Itzel Vargas García
Instituto Nacional de Lenguas Indígenas
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El año 2019 fue trascendental para las lenguas indígenas en todo el globo. Ese año, la Asamblea General de las Naciones Unidas lo declaró como el Año Internacional de las Lenguas Indígenas (AILI), con el propósito de llamar la atención a nivel mundial sobre la necesidad de fortalecer, conservar y revitalizar las lenguas originarias. Esa declaración se convirtió entonces en la catapulta de lo que ahora se plantea como el Decenio Internacional de Lenguas Indígenas.
Cabe señalar que la promulgación de dicha década surgió a raíz de las demandas de aquellos actores interesados en contribuir con acciones y estrategias que procuren la vitalidad y el fortalecimiento de las lenguas originarias. Se coincidió en que un año resulta insuficiente para ver resultados concretos de aquellas iniciativas intensificadas y puestas en marcha durante dicho periodo. Todos estos esfuerzos internacionales intentan hacerse cargo de una realidad patente: la amenaza de lenguas, el desplazamiento lingüístico, la vitalidad o la muerte de lenguas, la discriminación, entre otros muchos fenómenos y procesos sociales.
Según apuntan distintas estimaciones realizadas por diversos organismos, en el mundo se hablan entre 6 000 y 7 000 lenguas; de este total se calcula que cerca del 40% está en riesgo de desaparecer en las próximas décadas, si no se cambian las dinámicas sociales que están empujando a los hablantes a que abandonen sus lenguas.
En lo que respecta a México, el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas señala que existen 364 variantes dialectales, pertenecientes a 68 agrupaciones lingüísticas, las cuales conforman 11 familias lingüísticas. Ello ha colocado a nuestro país en el segundo lugar en América Latina con mayor diversidad lingüística y cultural. No obstante, se advierte que entre el 50 y el 60 % de su mosaico plurilingüe y multicultural está en muy alto riesgo de desaparición.
Con antecedentes como los descritos y para aunar esfuerzos en la transformación de esa realidad, es que el Año Internacional de Lenguas Indígenas significó un primer paso en la toma de conciencia y de compromisos basados en la corresponsabilidad no sólo por proteger, mantener, fortalecer o revitalizar las lenguas indígenas históricamente minorizadas, sino también para invitar a toda la sociedad a estar receptivos a todo lo que nos rodea, a mirar y a escuchar aquellas voces que desde hace tiempo han buscado ser escuchadas.
Si bien es cierto que estas iniciativas han sido desarrolladas desde arriba hacia abajo, no debe dejar de considerarse a éstas como parte de la incidencia política que las poblaciones indígenas, aborígenes y originarias vienen haciendo por lo menos desde la década final del siglo pasado, en que sus demandas han logrado instalarse en el marco de las políticas internacionales de identidad y reconocimiento. De tal modo que 2019, puede ser considerado un año en el que los hablantes de lenguas indígenas reclamaron e instalaron sus demandas en relación con ser actores fundamentales en la toma de decisiones, en la construcción de políticas públicas y lingüísticas y, evidentemente, en el aterrizaje de éstas a prácticas concretas y articuladas.
Considerando dicha incidencia, pareciera que las lenguas indígenas han dejado de ser vistas como un tema que únicamente atañe a sus hablantes, la postura que actualmente se tiene con respecto a ello se vislumbra como una perspectiva mucho más proactiva y menos catastrofista, desde la cual se apuesta por la visibilización, el posicionamiento y la agencia de los hablantes de lenguas indígenas en el mundo entero.
Si bien, aunque este Decenio se proyecta para dar inicio en 2022, hoy día se trabaja de forma colaborativa y en cooperación con diversas instancias y numerosos actores clave a nivel internacional, para construir el Plan de Acción Mundial de aquel decenio dedicado a las lenguas indígenas.
