Entre escarbaderos y galemes: los protagonistas
de la minería a pequeña escala en Nueva España.

Isabel M. Povea Moreno[1]
CIESAS Ciudad de México

Sierra de Matehuala 2008. Foto: Hugo Cotonieto Santeliz

Cuando pensamos en la propiedad y producción minera en Nueva España, y en toda la América española en general, a menudo imaginamos a grandes empresarios, hombres adinerados que, gracias a la explotación de ricas vetas de plata, acumularon importantes fortunas y se convirtieron en parte destacada de las élites locales. Figuras relevantes como Pedro Romero de Terreros, José de la Borda, Antonio de Obregón y Alcocer o los integrantes de la familia Fagoaga, junto a otros personajes importantes a nivel local, han sido objeto de gran atención por parte de la historiografía y han contribuido a proyectar esa imagen de quienes estaban vinculados a la producción de metales preciosos. Sin embargo, diversas investigaciones han puesto de relieve la descapitalización de una amplia parte de propietarios y propietarias mineros y su situación crítica, relacionada con los riesgos de inversión que asumían, ya que la actividad minera estaba sujeta a condiciones externas, como la duración de las vetas minerales o los problemas de inundación. De igual modo, se ha resaltado la existencia de marcadas disparidades socioeconómicas dentro de este grupo, subrayando la importancia de descentralizar la investigación histórica de la minería.[2] Este enfoque busca dirigirse hacia actores y unidades productivas más allá de la gran minería. A pesar de que algunos estudios mencionan estos aspectos, en general la pequeña minería y sus protagonistas han sido ampliamente pasados por alto por la historiografía.

Este texto es parte de un esfuerzo por destacar la heterogeneidad dentro del grupo y por llevar el conocimiento histórico más allá de los círculos académicos convencionales, hacia un público más amplio. Su propósito es trazar algunas pinceladas de la minería a pequeña escala en Nueva España, para rescatar ciertas experiencias y huellas de numerosos protagonistas de la actividad minera que los registros documentales, especialmente los fiscales, tienden a diluir. A la sombra de los prominentes mineros novohispanos, estos pequeños productores dispersos por la geografía minera novohispana aparecen eclipsados.

El problema de las fuentes

La llegada de los europeos al continente americano y el inicio de la explotación minera por parte de ellos, provocó el desplazamiento de las antiguas técnicas de extracción prehispánicas y dio paso a una minería a gran escala, orientada a incrementar la producción con fines monetarios y comerciales. Este tipo de minería se caracterizó por la realización de inversiones de capital significativas, el empleo de mano de obra considerable, tanto asalariada como forzada, una mayor especialización laboral, una estructura más organizada y formal, y la creación de amplios y complejos circuitos de abastecimiento y comercialización. En el ámbito ejecutivo o empresarial fue llevada a cabo principalmente por grandes y medianos/as propietarios/as de minas y haciendas metalúrgicas, que en su mayoría eran de origen hispano (peninsular o criollo). Coexistió con esta escala productiva otra más pequeña que involucraba economías familiares y estaba gestionada por grupos sociales más diversos, inclusive con la participación de indígenas en el papel de productores.

Las fuentes disponibles para el estudio de esta pequeña minería son muy escasas en comparación con las abundantes evidencias que ofrecen las fuentes fiscales, notariales o jurídicas sobre los y las protagonistas de la gran minería. Esta brecha se debe en gran medida a los modos de explotación y la naturaleza temporal de las actividades de los/as pequeños/as productores de metales. Los códigos mineros, como las Ordenanzas del Nuevo Cuaderno (1584) y las Reales Ordenanzas de Minería (1783), establecían condiciones concretas para obtener la titularidad o posesión de una mina, que incluían lograr ciertas dimensiones y profundidad, así como unas pautas de laboreo. La falta de cumplimiento de estas condiciones impedía obtener la posesión de la mina; además, las minas inactivas durante un periodo prolongado, más de cuatro meses, podían considerarse abandonadas y ser denunciadas por otra persona.[3] No todos/as los/as productores de metales podían hacer frente a esas condiciones. De ese modo, junto a los mineros formales, que operaban según la regulación, existieron productores más precarios que extraían minerales de minas abandonadas o de escarbaderos, explotaciones simples y superficiales, y que no cumplían con los requisitos establecidos en la legislación minera.

