Entre el ayer y el hoy: sobre exvotos y reliquias en torno al culto a Nuestra Señora de San Juan de los Lagos

Omar López Padilla[1]
CIESAS Occidente

Título: Virgen de San Juan de los Lagos.

En una grande enfermedad Petra […] se encomendo a la Virgen de Sn Juan y en vista de su milagro le dedica […] este recuerdo [..]
Fuente: Mediateca del INAH

La virgen, el santuario, el escenario

Los hechos que convirtieron a la Virgen de San Juan de los Lagos en uno de los cultos más importantes de la América Septentrional comenzaron, según la tradición, en diciembre de 1623. Las versiones más difundidas cuentan que en esa fecha una familia de volantines arribó al entonces, pueblo de indios de San Juan. Ahí una de las niñas practicando su oficio sufrió un fuerte accidente que le provocó la muerte. En pleno velatorio, y en espera del cura de Jalostotitlán, una india del lugar instó a los padres para que permitieran colocar en el pecho de la menor una imagen de Nuestra Señora que estaba en la ermita del pueblo. Los padres aceptaron y la niña en corto tiempo resucitó (Santoscoy, 1903: 20-37 Márquez, 2005 [1966]: 16-17).

La versión del milagro recorrió toda la región y comenzaron a llegar devotos y curiosos para probar la capacidad taumaturga de la imagen. A la resucitación de la niña se le sumarían otros portentos y la fama de la imagen crecería a niveles insospechados. La ermita pronto se quedó corta y a mediados del siglo XVII se le haría una iglesia que también se quedó atrás. Finalmente, en 1769 la imagen se trasladó a un tercer santuario con mucha mayor capacidad y ornamento. Dicho templo quedaría, a diferencia de los otros dos, dentro del cuadro principal del pueblo. El santuario se convirtió rápidamente en el corazón de la comunidad y en el escenario donde ocurría todo lo importante.

En la actualidad, el tercer santuario de Nuestra Señora de San Juan, ahora como Catedral Basílica, sigue siendo el espacio principal de la ciudad. Los eventos culturales, religiosos y sociales más importantes también suceden en sus contornos y con el santuario como marco esencial. El comercio y gran parte de la economía de la ciudad gravitan a su alrededor. El templo, como hogar de la virgen, es el ícono de San Juan de los Lagos.

El santuario es también meta de peregrinaciones constantes, espacio temporal de cientos de miles de devotos que arriban desde distintos lugares. Por ello, es el escenario principal de una serie de prácticas devocionales que generación tras generación se reproducen, adaptan y/o cambian. Los santuarios, como este de San Juan de los Lagos, son espacios privilegiados para observar la permanencia y la adaptabilidad de ciertas prácticas atribuidas a sociedades del antiguo régimen.

El objetivo de este artículo es esbozar la persistencia de ciertas prácticas votivas y devocionales de la Época Colonial en el culto actual a Nuestra Señora de San Juan de los Lagos. Me centraré en ciertos tipos de exvotos y en las reliquias que se crean y crearon en torno a la advocación sanjuanense.

“Milagritos”, objetos y retablos

El espacio es más un amplio pasillo que una habitación per se. En términos arquitectónicos se le conoce como el “antecamarín”. Es el sitio previo al lugar en el que se guardan los vestidos y los enseres necesarios para “el cambio” de la virgen. El lugar se utiliza desde el siglo XVIII como un salón de exvotos. Las paredes de ese amplio pasillo se han adornado, por siglos, con los regalos de fieles agradecidos por un “favor” obrado por la virgen sanjuanense.

En lo más alto de los muros se pueden apreciar los retablos más antiguos. En ellos se cuentan, gráficamente, las historias de milagros que la virgen obró desde mediados del siglo XIX y hasta principios del siglo XX. Conforme bajamos la mirada también nos acercamos a nuestro tiempo. Las pinturas se van convirtiendo en fotografías y en estudios médicos que corroboran la veracidad científica del milagro. Las muestras de agradecimiento van cambiando. Entre los exvotos más recientes podemos encontrar: bicicletas, andaderas, ropa de bebé, playeras de equipos deportivos y hasta trenzas de cabello natural.

En unos recuadros de madera, cubiertos de una tela aterciopelada de color rojo, podemos encontrar cientos de figuras doradas conocidas como “milagritos”. La efigie más común es la del devoto arrodillado con las manos en forma de rezo, pero también se pueden ver decenas de ojos, corazones, pulmones, brazos y piernas. Cada “milagrito”, se presupone, es un favor recibido.

Heredero de una tradición mediterránea e hispánica, el santuario colonial de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos se convirtió rápidamente en receptáculo de ese tipo de “agradecimientos”. Ya en una época temprana de la devoción, por ahí del 1630, el cura Diego de Camarena, expresaba la necesidad de españolizar al pueblo para la seguridad de los regalos en oro y plata que recibía la imagen (López, 2020: 50).

