Hacer etnografía feminista acompañando mujeres trans hondureñas en su trayectoria migrante por México. Reflexiones metodológicas

Vanessa Maldonado Macedo
Doctorante en Antropología Social, CIESAS CDMX
juliana.maldonado@gmail.com

Escribo en honor a todas las personas que lo apuestan todo, que se juegan todo por lograr sus sueños, por defender una vida libre y una vida vivible.

Foto: Vanessa Maldonado, Mural pintado por personas migrantes LGBTI+
en Casa Albergue Arcoíris, Tijuana, México, 2019.


I. Antropología y etnografía feminista como punto de partida

En mis tiempos de formación sociológica aprendí que hacer etnografía era sólo una técnica de investigación. Al pasar de los años, con el conjunto de saberes de mi formación antropológica (en el CIESAS-Ciudad de México) y los feminismos, aprendí que la etnografía no sólo es una técnica de investigación, sino que es también un método, es “¡un arma cargada de futuro!” (Ferrandiz, 2008), es una forma de escritura y es una forma de construir conocimiento situado que nos permite comprender los significados y sentidos de las y los sujetos de/en la vida social, por ello lleva o debiera llevar implícita una posición ética, respetuosa y comprometida hacia las personas con quienes trabajamos (Restrepo, 2015).

Los orígenes de la antropología son el positivismo y el colonialismo, aunque con el paso de los años es una de las ciencias que más ha reflexionado y escrito sobre sí misma, sus orígenes, sus posibles horizontes, las formas de descolonización de la disciplina y sobre la necesidad de construir saberes más horizontales. La antropología se ha transformado, así como también se ha transformado el mundo social.

Actualmente la antropología no sólo es una disciplina científica con técnicas de investigación “objetiva”, sino que es experiencia humana, relaciones personales, apego afectivo y participativo, emociones que permean todas las experiencias en campo (Jimeno, 2015) y la producción de conocimiento. Este giro hacia las emociones y el conocimiento situado (Haraway, 1995; Hernández, 2016) es una de las propuestas epistemológicas generadas desde los feminismos y las pensadoras feministas.

La perspectiva feminista en la antropología ha generado importantes y subversivos giros teóricos, epistémicos, éticos y políticos. De manera general, los feminismos en las ciencias sociales han contribuido a la producción de teoría social con formas revolucionarias y emancipadoras, generando epistemologías y análisis del mundo social desde la producción de cuerpos socialmente diferenciados y la construcción de identidades sexogenéricas en un marco de relaciones de poder, contextos de desigualdad, exclusión, racismo, heterosexismo, xenofobia, capacitismo y otras discriminaciones sociales, productoras y producto al mismo tiempo de la actual acumulación por desposesión capitalista.

II. Mi trabajo de campo en perspectiva

Mi lugar de trabajo de campo, y ahora también mi segundo hogar, es Tapachula, Chiapas. La primera vez que llegué a esa frontera sur hace ocho años fue en búsqueda de personas con experiencia de trata. La región es denominada por la Oficina Contra la Droga y el Delito (UNODC) y por La Comisión Nacional de Derechos Humanos como “foco rojo de la trata de personas con fines sexuales”. Y a pesar de recorrer durante meses todos los albergues de la región, no encontré ni una persona con experiencia de trata, surgió entonces una nueva pregunta de investigación ¿por qué si Tapachula es denominado foco rojo de la trata sexual, no hay decenas de personas atendidas en los albergues, no hay albergues gubernamentales, ni tampoco ninguna organización de la sociedad civil que se enfoque exclusivamente en la atención a las víctimas de trata de personas?

Así fue como el trabajo sexual me encontró a mí de frente. En mi trabajo etnográfico en las zonas de tolerancia para ejercer el trabajo sexual, así como en cantinas y botaneros, las trabajadoras sexuales interpelaron mi ingenuidad y la colonialidad de mi perspectiva académica. Escuchándolas, acompañándolas y con mi observación participante, aprendí con ellas que la operación antitrata en Tapachula (y en México) opera como un dispositivo del control del cuerpo, la sexualidad y la movilidad humana, como explica Brenda, una trabajadora sexual y migrante guatemalteca:

Acá la autoridad mexicana confunde la trata, ¿por qué cierran los hoteles? si una anda al aire libre. ¡Desde que una anda en la calle, es libre! ¿Quién la anda poniendo a prostituirse a una? ¡Nadie! Una puede agarrar para donde una quiera y eso no es trata ¡y lo confunden!