Trabajar estas explotaciones según las “usanzas de la minería”, que implicaban el registro de las minas y la realización de labores de profundidad, dejaba escasos márgenes de utilidad para los/as mineros/as formales debido a la baja ley de los metales o la escasa producción. En cambio, una minería a una escala muy pequeña, eventual e informal, resultaba más rentable, ya que no implicaba realizar excavaciones profundas que aumentaran los costos de extracción del metal. Además, conllevaba menos costos laborales, ya que en muchos casos el trabajo era por cuenta propia. Posteriormente, estos productores informales o eventuales vendían su mineral a mineros con instalaciones metalúrgicas, o bien, lo vendían a otros refinadores independientes, o lo procesaban ellos mismos mediante pequeños hornos artesanales o galemes (término utilizado en algunos lugares del distrito minero de San Luis Potosí). Los refinadores independientes también compraban el mineral a los operarios que trabajaban minas “a partido” —es decir, donde dueños y trabajadores concertaban repartirse el mineral extraído—, o a los trabajadores que recibían una parte del mineral como complemento de su salario (esa parte del mineral también era conocida como “partido” en algunas regiones, y como “pepena” en otras).

Esta forma de operar, al eludir la regulación, conllevaba una falta de control sobre las actividades realizadas por estos actores de la producción minera, lo que se traduce en la ausencia de un registro documental de dichas actividades. Al trabajar de forma eventual en ciertos yacimientos, sin llevar a cabo el proceso de registro de la mina, y luego vendiendo el mineral extraído a otros mineros o a rescatadores (compradores de mineral que lo refinaban por su cuenta), que asumían la responsabilidad del pago de impuestos y eran registrados en los libros de manifestaciones, se dejaba poco rastro de la actividad minera de esos actores a nivel administrativo y fiscal. Este subregistro de las operaciones de estos/as protagonistas en las fuentes impide que podamos conocer sus cifras de producción o ponderar adecuadamente su participación en la industria minera.

Entonces, ¿cómo podemos tener conocimiento de su existencia y actividad? Una vía posible es la recopilación de diversas fuentes, principalmente con información cualitativa, que muestren algunas huellas de sus prácticas y problemáticas y cómo se entrelazan éstas con las historias de los productores formales. Esas fuentes incluyen pleitos civiles, bandos de gobierno, denuncios de minas que no resultan en la obtención de la posesión, informes sobre el estado de las explotaciones, entre otras.

Los protagonistas: buscones y galemeros

Un examen a ras de suelo revela que la composición de los y las productores de metales era sumamente diversa, lo que implicaba una amplia variedad de experiencias. Nos centraremos, especialmente, en el caso del distrito minero de San Luis Potosí para describir a los/as pequeños/as productores.[4] Es importante destacar que la fundición fue una técnica muy empleada en ese distrito, lo que impactó en las características de los productores de metales.[5] Esta técnica, menos compleja y costosa que la amalgamación, permitía a buscones[6] y pequeños mineros fundir minerales en hornos artesanales o venderlos a refinadores independientes, posibilitando la participación de mineros informales en la producción de plata. A diferencia de otras regiones donde el uso del azogue excluyó a muchos pequeños mineros, en esta región, la presencia de los galemeros o refinadores independientes y la arraigada práctica de la fundición les ofrecía cierto margen de operación. Se necesitan más investigaciones para profundizar en este tema y comprender que ocurrió en otras regiones, como Guanajuato o Zacatecas, durante los períodos en que la escasez o el alto costo del mercurio llevaron a que la fundición fuera predominante.