Dicho plan se basa en seis principios fundamentales, mismos que son apuntados en la Declaración de Los Pinos; documento elaborado por la UNESCO y el Gobierno de México a través de distintas instituciones federales del sector Cultura, donde se ofrecen las orientaciones estratégicas, procedimientos, medidas específicas y las etapas principales que debe contener el plan de acción mundial para el Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas. Esta declaración, cabe señalar, es resultado tanto de las conclusiones fundamentales resultantes del Año Internacional de las Lenguas Indígenas como del Evento de Alto Nivel “Construyendo un Decenio de Acciones para las Lenguas Indígenas”, realizado el 27 y 28 de febrero del 2020 en el Complejo Cultural Los Pinos, Ciudad de México (México). Evento en el que se dieron cita lingüistas, activistas, líderes e intelectuales indígenas, funcionarios públicos e instituciones de carácter nacional e internacional, así como representantes de las 68 lenguas indígenas nacionales de México, todos ellos actores clave en la construcción de nuevos modelos de una sociedad multilingüe.
Los principios fundamentales a los que se hace referencia son:
- Centralidad de los pueblos indígenas- “Nada para nosotros sin nosotros”.
- Cumplimiento de las normas internacionales.
- Acción conjunta, “Unidos en la Acción, para una ejecución eficiente y coherente en todo el sistema de las Naciones Unidas”.
- Creación de sinergias entre los diferentes marcos internacionales y regionales sobre los derechos de los pueblos indígenas y el desarrollo sostenible, la reconciliación y la consolidación de la paz.
- Asociaciones de múltiples interesados a todos los niveles a fin de fomentar las sinergias, el liderazgo, las respuestas adecuadas con una mayor participación de los pueblos indígenas y las partes interesadas.
- Un enfoque integral de la programación, basado en un amplio espectro de derechos humanos y libertades fundamentales.
Lo anterior sugiere que las apuestas realizadas al decenio son de gran magnitud, lo cual no podría ser de otro modo considerando la deuda histórica que se tiene para con las poblaciones originarias, la cual ha llevado a la actual situación de emergencia en la que se encuentran cientos de lenguas en el mundo.
A grandes rasgos, según se apunta en el documento antes referido, al final del decenio se espera haber generado cambios estructurales en todo el mundo para preservar, revitalizar y promover las lenguas indígenas, además de ayudar a mejorar la vida de los hablantes de esas lenguas en todas partes y en todos los ámbitos de su vida.
En términos específicos, me gustaría mencionar brevemente los resultados esperados según se establece en la Declaración de los Pinos.
Luego de implementar una serie de acciones durante la década 2022-2032 se espera alcanzar
- el desarrollo sostenible,
- el respeto y la garantía de los derechos humanos de los pueblos indígenas,
- la vitalidad y el fomento de las lenguas indígenas en todo el mundo,
- Asimismo se busca fincar un compromiso ‒asegurando la participación activa de los pueblos indígenas en todos los ámbitos, yendo más allá de las consultas para alcanzar consensos y establecer objetivos, elaborar estrategias y ponerlas en marcha‒;
- la inclusión de los conocimientos indígenas en los marcos científicos y formas indígenas de aprendizaje,
- la incorporación de las lenguas indígenas en las diferentes estrategias y marcos de desarrollo,
- la sostenibilidad mediante una financiación estable,
- el empoderamiento a través del apoyo sólido y estructuras institucionales adecuadas
- y el progreso, considerando que los pueblos indígenas deberían poder beneficiarse de toda la variedad de tecnologías, materiales educativos y la disposición de servicios públicos y personales en sus propias lenguas;
Tales apuestas nos ponen sobre la mesa una serie de retos de distinta naturaleza y de gran complejidad, que desde luego no podríamos agotar todas ellas en este espacio. No obstante, me gustaría traer a la reflexión algunos puntos que considero fundamentales para plantearnos en y desde la academia.
Como ya se ha señalado, uno de los compromisos adquiridos para alcanzar las metas del decenio se refiere a la corresponsabilidad. Antes mencioné que pareciera que ha quedado claro que las lenguas indígenas han dejado de ser tema que le corresponde únicamente a sus hablantes y a aquellos actores interesados en su estudio, su desarrolloo revitalización. Sin embargo, desde la perspectiva en la cual me he formado, esto es desde la lingüística y la antropología, tengo la impresión de que incluso al interior de la academia nos topamos con canales de comunicación poco eficientes. Es decir, el tema de las lenguas indígenas y de las lenguas minorizadas en general, pareciera ser prácticamente invisible en campos distintos a la lingüística, la antropología o la educación indígena.