Y es pendejada pues, que la agarren a una. La vez pasada estaba yo allá trabajando en el hotel una noche. Ni estábamos adentro del hotel (porque en hotel no te permiten estar adentro), estábamos como a media cuadra. Llegan los policías, nos agarran, nos meten para adentro del hotel y nos toman foto que luego publicaron en los periódicos como “un rescate de trata”. Que ahí nos habían agarrado [dijeron] y eso no fue así. Y todavía nos fueron a meter con los federales y nos decían “Ustedes no están detenidas, ustedes son víctimas.” Yo le dije “¿víctimas de qué somos? ¡Yo no soy víctima de nadie, yo ando en la calle libre! Víctima estoy acá porque dices que soy víctima y porque me tienes detenida. (Brenda, Entrevista realizada en Tapachula, julio, 2014)

De esta forma, mi objeto de investigación se transformó, las mujeres y sus experiencias se convirtieron en el centro de la investigación, este aprendizaje me permitió ser denunciante de la operación antitrata que persigue y criminaliza a trabajadoras sexuales y a personas migrantes irregularizadas en la región. También me convertí en aliada y en acompañante de esas trabajadoras sexuales, así como de personas migrantes empobrecidas y racializadas que cruzan o viven en la región.

Desde esa fecha y hasta hoy, mi actividad académica y política me ha llevado a Tapachula sistemáticamente. He observado las transformaciones locales de movilidad y migración, en espejo con los cambios del gobierno global de las migraciones (Varela, 2020).[1] He visto también cómo la frontera que conocí es movimiento en constante transformación, y las y los migrantes ya no sólo provienen de Centroamérica sino también de Sudamérica, el Caribe, Asia o África, ellas y ellos no dejan de cruzar la región camino hacia diversos nortes o a establecerse en el Soconusco o en algún lugar de México. Una movilidad transnacional que también es histórica en la región y que es parte constitutiva de la cotidianidad y de la producción y reproducción de la vida social, económica y política.

No sólo los flujos fronterizos se han transformado en los últimos veinte años, la securitización y militarización de la frontera también se han recrudecido y se han vuelto cada vez más violentas. La regulación estatal de las fronteras tiene varias dimensiones y especificidades, la constante mundial es que mientras a los mercados y capitales se abren para la circulación e intercambio, para ciertos flujos migratorios están restringidas.

En México no existe una política migratoria integral e incluyente, sino que a través del discurso de seguridad nacional y “protección a migrantes”, opera de facto una persecución, criminalización y aseguramiento de ciertos sujetos que para el Estado mexicano no son bienvenidos, persiguiéndolos y estigmatizándolos por contravenir el régimen de control fronterizo (Álvarez, 2017). Y estas nociones de seguridad y securitización en el espacio fronterizo entre México (Chiapas)-Guatemala no son en nada menores, pues tienen su contexto de origen en el fortalecimiento de un discurso impulsado e impuesto por los Estados Unidos.

III. Las caravanas migrantes

Esta perspectiva de largo aliento me llevó al Soconusco con un proyecto de investigación para mis estudios de doctorado, pretendía continuar trabajando las implicaciones del dispositivo antitrata en el cuerpo, vida y trabajo de trabajadoras sexuales cis y trans en Tapachula y en Tijuana. Pero el campo, como la vida, citando a Rubén Blades, “te da sorpresas”.

En septiembre de 2018 llegué a Tapachula, casi junto con la primera gran caravana migrante,[2] este masivo movimiento migratorio lleno de fuerza y dignidad, me dejó impresionada, atónita. Nunca en mi vida había observado un éxodo de esas dimensiones y características, ni yo ni ninguna persona que en ese momento acuerpamos la entrada de las caravanas migrantes a México.

Si bien las caravanas estuvieron marcadas por la fuerza y dignidad migrante, ver a ese número de personas en un éxodo luchando por la vida, también representaba las consecuencias materiales y humanas de la violencia capitalista y del continuum histórico de desigualdades y violencias sexuales, raciales y coloniales (Scheper-Hughes y Bourgois, 2004; Hernández, 2015) que vive Centroamérica. Contextos de violencias extremas en donde lxs sujetos son constituidos como mano de obra hiperexplotada hasta la muerte (Varela, 2020).

El andar de las caravanas estuvo marcado por la heterogeneidad de sus participantes. Durante mis acompañamientos, observé bebés de brazos, bebés un poco más grandes en carriolas, infancias un poco mayores caminando al paso de las personas adultas bajo el incesante calor húmedo de la región, vi caminar mujeres y hombres de todas las edades. Mujeres embarazadas con vientres pequeños, otras con grandes vientres cercanos al final de la gestación. Vi también personas con diversas discapacidades: mentales, auditivas, visuales o en silla de ruedas avanzando y rodando al mismo paso del grueso de las caravanas. Vi grupos exclusivos de mujeres, otros exclusivos de hombres. Todos mis días en Tapachula me encontré con familias enteras caminando juntas por la vida, defendiendo con fuerza y con pies llenos de llagas, el amor, la vida y la dignidad.

