Entre cosmovisión indígena y medicina tropical.
El medio ambiente en las percepciones
sobre chikunguña y zika en la región oriente
del estado de Yucatán, México (2014-2016)[1]

Inés Isabel Cortés Campos
Conahcyt-CIESAS Peninsular

Ilustración Ichan Tecolotl

Hace más de dos mil años, las teorías hipocráticas postularon que el entorno tenía un papel relevante en la producción de las enfermedades, ya que podía contribuir al desbalance de los humores vitales. Desde entonces, el medio ambiente ha sido un factor recurrente en las etiologías biomédicas, configurando campos como la salud pública, la toxicología y la medicina industrial, y enfoques como el higienismo y la medicina tropical.

Sin embargo, la conceptualización de la relación entre el entorno y la salud humana no es exclusiva de la biomedicina. También está presente en etnoteorías de la enfermedad, modelos subalternos de raíz vernácula con que las sociedades originarias comprenden sus padecimientos (Bonnet, 1999: 15). Es el caso de los saberes de base mesoamericana que ligan algunas enfermedades con elementos como el aire, o bien, con la exposición a las cualidades frío y caliente de distintos componentes del entorno.

Pero las etnoteorías de la enfermedad no son sistemas autocontenidos ni atemporales; como resultado de su interacción histórica con otros saberes, o de su subordinación a ellos, tienden puentes y establecen transacciones con distintos modelos. Por ello, su entendimiento del vínculo entre entorno y enfermedad puede plantear relaciones de correspondencia o complementariedad con las ideas biomédicas sobre ese mismo vínculo. ¿Cómo se producen estas relaciones? ¿y qué posibilidades ofrece su análisis para una comprensión más profunda de la relación medio ambiente-enfermedad?

Para abordar estas interrogantes, el presente trabajo se centra en una serie de percepciones que surgieron durante los brotes de chikunguña y zika entre 2014 y 2015, recopiladas entre 2016 y 2017 en localidades mayas de la región oriente del estado de Yucatán, México.[2] En particular, se analizan aquellas percepciones que ligaron la llegada de estas enfermedades —hasta entonces desconocidas— con diversas condiciones del entorno. La pertinencia de examinarlas obedece a que la aparición de nuevas enfermedades, al mismo tiempo que genera temor ante lo desconocido, detona en los grupos sociales la elaboración de ideas para explicar su origen e irrupción sorpresiva. Además, su examen puede ilustrar sobre lo que autores como Linda Whiteford (1997) han denominado “modelos etno-ecológicos de las enfermedades”.

Por percepción, entiendo el proceso cognitivo que surge de la experiencia de los sujetos con un estímulo determinado. Esta idea es cercana a las propuestas de Tim Ingold (2000), quien comprende a la percepción no como un mero acto interpretativo, sino como una experiencia de comunicación objetiva con el mundo. Desde este punto de vista, las percepciones de los mayas sobre el papel del entorno en el surgimiento de chikunguña y zika, más que interpretaciones culturalmente relativas, son indicios de una serie de condiciones objetivas que, en el espacio local, han favorecido la producción y la reproducción de estas enfermedades.

Mi planteamiento central es que las percepciones sobre chikunguña y zika son producto de la apropiación de ideas médicas hegemónicas, provenientes principalmente de la medicina tropical, que los mayas valoraron en función de su experiencia histórica, observación cotidiana y elementos de la cosmovisión de raigambre indígena. Como producto de esta compleja elaboración surgió una interpretación crítica sobre el papel de algunos componentes del entorno en la producción de estas enfermedades.

El chikunguña y el zika son enfermedades que, en México —y en América en general—, se reportaron como emergentes en 2014 y 2015, generando brotes epidémicos y rebrotes en los años siguientes (Ortega-Soto, Arellano-Anaya y Barrón, 2017: 57-58). En Yucatán, la Secretaría de Salud reportó un total de 1,627 casos de chikunguña en 2015, confirmados mediante prueba serológica, lo que representó el 14 % del total nacional (Cuadro 11 en DGE-SSA, 2015: 36). Además, se confirmaron 820 casos de zika en 2016, representando el 10.8 % del total nacional (Cuadro 7.2 en DGE-SSA, 2016: 31). Sin embargo, la información etnográfica recogida en el municipio de Tizimín mostró que probablemente hubo un importante subregistro de enfermos; en algunas localidades, los testimonios informaron de familias y pueblos enteros asediados con síntomas de la enfermedad (Cortés, 2021; Peniche y Cortés, 2022).

