R. Aída Hernández Castillo[1]
CIESAS Ciudad de México
El martes 14 de noviembre murió en la ciudad de Oakland, California, el antropólogo norteamericano George Allen Collier, profundo conocedor de la realidad chiapaneca, representante de una antropología crítica estadounidense y puente intelectual y político con las tradiciones teóricas latinoamericanas.
Como estudiante de licenciatura de la Universidad de Harvard llegó a Chiapas, en el sureste mexicano, por primera vez en 1960, y desde entonces creó un vínculo académico y afectivo con esas tierras y su gente, que mantuvo durante más de cuarenta años. Si bien su ventana etnográfica para entender la realidad indígena chiapaneca fue el municipio tzotzil de Zinacantán, donde vivió, trabajó y creó vínculos de parentesco ritual, sus estudios contribuyeron a la crítica de las perspectivas culturalistas y funcionalistas sobre las comunidades indígenas que hegemonizaban la antropología anglosajona. En muchos sentidos se adelantó a su tiempo, metodológica y teóricamente, señalando en la década de los setenta del siglo pasado la importancia de ubicar a las comunidades indígenas en los procesos económicos globales y analizar las dinámicas culturales desde una perspectiva histórica. En este sentido su trabajo hizo un puente entre las teorías latinoamericanas sobre colonialismo interno, y los trabajos etnográficos de comunidad característicos del Proyecto Harvard, documentando cómo los procesos económicos nacionales y globales influían las dinámicas sociales y culturales del mundo tzotzil (Collier 1975, 1976, 1989, 1990). Esta apertura a los diálogos teóricos y políticos con América Latina caracterizó su obra antropológica y su trayectoria docente.
Antes de conocerlo personalmente, yo había leído sobre su obra durante mi licenciatura en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), en el libro clásico de Cynthia Hewitt de Alcántara Imágenes del campo: La interpretación antropológica del México rural (1988), en el que ella revisa distintas perspectivas sobre el campesinado mexicano, ubicando las influencias teóricas por lo general del otro lado del Atlántico, o cruzando la frontera norte. Tal vez sin proponérselo, la autora hacía una representación bastante colonial de las ciencias sociales mexicanas, siempre influidas por las teorías del norte global. Pero en ese libro había un solo autor que invertía los diálogos académicos: George Collier, a quien ella describía como influido por las teorías latinoamericanas de la dependencia y en diálogo con la obra de Gonzalo Aguirre Beltrán (1973). En contraste con muchos otros antropólogos norteamericanos, para George Collier México no fue solo un lugar para hacer etnografía, sino un espacio de aprendizajes teóricos y políticos. Cuando tuve el privilegio de tenerlo como profesor en la Universidad de Stanford era el único que incluía en sus programas docentes a autores como Arturo Warman, Lourdes Arizpe, Héctor Díaz Polanco y Guillermo Bonfil Batalla, obligando a los estudiantes no hispanoparlantes a usar diccionarios o a trabajar en equipo con quienes hablábamos español para poder abordar esos debates.
Fue por su preocupación por mantener estos diálogos académicos que todos sus libros fueron publicados tanto en inglés como en español. Su interés por construir puentes interdisciplinarios con los historiadores, le llevó a coeditar con su colega Renato Rosaldo y con el historiador John Wirth el libro Inca and Aztec States, 1400-1800: Anthropology and History (1982), que nos permitió ubicar las dinámicas contemporáneas de los pueblos indígenas en procesos históricos de larga duración. Sin utilizar el lenguaje ahora en boga de “descolonizar la currícula”, su docencia siempre tenía la intención de abrir los horizontes epistémicos más allá de los saberes de Occidente. Con este interés enseñó con colegas del departamento de historia de Stanford el curso “El mundo fuera de Occidente”, así como el curso introductorio para estudiantes de primer año que se llamaba “Encuentros”, en el que se cuestionaba el origen monocultural de los Estados Unidos, abordando la diversidad que ha tenido esa nación y reconociendo el colonialismo interno que seguía prevaleciendo con relación a pueblos nativo-americanos, afrodescendientes, mexico-americanos, entre otros. Tuve la suerte de ser su asistente en este curso y aprender de su forma dinámica e irreverente de enseñar, y de incluir materiales diversos como audiovisuales, arte gráfico, ópera y poesía entre sus textos obligatorios.