En este contexto de irrupción de las caravanas en la frontera sur hacían falta manos, energía y corazones para la asistencia humanitaria que se desplegó en torno a su recibimiento, acompañamiento y observación de violaciones a sus derechos humanos ‒ejercidas en mayor medida por el Estado‒, esta fue una forma de la sociedad civil organizada de hacer trinchera con la lucha y el andar migrante caravanero.

En ese momento, ni las caravanas, ni los flujos migratorios eran mi objeto de investigación. Así que tenía dos opciones: 1) continuar con mi proyecto con trabajadoras sexuales, la operación de los dispositivos antitrata y evitar lo que la realidad me ponía enfrente. O 2) politizar de veras mi quehacer antropológico y poner también el cuerpo, mis manos, mi corazón, mi fuerza y mi activismo como acto de empatía radical (Valverde, 2015) con las/los migrantes y con las/los activistas de la región.

Es en este contexto, sumado a lazos de amor y activismo construidos y sostenidos desde aquel 2014, que la Organización Iniciativas para el Desarrollo Humano A.C., de la cual formo parte, me invitó como monitora de la caravana dentro del Colectivo de Observación y Monitoreo de Derechos Humanos en el Sureste Mexicano. Yo acepté de inmediato. Debido a la flexibilidad de la distribución del tiempo que permite el trabajo de campo con trabajadoras sexuales, tenía las mañanas libres y ese momento del día coincidía con el andar de las caravanas. En general, las y los caravaneros de noche tomaban decisiones del siguiente paso y descansaban, ya durante la madrugada cerca del amanecer, recomenzaban su caminar. Así que una gran parte de mis días en Tapachula entre septiembre de 2018 y abril de 2019, estuvieron dedicados al monitoreo cotidiano de las caravanas migrantes y a otro tipo de acompañamientos personales con migrantes irregularizados.

Uno de los grupos que conformó las caravanas migrantes, fueron los colectivos LGBTI+, algunos portaban banderas arcoíris (símbolo del orgullo LGBTI+), otros portaban la bandera azul, blanco y rosa que representa el orgullo trans, y había otros que no portaban banderas, pero que sus cuerpos y expresiones sexogenéricas eran su forma de enunciación política. Michel, mujer trans, hondureña, migrante, integrante de las caravanas e interlocutora de mi investigación, explica:

Nosotras no traíamos bandera LGBTI, pero tratábamos de que se echara de ver qué éramos de la comunidad. Por ejemplo, -usted sabe- cómo es Daniela, ella, aunque ande sin maquillaje, con shortsito, chanclas y playera, él se comporta como toda una dama. Brittany sí viajaba vestida de mujer y también las bailarinas del show [otras migrantes trans, artistas hondureñas]. Y yo, que aunque no venía vestida, se me nota siempre el quiebre, además que nosotras éramos quienes veníamos encabezando la caravana en Honduras, por eso también éramos más visibles.

Aunque esa visibilidad en el trayecto antes de salir de Honduras, provocó mucho acoso hacia nosotras, había chavitos en el camino que nos gritaban “culeros”,[3] nos chiflaban y un montón de violencias verbales. Pero como Daniela, Eloísa y otra chava que yo no conocía, ya eran más empoderadas, se defendían, nos defendían todo el tiempo. Yo como acababa de salir de declararme chica trans, aún no me defendía como ellas, pero ¡ellas no se dejaban de nadie! Usted sabe que Daniela no se deja de nadie, en ninguna parte. Ella callaba a todo el mundo que nos quisiera decir cosas. Así que cualquiera que nos quisiera humillar, opacar o violentar, ella respondía por todas (Michel, 27 de junio, 2020, entrevista realizada en Tijuana).

Si bien las banderas fueron una forma de distinción y autorrepresentación, el cuerpo y la expresión de la disidencia sexual, como explica Daniela ‒una de mis interlocutoras de campo‒, es una forma de decirle al mundo “Aquí vamos las mampas”, es decir, una estrategia colectiva de enunciamiento, de ser-hacer comunidad y tejer redes afectivas y de cuidados.

Las caravanas pusieron de manifiesto que la migración no sólo es movimiento territorial, sino que representa reconfiguraciones identitarias, sexuales y afectivas. Sobre todo, pusieron de manifiesto desde una perspectiva política, que el/la sujeto migrante no son una masa de personas cisheterosexuales, víctimas, que sólo huyen de “la pobreza”, sino que son sujetos sociales que se reconfiguran en sus proyectos migratorios, que producen subjetividad movilizando sus capitales y agenciamientos.

