Ana María Parrilla Albuerne[1]
Facultad de Humanidades, Unicach
Tras la rebelión de 1712 el presidente de la audiencia de Guatemala mandó pintar este cuadro con la finalidad de que los indios no olvidaran su derrota «Lienzo de la presentación de la Virgen en el templo – Cancuc», proporcionada por Juan Pedro Viqueira.
En los próximos días, el 14 de septiembre de 2024, se cumplen doscientos años de la federación de Chiapas a México. Pareciera una más de entre todas las conmemoraciones que se realizan en torno a fechas destacadas de la historia mexicana. Sin embargo, el proceso mediante el cual los chiapanecos en 1824 tomaron esta decisión no fue sencillo y tuvo ciertas peculiaridades con respecto a otros territorios de los que conformaban la nueva nación mexicana. El desarrollo de estos acontecimientos ha sido tratado por diversos autores que han trazado las relaciones de Chiapas con y dentro de la nueva federación mexicana, así como las luchas internas, las dudas y negociaciones que se sostuvieron dentro de su territorio. A pesar de todo lo trabajado y abordado aún quedan pendientes algunos temas.
La caracterización que se ha hecho del territorio chiapaneco, a lo largo de la etapa colonial y los primeros años independientes, ha repercutido negativamente en el interés que por él han mostrado los historiadores, al menos hasta 1994, cuando el levantamiento armado del EZLN puso a Chiapas en la mira nacional e internacional. No tenemos aquí el espacio suficiente para analizar esta situación, pero baste decir que el territorio que hoy conocemos como Chiapas fue considerado pobre en los primeros años de la Colonia, por carecer de metales preciosos que pudieran ser extraídos, y posteriormente porque no se logró generar un producto que de manera extensiva permitiera una comercialización provechosa para la Corona española. Sin embargo, pronto fue evidente para los conquistadores llegados a tierras chiapanecas que la verdadera riqueza de la zona era la gran cantidad de mano de obra disponible para cultivar la tierra. Thomas Benjamin (1995), hablando ya del siglo XIX, utilizó en el título de su obra la expresión “tierra rica, pueblo pobre”. La tierra chiapaneca no se volvió rica de la noche a la mañana, sino que los intereses gubernamentales y económicos habían cambiado considerablemente. Si algo no cambió fue la existencia de una mano de obra mayoritaria viviendo en la pobreza, un tema al que bien valdría regresar con más calma en otra ocasión.
Aunque, como algunos autores han señalado, la proclamación de la Independencia y la secesión de Guatemala entre agosto y septiembre de 1821, y el desacuerdo dentro de su territorio sobre la adscripción de la provincia a una u otra nación aledañas, “solo se puede comprender a cabalidad si se tiene presente su relación con el establecimiento de los ayuntamientos constitucionales” (Vázquez, 2010: 84). Considero que este proceso comenzó antes de 1821 y no estuvo únicamente ligado al establecimiento de los ayuntamientos constitucionales, sino que tiene su antecedente en acontecimientos y factores que se desencadenaron desde el siglo XVIII.
Fue a lo largo del siglo XVIII cuando Chiapas adquirió ciertas características que definieron su futuro: conformación demográfica con una mayoría indígena frente a una minoría de peninsulares y un creciente número de ladinos, un fuerte antagonismo entre diferentes grupos étnicos, y una marcada debilidad de las instituciones locales. De esos tres aspectos, indudablemente relacionados, me ceñiré a la conformación social y su papel durante los años previos a la Independencia.
La sociedad chiapaneca del siglo XVIII
Con la llegada de los conquistadores españoles a la Depresión Central de la provincia chiapaneca se produjeron una serie de cambios que impactaron negativamente en las poblaciones existentes. Una fuerte caída demográfica, en gran medida provocada por los contagios y epidemias de enfermedades desconocidas en América, estuvo acompañada del acaparamiento de tierras por los españoles recién llegados y la explotación extrema de la mano de obra india (Viqueira, 2016: 219). Otras provincias, como la de los zoques o los zendales, se vieron menos afectadas, ya fuera por su propia conformación geográfica, sus tierras aparentemente menos productivas o por su clima poco atractivo para los recién llegados.
