En el corazón de la Huasteca: el camino con el profesor Jesús Ruvalcaba Mercado

Claudia Elizabeth Hernández Ramírez
ENAH

Viaje a la tierra natal del profesor Jesús Ruvalcaba, acompañado de Alexandra Iciek, Emilian, Jessica Contreras, Olivia Rubio y yo, durante la Semana Santa en los Altos de Jalisco, abril de 2017. Fotografía: Olivia Rubio.


El tiempo y la memoria son laberintos que me conducen a la génesis del camino compartido con mi querido profesor Jesús Ruvalcaba, con su legado como maestro, mentor y amigo entrañable. Su visión de especialista en la agronomía, la etnohistoria y la antropología social, lo consolidaron como un investigador incansable de los procesos sociales de la vida rural, el campesinado, la agricultura y los pueblos originarios de México, especialmente de la Huasteca.

Mi primer acercamiento con el mundo de los huastecólogos se dio en el contexto de mi etapa de estudiante de la licenciatura de Antropología Social en la ENAH, tiempo en el que comencé mi trabajo de campo en comunidades nahuas del municipio de Benito Juárez, en la Huasteca veracruzana. Mi interés de estudio a mediados del año 2004, con 21 años de edad, se enfocó en un movimiento campesino por la recuperación de la tierra que se extendió por toda la región, así como en la economía campesina y las estrategias de reproducción social en el ámbito rural. Como antropóloga en ciernes no contaba con un director de tesis, y, por ende, mis estancias de campo y el registro etnográfico que realicé durante los años del 2004 y 2005, eran guiadas más por el instinto antropológico que suele tener una principiante en su naciente investigación formal fuera del aula. Mi amiga y colega Jessica Contreras, con la que compartí el trabajo de campo en la zona y que era becaria en los proyectos de la Huasteca, con su mirada atinada, le habló al profesor Jesús de mi trabajo en la Huasteca y de la posibilidad de participar en el XIV Encuentro de Investigadores de la Huasteca en el año de 2006, en Papantla, Veracruz, con la finalidad de presentar mis avances de la investigación de la tesis que estaba realizando. El profesor Ruvalcaba aceptó integrarme en el programa de las ponencias y mi emoción era incontenible, por contar con la oportunidad de presentar mi trabajo y escuchar los comentarios de los especialistas en la región. En ese espacio por primera vez conviví con el profesor, a quien solo conocía por sus escritos, y con su semblante serio pero afable, me felicitó al final de mi ponencia, aún recuerdo bien sus palabras: “el éxito siempre hay que celebrarlo en su justa dimensión, un momento, disfrutarlo y seguir trabajando”. Aunado a eso, me comentó que decidió apoyarme con los gastos de mi estancia en el evento para permanecer en el lugar. Las palabras del profesor me hicieron vislumbrar que estaba frente a un hombre extraordinario, noble y sumamente generoso con los estudiantes en plena formación. Poco tiempo después de mi primer acercamiento, el profesor Jesús se convirtió en mi director de tesis y me incorporó como becaria tesista de licenciatura en el proyecto “En el corazón de la Huasteca. Entre las investigaciones académicas y la resolución de problemas”, coordinado por él y el maestro Juan Manuel Pérez Zevallos, auspiciado por el CIESAS y el CONACYT.

Como director de tesis, conocí otra faceta del profesor, un guía y un lector sumamente acucioso, crítico, y riguroso, que tenía la invaluable capacidad de hacer comentarios al análisis teórico-metodológico, la sistematización de los datos etnográficos y la pulcritud en la redacción y la ortografía en cada borrador de la tesis. Su mirada y el pensamiento crítico que siempre lo caracterizó me ayudaron a comprender los detalles de la vida cotidiana del campesinado en su anclaje local y global, así como a desmantelar el romanticismo que tod@ antropólog@ ingenu@ suele tener, para aprender a mirar los matices y las contradicciones en un proceso social, histórico y cultural. La formación del profesor Ruvalcaba en la etnohistoria, con su habilidad en el estudio y el uso de las fuentes en los archivos lo hizo estimular en sus alumnos el trabajo y análisis de archivo. Con él aprendí que la antropología iba de la mano de la historia y un mundo de posibilidades se abrieron ante mis ojos al aprender a trabajar con los archivos agrarios, que hasta la fecha forman parte de mi formación. Gracias a su dirección comprometida y acompañamiento, la tesis “Aquí nos quedamos. Tenencia de la tierra y organización campesina en Cuachumo Ejido, Benito Juárez, Veracruz”, obtuvo mención honorífica y recomendación para publicación.