La región de estudio es un espacio eminentemente rural, que se localiza en la llamada zona maicera o milpera de Yucatán. Pero, a diferencia de hace unas décadas, cuando las milpas mayas y la selva dominaban el paisaje, su carácter actual lo definen pastizales y otros cultivos forrajeros. Ello se debe a que la actividad productiva preponderante es la ganadería de vacunos para el abasto regional de carne, así como la producción de pies de crías para su engorda en otras regiones. En menor medida, se desarrollan cultivos agroindustriales de chile habanero, limón y papaya.

La transformación radical del entorno es resultado de una serie de procesos de modernización durante el siglo XX, que exigieron el desmonte de grandes extensiones de lo que en su momento fue una espesa selva, y la reducción de la milpa tradicional. Entre tales procesos, destacan el inicio de la explotación forestal industrial, entre las décadas de 1930 y 1970, la expansión de la ganadería de vacunos, a partir de la década de 1940, la instalación de una industria salinera en la costa, en la misma década, la ampliación de la reforma agraria y el fomento a la modernización de la agricultura ejidal, en los años setenta, y, desde fines de la década de 1990, la inserción de la agricultura comercial dependiente de sistemas de irrigación (Cortés, 2015, 2017, 2018).

En sus cursos de vida, los habitantes de mayor edad pudieron atestiguar buena parte de estas transformaciones, que impregnaron la memoria histórica de la región. Algunas de las percepciones sobre cómo y por qué se dieron las epidemias de chikunguña y zika establecen una relación directa con estos fenómenos.

Para adentrarnos en las percepciones de estas enfermedades, es importante asentar su carácter dinámico; en las poblaciones de estudio fue posible distinguir dos momentos. Un primer momento se dio con el brote de chikunguña en 2014, y estuvo dominado por el estado de alerta ante lo desconocido de la enfermedad, con una percepción dispersa y poco homogénea sobre su origen. Un segundo momento se desarrolló desde fines de 2015 y durante 2016, luego de la respuesta del sistema de salud, que consistió ante todo en una fuerte campaña de difusión en los medios masivos de comunicación (Peniche y Cortés, 2022).

Este segundo momento fue resultado de un proceso de reflexividad y evaluación crítica a partir de la vivencia de la enfermedad y la observación, pero también de un diálogo con la memoria histórica y elementos de la cosmovisión maya. En este segundo momento surgieron las percepciones más consistentes, pero también las más críticas, sobre la relación medio ambiente/enfermedad. Todas estas percepciones se movieron en un horizonte dentro del cual se asociaba principalmente el chikunguña —y en menor medida, el zika— con la picadura de un mosquito que introducía la enfermedad en el cuerpo. A continuación, el análisis se centrará en las percepciones de este segundo momento.

La idea de que chikunguña y zika son enfermedades que se transmiten a través de un mosquito corresponde con el concepto de enfermedad vectorial, uno de los pilares de la medicina tropical. Este concepto establece que determinados animales definidos como característicos de los trópicos —principalmente, insectos y moluscos— son vectores que propagan enfermedades. Elementos medioambientales típicos de los trópicos, como calor, lluvia y vegetación, serían algunos de los factores que explicarían la proliferación de los vectores y, por ende, de determinadas enfermedades.

Como paradigma de la salud pública, la medicina tropical ha otorgado desde sus orígenes un rol fundamental al medio ambiente. Ello se debe a que, en su origen histórico —ligado imperialismo europeo de finales del siglo XIX—, incorporó los conceptos médicos emanados de la teoría miasmática, según la cual los malos olores podían transmitir enfermedad; además, integró los fundamentos de la bacteriología para proponer que los gérmenes presentes en lugares sucios tenían la capacidad de enfermar. La combinación de estas dos grandes teorías definió uno de los conceptos centrales de la medicina tropical: el medio ambiente como agente patogénico, y en específico, la idea de que los ambientes tropicales son productores naturales de enfermedades (Chakrabarti, 2014: 16). En consecuencia, el control ambiental se erigió como una de sus principales estrategias, basada en obras de saneamiento y drenaje, eliminación de vegetación y fumigación. En el caso de las enfermedades vectoriales, estas y otras prácticas estarían orientadas a reducir la proliferación de los mosquitos transmisores.