Los presupuestos que se señalan en la Declaración de los Pinos respecto a “fomentar las sinergias, el liderazgo, las respuestas adecuadas, con una mayor participación de los pueblos indígenas y las partes interesadas” resulta, desde mi punto de vista, peligroso y contradictorio según los objetivos últimos del Decenio: “llamar la atención a nivel mundial sobre la necesidad de fortalecer, conservar y revitalizar las lenguas originarias” ¿por qué digo esto? Porque desde estos mismos principios se apunta a la “participación de los pueblos indígenas y a las partes interesadas”. Ello, interpretado desde una visión objetiva, y quizás un tanto pesimista, sugiere que al final las partes interesadas serán los mismos de siempre: los lingüistas, académicos, y estudiosos de las lenguas indígenas, sin que ello implique la obligada inclusión del resto de la sociedad. De modo que lograr tender puentes entre la academia y el resto de las instancias de los Estados, continuará siendo uno de los mayores retos a enfrentar. Para contribuir en la superación de tal desafío será necesario que, desde la academia, comencemos a tender puentes de comunicación efectivos entre las distintas áreas de conocimiento, a fin de que las lenguas minorizadas dejen de ser un tema exclusivo de las poblaciones indígenas y “las partes interesadas”.
Ahora bien, otro de los retos a los cuales no enfrentamos, y que en lo particular he procurado abordar refiere a todas aquellas implicaciones a posteriori que conllevan los distintos esfuerzos de fortalecimiento, preservación o revitalización. Propongo que nos centremos en este último, recuperando algunos aspectos que han derivado de mis investigaciones de posgrado en torno a dicho campo, y que creo necesario pensarlos a la hora de planificar y poner en marcha cualquier estrategia que busque tener como consecuencia la recuperación lingüística y cultural de cualquier lengua amenazada.
Grosso modo, me gustaría que reflexionáramos en tres aspectos que se encuentran íntimamente relacionados. El primero de ellos refiere al bilingüismo como realidad de hecho para la población indígena mexicana. Tal vez el auditorio no esté al tanto pero en disciplinas como la lingüística y la antropología mexicana existe la consideración generalizada en torno a seguir concibiendo al bilingüismo como una situación excepcional y al español, por su parte, como una amenaza para las lenguas originarias. Ello, sin contemplar, el segundo aspecto fundamental en esta reflexión: que el contacto con el español y las lenguas hoy lingüísticamente amenazadas data de por lo menos 500 años.
Tanto la estadística como la etnografía nos muestran, como palimpsesto, una y otra vez que el bilingüismo y el contacto de lenguas es un dato de la causa que forma parte de la realidad cotidiana de las comunidades indígenas mexicanas. No obstante, la llamada “mezcla de lenguas”, dada por la incorporación de elementos del español en los discursos en lenguas indígenas resulta problemática, porque se considera que la entrada de elementos ajenos a la lengua originaria con el paso del tiempo puede ocasionar obsolescencia e incluso muerte lingüística. Así pues, es común que entre las personas de las comunidades persistan ideologías lingüísticas tendientes a anularo sancionar aquellas formas de habla que se alejan de los “estándares” tradicionales de una lengua. Durante mi investigación de maestría, en donde llevé a cabo la puesta en marcha de un proyecto piloto de revitalización lingüística del otomí, pude constatar cómo algunos activistas de la lengua partían sus talleres con frases como: “Nos vamos a aprender bien las vocales y el Himno Nacional bien pronunciado en hñähñu” o testimonios de asistentes que señalaban: “es que yo quiero aprenderlo (el otomí) bien, porque ora sí que yo lo hablo […] pero le mezclo, le meto luego palabras del español y yo no quiero […] yo quiero hablarlo así lo más purito posible// ora sí que irlo purificando”
No es mi intención hacer juicios de valor respecto del deseo genuino de los hablantes de hablar “bien” su lengua. Lo que me interesa mostrar es de qué manera, tanto en hablantes como en la academia, el purismo lingüístico hace mella. Desde el punto de vista de los hablantes: ¿quién establece la frontera entre el hablar bien y hablar mal? ¿quiénes son los capacitados para hacer esta distinción?
