Sarai Miranda Juárez[1]
Cátedras Conacyt-Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR)
saraimirandaj@gmail.com
Foto: Katia Alejandra González.
San Juan Cancuc y Chanal son dos municipios chiapanecos que se encuentran entre los diez municipios con mayor cantidad de población en situación de pobreza, 99.3 y 99.1% respectivamente (Coneval, 2020). No es casual que en ambos municipios 98% de su población sea hablante de una lengua indígena (INEGI, 2020). Tzeltales en su mayoría, se enfrentan día a día a limitaciones económicas que les impiden ejercer derechos básicos como salud, educación, empleo digno, alimentación y el bienestar en general.
En ambos municipios, las niñas, los niños y las/os adolescentes ven limitado su derecho a la educación pues no existe suficiente oferta de bachilleratos, la educación secundaria es lo máximo a lo que se puede acceder, más aún si se pertenece a localidades alejadas de las cabeceras municipales.
Para el caso de las niñas y las adolescentes la situación se profundiza. El acceso a la educación es más complicado ya que por su condición de edad y de género se enfrentan a mayores obstáculos derivados de la falta de infraestructura, como alumbrado público, lo que les genera sensación de inseguridad para ir y regresar de la escuela, así como algunos aspectos culturales que favorecen la creencia de que las mujeres pertenecen al espacio privado y deben mantener el orden de género vinculado al trabajo reproductivo y de cuidados.
De ahí que San Juan Cancuc y Chanal sean de los principales municipios proveedores de fuerza de trabajo de servicio doméstico para los centros urbanos del estado de Chiapas, incluso de otras entidades federativas. Desde muy temprana edad (8 o 9 años), las niñas y las adolescentes migran hacia las ciudades de San Cristóbal de las Casas y Tuxtla Gutiérrez a buscar empleo como trabajadoras del hogar. Su incorporación a este tipo de trabajos se da de formas muy diversas, que van desde adopciones informales que implican llegar a un hogar de terceros para recibir comida y sustento a cambio de trabajo doméstico hasta un trato directo entre las empleadoras/es y las niñas y adolescentes sin que medie otro adulto o algún tipo de coacción (Miranda, 2018).
En este contexto, es muy difícil conocer la cifra exacta de cuántas niñas y adolescentes estén trabajando a puerta cerrada bajo eufemismos tales como ahijadas, entenadas, sobrinas e hijas. Lo que se sabe es que el estado de Chiapas detenta el segundo lugar a nivel nacional de mujeres de 15 a 17 años que trabajan como empleadas en una vivienda particular o casa ajena con 30% frente a 11.8% a nivel nacional (INEGI, 2016).
En una investigación que realicé entre 2017 y 2018 titulada “Migración, trabajo doméstico y violencia de género. Niñas, niños y adolescentes en el sureste de México”, se encontraron algunos elementos sobre la forma en que estas niñas y adolescentes experimentan cotidianamente varias opresiones. En sus comunidades de origen sufren marginación y pobreza; en sus hogares están expuestas a violencias intrafamiliares derivadas de la fuerte persistencia del alcoholismo en los hombres, además, tienen escasas posibilidades de estudiar y trabajar, por lo que muchas de ellas deciden migrar para ahorrar dinero y poder seguir con sus estudios (Miranda, 2018).
Lamentablemente, al llegar a trabajar a las ciudades encuentran nuevas formas de opresión vinculadas con ser niñas o adolescentes, ser pobres, ser indígenas y ser migrantes. En sus estancias en hogares de terceros se enfrentan a humillaciones, violencias y explotación económica. Se les raciona la comida, se les somete a horarios extensos de trabajo, sufren acoso sexual, en ocasiones se les encierra bajo llave y es común que les queden a deber el pago por los servicios prestados.
Algunas de ellas expresan malestar por los insultos, las burlas y los regaños que les propinan los miembros de las familias para quienes trabajan, tales humillaciones son el resultado de las estructuras machistas, racistas, clasistas y adultocéntricas que persiste en la actualidad y que permean todos los aspectos de la vida social.
Un ejemplo de ello es el siguiente relato de Luz,[2] una niña de 12 años originaria de Chanal y hablante de tzeltal. Luz expresa lo siguiente ante la pregunta de qué es lo que no le gusta de su trabajo: “no me gusta que me burlen de mis ropas, ni de mis enaguas, nos burlan de ser de Chanal, me dicen la chanela y me gritan que haga bien las cosas, si las de chanal somos sirvientas” (Luz, 12 años, 2018).
Foto: Sarai Miranda Juárez.
Por su parte Mariela, también tzeltal, subraya que preferiría poder salir los domingos como sus primas que trabajan en otras casas y a quienes sí se les permite tener un día de descanso. Mariela proviene de San Juan Cancuc, llegó a Tuxtla Gutiérrez por invitación de una profesora de la escuela primaria de su comunidad para que le ayudara a cuidar a dos bebés. Dado que sus primas tuvieron la misma experiencia desde muy jóvenes, Mariela decidió seguir el mismo camino a los 13 años, una vez terminada la educación primaria. No obstante, ha permanecido encerrada tres meses en la vivienda donde trabaja debido a que sus empleadores le expresan preocupación porque se vaya a ir y los deje abandonados con el trabajo de cuidados que realiza. Así, la estrategia es no permitirle salir:
no he salido desde que llegué, sólo a veces me viene a ver mi prima, pero no tengo permiso de salir, no me deja la señora, no puedo llevar nada de aquí, me dijo la señora que puedo robar algo o irme y no regresar y ella no puede con todo el trabajo… dice que me va a pagar cuando termine de las cosas que hago (Mariela, 13 años, 2018).