En el año de 2010, por invitación del profesor Ruvalcaba, tuve la oportunidad de regresar a la Huasteca y trabajar en el proyecto de investigación “Directrices para el desarrollo social de la población indígena basadas en el mapeo de sus condiciones de vida en la nueva realidad de su entorno regional: Península de Yucatán, La Huasteca y Oaxaca”, a cargo del coordinador, Dr. Pedro Bracamonte y Sosa, y del Dr. Jesús Ruvalcaba. En ese estudio, acompañada del profesor Jesús, Alexandra Iciek, el pequeño Emilian —hijo de ambos—, y Monserrat García Sámano, realizamos trabajo de campo, entrevistas y aplicación de encuestas en la región de la Huasteca veracruzana. Los recorridos a la región en el marco de los proyectos del CIESAS y los Encuentros de Investigadores de la Huasteca continuaron en los años posteriores, espacios de convivencia que me dieron el privilegio de formar parte de un grupo de alumnos que se configuró como una especie de familia extendida con el Dr. Jesús Ruvalcaba y el Mtro. Juan Manuel Pérez Zevallos, y que durante muchos años tuvo un anclaje local de encuentro y socialización cotidiana en el Centro de Documentación de la Huasteca, en un cubículo de la sede de Juárez #222 del CIESAS. La convivencia habitual con mis compañeros, amigos becarios y tesistas, tejió una red intergeneracional en la que compartimos nuestras preocupaciones en las tareas académicas, y al mismo tiempo se convirtió en un mosaico de creatividad para canalizar propuestas enfocadas en nuestro amor por la Huasteca.

Con el paso del tiempo, la estrechez de mi relación con el profesor Jesús se afianzó en un vínculo de cercanía colmado de la confianza, complicidad y reciprocidad que se construyen entre un maestro y una discípula. Como mentor, su semblante serio y exigente no desapareció, pero me permitió conocer los matices de su esencia, un hombre cariñoso, magnánimo, bromista y entusiasta por la vida. De trato afable, sencillo y amoroso con la familia extendida que construyó a su alrededor, siempre estuvo al pendiente de los pasos de cada uno de sus estudiantes, impulsando sus inquietudes académicas y personales con la única finalidad de otorgar bienestar y calidez humana en su acompañamiento. De ahí la insistencia del profesor por mantener vivos y vigentes frente a los cambios contemporáneos los espacios de diálogo y retroalimentación en los Encuentros de Investigadores de la Huasteca y el Seminario Permanente de Estudios sobre la Huaxteca “Lorenzo Ochoa Salas” del CIESAS y el IIA-UNAM. Ambas instancias fueron para el profesor Ruvalcaba el lugar idóneo para la formación de los jóvenes investigadores, y para la divulgación de las investigaciones consolidadas y vigentes sobre la Huasteca, con la posibilidad de tejer redes de intercambio y perspectivas diversas que permitieran comprender la complejidad de una región de estudio. Gracias a la confianza que me brindaron el Dr. Jesús Ruvalcaba y la Dra. Ana Bella Pérez Castro, pude acompañar, en la coordinación, el espacio del Seminario de la Huaxteca, desde el año 2012, en su reapertura, hasta el año de 2023, así como en la coordinación del XXII Encuentro de Investigadores de la Huasteca en las instalaciones del CIESAS, Ciudad de México, en noviembre del año pasado, que han sido una experiencia invaluable cargada de retos y aprendizajes que agradeceré el día de hoy y siempre.

Finalmente, quisiera destacar la faceta del profesor Jesús como amigo entrañable y una persona que no reparó en abrirme la puerta al mundo académico, a la vida familiar y a la convivencia cotidiana en las reiteradas comidas en su hogar o en la cita tradicional convocada en un restaurante al sur de la Ciudad para celebrar los cumpleaños de muchos de nosotros y el fin de año, con la atmósfera de conversaciones que cultivaron las risas, anécdotas, recomendaciones de literatura, música y películas. Aún guardo en el buró de mi dormitorio el último libro que me regaló: “La guerra no tiene rostro de mujer”, de la escritora y periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich.

En el camino compartido con el profesor, nunca terminaré de agradecerle haberme hecho parte de su vida junto a su amorosa compañera de vida Alexandra Iciek, su hermoso y brillante hijo Emilian, y de la familia extendida de sus alumnos más cercanos. Me resulta invaluable la confianza que depositó en mí para llevar de la mano los diferentes espacios académicos, sus enseñanzas en mi formación, pero sobre todo el calor de hogar con el que siempre me arropó con su trato cálido y humano en los distintos espacios compartidos: su hogar en la Ciudad de México, la casa materna en Teocaltiche en los Altos de Jalisco, los viajes por la Huasteca, Hungría y Polonia.

A dos meses de su ausencia, aún no logró asimilar y dimensionar en mi pensamiento y en mi corazón cómo será la vida que continúa sin su sonrisa, su palabra cálida y franca, con su consejo genuino y reparador de sueños, en ese archipiélago de mar que construyó a su alrededor en una auténtica familia huasteca.

Mil gracias por todo lo que nos diste, querido profesor Jesús. Viaja tranquilo y satisfecho de tu legado. Acá seguiremos emprendiendo el viaje de nuevo, con agua de jobo, zacahuil, enchiladas y un casete de Manzanita para el camino que nos dejaste.

Ciudad de México, 4 de marzo de 2024