Entre la utopía y la realidad agroecológica en Agua Caliente: pasos y retrocesos en la reconfiguración agroalimentaria local

Everardo Pérez Cárdenas[1]
EPEREC.CO

No se trata de producir alimentos en grandes cantidades y exportarlas, sino de entender y comprender que nuestra relación con los alimentos es económica, política, social, emocional, espiritual y comunal. Esto es, los alimentos no son productos o mercancías, sino parte constitutiva de nuestra relación con la madre tierra, pues de dicha interacción nace toda cultura.

Foto de K. Julieta Herrera


El documento que tienen en sus manos es producto de la reflexión constante sobre lo que he experimentado en los últimos seis meses como técnico social en huertos escolares en la localidad de Agua Caliente, esto como parte del proyecto No. 319055 del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT). En este breve tiempo, he conocido y vivenciado las formas a partir de las cuales un grupo de personas (mamás, papás, abuelas y abuelos y estudiantes de la telesecundaria de la comunidad) están incorporando la agroecología como parte de su vida. No como una doctrina de fe o como una ciencia incuestionable, sino como una epistemología emancipatoria (Val y Rosset, 2022), que los lleva a repensar su cotidianidad, poniéndola en duda.

En este proceso social y cognitivo he aprendido que es en el trabajo, “la labor”, donde la ruptura con el pasado se hace presente, y donde el futuro se hace manifiesto. Siendo el presente, el momento de crisis existencial o trasfigurativo. Al menos, así me lo han expresado los habitantes de la localidad con quienes he colaborado para implementar un huerto escolar en la telesecundaria de Agua Caliente.

En este tiempo hemos compartido saberes, conocimientos y vivencias sobre la importancia de los huertos escolares en los procesos locales que buscan la soberanía alimentaria, desde una herramienta pedagógica y formativa, hasta un laboratorio en el cual experimentar técnicas y tecnologías colaborativas de producción, pasando por el consumo de alimentos bajo esquemas de economía social y solidaria, de intercambio y comercio justo.

En este tenor, el huerto escolar de la telesecundaria se está configurando como un espacio de encuentro e intercambio de conocimientos. Un lugar donde la duda emerge como motor de cambio, y donde el trabajo físico se conforma como el medio a través del cual las esperanzas toman cuerpo.

En el huerto escolar he visto cómo niñas y niños aplican tanto los conocimientos adquiridos en el aula como los saberes transmitidos por sus mamás, papás, abuelas y abuelos en casa. Desde sacar el área de siembra usando el teorema de Pitágoras hasta usar el nivel de agua y manguera —instrumento empleado por sus padres en la construcción de sus casas— para establecer las terrazas y camas de cultivo, pasando por la reflexión sobre el pasado, presente y futuro para entender el porqué de la problemática de daño renal en la comunidad (Sierra Diaz et al., 2019). Todo ello mediado por “la labor”, puesto que, como señalan Llerena del Castillo y Espinet (2017: 119),

trabajar un huerto [escolar] puede concebirse como parte de un todo mayor [el sistema alimentario local]. Y, por otro lado, significa que es el lugar de la acción, de la transformación (no de la transformación de alimentos, sino del cambio en el sistema). Se propone al alumnado que intervenga, que tome decisiones, que considere el sistema mientras lo cambia.

Así, algunas mamás, papás, abuelas y abuelos visualizan un posible cambio en la salud de sus niñas y niños, dado que ahora todos ellos están aprendiendo a tomar decisiones sobre su cuerpo y su territorio. Si bien hoy las familias que colaboran en la implementación del huerto escolar están en un proceso constante de reflexión sobre el tipo de alimentación que han llevado a lo largo de los años, y sobre sus formas de producción de alimentos (chayote, maíz y agave), aún falta romper con las cadenas ideológicas que la Revolución Verde impuso a mediados de la década de los 80 del siglo pasado.

Para los adultos, el huerto escolar es el laboratorio, el campo experimental o la parcela demostrativa. Sin embargo, esperan ver en él una producción rápida, sin mucho trabajo y sin complicaciones de plagas o maleza. La paciencia es poca y la desesperación merma el interés por conocer otras formas de producir. No obstante, reiteradamente he expuesto que antes de llegar a dicho estadio es necesario conocer la tierra, así como los alimentos que se producirán: etapas de crecimiento, requerimientos nutrimentales, interacción entre semillas, suelo, clima y fuerza de trabajo, principales afectaciones de plagas y enfermedades, y un largo etcétera.

