilización como tinte textil, según las referencias documentales, datan del siglo XV y XVI, época en la que están fechados los textiles arqueológicos del estado de Chiapas; además, este tinte se utilizó en los referentes textiles del códice mixteco Nuttall como son capas, quechquemítl, maxtlatl y enredos, así como pintura corporal.

La grana o cochinilla (Dactylopus coccus) es un colorante con una larga tradición en México, su uso se remonta a la época prehispánica en donde tenía un gran valor. Los mexicas lo exigían como tributo a los pueblos sometidos que la cultivaban. El tinte que produce la grana o cochinilla era utilizado para la manufactura de códices, para la decoración de cerámica, así como para teñir el tochómitl o pelo de conejo que se utilizaba en la elaboración de la indumentaria, como adaptación o como ornato, es importante mencionar que la tintura de la grana no se integra a la fibra del algodón, sólo en fibras de origen animal y en la seda. Sobre este aspecto no hay referencia dentro de las fuentes documentales que pruebe lo contrario, por lo menos en los apartados sobre vendedores de mantas, de algodón en greña, de tintoreros o de pintores que están referidos en las obras de Bernardino de Sahagún y «Motolinía», que son los cronistas que mencionaron el uso de la cochinilla como tinte. Refiriéndose al color, Sahagún dice que lo llamaban nocheztli, que quiere decir “sangre de tunas”, porque en cierto género de tunas se crían unos gusanos que llaman cochinillas, y refiere que “los gusanos tienen una sangre muy colorada”.

 La representación del textil prehispánico

Como se mencionó con anterioridad, la tradición del textil estuvo presente en la mayoría de las culturas mesoamericanas y una de las fuentes arqueológicas que mejor prueba esto son las figurillas y esculturas de la época. Para exponer esto, se tomará como ejemplo descriptivo sólo a la “cultura de Remojadas” en la zona del Totonacapan por su importancia como fuente de información arqueológica y por ser de las primeras que se tiene registro de esculturas y figurillas con representaciones de textiles tan claras. Esta cultura surgió en la costa central del golfo de México en el actual estado de Veracruz y se extendió por las tierras semiáridas de la región y por la cuenca de los ríos Blanco y Papaloapan. Fue una cultura de amplia tradición alfarera de donde provienen las famosas figurillas sonrientes y las Cihuateteo, las cuales son una excelente fuente de información para el estudio del textil femenino.

Es a partir de los periodos que el arqueólogo Román Piña Chan (1993) denomina Protoclásico y Clásico (situados del 200 a. C. al 800 d. C.), que la indumentaria tanto de figurillas de cerámica como en escultura y lápidas, muestran un avance en cuanto al diseño de faldillas decoradas con grecas geométricas, con caracoles marinos y ciertos diseños zoomorfos. Esto implica que existía el “conocimiento de las fibras vegetales y del tejido, lo mismo que representaciones de fajas o ceñidores, quechquemítl, bragueros, huipiles, turbantes, listones, etc. Que indican el uso de telares, colorantes, malacates y tramas con hilos de diversos colores”.

Dentro de las representaciones en esculturas femeninas de este periodo, se encuentran las Cihuateteo o mujeres muertas en el primer parto, quienes portan suntuosos peinados a base de cordones trenzados con el pelo con una serie de adornos serpentinos, así como orejeras, grandes collares y brazaletes. Las Cihuateteo normalmente llevan el torso desnudo, pero con enredos o faldas sujetos por ceñidores o fajas de cordones, que en algunos casos son representadas por serpientes.

Acerca de la escultura de esta época, el arqueólogo Alfonso Medellín menciona que

en las obras de arte totonaca impera la expresión de un preponderante culto solar como lo muestran las caritas sonrientes relacionadas con el Sol naciente, levante y cenital, y las numerosas representaciones de Cihuateteo, “mujeres diosas que al morir del parto subían al paraíso de Cihuatlampa “lugar de las mujeres” (1983: 79).

Es de notar la semejanza de la indumentaria de estas esculturas con la actual indumentaria ritual femenina de los pueblos indígenas de la Sierra Norte de Puebla.

También en esta época se encuentran gran cantidad de representaciones de Tlazoltéotl, diosa terrestre y lunar, Señora de las inmundicias, protectora de los partos y propiciadora de los amores ilícitos y de las pasiones. Esta diosa, dentro de la escultura totonaca clásica es representada en piezas de gran belleza estilística, su vestimenta es lo suficientemente clara para interpretar su posible manufactura en relación con las técnicas de la elaboración textil. Existe en el Museo de Antropología de Xalapa una escultura de esta diosa procedente de Nopiloa, asentamiento ubicado en Mixtequilla (en la región del Papaloapan), la cual muestra un tocado trenzado con cordones, o tlacoyal, del que rematan a la altura de las orejas dos pompones; las orejas presentan perforaciones con ausencia de aretes. La figura lleva un collar de cuentas sobre un gran quechquemítl redondeado, que seguramente fue elaborado bajo la técnica de tejido en curva, la escultura porta un enredo o nagua que se observa en la parte inferior de la figura y que va por debajo del quechquemítl.

Por las características de las piezas textiles antes mencionadas que porta esta diosa, se puede inferir que, en el tocado, el quechquemítl y el enredo se utilizaba como materia prima el algodón además nos muestra que existía un avanzado conocimiento de varias técnicas para la elaboración textil.