En el oriente yucateco, la idea de la transmisión vectorial ha modelado algunas de las percepciones contemporáneas sobre enfermedades tan temidas como el Chagas y su transmisión por la chinche denominada pik en maya, así como dengue, chikunguña y zika, y su contagio por el mosquito Aedes. En consecuencia, ha configurado algunas percepciones locales sobre el vínculo medio ambiente-enfermedad. ¿Por qué se produjo este fenómeno? ¿Cuáles fueron los procesos por los que la medicina tropical comenzó a permear la comprensión de los mayas sobre determinadas enfermedades? Existen varios procesos históricos que contribuyeron a arraigar entre la población maya la comprensión biomédica de la relación medio ambiente-enfermedad y, particularmente, una idea general sobre la enfermedad vectorial.

Entre esos procesos, destaca la campaña antipalúdica de la década de 1950, emprendida a nivel nacional, y financiada por la fundación Rockefeller (Cueto, 2013). En la región, fue una experiencia que quedó fuertemente impresa en la memoria; los testimonios recuerdan los vehículos jeep amarillos con la leyenda “paludismo”, el rociamiento del interior las casas y la letalidad de la fumigación, que propiciaba la muerte no sólo de mosquitos, sino también de ratas, cucarachas, gatos y otros animales. Este tipo de prácticas cotidianas y rutinarias, ejecutadas principalmente por notificantes honorarios —voluntarios del programa, miembros de las comunidades— fueron un primer paso para promover en la colectividad dos ideas: que los mosquitos podían transmitir enfermedades y que el control ambiental era necesario para cuidar la salud.

Aunado a lo anterior, los rebrotes epidémicos de dengue en Yucatán en los años ochenta, noventa y la década del 2000 (Angelotti, 2018: 47) tuvieron un papel crucial. En el transcurrir de estos años, la principal respuesta del sistema de salud consistió en sucesivas campañas de difusión en medios masivos de comunicación sobre la peligrosidad del mosquito Aedes, así como prácticas de control ambiental, sustentadas en la ideología de la participación comunitaria, y centradas en la fumigación y la descacharrización. En la región de estudio, las auxiliares de salud comunitaria fueron las principales promotoras de estas actividades (Cortés y Peniche, 2023). La vivencia de estos rebrotes y el involucramiento de la población en las prácticas de control ambiental contribuyeron a recordar las ideas fomentadas por la campaña antipalúdica, y a arraigarlas en los grupos de edad más jóvenes. Por ello, cuando se presentaron las epidemias de chikunguña y zika, había habido una experiencia relativamente reciente con una enfermedad que el sistema de salud abordó con las mismas ideas y métodos: el concepto del mosquito transmisor y la necesidad del control ambiental.

Por último, fue fundamental la ejecución de distintos programas de ayuda social en la región, que condicionaban la entrega de recursos pecuniarios al desempeño de actividades variadas, entre las cuales la salud era fundamental. En la década pasada, a través del programa PROSPERA, las madres de familia receptoras de la ayuda estaban obligadas a participar en esas actividades, algunas de las cuales eran la difusión de información sobre medidas preventivas contra el dengue, y la participación en jornadas de descacharrización.

En conjunto, la campaña antipalúdica, los brotes y rebrotes de dengue, así como los programas de ayuda social, fueron procesos que contribuyeron a que la población local adoptara ideas de la medicina tropical sobre el vínculo medio ambiente-enfermedad, particularmente aquellas que explicaban la proliferación de los mosquitos transmisores. Estas ideas hilvanaron algunas de las percepciones que asociaron el chikunguña y el zika con diversos elementos del entorno y sus transformaciones. Es posible distinguir cuatro grupos de percepciones.