En 1772, un informe elaborado por los oficiales de la caja real de San Luis Potosí señalaba que muchas minas se encontraban en condiciones críticas: algunas inundadas, otras llenas de tierra, y algunas “emborrascadas” o empobrecidas.[7] Estas circunstancias habían llevado al cese de la actividad minera en muchas de ellas, ya que su reactivación requería una inversión que pocos podían afrontar. Como resultado, había un número destacado de minas abandonadas o sin trabajarse, algunas de las cuales fueron denunciadas, como consta en los registros del fondo de Agencia de Minería (AM), así como en los de Alcaldía Mayor de San Luis Potosí (AMSLP) y Alcaldía Mayor de Charcas (AMCH) del Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí (AHESLP). En ellos también aparecen indígenas involucrados en el registro o denuncio de minas y en pleitos por la posesión de propiedades mineras. Aunque algunos de quienes denunciaban lograban obtener la posesión, poner en funcionamiento una mina que había estado inactiva durante mucho tiempo era un proceso costoso y complicado, lo que limitaba el éxito de muchos otros.

Asimismo, la existencia de tantas minas inactivas y escarbaderos, sin dueño, condujo a muchos buscones a trabajar en ellos sin denunciarlos, con el fin de extraer mineral para venderlo a intermediarios. Estos intermediarios o refinadores independientes (galemeros), aunque su actividad era vista con recelo, operaban en la región de San Luis Potosí, aprovechando el permiso que los/as propietarios/as de minas otorgaban a sus trabajadores para sacar un poco de metal los sábados. Los operarios vendían este metal a los galemeros, quienes a su vez lo adquirían tanto de ellos como de los buscones y de mujeres viudas que se dedicaban a recolectar mineral de los desechos de minas antiguas para subsistir.

En 1776, Marcos de Huerta, un galemero, reportó la existencia de al menos 16 galemes en la región de Matehuala, dentro de la jurisdicción de Charcas (San Luis Potosí).[8] El funcionamiento de estos hornos requería menos inversión de capital que las haciendas de beneficio que utilizaban azogue o mercurio, ya que eran más simples en su diseño y construcción, y requerían menos mano de obra e insumos. Estos pequeños refinadores, al igual que los buscones, se han registrado en otras regiones. Por ejemplo, en Zacatecas, en el siglo XVII, Jaime Lacueva (2010: 355) menciona la presencia de “fundidores menudos”, quienes, probablemente, junto con los buscones y otros pequeños productores, contribuyeron a mantener la producción de plata registrada, aunque en cifras menores, evitando que llegara a cesar por completo, igual que en San Luis Potosí durante el siglo XVIII.

Aunque aún no se han hallado evidencias de la presencia de mujeres a cargo de pequeños hornos o fuelles en San Luis Potosí, no se puede descartar esta posibilidad. En otros lugares, como en la minería de Pachuca, existen registros de mujeres que operaban fuelles caseros. Un ejemplo de esto son Isabel y Angelina de la Cruz quienes, a finales del siglo XVII, heredaron unos fuelles caseros de su madre y se enfrentaron a un intento de confiscación por parte de las autoridades.[9]

Con relación a eso último, debe referirse que la minería a pequeña escala e informal, tanto en la extracción como en el procesamiento del mineral, generó desconfianza entre los mineros formales, quienes se quejaban de sus efectos perjudiciales. En respuesta a estas quejas y al aumento de las explotaciones informales, las autoridades de San Luis Potosí establecieron un reglamento regional en 1763 que exigía licencia y título para trabajar en las minas, expresando preocupación por el deterioro causado en los yacimientos por esta actividad no regulada. Las operaciones informales y a menor escala favorecieron a los refinadores independientes, cuya existencia se relacionó con los robos de metales, motivando también numerosas quejas por parte de los mineros formales. A pesar del descontento y de las medidas tomadas por las autoridades, la minería a pequeña escala persistió. Como hemos señalado, fue fundamental para sostener la producción minera en un momento crítico, cuando los grandes capitales se habían retirado de la zona debido al empobrecimiento y mal estado de los yacimientos.

A modo de cierre

La minería en Nueva España puede evocar la imagen de grandes empresarios que acumularon fortunas gracias a la explotación de ricas vetas de plata. Sin embargo, la realidad era más diversa, con la convivencia de grandes y medianos mineros, junto a buscones, trabajadores que fundían o vendían su partido o pepena, mujeres viudas que rebuscaban en los escombros de minas abandonadas, etc. La pequeña minería, aunque menos visible en la historiografía y en las fuentes, desempeñó un papel crucial en mantener la producción en momentos de declive.

