Vanessa Maldonado Macedo
CIESAS-CDMX | juliana.maldonado@gmail.com
Imagen cortesía de El Colegio de la Frontera Sur
I. Las caravanas migrantes centroamericanas forman parte de la conformación de un movimiento migratorio que ha tomado fuerza en los últimos años. La articulación de migrantes en tránsito por México en Caravanas comenzó en el año 2010, cuando personas migrantes provenientes de Centroamérica, acompañadas de personas activistas, religiosas y defensoras de derechos humanos, organizaron de manera anual “caravanas” y “viacrucis migrantes”. Esta organización social responde a diversos factores, entre ellos, es una respuesta al fortalecimiento de la securitización y criminalización de las migraciones irregularizadas,[1] y a que México se ha convertido en una fosa y geografía de desapariciones para las personas migrantes precarizadas. De esta manera, estos movimientos migratorios masivos y en colectivo representan seguridad, autocuidado y también un acto político que pone de manifiesto la apropiación de las personas a su derecho de movilidad y libre tránsito.
Las caravanas, así como otras acciones colectivas y de organización que las y los migrantes llevan a cabo, por un lado ponen de manifiesto la agencia y la autonomía migratoria, y por otro lado expresan un desafío al Estado necropolítico y a la fronterización del país; subvirtiendo así el sitio que se les ha otorgado en el campo de las migraciones, ligado, la mayoría de las veces, a una construcción de sujetos sin capitales, sin agenciamientos y representados como sujetos de derechos sólo en función de la victimización o de las violencias que han vivido.
Mi trabajo de campo realizado en el Soconusco –en la frontera México-Guatemala– acompañando estas caravanas en el año 2018-2019, y con mujeres cis y trans trabajadoras sexuales migrantes irregularizadas, me permitió observar cómo se corporizan e institucionalizan las violencias estructurales, así como explicar de qué formas estas violencias atraviesan los proyectos migratorios de las personas empobrecidas, racializadas y discriminadas por su identidad y expresión sexual y de género.
Foto: Vanessa Maldonado, Tijuana, 2019.
II. La conocida como primera “Gran Caravana Migrante Centroamericana” salió de Honduras el día 13 de octubre de 2018 y arribó a México cuatro días después. Desde esa fecha se han organizado numerosas caravanas en la región centroamericana, principalmente en Honduras y en Tapachula, México. Algunas de ellas han logrado desafiar los controles fronterizos, los cuerpos policiacos, militares, agentes de migración y la necropolítica migratoria; que bajo el pretexto de seguridad nacional -lucha contra las drogas, el tráfico y la trata de personas- y de los acuerdos internacionales sobre migración “segura, ordenada y regular”, los Estados han militarizado México y Centroamérica, convirtiendo a ciertos sujetos en amenazas criminales racializadas.
El tránsito migrante de las mujeres trans
El tránsito migrante comienza en los lugares de origen, las mujeres trans tienen diversas razones para decidir cambiar de geografía, algunos son: querer vestirse de mujer sin ser detenida, encarcelada o criminalizada por ello, como sucede en Cuba. En Honduras y Guatemala las mujeres trans huyen de la violencia dentro de sus grupos familiares transfóbicos o del repudio y acoso que pueden vivir en su comunidad. También hay quienes escapan de las violencias transfeminicidas que ejercen las pandillas y el cobro de piso que exigen a las mujeres trans trabajadoras sexuales. Aunque ellas, las que son trabajadoras sexuales, también migran para expandir la geografía de su trabajo.
En este texto presento dos fragmentos de historias de mujeres trans interlocutoras de mi investigación, quienes reflexionan sobre las violencias que atraviesan a los cuerpos de mujeres trans migrantes por México. Primero aparece Estrella, de 30 años, y más adelante Daniela, de 22, ambas son originarias de La Ceiba, Honduras, son trabajadoras sexuales y migrantes internacionales.