Cuando llegué por primera vez al Valle del Mezquital y les comenté a las personas mi intención de realizar un trabajo sobre la lengua hñähñu me dijeron: “vaya a hablar con tal o cual señor, él si sabe”. Cabe señalar que quienes me hicieron esta sugerencia eran casi siempre personas hablantes de la lengua indígena a las cuales yo había escuchado mantener largas conversaciones en su lengua. Desde aquel momento me llamó la atención esta especie de despojo del derecho a sentirse un hablante competente en su lengua. El reconocimiento tácito de especialistas legitimados para ofrecer elementos sobre la lengua a quien la desconoce. Probablemente en comunidades como las que conocí sean estos especialistas los que hablan bien su lengua.
Esto nos lleva a un nuevo cuestionamiento: si son estas personas, especialistas los que legítimamente pueden entregar elementos de su lengua a quienes están interesados en conocerla, ¿son acaso ellos los únicos habilitados para enseñar-revitalizar la lengua? Si los hablantes no se consideran especialistas en su lengua ¿pueden enseñarla- transmitirla?
Reflexiono sobre este punto que me parece crucial para que pensemos colectivamente en el punto 8 de las acciones propuestas para el decenio, que como recordarán refiere al empoderamiento. Más allá de las posiciones teóricas y políticas que tengamos respecto de este concepto, en mi trabajo de campo, así como en la lectura que realizo de experiencias de revitalización en otros rincones de México, lo que parece ser evidente es que las personas y las comunidades han sido desde hace años despojadas del poder de decidir las maneras en que se transmite su lengua. Podemos coincidir en que ello es resultado de casi un siglo de políticas asimilacionistas y castellanizadoras, la pregunta aquí sería ¿qué hacemos al respecto? Como podrán imaginar ninguna respuesta posible puede evitar la complejidad porque las lenguas, su uso y continuidad, son parte de la totalidad de la vida de los hablantes, por lo que cualquier empeño en promover su fortalecimiento y transmisión debiera involucrar todos los ámbitos de la vida.
Si los hablantes y las comunidades han sido despojadas del poder de decidir respecto de sus lenguas, podríamos preguntarnos ¿dónde está ese poder? Y cómo hacer que vuelva a quienes legítimamente les corresponde. Nuevamente, no busco aquí una discusión teórica respecto de la categoría poder, compartiremos todos la idea ligada al pensamiento crítico en torno a que el poder no es una cosa, un lugar ni una institución, sino que es una relación. Me detengo en este aspecto que desde luego escapa a mi formación, para insistir en el punto en torno a que este tipo de declaraciones y compromisos asumidos por los Estados y las instancias internacionales no aseguran per se ningún cambio fundamental.
Desde finales del siglo pasado entre las muchas reconfiguraciones que experimentó el mundo, una muy relevante se relacionó con las políticas de la diferencia; bajo las cuales se considera al conjunto de políticas afirmativas basadas en reivindicaciones del reconocimiento como modo específico de ampliar la ciudadanía, los derechos sociales, y la democracia. Las políticas de la diferencia procuran el reconocimiento inclinándose a considerar las diferencias como formas de reafirmar la diversidad y la pluralidad y, con ello, ampliar la noción de ciudadanía, confrontando las políticas de integración forzada o asimilación que orientaron los modelos de nación previos.
No cabe duda de que las políticas de diferencia y reconocimiento figuran un avance significativo en la convivencia y la ampliación de los derechos de todas las personas, empero quisiera referirme a dos limitaciones de éstas en el marco de su implicancia en la transformación de aquellos aspectos en los que buscan intervenir. El primero de ellos, lo retomo de lo que los antropólogos John y Jean Comaroff (2011) han denominado la guerra jurídica, que entienden como una dimensión endémica de la tecnología de la gobernanza moderna en torno a la cual se ha dado la emergencia de lo que en sus palabras aparece como un fetichismo de la ley que redunda en un paulatino desplazamiento de lo político al terreno de lo jurídico. Bajo las condiciones actuales, la decisión de quién tiene derecho y a qué tiene derecho, se concibe ahora como algo ajeno a la política y que se administra según un conjunto de principios jurídicos.
De modo tal que los debates, que otrora se desarrollaban en las arenas de la lucha política y la protesta social y callejera, ahora parecen ser un aspecto relativo a la legislación y a los especialistas en ésta. De este modo, el poder de los pueblos parece residir ahora en el buen manejo que estos hagan de la legislación, entiéndase por ello: convenios, declaraciones, decretos etcétera, que parecen jugar a su favor.