Su vocación latinoamericanista la pudo ejercer ampliamente cuando fue director del Centro de Estudios Latinoamericanos de Stanford (CLAS) entre 1983 y 1990, convirtiendo a Casa Bolívar en un espacio de debates teóricos con profesores visitantes como Rodolfo Stavenhagen, que abrieron aún más a la antropología estadounidense al pensamiento crítico latinoamericano. Como director del Departamento de Antropología (1990-1994) promovió también el ingreso de estudiantes latinoamericanos y fortaleció los vínculos con CLAS para que los estudiantes de antropología pudieran estar expuestos a los debates teóricos de otras regiones del mundo.
En un momento en el que muchos antropólogos marxistas mexicanos habían optado por hacer estudios económicos para entender a nivel macro el capitalismo en las comunidades indígenas, George Collier recuperó sus habilidades de etnógrafo para documentar desde las prácticas culturales y sociales estos impactos. Junto con Jan Rus (1995), y Robert Wassestrom (1984), rompió con las perspectivas ahistóricas de su maestro Evon Vogt, para reconstruir las redes de poder y dominación que el Estado mexicano había construido para controlar a los pueblos indígenas.
En contraste también con las perspectivas idealizadas de las comunidades indígenas que tenían algunos antropólogos críticos mexicanos, las etnografías de las redes políticas y económicas del mundo indígena que documentaron tanto George Collier como Jan Rus (1995), su colega y amigo de toda una vida, fueron fundamentales para entender la formación de cacicazgos indígenas, las expulsiones y desplazamientos que dieron origen a las comunidades indígenas urbanas que hoy habitan en las principales ciudades chiapanecas. Tal vez bajo la influencia de las perspectivas feministas de su compañera de vida Jane Collier, abordó en sus trabajos la manera en que las transformaciones económicas influyeron en los cambios en las relaciones de género y en la pérdida del poder político y ritual de las mujeres en las comunidades tzotziles (Collier 1994).
A nivel metodológico también se adelantó a su tiempo usando computadoras IBM y mapas aéreos —en una época en la que esta tecnología no era de uso común— para mostrar la relación entre los sistemas de parentesco, la estratificación interna de las comunidades indígenas, la formación de cacicazgos y las transformaciones en la tenencia de la tierra.
En 1994, cuando se dio el levantamiento zapatista, sus estudios de larga duración sobre economía política y poder en los Altos de Chiapas le permitieron contextualizar las raíces de este movimiento indígena en el marco de procesos más amplios de dominación y resistencia, en su libro Basta! Land and the Zapatista Rebellion in Chiapas (1994), publicado en inglés el mismo año del levantamiento, y en español un año después (1995).
Este mismo interés por ubicar los estudios de comunidad en la historia y la economía global lo llevaron a analizar el impacto de la guerra civil y posteriormente del franquismo en una comunidad andaluza de la Sierra de Aracena en el sur de España. A través de un minucioso trabajo de archivo e historia oral, reconstruyó la experiencia de los socialistas andaluces antes de la guerra, su casi total exterminio en la guerra civil española y la represión sobre sus familias durante la dictadura de Francisco Franco (1939-1975), en su libro Socialistas de la Andalucía rural: los revolucionarios ignorados de la Segunda República, publicado originalmente en inglés (1987) y más tarde en español (1997). Este trabajo pionero sobre el socialismo rural documentó la desaparición o asesinato de 90 militantes en una comunidad de 600 personas, mostrando al mundo el sangriento legado del franquismo en un momento en el que el pacto de silencio seguía prevaleciendo en España.