En primer lugar, encontramos un orden de percepciones generales que se referían a distintos espacios de la comunidad, apuntando a tres elementos centrales: suciedad, hierbas y acumulación de agua. En cuanto a la suciedad y las hierbas, señalaban lugares del espacio público donde se acumulaba basura, solares descuidados por sus dueños, terrenos baldíos o abandonados y chiqueros. Por su parte, las percepciones ligadas al agua concernían a los charcos que se formaban en tiempo de lluvias; también señalaban el descuido de quienes acumulaban cacharros en su solar, o bien, de quienes olvidaban cerrar sus tomas de agua en las faenas cotidiana de acopiar el escaso líquido. Al hablar de estos elementos, los informantes resaltaban el descuido de los vecinos, bajo la perspectiva de que si alguien desantedía su solar, los mosquitos brotarían y picarían no sólo a los dueños, sino al pueblo entero.

En segundo lugar, otras percepciones eran más específicas y se referían, particularmente, a los perjuicios que ocasionó la mala actuación de las instituciones gubernamentales de diversos ramos. Si bien esas percepciones se sustentaron también en elementos de la medicina tropical, su característica principal es que las modeló la reflexión crítica sobre la manera como la gestión gubernamental afectó el entorno, ocasionando daños a la población. Aludían, en particular, a las condiciones de desigualdad y marginación que ha marcado la relación del gobierno con los mayas de la región, y que, desde su punto de vista, explicaban la proliferación de mosquitos.

Entre esas percepciones, algunas ligaron las enfermedades con los baños construidos por distintos programas gubernamentales desde el año 2006. En estos baños —conocidos simplemente como “baños ecológicos”—, supuestamente los desechos serían almacenados en un biodigestor de PVC, con drenaje a la tierra, para su transformación en composta. Sin embargo, su inadecuada instalación y la falta de capacitación sobre su uso propiciaron la acumulación deficiente de los desechos, generando una pestilencia insoportable que invadía los hogares. En las localidades de estudio, se observó una percepción consistente y enfática que señalaba un cambio en la situación sanitaria de los pueblos, marcado por la construcción de los baños. Numerosos testimonios atribuyeron a esta situación las epidemias de chikunguña y zika, percibiendo que, después de su construcción, se observó una presencia anormal de mosquitos en los hogares.

También como parte de esas percepciones críticas, se apuntaba el problema de la falta de agua potable domiciliar en las localidades de la región. Si bien la mayoría de las viviendas cuenta con tubería que moviliza el agua de un pozo central a los hogares, el sistema de bombeo se activa únicamente durante una hora al día. Por ello, una vez disponible, las familias se dan a la tarea de almacenar el vital líquido en tambores, cubetas y ollas. Las percepciones sobre este problema señalan que el encharcamiento y la acumulación en depósitos son un medio fácil para la reproducción de los mosquitos. Sin embargo, atestiguaba una madre de familia: “nos dice el doctor que está mal que tengamos el agua en los tambores, que por los moscos; pero aquí no hay agua, y si no la juntamos en los tambores, ¿cómo le hacemos?”

Otro elemento crítico de la gestión gubernamental advertía la escasez de campañas de fumigación, lo que ocasionaba la rápida proliferación de mosquitos durante la temporada de lluvias, al no erradicárseles. Estas percepciones consideraban que las fumigaciones eran el método más efectivo para eliminar a los mosquitos durante la época de lluvias, pero señalaban que habían pasado años desde la última vez que se realizaron campañas importantes. Criticaban también que las fumigaciones no se realizaran como en el pasado, pues solamente se cubrían las calles, sin llegar al interior de las viviendas; según observaban, esto provocaba que los moscos, al huir de los gases tóxicos, se refugiaran en las casas. Un aspecto problemático de estas ideas es que algunos testimonios recordaron la fumigación con DDT, pero no por su peligrosidad, sino por su efectividad para aniquilar a los mosquitos. Sobre ello, una mujer afirmaba lo siguiente: “en esa época, no había moscos con ese producto [DDT].”