La diosa Tlazoltéotl tuvo especial importancia dentro del mundo totonaca clásico. Sin embargo, resulta interesante la variación que presenta la vestimenta de acuerdo con la advocación y a la zona de la que procede la escultura. Se le puede observar con quechquemítl que, en su mayoría son redondeados aún en figurillas de cerámica blanca, donde la indumentaria está pintada de rojo y se nota la curvatura de la prenda. La representación de Tlazoltéotl vestida con huipil también es abundante y es quizá más diversa la forma que tienen estos huipiles. Algunos son cortos a la altura de la cintura, notándose completo el enredo; otros son largos y listados.

Sólo existe una representación sedente de Tlazoltéotl elaborada en cerámica, la cual se muestra con el torso desnudo. Lleva solamente un enredo sostenido por un ceñidor rematado al frente; tiene brazaletes, aretes, ajorcas y collares. Una de las características de esta diosa en cuanto a su vestimenta son sus tocados a base de tlacoyales trenzados con el pelo, esta tradición la encontramos desde el Preclásico Superior en la Cultura de Remojadas.

A partir de las descripciones hechas sobre la indumentaria de las Cihuateteo y la diosa Tlazoltéotl, se puede suponer una similitud con la indumentaria ritual femenina del pueblo totonaca de la época, especialmente la de las mujeres nobles.

En lo que respecta a la indumentaria masculina y haciendo una descripción detallada sobre la escultura del periodo clásico, se puede decir que ésta no es tan compleja como la femenina. Los varones utilizaban el maxtlatl o taparrabo, el cual debió ser un lienzo largo de aproximadamente 3 metros de largo por 25 o 30 centímetros de ancho.

Existían diversas formas de utilizar el maxtlatl. Por un lado, estaba el tipo sencillo que sólo se anudaba al frente quedando las nalgas al descubierto (posiblemente el que usaba la gente común); por otro lado, se encontraba el que tenía los extremos a los lados sobre los muslos. Algunos de los más elaborados son representados en las esculturas de figuras sonrientes completas, donde cada extremo del maxtlatl cubre la parte de enfrente y el otro queda en la parte posterior cubriendo los glúteos. También es posible observar varios tipos de maxtlatl, así como una buena muestra de toda la indumentaria de esta época en la pintura mural procedente de la zona arqueológica de Las Higueras en el actual estado de Veracruz.

Si bien la vestimenta masculina no fue tan compleja como la femenina, sí lo fueron los tocados o turbantes que utilizaban especialmente los nobles y los sacerdotes. De éstos se tiene registro gracias a las esculturas y a la pintura mural. A partir de estas fuentes arqueológicas, es posible deducir que quien portaba el tocado denotaba cierta importancia en la jerarquía social, ya que no existe ningún personaje varón que no lleve algún tipo de tocado. Con respecto a las caritas sonrientes, es muy probable que haya un simbolismo en el turbante que portan.

El uso de la tilma como parte de la indumentaria masculina, se observa en la mayoría de las fuentes mencionadas y su uso se da en todas las culturas mesoamericanas. Existen múltiples representaciones en tilmas o capas que utilizaba la gente común, las que portan la clase sacerdotal y las más suntuosas son las de los grandes señores o gobernantes.

Además de los tocados, en la escultura masculina se observan, como ornamento adicional a su indumentaria, orejeras circulares, collares y brazaletes y son las únicas figuras que llevan calzado.

Sobre la vestimenta de la clase política y sacerdotal, Piña Chan (1993: 66) menciona que,

Por lo general el atuendo de los sacerdotes y nobles era fastuoso, ya que sus vestimentas se decoraban con caracoles, plumas de pájaros preciosos y placas de concha; a la vez que usaron telas de algodón bellamente tejidas y coloreadas, cetros o bastones de mando, abanicos y otras insignias que revelaban la importancia de sus cargos.

La tradición de contar “la historia” en los textiles aún la comparten los pueblos indígenas contemporáneos y en muchas regiones aún siguen vigentes las principales técnicas de elaboración de textiles que tuvieron su origen en la época prehispánica. El textil sigue siendo historia oral impresa en hilos de colores, donde diversos elementos se entretejen para darle continuidad a un pensamiento que se resiste a ser olvidado, mismo que ha permanecido a lo largo de muchos años y que sigue buscando su sobrevivencia. Pensar al textil como una simple prenda para cubrir el cuerpo, reduce las múltiples posibilidades de entender y conocer el pasado de las culturas establecidas en el México antiguo.

Así, la lectura del textil tradicional indígena contemporáneo tiene diversas connotaciones, pues aún conserva su estatus dentro de estas sociedades y al mismo tiempo su uso ha sido reelaborado, ya sea para ceremonias tradicionales, actos sociales y políticos, para refirmar identidades y en un sentido más superfluo estar en el mercado de la moda.

Hilvanar la historia del textil mexicano a través de los siglos es recuperar y mantener el conocimiento de muchas técnicas textiles de los pueblos y comunidades indígenas, es ubicarlo como un elemento que tiene mil posibilidades para ser estudiado desde lo histórico, lo simbólico, lo artístico, pero, sobre todo, muestra una sensibilidad forjada por miles de años y su diversidad de técnicas nos enseña el fluir del conocimiento.


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