Si bien su obra académica inspiró la investigación antropológica de muchos de sus alumnos, fue su calidad humana y su apuesta por construir comunidades académicas la que marcó de manera más profunda a quienes tuvimos el privilegio de tenerlo como maestro y tutor. Confrontando la cultura individualista que promovía una academia neoliberal en la década de los noventa, George y Jane Collier nos invitaban a trabajar en colectivo, a apoyarnos en la escritura y hacer trabajo de campo juntos cuando esto era posible, como fue el caso mío y de mi colega y amiga Liliana Suárez Návaz, entre migrantes norafricanos en Granada. Fue en 1990, en el marco de este trabajo de campo, que Liliana, Ramón González Ponciano, y yo, pudimos visitar a George y Jane en Linares de la Sierra, la comunidad que ellos llaman en sus libros “Los Olivos”, y constatar el cariño y respeto que estos campesinos andaluces tenían por nuestros maestros décadas después de su primer trabajo de campo en los años sesenta. Sus estrategias para construir comunidad se extendían más allá de las aulas, compartiendo y conectando sus diversos mundos.
Su casa en San Francisco se convirtió en un espacio de reunión en donde George cocinaba para sus estudiantes recetas españolas con un cariño y una destreza que hicieron esas memorias culinarias unos de los recuerdos mas entrañables de nuestra generación. En estas comidas mensuales fuimos construyendo una comunidad académica y afectiva, que 34 años más tarde sigue reconectándonos desde San Petersburgo, Chennai, Madrid, México, Irvine y Boston. Hoy somos muchos y muchas las que lloramos su partida, pero también celebramos su vida y agradecemos la manera en que marcó nuestras trayectorias. Jane Collier, su compañera de vida de más de sesenta años, se queda acompañada en este duelo por su hija Lucy y sus nietos, Owen, Mary Fiona, Scarlett y Kamron, pero también por una gran familia transnacional que ambos construyeron.
Referencias citadas
Aguirre Beltrán, Gonzalo
1967 Regiones de Refugio, México, D. F., Instituto Nacional Indigenista.
Collier, George A.
1976 Planos de interacción del mundo tzotzil: Bases ecológicas de la tradición en los Altos de Chiapas, México, D. F., Instituto Nacional Indigenista [original en inglés, 1975].
1989 «Estratificación indígena y cambio cultural en Zinacantán, 1950-1987″, Mesoamérica, Cuaderno 18, pp. 427-440.
1990 Seeking Food and Seeking Money: Changing Productive Relations in a Highland Mexican Community, United Nations Research Institute for Social Development, Discussion Paper #11, May 1990, Ginebra, UNRISD.
1994 «The New Politics of Exclusion: Antecedents to the Rebellion in Mexico», Dialectical Anthropology, vol. 19, pp. 1-44.
1995 ¡Basta! Tierra y la rebelión zapatista en Chiapas, San Cristóbal de Las Casas, La Maestría en Antropología Social, Universidad Autónoma de Chiapas [original en inglés, 1994].´
1997 Socialistas de la Andalucía Rural: los revolucionarios ignorados de la Segunda República, Madrid, Anthropos [original en inglés, 1987].
Collier, George, Renato Rosaldo y John Wirth (eds.)
1982 The Inca and the Aztec States, 1400-1800: Anthropology and History, Nueva York, Academic Press.
Hewitt de Alcántara, Cynthia
1988 Imágenes del campo: La interpretación antropológica del México rural, México, D. F., El Colegio de México [original en inglés, 1984].
Rus, Jan
1995 «La Comunidad Revolucionaria Institucional: La subversión del gobierno indígena en los Altos de Chiapas, 1936-1968», en Juan Pedro Viqueira y Mario Humberto Ruz (coords.), Chiapas: Los rumbos de otra historia, México, D. F., UNAM-CIESAS-CEMCA-UAG, pp. 251-277.
Wasestrom, Robert.
1983 Class and Society in Central Chiapas, Berkeley, University of California Press.
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