Por otra parte, se identificó un tercer grupo de percepciones, menos uniformes y más ambiguas, aunque todas se referían a los mismos elementos del entorno. Estas percepciones divergían entre sí según el peso que otorgaban a la medicina tropical y a aspectos de la cosmovisión maya: mientras que unas percepciones observaban que tales lugares podían ser condicionantes de la proliferación de mosquitos, otras lo descartaban categóricamente. Se referían a lugares con fuerte carga significativa dentro de la cosmovisión maya: parcelas, cenotes, aguadas temporales y casas de paja, la vivienda vernácula de los mayas. Baste con señalar que las parcelas son el eje de rituales agrícolas, los cenotes y aguadas son referentes mitológicos fundamentales, y las casas de paja sustentan ideas sobre cuerpo y espíritu de sus moradores (Sánchez, 2020).

Algunos testimonios afirmaron que en esos lugares no había presencia de mosquitos; o, si estaban presentes, no significaban una amenaza porque no transmitían enfermedades. Otros testimonios indicaron que los mosquitos sí abundaban en estos lugares, pero ello dependía de las condiciones de higiene en que se encontraran. Adicionalmente, las percepciones específicas de médicos tradicionales y parteras argumentaban contra la fumigación de esos lugares, incluso si había presencia de hierbas y mosquitos, porque eran sitios ricos en recursos medicinales. En síntesis, este conjunto variopinto de percepciones se refería a elementos del medio ambiente que la medicina tropical bien podría definir como condicionantes de enfermedades, pero cuya interpretación, desde la perspectiva de los mayas, era más bien ambigua. Es muy probable que esto se debiera al significado de esos elementos para la cultura maya contemporánea y las prácticas sociales.

El cuarto y último grupo de percepciones se vinculaba a un componente muy concreto de la cosmovisión maya: la agricultura y su estrecha relación con las lluvias. Al igual que el grupo anterior, eran percepciones dispersas; sin embargo, en conjunto, orientaban reflexiones críticas que aludían a cambios profundos, únicamente reconocibles desde esa idea del mundo, que directa o indirectamente influían en la proliferación de mosquitos transmisores de enfermedades.

En específico, estas percepciones apuntaban a la alteración reciente en los patrones de lluvia, que provocaba que la agricultura dependiera de agroquímicos, cuyo uso exacerbado fortalecía a los insectos, tanto los perjudiciales para los cultivos (langostas), como los que transmiten enfermedades (moscos). Como ejemplo de esas percepciones, encontramos el siguiente testimonio: “Son los líquidos los que nos están matando. Los líquidos para rociar la yerba fortalecen los huevecillos; los líquidos hacen que los moscos queden más grandes. Ahora hasta las langostas son más grandes que antes.” Otro testimonio añadía: “Detrás del baño vimos unos moscos grandes, pero el líquido no les hace nada”.

Según esas percepciones, las lluvias se han vuelto insuficientes para los cultivos; ya no irrigan la región como antaño y se han vuelto impredecibles, lo que dificulta el empleo de los métodos tradicionales para organizar las fases agrícolas, como el xoc-kin, el sistema de cabañuelas. Un campesino atestiguó lo siguiente: “ya no hay lluvias grandes como antes, que cubre todo el oriente, que todos se bañen sus milpas; ahora, por ejemplo, si llueve aquí hoy, en Tizimín no llovió, en Sucopo no llovió, en Tixcancal no llovió”. Otro campesino señalaba: “antes, a fines de mayo, el temporal ya entró. Pero ya se empezó a ir la lluvia, y empieza a caer hasta junio, o mediados de junio; esta vez [2016] llegó julio, y todavía no quedó bien. Estamos en septiembre y podemos decir que la lluvia llegó atrasada.”

Para explicar las causas de las alteraciones en los patrones de las lluvias, las percepciones indicaban tres problemas: el declive de los rituales, la deforestación y la parcelación ejidal.

Por una parte, que la pérdida de la conexión ritual con la tierra ha producido alteraciones en la lluvia; algunos testimonios señalaron el declive de rituales mayas fundamentales, como el jo’olche’, o primicias, con que se agradecen las cosechas y se bendicen las milpas (Terán, Rasmussen y May, 1998).[3] Al respecto, un campesino señalaba: “ya cambió la lluvia porque ya nadie hace la primicia; sólo trabajas, pero no le pagas a la tierra (…). Ahorita sólo hay cosecha donde se fertiliza. Antes no se fertilizaba; todo era la santa lluvia.”