Los presentes a manera de exvoto que recibió la virgen de San Juan durante la época colonial fueron de naturaleza variada. Se le regalaban a la imagen desde dinero, o utensilios de plata y oro para su culto, hasta ganado. En la medianía de aquellos obsequios, propios de las clases altas, estuvieron los exvotos que los fieles con menos nombre dejaban en el santuario. Entre ellos estaban los retablos, milagritos y otros objetos que dejados en el templo corroboraban, físicamente, la profusa capacidad taumaturga de la virgen. Servían, además, como fuente y memoria material para contar la historia milagrosa de la imagen.

En 1668, por ejemplo, se levantó la primera información jurídica de milagros obrados por intercesión de la virgen de San Juan. Uno de esos prodigios lo protagonizó, por ahí de 1658, un esclavo de nombre Juan Muñoz de Aldaco. Según reza la narración, el esclavo se había visto “tullido, arrastrándose y pidiendo limosna”. Luego, tras visitar a la imagen sanjuanense en su santuario, pudo volver a “a bailar y andar a caballo, bueno”. Francisco Flores, quien narró el hecho a los encargados de la información, supo de ese milagro gracias a que las muletas del esclavo seguían, tras una década del acontecimiento, colgadas en las paredes del santuario (De Florencia, 1998 [1757]: 75).

Los “milagritos” también servían como publicidad de la capacidad milagrosa de la imagen. Dichos objetos por su pequeño tamaño eran, en aquella época, relevantes por su cantidad y su calidad. La mayoría eran de plata y por tanto se resguardaban en el tesoro de la imagen. Nicolás de Arévalo, capellán mayor del santuario entre 1678 y 1701, guardaba en un arcón una gran “variedad de corazones de plata, ojos, dientes, pechos, cabezas, cuerpos, orejas […]” que ofrecían los devotos según el achaque que padecían (De Florencia, 1998 [1757]: 133-134). La suma de este tipo de exvotos fue tan grande que cientos de esos corazones, orejas, manos y piernas se fundieron entre 1709 y 1716 para hacerle un trono de plata a la virgen, el mismo en el que hoy se asienta la imagen (López, 2020: 140).

El “dar” algo ya sea como agradecimiento o anticipando un favor es una práctica universal y que antecede al propio culto sanjuanense. La gran diferencia entre el pasado y el presente recae, quizá, en ciertos cambios sutiles en la composición de los exvotos. Las fotografías remplazaron a la pintura, el “milagrito” ahora es de metales económicos y tiene poco valor. El plástico en muchas ocasiones suple lo que antes era de madera, de oro o de plata.

La cantidad de objetos exhibidos hoy en el antecamarín de la virgen de San Juan es abrumadora. Los devotos y los trabajadores del templo conviven con naturalidad en aquel escenario sin conocer, quizá, que la práctica que ejecutan y observan es más propia de una sociedad barroca que “contemporánea”.

Las “reliquias”: tierrita, medidas y vestidos

Hace más o menos una década, caminar el 1 y 2 de febrero por la calle Zaragoza en San Juan de los Lagos era toda una aventura. Entre los puestos, negocios establecidos, las motos y los peregrinos llegar de una cuadra a otra era una odisea digna de un pasaje homérico. Lo que más llamaba la atención es que muchos de los devotos que “volvían” a la Catedral Basílica tenían su cara o alguna parte del cuerpo cubierta de una pasta blanca arenosa. Ellos regresaban al centro de la ciudad tras visitar el “pocito” donde se encontraba la “tierrita” de la virgen. La “tierrita”, se dice todavía, posee ciertas cualidades curativas y, por ende, los fieles devotos a la imagen sanjuanense se impregnan de ella en la o las partes del cuerpo que necesitan un auxilio celestial.

Hoy en día la “tierrita” de la virgen es un elemento distintivo del culto a Nuestra Señora de San Juan de los Lagos. Los panecitos de tierra, como también se le llama al producto, se comercializan en la mayoría de los puestos que circundan al santuario. La costumbre de consumir este remedio se originó al mismo tiempo que el culto. Francisco de Florencia (1998 [1757]: 56) cuenta que tras el primer milagro se popularizó entre los devotos la idea de raspar las paredes de la ermita de la virgen para llevarse el “lodo”. Con los años, la tierra de la virgen se comenzó a sacar de otro lado y a comercializarse como una especie de “reliquia”. Aunque existen referencias de que varios devotos la consumían como remedio para cuestiones estomacales, el mayor uso de esta reliquia se dio, como en la actualidad, a través de aplicaciones tópicas en el área afectada.