Estrella resume una parte de las dimensiones sociales y estatales que producen el estigma y el mandato heterosexual, subrayando las discriminaciones, exclusiones y el no acceso a derechos de la comunidad trans:
En Honduras las trans somos personas muy vulnerables porque se nos han negado muchos derechos, como el derecho a la educación, el derecho a una vivienda digna, el derecho al trabajo y el derecho a atenciones médicas. Se nos han negado esos derechos por ser físicamente femeninas, pero con un miembro varonil. […] No tienes ni derecho al matrimonio, y yo no me he casado porque en Honduras, legalmente no se pueden casar personas del mismo sexo, pero sí he vivido en unión libre. Y decir libre, es sólo un decir, porque socialmente pareciera un delito, se vive mucha discriminación. Por ejemplo, si yo salgo a un lugar público me silban, me hacen burlas y bullying a mí y a mi pareja, sólo por el hecho de estar juntos. (entrevista con Estrella, Tijuana, México, 08/07/2019)
La transfobia que opera en cada una de sus relaciones sociales, sumado a las violencias estructurales, Estatales e institucionales atraviesan sus proyectos de vida y migratorios, sin embargo, la movilidad internacional no se reduce a esas violencias. Las mujeres trans también migran porque quieren viajar, descubrir otra vida, otro mundo, otros idiomas, otros hombres y otros cielos.
Desde la primera gran caravana, miles de personas reunidas por anhelos colectivos se han autoorganizado para emprender un variopinto camino hacia diversos nortes, algunas personas se han quedado en Guatemala, otras habitan en diversos estados de México, otras han llegado a Estados Unidos, Canadá o Europa –algunas solicitando asilo–, y otras, de las que aún no tenemos cifras, han sido desaparecidas en la geografía mexicana.
El andar de las y los migrantes caravaneros y su lucha colectiva por la vida ha estado marcado por la fuerza, la dignidad, y la diversidad. La composición diversa de ese colectivo va más allá del origen étnico, es también etaria, de sexo, capacidades/discapacidades, colores de piel y adscripciones identitarias y sexuales. Es así que en cada una de estas caravanas hubo presencia de grupos LGBTI+ organizados no homogéneos, con tensiones internas, pero que juntes construyeron comunidad, colectividad y redes de cuidado y cariño dentro de estos movimientos migratorios.
La mayoría de estos colectivos viajaban con una bandera arcoíris (símbolo del orgullo LGBTI+), otras portaban la bandera azul, blanco y rosa que representa el orgullo trans. El uso de estas banderas fue una forma de distinción y autorrepresentación, que como explica Daniela, es una forma de decirle al mundo “aquí vamos las mampas”[2], es decir, una estrategia colectiva de enunciamiento, de ser y hacer comunidad.
Las mujeres trans fueron parte de esa amplia comunidad LGBTI+ migrante y sus experiencias migratorias tienen especificidades, ser mujer trans en un sistema heteropatriarcal, transfóbico y colonial marca las múltiples y diversas vivencias de opresión y violencias en su vida cotidiana y en su trayecto migrante. Pero también ser mujer trans implica otras formas de resistencia y trans-gresión al deber ser de género hegemónico. Ellas, abrazando y politizando sus identidades sexogenéricas no normativas, movilizan también sus agencias micropolíticas, transforman su vida en planos cotidianos y con ello, generan implicaciones de transformación social amplia.
Las personas migrantes irregularizadas, empobrecidas y racializadas que el Estado mexicano insiste en “ordenar y controlar”, son migrantes que en su tránsito por la geografía mexicana corren riesgos de ser desaparecidas, asesinadas, torturadas, discriminadas o extorsionadas. Este orden y control opera como una forma de violencia institucional; es una violencia de Estado que criminaliza selectivamente a ciertos migrantes mediante leyes y reglamentos migratorios, y bajo un aparato policiaco militarizado, que criminaliza por color de piel, etnicidad, estereotipos raciales, idioma, expresiones sexuales y de género. Esta criminalización selectiva provoca situaciones de riesgo para las personas en tránsito irregularizado, paradójicamente, el principal riesgo para las migraciones irregularizadas son las violencias producidas por el mismo Estado, ya sea directa o indirectamente.
Para transitar por la violencia y atravesar el territorio mexicano convertido en una gran fosa clandestina, las mujeres trans migrantes generan diversas estrategias de tránsito, seguridad y autocuidado. Entre estas estrategias están: tejer redes con ONG y organismos de defensa de derechos humanos; contratar a personas “facilitadoras” de la migración (“polleros”); solicitar asilo y/o visa humanitaria; intentar siempre viajar en colectivo y en caravanas; escuchar permanentemente su intuición. Para algunas de ellas, el ejercicio del trabajo sexual es como una fuente material de ingresos económicos y, al mismo tiempo, como un espacio potenciador de redes sociales y afectivas transnacionales.