Por otra parte, la deforestación es otra transformación del entorno que incide indirectamente en las enfermedades, pues la variabilidad en las lluvias genera dependencia de los agroquímicos. Según el testimonio de otro campesino, que hablaba del desmonte de la selva ocasionado por el avance territorial de la ganadería: “[por la deforestación] no tenemos lluvias como debe ser; según dicen, la naturaleza necesita de las matas para que pueda atraer la lluvia, y si es puro desierto ya no nos llueve bien; son potreros todo; particulares, ejidatarios; todos tienen puro zacate, no tienen monte, entonces ¿cómo se atrae la lluvia?”

Un último factor es la parcelación ejidal. Sin embargo, es necesario aclarar que este fenómeno no se asoció directamente con la proliferación de los mosquitos transmisores, pero se le incluye dentro de las percepciones en torno a chikunguña y zika porque formó parte de las reflexiones críticas sobre cómo algunas transformaciones recientes vulneraban la agricultura, haciéndola dependiente de los agroquímicos. Como ejemplo de estas ideas, el testimonio de un campesino señaló lo siguiente:

Los animales destruyen los sembrados porque no hay lluvias; tienen que ver qué comen. También, una causa es que se parceló el ejido. Antes, cuando era colectivo, todas las parcelas estaban juntas y los sembrados eran grandes; los animales tenían dónde comer; pero en que lo separaron y se parceló, los animales ya no tienen dónde comer y se acaban la siembra.

Este último conjunto de percepciones sugiere una interrelación compleja entre la salud y cambios más amplios en el entorno. Desde este punto de vista, la transformación de las prácticas agrícolas tiene fuertes implicaciones para la salud humana, pues directa o indirectamente inciden en la propagación de enfermedades transmitidas por mosquitos.

Conclusión

Este trabajo tuvo el objetivo de mostrar cómo algunas percepciones locales sobre el papel del medio ambiente en la producción de dos enfermedades emergentes —chikunguña y zika— se anclaron al enfoque hegemónico de la medicina tropical. Sin embargo, se propuso que la población local articuló esa perspectiva con una valoración crítica sobre las alteraciones que ha estado enfrentando su entorno en las últimas décadas. Estas ideas son críticas del sistema de salud y de las condiciones de desigualdad y marginación en las que los mayas se insertan en ese sistema, como la construcción de baños ecológicos defectuosos y la falta de acceso al agua potable. Además, reflexionan sobre procesos mucho más amplios, ligados a un cambio ambiental trascendental que los mayas perciben a través de su cosmovisión y de las afectaciones sobre una práctica fundamental como la milpa.

Estos procesos muestran la necesidad de elaborar políticas de salud sustentadas en perspectivas no sólo afines a la comprensión médica hegemónica, sino también a las percepciones locales y, en particular, a los modelos etno-ecológicos de las enfermedades.

Bibliografía

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Whiteford, L. M. (1997). The ethnoecology of dengue fever. Medical Anthropology Quarterly, 11(2), 202-223.


  1. Algunas ideas de este trabajo aparecieron en Cortés, 2021, y en Peniche y Cortés, 2022. Sin embargo, en el presente artículo, el foco del análisis es la percepción del medio ambiente y su papel en las enfermedades estudiadas. | Correo: iicortes@conahcyt.mx

  2. Para recabar la información etnográfica, documenté la situación de 27 hogares en 4 localidades del municipio de Tizimín. Para ello, apliqué 19 cuestionarios y 8 entrevistas en profundidad; además, llevé a cabo observación participante, asistiendo a reuniones gubernamentales en las localidades, y mediante pláticas informales con los vecinos. La selección de los hogares fue por conveniencia; acudí directamente a hogares de cuyos miembros se sospechaba que habían padecido chikunguña o zika.

  3. Se puede consultar el fragmento “Jo’olche’: ceremonia de acción de gracias en Xocén”, en la página Yucatán, identidad y cultura maya, de la UADY, https://www.mayas.uady.mx/articulos/jolche.html.