Metodológicamente es importante mencionar que todas las mujeres que participaron en la investigación, eligieron de qué manera ser nombradas, unas crearon un seudónimo y otras explícitamente me pidieron usar su nombre social. También quiero destacar que con todas las participantes tuve/tengo relaciones de afecto más allá de la investigación, por ello, me/nos permitieron conocer a profundidad su trayectoria de vida, pensamientos reflexiones, sentimientos y emociones.

IV. Consideración final

Mis formas y estrategias de investigación y enunciación (objetivas y subjetivas) han sido un proceso de continua reflexividad y vigilancia epistemológica, ambas tensadas en dos extremos, por un lado, la pornografía de las violencias y por el otro, la romantización de la agencia migratoria. Así que evito la repulsión del tono gore que permea la academia, como describe Amarela Varela (2020), pero sin dejar de enunciar y problematizar las violencias, al mismo tiempo planteando cómo se construyen también resistencias, agenciamientos y redes políticas, afectivas y de cuidados entre las mujeres trans migrantes.

La constante interpelación del campo a mis nociones teóricas/empíricas, son las voces, reflexiones, rabias y alegrías de las personas con quienes he trabajado, ellas y ellos han definido en mi trayectoria el sentido político de hacer etnografía más allá de la curiosidad académica. Si bien la academia es mi punto de partida y mi lugar de enunciación, es una academia que desprecia el extractivismo o al “etnógrafo asaltante”, como le denomina Eduardo Restrepo (2015).

Finalmente, considero, siguiendo a Aída Hernández[4] (2016) y a una amplia corriente antropológica activista, que nuestras producciones académicas deben ser útiles o al menos relevantes para los grupos sociales con quienes trabajamos, sobre todo en este contexto de violencias machistas, transfóbicas, coloniales, racistas, heterosexistas, feminicidas y transfeminicidas que constituyen este momento histórico social.

Bibliografía

Ferrandiz Martín, Francisco (2008), «La etnografía como campo de minas. De las violencias cotidianas a los paisajes posbélicos», en Retos teóricos y Nuevas Prácticas, XI Congreso de Antropología de la FAAEE (pp. 89-116), Donostia – San Sebastián: Ankulegi Antropologia Elkartea. Obtenido de:  http://digital.csic.es/bitstream/10261/21666/1/FAAEETextoFinalPub08.pdf

Haraway, Donna G. (1995), Ciencia, cyborgs y mujeres. La invención de la naturaleza, Madrid, Cátedra.

Hernández Castillo, Aída (2016), Multiple (In)Justices: Indigenous Women, Law and Political Struggle, Arizona, Arizona University Press.

Valverde Gefaell, Clara (2015), De la necropolítica neoliberal a la empatia radical, Barcelona, Icaria.

Varela, A. (2020), Necropolítica y migración en la frontera vertical mexicana. Un ejercicio de conocimiento situado, México, IIJ-UNAM. Obtenido de: http://biblio.juridicas.unam.mx/bjv

  1. Con gobierno global de las migraciones, hago referencia a “la suma de dispositivos legales, prácticas policiacas y militares, además de las infraestructuras y las empresas o industrias que intervienen en la ‘gestión’ de la migración y las fronteras del mundo” (Varela, 2020: 3).

  2. “Las caravanas migrantes centroamericanas forman parte de la conformación de un movimiento  migratorio que ha tomado fuerza en los últimos años. La articulación de migrantes en tránsito por México en Caravanas comenzó en el año 2010, cuando personas migrantes provenientes de Centroamérica, acompañadas de personas activistas, religiosas y defensoras de derechos humanos, organizaron de manera anual ‘caravanas’ y ‘viacrucis migrantes’. Esta organización social responde a diversos factores, entre ellos, es una respuesta al fortalecimiento de la securitización y criminalización de las migraciones irregularizadas, y a que México se ha convertido en una fosa y geografía de desapariciones para las personas migrantes precarizadas. De esta manera estos movimientos migratorios masivos y en colectivo, representan seguridad, autocuidado y también un acto político que pone de manifiesto la apropiación de las personas a su derecho de movilidad y libre tránsito” (Maldonado, 2021).

  3. Culero.- Adjetivo con el que se les denomina a las personas “homosexuales” o “gays” en Honduras. Si bien en las relaciones sociales cotidianas es despectivo, algunes integrantes de la comunidad le han subvertido y así se autodenominan afectiva y políticamente.

  4. Para escuchar otras voces de activistas Trans en torno a sus luchas por la justicia pueden visitar el Conversatorio «Luchas de las Mujeres Trans en América Latina», coordinado por el Seminario Permanente de Feminismos Descoloniales, sesión organizada por Aída Hernández y Meztli Yoalli Rodríguez. https://www.facebook.com/ciesas.oficial/videos/462998378134476