En 1668, por ejemplo, el estanciero Juan Gutiérrez declaró que en cierta ocasión un golpe en la ingle le provocó que “se le salieran las tripas a manera de quebradura” (posiblemente una hernia). Corriendo a su casa aplicó un remedio, seguramente era un mal recurrente en él, colocándose la “tierra de la virgen” y acompañándola con paños calientes. En cuestión de horas la “tripa” volvió a su lugar y se le atribuyó el favor a la imagen sanjuanense.[2]

Para el siglo XVIII aparecieron otras reliquias un poco más exclusivas que todavía hoy tienen vigencia entre los devotos. Las más importantes quizá fueron las medidas y los vestidos. Para esa época la virgen de San Juan tenía un estatus económico muy privilegiado en el ámbito devocional. Los cambios de vestido eran constantes y muchos de ellos se convirtieron en importantes regalos para devotos de alto perfil. Estos atuendos tenían un valor devocional pues la imagen original los había ostentado y tocado. Esto último le daba la posibilidad de que algo de la taumaturgia de la imagen se trasladara al objeto y fueran utilizados como remedios frente a problemas de salud. En la actualidad los vestidos fueron remplazados por los fondos y estos se han convertido en un muy deseado bien devocional entre la comunidad de fieles a la virgen.

 “Fondito” de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos

 Foto: Omar López Padilla

Las “medidas”, por otro lado, eran listones del tamaño real de la virgen. En su mayoría tocados también por la imagen original. Las “medidas” eran más comunes que los vestidos y también, cumplían y cumplen con un papel de reliquia sanadora. Para mediados del siglo XVIII el regidor de la capital Josep Cristóbal de Avendaño corría el riesgo de perder un brazo. Por falta de atención de una llaga, la herida se le extendió a un “cáncer”. Se amarró una “medida” de la virgen de San Juan y dijo: “Señora de aquí no ha de pasar”. Para sorpresa de sus doctores, Avendaño se recuperó (De Florencia, 1998 [1757]: 169).

A las “medidas” y fondos se han sumado los algodones de la virgen como medida de protección adicional entre los actuales devotos a Nuestra Señora de San Juan. Dicha reliquia se compone de un algodón con una pequeña flor de tela. Los algodones desempeñan un papel importante en el ritual del cambio de vestido de la virgen y por ello están tocados por la imagen. Como la cantidad de algodones que se usan es superior al de los fondos, esta reliquia es más popular y tiene mayor difusión entre los fieles al culto sanjuanense.

Estos objetos que sirven como reliquias, tuvieron en el pasado y mantienen,, una naturaleza promocional y de arraigo. El origen y persistencia de estos objetos obedeció a la necesidad de los fieles de tener a su alcance y dentro de su cotidianidad, algo de la capacidad milagrosa de su virgen. 

Palabras finales

Visitar el santuario de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos, y quizá aplique a otros santuarios también, es casi como viajar al pasado. El edificio, que mantiene casi intacta su estructura colonial, es escenario de una serie de prácticas que desde una perspectiva “más actual” parecerían vetustas o arcaicas. La inmensa mayoría de estas acciones votivas encuentran su pasado más remoto en los albores del culto. Todavía es común ver a cientos de devotos arrodillarse frente a las puertas externas del santuario y recorrer así el camino hacia al altar de la virgen. También a otros que caminan descalzos desde la entrada de la ciudad aguantando las irregularidades de las calles y las quemaduras del asfalto ardiendo. El sacrificio, el desprenderse de algo para “pagar” la manda/favor es, todavía, como en la Época Colonial, el principal motor para los devotos.

Aunque la continuidad es evidente, también las prácticas devocionales se adaptan a las nuevas realidades sociales, tecnológicas y de cultura material de la actualidad. Es cada vez menos común ver a devotos caminando hacia el santuario de la virgen de San Juan sangrando por las coronas de espinas o por pencas de nopal en el pecho y en la espalda. Los sacrificios corporales, hoy, tienden a ser menos agresivos. Las nuevas tecnologías también se han convertido en factores que seguramente provocarán cambios aún no tan evidentes en las prácticas devocionales en torno la advocación sanjuanense. Al final, estoy seguro, todo en torno al culto a Nuestra Señora de San Juan de los Lagos seguirá navegando entre el ayer y el hoy.


Bibliografía y archivos

Archivo General de la Nación

Instituciones Coloniales

Indiferente Virreinal

De Florencia, Francisco (1998 [1757]), Origen de los dos célebres Santuarios de la Nueva

Galicia, Guadalajara, El Colegio de Jalisco.

López Padilla, Omar (2020), Por tu pura concepción y belleza sin igual’ Nuestra Señora de

San Juan de los Lagos: una advocación neogallega del siglo XVI, tesis de doctorado en

Ciencias Sociales, Guadalajara, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en

Antropología Social Unidad Occidente.

Márquez, Pedro María (2005 [1966]), Historia de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos

y el Culto de esta Milagrosa Imagen, Jalostotitlán, Editorial Gráfica Positiva.

Santoscoy, Alberto (1903), Historia de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos y del culto

de esta milagrosa imagen, México, Compañía Editorial Católica San Andrés.

[1] olopez_pad@hotmail.com

[2] Archivo General de la Nación (AGN), Instituciones Coloniales (IC), Indiferente Virreinal (IV), Información sobre el origen y milagros de Nuestra Señora de San Juan, fojs. 55v-56v