La violencia de Estado en el control de la movilidad es un asunto de injusticia social, que mujeres trans participantes de las caravanas migrantes han denunciado en sus propias redes sociales, en los medios de comunicación que les entrevistan o con académicas que les acompañamos en distintos procesos. No es que la violencia de Estado sea la única que viven en México, ni la más visible, pero es importante señalar cómo el Estado les victimiza y criminaliza para construirlas como sujetos deportables.
Durante la primera y segunda caravana migrante, las personas que lograron cruzar el despliegue policiaco en la zona fronteriza de México con Guatemala, se encontraron en los caminos chiapanecos con mujeres y hombres que salían al pie de la carretera a aplaudir, o que se instalaban afuera de sus viviendas con garrafones de agua o comida para compartir a las y los caravaneros, aunque lo más emocionante era escuchar los aplausos y uno que otro grito de “bienvenidos”.
Mientras estas personas les recibían con asombro, solidaridad y afecto, el Estado les recibió con una política migratoria de muerte que construye a los migrantes precarizados y racializados como un enemigo del que hay que proteger al país. Un excesivo despliegue policiaco con miles de elementos de las fuerzas armadas de México, Secretaría de Marina, Policía Federal, e Instituto Nacional de Migración, les recibieron con un despliegue de violencia.
La regulación estatal de las fronteras tiene varias dimensiones y especificidades, la constante mundial es que mientras a los mercados y capitales se abren para la circulación e intercambio, para ciertos flujos migratorios empobrecidos están restringidas. En México no existe una política migratoria integral e incluyente, sino que a través del discurso de “seguridad nacional”, “justicia de género” y “protección a migrantes y sus derechos humanos”, opera un dispositivo de gubernamentalidad (Foucault, 1991) para el disciplinamiento de ciertas conductas sexuales y de la movilidad humana racializadamente, utilizando el miedo, los engaños, la persecución, la violencia policial, el encarcelamiento y la deportación como una forma de gobierno de las migraciones. En seguida Daniela narra cómo vivió esas violencias del Estado en su llegada a México con la segunda caravana migrante en octubre de 2018:
En las negociaciones en la frontera Guatemala-México, las autoridades mexicanas dijeron que nos iban a dejar pasar. Pero fue un engaño, igual que nos engañaron después […]. Luego de que ya habían comenzado los enfrentamientos, [la multitud] comenzó a mover un portón grandote que está del lado de territorio mexicano, lo movían, lo movían hasta que lo tiraron. Ahí comenzó otra corredera. Y yo le dije a estas (éramos 6 que veníamos juntas desde La Ceiba, Honduras) –¡corran, no se separen! [En ese momento] comenzaron a aventarnos bombas lacrimógenas los [policías] federales. Yo ahí tenía mi toalla mojada que la usé para poder respirar. Pero la primera bomba sí la respiramos toda ¡qué feo eso! Se te va todo el oxígeno y sientes como que te corta la garganta y los ojos […] Luego tiraron otra bomba bien cerca de donde había un bebé de 7 meses con su mamá y le tuve que dar mi toalla mojada para que lo tapara, en estos casos una toalla mojada sirve para respirar menos el gas ese. Los policías le dieron con las bombas a todos, a niños, niñas, y hasta los vendedores que no eran migrantes. […]
En ese relajo, los de migración y los federales nos gritaban que nos subiéramos a los buses, que nos llevarían a un albergue en México donde estaríamos muy cómodos, que nos darían comida y podríamos cargar nuestros teléfonos. Ahí la gente ya quería cargar su teléfono y comunicarse con su familia. Gritaban “primero las mujeres, los hombres siéntense en el puente”. Y nosotras pensábamos ¿vamos con las mujeres o con los hombres? Entonces primero hicimos fila con las mujeres. […] Les dije [a las otras trans], –oigan locas ¡vámonos, ya no hay que seguir aquí, a donde nos lleven, vamos! En ese momento subimos todas las locas al bus. Todo porque ahí estaban lanzando bombas lacrimógenas, ya no queríamos seguir recibiendo toda esa violencia y todo se podía poner peor. Cuando vieron que las locas subimos, empezó a subir más gente y bus tras bus se comenzaron a llenar. Al final no sé cuántos se llenaron. En el bus cuando preguntamos a los del INM a dónde nos llevaban, los malditos decían que no sabían, pero sí sabían. Nos llevaron a la estación migratoria y nos metieron presas […], a nosotras nos metieron al área de hombres. Y yo ahí ya no les firmé nada de quedarme, porque yo quería meter conmigo mi teléfono, mi cargador, mi maletita y mis condones, pero no nos dejaron. Dijeron que tenía que dejar guardado todo. Pero para entonces ya me tenían detenida y tuve que dejar todo.