Es preciso señalar, para cerrar, que mientras la minería a gran escala ha tenido un impacto significativo en la modificación del entorno local y regional debido a su ritmo de producción, la desforestación asociada y la contaminación generada por el intenso proceso de beneficio de los metales, la pequeña minería se caracterizaba por prácticas “más artesanales” y posiblemente ritmos menos agresivos de consumo de insumos, además de implicar la participación de grupos sociales más diversos.[10] Aunque esto es un punto que la historiografía aún debe explorar en mayor profundidad.

Bibliografía

Cruz Domínguez, S. E. (2016). Organización socioeconómica en el distrito minero de Pachuca (siglos XVII-XVIII). Universidad Autónoma del Estado de México.

Lacueva Muñoz, J. J. (2010). La plata del rey y de sus vasallos: minería y metalurgia en México (siglos XVI y XVII). CSIC-Escuela de Estudios Hispanoamericanos / Diputación Provincial de Sevilla / Universidad de Sevilla.

López Miramontes, A. y Urrutia de Stebelski, C. (1980). Las Minas de Nueva España en 1774. SEP / INAH.

Navarrete G., D. y Povea Moreno, I. M. (2023). Introducción: ¿Minería marginal? Espacios, minerales y productores no hegemónicos en México y Argentina, siglos XVI-XIX. Naveg@mérica. Revista electrónica editada por la Asociación Española de Americanistas (31). https://doi.org/10.6018/nav.585971.

Povea Moreno, I. M. (2023). Pequeños productores mineros en el universo de reales de minas de la alcaldía mayor de Charcas, 1700-1779. Naveg@mérica. Revista electrónica editada por la Asociación Española de Americanistas (31). https://doi.org/10.6018/nav.586051.

Seijas, T. y Velasco Murillo, D. (2021). Introduction: a new mining and minting history for the Americas. Colonial Latin American Review, 30(4), 485-497. https://doi.org/10.1080/10609164.2021.1996977.

Studnicki-Gizbert, D. (2022). The Three Deaths of Cerro de San Pedro. Four Centuries of Extractivism in a Small Mexican Mining Town. University of North Carolina Press.


  1. Correo: ipovea@ciesas.edu.mx

  2. Algunos ejemplos en los siguientes dossiers: Navarrete y Povea Moreno, 2023; Seijas y Velasco Murillo, 2021.

  3. El denuncio de una mina implicaba solicitar una licencia ante una autoridad competente para su explotación. Una vez obtenida, la persona tenía la obligación de alcanzar una profundidad específica en los siguientes tres meses. Si lograba este objetivo, obtenía la posesión legal de la mina.

  4. He realizado un estudio más detallado sobre este tema en el contexto de la jurisdicción de Charcas, dentro del distrito minero de San Luis Potosí (Povea Moreno, 2023).

  5. El proceso de beneficio o refinado de la plata podía realizarse, principalmente, mediante dos métodos: por fundición o por amalgamación con azogue. La fundición era más rápida y un procedimiento más sencillo, y se empleaba para minerales de alta ley o con contenido plomoso. Por otro lado, el beneficio por amalgamación se aplicaba a minerales de baja ley. Este proceso era largo y más complicado, además de requerir un metal escaso y costoso al que no todos/as los/as mineros/as tenían acceso: el mercurio.

  6. Buscón era la persona que exploraba minas abandonadas o escarbaderos en busca de minerales. Más tarde estos buscones serán conocidos como gambusinos, término que ha perdurado hasta la actualidad.

  7. López Miramontes y Urrutia de Stebelski, 1980.

  8. Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí (AHESLP), Alcaldía Mayor de Charcas (AMCH), 1776, exp. 6.

  9. Cruz Domínguez, 2016: 76.

  10. Sobre los diferentes metabolismos extractivistas presentes en operaciones mineras a gran y pequeña escala, véase Studnicki-Gizbert, 2022.