Las relaciones entre españoles, minoritarios, e indios, mayoritarios, fueron hasta 1712 extremadamente difíciles y complejas, y la rebelión de Los Zendales, sin duda las agravó. El levantamiento estalló en la región fisiográfica conocida como las Montañas Mayas, que incluía los partidos de Los Zendales, Coronas y Chinampas, y Guardianía de Huitiupán. Fueron 28 pueblos sublevados. Este movimiento finalizó en unos meses, pero las medidas tomadas por las autoridades españolas con el fin de que el hecho no se olvidara fueron extremadamente violentas: destrucción del pueblo de Cancuc, ejecución de cien indios cabecillas de la rebelión y exposición de partes de sus cuerpos en la plazas públicas, fortalecimiento del culto a la Virgen de la Candelaria mediante misas que se repitieron cada 21 de noviembre hasta 1960 (incluso se volvió a sacar en procesión en 1994 para solicitar el final del levantamiento zapatista), y, por último, el traslado de diversos pueblos, que habían llevado el liderazgo en el levantamiento, a zonas mejor controladas por las autoridades desde la cabecera (Viqueira, 2016: 12-37).
En 1712, los cambios ocasionados por lo conquista española eran evidentes. La alcaldía mayor de Ciudad Real estaba constituida por pueblos de indios y una ciudad de españoles, Ciudad Real (hoy San Cristóbal de Las Casas), núcleos de población a los que se añadían las haciendas, dominadas por los dominicos y algunos españoles miembros de la élite. Sin embargo, el antagonismo cultural entre españoles e indios fue insalvable, creando dos mundos separados. Como nos indica Viqueira, “la oposición entre naturales y españoles no fue vivida, pues, en términos de conflicto de intereses entre distintos grupos sociales, sino como la confrontación de dos mundos culturales incompatibles entre sí” (1995: 222).
A las dificultades de convivencia entre indios y peninsulares, se vino a sumar la población ladina, compuesta por negros,[2] mulatos, castizos,[3] mestizos,[4] entre otros. José de Scals, visitador enviado a la alcaldía mayor de Ciudad Real, retrata estupendamente en su informe de 1690 la situación que se vivía en la alcaldía con respecto a la población y sus calidades: señalaba la cantidad de embarazos de niñas solteras de 13 años, el asentamiento de los nuevos matrimonios en los pueblos de las madres (contraviniendo la legislación que ordenaba a los matrimonios permanecer en el pueblo del padre), que los hijos de matrimonios entre india y negro o mulato se denominaban como laboríos, que se declara mestizos a los hijos de una madre soltera y también a los que, siendo de matrimonio, parecen hijos de español por el aspecto. Dice Scals: “en esta provincia de los zoques, a todos declararía yo por mestizos, porque les hallo y veo de aspectos blancos y mejor agestados que en otros parajes”. También se declaraban mestizos a todos los huérfanos hijos de indios que se quedaban en la hacienda al cuidado de un español.[5] Esta exposición no hace más que evidenciar que la asignación de la calidad no se hacía solamente por cuestiones raciales, sino que existían otros factores a tener en cuenta.
En este documento se indica una cuarta calidad, la de laborío. En un principio los laboríos eran indios que habían roto su relación con su pueblo de origen y solían trabajar en estancias y haciendas de españoles, aunque debían pagar un tributo que fue variando a lo largo del tiempo. Fue precisamente en las haciendas donde las indias, que llegaban allí a trabajar, o incluso eran hijas de estos primeros laboríos, comenzaron a casarse con los negros o mulatos que trabajaban allí. Así, como señalan Obara-Saeki y Viqueira, los laboríos fueron convirtiéndose en una “calidad” como cualquier otra —hijos de matrimonio entre india y negro o mulato—, salvo que pagaban menos impuestos que un tributario indio (he aquí una de las causas por las cuales era más conveniente declararse laborío y no indio). Al contrario, cuando, a principios del siglo XIX, las haciendas tuvieron un fuerte desarrollo, los indios se fueron a vivir a ellas como sirvientes, pero la Real Hacienda les exigió seguir tributando en sus pueblos de origen con el mismo monto, de manera que aparecen indios arraigados a pueblos que tributan como laboríos y peones de haciendas que lo hacen como indios de pueblo (2017: 171-172).