No obstante, cualquiera que eche un vistazo a las políticas lingüísticas comparadas en Latinoamérica podrá darse cuenta de que la presencia de los derechos lingüísticos en el papel y, del mismo modo, de un sin número de organizaciones dedicadas a dar la pelea en el plano jurídico, no han asegurado en nada la pervivencia y transmisión de las lenguas indígenas, ni su trato igualitario en los países en cuestión. El segundo aspecto al que quisiera hacer referencia de manera sintética en este punto es al que desde hace varios años alertó la filósofa Nancy Fraser (2016) en torno a los límites de las políticas de identidad y reconocimiento y a lo que ella describió como una preocupación exclusiva, en el marco de la globalización neoliberal del ámbito del reconocimiento, olvidando la dimensión redistributiva.
El foco de la filósofa es apuntar que en muchos aspectos las condiciones de falta de reconocimiento y de discriminación, tienen su base en la desigualdad económica y política o son resultado o efectos de ésta; por lo que no es posible lograr un cambio significativo enfocándose sólo en una de estas esferas. Las luchas por el reconocimiento, dice Fraser, tienen lugar en un mundo de desigualdades exacerbadas, de ahí que en lugar de adoptar o rechazar de modo incondicional la totalidad de las políticas de identidad, deberíamos enfrentarnos a una nueva tarea intelectual y práctica que, según esta autora, radica en el desarrollo de una teoría crítica del reconocimiento, que identifique y procure aquellas versiones de la política cultural de la diferencia que puedan combinarse de manera coherente con una política social de la igualdad. De este modo las políticas debieran identificar que las diferencias surgen de condiciones estructurales de poder y no son sólo derivadas de identidades o necesidades particulares.
Si nosotros, desde la academia, nos consideramos como actores de aquello que en la Declaración de los Pinos se denomina “las partes interesadas”, debiéramos tener muy presente estos dos aspectos a los que hago alusión 1) no dejar el futuro de las lenguas indígenas en manos de los especialistas y menos aún que ese futuro se dispute únicamente en los tribunales, en las cortes o en los parlamentos, y 2) que como partes interesadas debemos asumir que cualquier futuro imaginado e imaginable para las lenguas indígenas depende primero que nada de la existencia material de esos pueblos indígenas, para lo cual la redistribución del poder político y de la riqueza es prioritaria. La pobreza y la exclusión a la que se ven sometidos muchos de los hablantes de lenguas indígenas están en muchos casos en la base de una serie de ideologías negativas hacia sus lenguas y sus culturas, por lo que la transformación de dichas ideologías no pasará solo por una autoadscripción y una revalorización positiva de su identidad. Hacer que el Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas no quede en el papel, ni en una declaración de principios y buenos deseos, será tarea de todos los que nos involucremos no sólo en la mejora de las condiciones para la vitalidad de las lenguas, sino además en la construcción de un mundo donde quepan muchos mundos.
Bibliografía
Comaroff, John., y Jean Comaroff (2011 ), Etnicidad S.A., Buenos Aires, Katz.
Fraser, Nancy (2016), “¿De la redistribución al reconocimiento? Dilemas de la justicia en la era ‘postsocialista’”, en ¿Redistribución o reconocimiento? Un debate entre marxismo y feminismo, Madrid, Traficante de Sueños.
INALI (2008), Catálogo de las Lenguas Indígenas Nacionales. Variantes Lingüísticas de México con sus autodenominaciones y referencias geoestadísticas, Gobierno Federal-SEP-INALI.
UNESCO y Secretaria de Cultura (2020), Declaración de Los Pinos [Chapoltepek]. Construyendo un Decenio de Acciones para las Lenguas Indígenas. Los Pinos [Chapoltepek] Amatlanawarlilli Mahtlaktli Xihtli ma Motekipanokan Totlakatilistlahtolwan, México. Obtenido de: https://es.unesco.org/news/declaracion-pinos-chapoltepek-sienta-bases-planificacion-global-del-decenio-internacional#:~:text=La%20Declaraci%C3%B3n%20de%20Los%20Pinos%20%5BChapoltepek%5D%20surge%20del%20Evento%20de,en%20el%20Centro%20cultural%20Los
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* Conferencia presentada en el XXI Coloquio de Doctorandos en Estudios Mesoamericanos. Posgrado en Estudios Mesoamericanos. Universidad Nacional Autónoma de México. 19-23 de octubre del 2020.