Con los docentes y directivos he llegado al acuerdo de usar al huerto como una herramienta pedagógica, es decir como un pizarrón vivo donde las y los estudiantes hagan suyos todos los saberes y conocimientos vistos en clase. Sin embargo, la carga administrativa, el actual cambio del modelo escolar, así como la rutina diaria, dificultan la ejecución plena de actividades formativas desde el huerto. Además, existe cierto temor e incomodidad acerca de cuál es la responsabilidad que los docentes adquieren en relación con el manejo del huerto. Ante esto, he comentado que es la comunidad de padres y madres de familia la que, en principio, se debe hacer cargo del área productiva, dado que, al asumirlo como un espacio comunitario para la producción de alimentos, es de su trabajo del que depende el funcionamiento del lugar. De este modo, la responsabilidad de los docentes puede ser solo pedagógica, formativa, no productiva.

En relación con los estudiantes, he detectado que para ellos el huerto escolar está figurando como un lugar de libertad y de recreación. Más allá del proceso de enseñanza-aprendizaje formal, o del intercambio de saberes, las niñas y niños han identificado al huerto como un ámbito de seguridad, donde su autoestima se refuerza. Cuando toman conciencia de que mediante su trabajo han crecido plantas de garbanzo, chícharo, frijol ejotero y cilantro, revalorizan su existencia: ya no son los que no pueden hacer nada, son los que saben producir alimentos. Aunado a ello, cuando se dan cuenta de que lo visto en clase lo pueden aplicar en el huerto (calcular áreas y perímetros), rompen con aquellas etiquetas que les han desvalorizado: “los que no saben”.

Lo descrito aquí son pasos, entre muchos otros, que se han dado en Agua Caliente para reconfigurar su sistema alimentario local y mejorar la salud de sus infantes. Sin embargo, aún falta romper con la historia encarnada de la Revolución Verde, la cual emana en cada reunión, taller y/o plática que he sostenido con habitantes de la comunidad. Es de resaltar que también en todos esos momentos observo semillas de cambio, reflexiones profundas sobre agroquímicos, agroecología, daño renal, formas de producción y modos de vida.

A partir de las reflexiones anteriores, pienso que el huerto escolar de la telesecundaria de Agua Caliente está en vías de transformarse en una herramienta emancipatoria a disposición de la comunidad. Esto debido a que en él es posible aprender conocimientos científicos, a la par de que sirve para la acción transformadora, tomando como base a la escuela y como eje a la comunidad escolar.

No obstante, sigo observando una lucha constante en la población, alrededor de cuestionar su historia, las formas a partir de las cuales se han alimentado, los modos mediante los cuales producen sus alimentos y los comercializan, y los mecanismos a partir de los cuales es posible revertir las condiciones sociales que han limitado su potencial de cambio. Por ello, para que lo realizado hasta ahora no se venga abajo, es necesario redoblar los esfuerzos. Todo proceso de cambio implica constancia, empatía y dedicación. Mientras una comunidad no haga suyo lo aprendido y construido en comunidad, no tendrá arraigo, ni esperanzas de sobrevivir. Y es este el mayor reto a vencer.

Bibliografía

Sierra Diaz, Erick, Alfredo de Jesús Celis de la Rosa, Felipe Lozano Kasten, Leonardo Trasande, Alejandro Aarón Peregrina Lucano, Elena Sandoval Pinto y Humberto González Chávez
2019    “Urinary Pesticide Levels in Children and Adolescents Residing in Two Agricultural Communities in Mexico”, en International Journal of Environmental Research and Public Health, vol. 16, 562, disponible en: https://doi.org/10.3390/ijerph16040562.

Valentín Val y Peter M. Rosset
2022    Agroecología(s) emancipatoria(s) para un mundo donde florezcan muchas autonomías, Buenos Aires, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales; San Cristóbal de Las Casas, Cooperativa Editorial Retos; Guadalajara, Cátedra Jorge Alonso, Universidad de Guadalajara.


  1. Consultor en sociología rural | Correo: eperec.co@gmail.com