Por otro lado, el término ladino tuvo una connotación especial que puede observarse hasta hoy en día. Cuando un visitante llega al Archivo General de Centro América le solicitan que se registres en un libro, en el cual existe un apartado para filiación étnica. Aún muchas personas indican ser “mestizos” o “ladinos”.
Durante la etapa colonial, los ladinos o mestizos no querían ser indígenas, y ni siquiera estaban obligados a tributar, lo que les daba libertad para ir de un lugar a otro. Estas características hicieron que la relación entre indios y pardos no fuera buena; la Corona había intentado que ambas calidades no se unieran pero el aumento de la población experimentado en el siglo XVIII y la consiguiente presión sobre la tierra hizo que finalmente esto no fuera posible. La prueba evidente es que, tanto en Chiapas como en el resto de la audiencia de Guatemala, se tiene certeza de la creación de cabildos de ladinos o mulatos. En efecto, en el Soconusco se produjo un caso que ilustra muy bien la situación cuando en 1793 los indios de Tonalá, un pueblo de la costa, solicitaban a las autoridades que devolvieran sus varas a los mulatos, a los que los indios denominan ladinos cuando testificaban.
El pueblo de San Francisco de Tonalá [ve] la necesidad que hay en este pueblo de que el gremio de mulatos tenga cabildo y casa de ayuntamiento para el buen arreglo, gobierno y mejor dirección de dichos mulatos [porque] no tienen sujeción ni gobierno y que cada uno de ellos desobedecen los superiores mandatos por no tener cabeza de su gremio que les haga obedecer como es el que asistan los muchachas y muchachos a la escuela y doctrina.[6]
En pocas palabras los ladinos no reconocían la autoridad de los gobernadores indios, pero además no cumplían con las cargas impuestas por los representantes reales, lo cual creaba una situación de desequilibrio entre los gremios.
En cualquier caso, en la segunda mitad del siglo XVIII, según el censo de 1778, Chiapas contaba con un alto porcentaje de población india (alrededor de 81.57%), un número escaso de españoles (en torno a 1.92%) y una creciente población ladina (10.8% aproximadamente). Hacia finales de la etapa colonial en los centros más importantes, como Ciudad Real, Tuxtla, Comitán, y Rivera del Blanquillo, la población ladina había creído exponencialmente. Por ejemplo, en Socoltenango se pasó de una población ladina del 15% al 40%. Si lo vemos desde la perspectiva de toda la Audiencia, a finales de la colonia en el Reino de Guatemala una tercera parte de la población era ladina (Obara-Saeki y Viqueira, 2017).
Conclusión
La historiografía que aborda los años anteriores y posteriores a la proclamación de la Independencia en el Reino de Guatemala y la Nueva España, tomando como eje vertebrador el proceso de creación del Estado-Nación, es sumamente extensa. En ella comprobamos cómo la formación del Estado moderno comenzó desde la segunda mitad del siglo XVIII. Sin embargo, y pese a los grandes avances que se han realizado, son pocos los investigadores que se han centrado en el estudio de los cambios sociales a ras de suelo, es decir, desde los grupos culturales que habitaban cada uno de los territorios que constituirían posteriormente la Federación Mexicana. Aún quedan por comprender a cabalidad ¿cómo se conformaba la sociedad chiapaneca? ¿qué grupos sociales la constituían? ¿cómo se relacionaban? ¿cómo se adscribían los individuos a estas calidades? ¿como evolucionaron? No cabe duda de que el trabajo realizado por Tadashi Obara-Saeki (2010), centrado en el área chiapaneca —encabezada por Chiapa de Indios, junto a los pueblos de Acala, Chiapilla, Suchiapa, Ostuta y Pochutla— en los años previos a 1813, es un ejemplo para investigaciones futuras.
Aunque se ha repetido incesantemente que la insurgencia no tuvo ningún impacto en la Intendencia de Ciudad Real, creemos que puede demostrarse que este movimiento detuvo o propició la toma de decisiones en diferentes segmentos de la población. Tres características[7] definirán el periodo: desconfianza, hacia unas autoridades que no lograron defender el territorio de la intendencia de los embates del enemigo asentado en Oaxaca, posibilidades de negociación frente a las novedades emanadas de Cádiz, y el nacimiento de ideologías defensoras de posiciones independentistas que, en el caso de muchos criollos, no iban de la mano de los preceptos gaditanos de igualdad y ciudadanía.