Lo que sí exigí es que yo no quería estar donde estaban todos los hombres porque iba a recibir discriminación y bullying, porque mucha de la discriminación que hemos recibido es de las mismas personas centroamericanas de nuestros países. “Exijo que me lleven a otro lado”, les dije. Me contestaron que al área de mujeres no nos podían llevar, les contesté: “pues déjenme en el patio si quieren.” Y entonces nos llevaron al área de familias. Ahí estuvimos varios días presas […] y cada día llegaban más y más personas. Había muchas jotas presas. Un día agarraron a una cogiendo, porque la vieron por las cámaras y a partir de ahí nos encerraron con llave, entonces ya estábamos doblemente presas […]. (entrevista con Daniela, Tapachula, México, 06/03/2019)
Daniela estuvo privada de su libertad en una estación migratoria en Tapachula durante varios días, logró salir al solicitar refugio en la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar). Luego de meses de espera, el refugio fue positivo, pero el Instituto Nacional de Migración (INM) sin ninguna razón ni respaldo jurídico le negó el derecho a seguir su trámite de la tarjeta de residencia. Ella planeaba quedarse a vivir en Tapachula, pero estas circunstancias de discriminación e impunidad institucional en la máquina burocrática de México la llevaron a Estados Unidos, en donde actualmente es solicitante del refugio que le negaron en México.
En esta narración de Daniela se reflejan algunas de las violencias más evidentes que viven las mujeres trans migrantes, la primera es el empobrecimiento y exclusión laboral de una población, que se ve orillada a migrar en estas condiciones por una región natural-histórica, pero que ha sido separada por los Estados-Nación (Estados que además sistemáticamente han negado derechos a las poblaciones trans). También observamos además de la violencia policial hacia las mujeres trans migrantes, la sistemática masculinización y el no reconocimiento de su identidad, y el conservadurismo sobre el cuerpo y la sexualidad de las mujeres trans.
El Estado mexicano que insiste en “controlar y ordenar” los flujos migratorios para supuestamente “proteger” a las personas migrantes, es un discurso que pierde todo sentido en las experiencias como la de Daniela (y otras tantas mujeres trans), que lejos de protegerlas, las violenta y las sitúa en condiciones de riesgo. Las experiencias de Estrella y Daniela funcionan como un caleidoscopio de las disposiciones de las violencias estructurales y estatales desplegadas en la construcción de leyes y políticas migratorias mexicanas que criminalizan la desigualdad, el empobrecimiento y la disidencia sexual o política. Son una ventana a la vivencia del Estado biopolítico, expresado en instituciones burocráticas y policiales de control y represión social, en donde la perspectiva de género o de derechos humanos, es ficticia.
Bibliografía
Álvarez, Soledad (2017), “Legados de la primera inmersión en el campo. Desmantelando preconcepciones del sentido común, la selectividad nacionalista, y politizando la etnografía del tránsito migratorio irregularizado”, en Micropolíticas de la violencia Reflexiones sobre el trabajo de campo en contextos de guerra, conflicto y violencia, París, Cuadernos de Trabajo de Meso, pp. 45-56.
Aquino, Alejandra, Amarela Varela, Frédéric Decosse (coords.) (2013), Desafiando fronteras. Control de la movilidad y experiencias migratorias en el contexto capitalista, Oaxaca, Frontera Press.
Foucault, M. (1991), Obras esenciales, vol. III Estética, ética y hermenéutica, Barcelona, Paidós.
- Con migración irregularizada, siguiendo a Soledad Álvarez (2017), hago referencia a centrar el problema en las políticas de control migratorio como productoras de la irregularidad que provienen de un régimen de control fronterizo global y que tiene además una funcionalidad sistémica de “producir sujetos irregularizados y desechables […], elemento nodal del capitalismo neoliberal contemporáneo” (p. 54). ↑
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Mampo-mampa. Adjetivo con el que se les denomina a las personas homosexuales o gays en la región del Soconusco chiapaneco. Si bien en las relaciones sociales cotidianas es despectivo, algunes integrantes de la comunidad lo han subvertido y así se autodenominan afectiva y políticamente. ↑