Ante estos abusos y humillaciones y a pesar de toda la estructura social que permite la práctica del trabajo infantil y adolescentes sin vigilancia ni control por parte del Estado, las niñas y las adolescentes son capaces de ejercer su agencia y decidir sobre su presente y su futuro. El caso de Luz es ejemplificador.
Luz cuenta que decidió trabajar desde los 8 años con una señora en su comunidad. Así podía comprar sus útiles escolares y no pedirle a su mamá. Durante los periodos vacacionales trabajaba en la casa y la tienda de la señora, y recibía un salario de 60 pesos a la semana, con eso compraba lápices, colores y libretas. Una vez que terminó la primaria su padre le prohibió ir a la secundaria, temía que le pasara algo en el trayecto pues sólo pasaba una combi a las 9 de la mañana y las clases iniciaban a las 7 de la mañana. Ante un evento de violencia familiar y sin posibilidades de asistir a la escuela secundaria, Luz, a los 11 años de edad, decidió migrar al igual que otras adolescentes de Chanal. Había escuchado que podía tomar un taxi colectivo hacia San Cristóbal de las Casas y así lo hizo. Tomó una bolsa de plástico, guardó una falda, una blusa y unas pastillas para el dolor de estómago y fue en busca de trabajo en casa, su objetivo era trabajar para ahorrar dinero y poder estudiar la secundaria en San Cristóbal.
Durante un año, Luz cambió de trabajo en varias ocasiones, no le gusta que la maltraten y que le queden a deber dinero. Cuando no desea tolerar groserías y malos tratos busca nuevo trabajo en los mercados. A decir de la propia Luz: “si vas al mercado, le dices a las señoras si necesitan una muchacha y ahí encuentras otro trabajo, también hay letreros en las carnicerías” (Luz, 12 años, 2018).
Luz logró hacerse de algunos ahorros que le permitieron inscribirse en el sistema de secundaria abierta. Dice que le gusta estudiar matemáticas. En ese entonces sus tareas escolares las iniciaba a las 9 o 10 de la noche, justo cuando terminaba su jornada laboral. Luz ha logrado negociar con varias empleadoras para que pueda salir tres días a la semana de las 16 a 18 horas a las asesorías que le brindan en la escuela abierta. Ha comprado sus libros y cuadernos y en las fiestas navideñas fue a Chanal a visitar a su mamá, le pudo llevar un poco de dinero para ayudarla.
Ante la pregunta sobre de dónde sacó valor para viajar tan joven desde su pueblo, Luz contestó: “no tenía mucho miedo, he trabajado en casa desde niña, me encomiendo a Dios y ya”. En la actualidad, Luz ha logrado pasar ocho materias de la secundaria abierta, pero también ha tenido que pasar algunos periodos sin trabajo pues no está dispuesta a tolerar que la insulten o la humillen por provenir de Chanal.
El ejercicio de su agencia ha estado presente desde una edad muy temprana en su vida. Ha aprendido a desplegar estrategias para hacer frente a las desigualdades de poder a las que se enfrenta en los hogares donde trabaja, sin ningún apoyo del Estado o de su familia, Luz ha construido redes de apoyo con otras jóvenes en similares circunstancias.
Como afirma Pavez (2017), las niñas y adolescentes cuentan con capacidad de agencia y participan de relaciones de poder generacionales y de género con otros actores sociales, ya sea en sus familias o en los espacios que habitan. Bajo esta premisa, las distintas estructuras de opresiones que enfrentan las niñas y adolescentes indígenas de Chanal y San Juan Cancuc las llevan a optar por la migración y el trabajo en hogares de terceros desde la niñez.
Pero el hecho de que sean sujetas activas, capaces de elegir y desplegar estrategias no elimina las limitaciones que les impone el contexto histórico y espacial donde se desenvuelven. Una lacerante realidad para las niñas y adolescentes indígenas tzetales es que tiene que trabajar largas y extenuantes jornadas laborales bajo tratos inhumanos que les vuelven mucho más complicado construir trayectorias educativas con posibilidades de movilidad social ascendente.
Foto: «Tzebal Chon», Katia Alejandra González.
Los casos de Luz y Mariela muestran la situación de vulnerabilidad frente a violencias estructurales debido a su género, su condición de clase, su origen indígena y su edad. Nacieron en contextos locales y regionales marcados por bajos niveles de bienestar y escasas ofertas educativas. Su condición de indígenas las coloca en un sector de la población que históricamente se ha incorporado a empleos relacionados con tareas domésticas y de cuidados, con condiciones de informalidad y expuestas a malos tratos y abusos por parte de los empleadores.
Ante ello, cabe reflexionar sobre la deuda histórica que mantiene la sociedad mexicana frente a las niñas y las adolescentes indígenas que experimentan múltiples subordinaciones, en una sociedad adultocéntrica, patriarcal, racista, y con graves niveles de violencia y desigualdad.
Bibliografía
Coneval (2020), Medición de la pobreza 2016-2020, México.
INEGI (2020), Censo de Población y Vivienda 2020, México.
——————- (2016), Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2016, México.
Pavez Soto, Iskra (2017), “La niñez en las migraciones globales: perspectivas teóricas para analizar su participación”, en Tla-melaua. Revista de Ciencias Sociales, vol. 10, núm. 41, pp. 96-113.
Miranda, Sarai (2018), “Ser niña, indígena y migrante. Curso de vida y agencia en contextos sociales signados por la violencia de género y la desigualdad. El caso de una niña tsotsil originaria de los Altos de Chiapas”, en Journal de Ciencias Sociales, vol. 5, núm. 11, pp. 52-73.