La insurgencia permitió no sólo que los indios manifestaran su inconformidad ante la aplicación de ciertas medidas fiscales, como señala Guillén Villafuerte (2021), sino que además preparó el escenario para la aplicación de un constitucionalismo poco deseado, pero imposible de frenar, en los ayuntamientos de las poblaciones más fuertes, que lucharon por conquistar o mantener las jurisdicciones conquistadas. Ahora bien, la transformación no fue abrupta, sino que tanto indios como ladinos y españoles debieron adecuarse al nuevo rasgo homogeneizador, el de ciudadanía, mediante el cual muchos antiguos miembros de diversas calidades tenían derecho a elegir a sus representantes. Sin embargo, en Chiapas, un espacio de mundos paralelos, se evidenció por años el poco interés que indios y criollos, ladinos e indios, tuvieron por traspasar sus propias fronteras.
Bibliografía citada
Benjamin, T. (1995). Chiapas: tierra rica, pueblo pobre: historia política y social. Grijalbo.
Obara-Saeki, T. (2010). Ladinización sin mestizaje. Historia demográfica del área chiapaneca, 1748-1813. Consejo Estatal para la Cultura y las Artes (Chiapas) / Ayuntamiento Constitucional de Chiapa de Corzo.
Obara-Saeki, T. y Viqueira Alban, J. P. (2017). El arte de contar tributarios. Provincia de Chiapas, 1560-1821. El Colegio de México.
Parrilla Albuerne, A. M. (2022). “¡Ya se oye resonar…! Antecedentes para entender el proceso de independencia en Chiapas, 1800-1821.” En D. Piñera Ramírez (coord.), Diversidades regionales en los procesos de consumación de la Independencia en México (pp. 327-359). Universidad Autónoma de Baja California / Academia Mexicana de la Historia / Ediciones ILCSA.
Vázquez Olivera, M. (2010). El Imperio Mexicano y el Reino de Guatemala. Proyecto político y campaña militar, 1821-1823. Fondo de Cultura Económica.
Viqueira Alban, J. P. (1995). “Las causas de una rebelión india: Chiapas, 1712.” En J. P. Viqueira y M. H. Ruz (eds.), Chiapas: Los rumbos de otra historia (pp. 219-236). Universidad Nacional Autónoma de México / Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social / Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos / Universidad de Guadalajara.
Viqueira Alban, J. P. (2016). “Memorias históricas e identidades contrapuestas: el caso de la rebelión de los Zendales de 1712 en Chiapas.” Revista Mundaú (1), 12-37. https://doi.org/10.28998/rm.2016.n.1.2195
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Correo electrónico: ana.parrilla@unicach.mx ↑
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Archivo General de la Nación (AGN), “Declaración de una mujer, de 38 años de edad, sobre una mujer negra que dice saber unas oraciones para sacarle el diablo a las personas, 1628”, México, Inquisición, 706, expediente 46, f. 379r. Recuperado del Corpus Diacrónico y Diatópico del Español de América, de la Academia Mexicana de la Lengua (Cordiam), https://www.cordiam.org ↑
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AGN, “Declaración de un hombre español, vecino de esta ciudad, contra una mujer morisca por usar polvos para quitar las hechicerías, 1693”, México, Inquisición, 684, expediente 65, ff. 511r512v. Recuperado del Corpus Diacrónico y Diatópico del Español de América, de la Academia Mexicana de la Lengua (Cordiam), https://www.cordiam.org ↑
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AGN, “Denuncia de un sacerdote contra una mestiza criada por haber puesto un sapo en una toalla como si fuera un embrujo”, México, Inquisición, 817, 2a parte, ff. 543r-544r. Recuperado del Corpus Diacrónico y Diatópico del Español de América, de la Academia Mexicana de la Lengua (Cordiam), https://www.cordiam.org ↑
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Archivo General de Indias (AGI), “El licenciado don José de Scals da cuenta a vuestra magestad”, Guatemala, 215, f. 8. ↑
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Archivo General de Centro América (AGCA), “Sobre la necesidad de devolverles las varas a los mulatos de Tonalá”, Ciudad Real 1793. A1, Chiapas, legajo 50, expediente 569. ↑
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Un tratamiento a fondo de ellas puede ser leído en Parrilla (2022). ↑