El trapiche, metáfora del sufrimiento
de los Nn’anncue Ñomndaa de Suljaa’, en Guerrero, México

Geovani Valtierra Gil [1]
Antropólogo social, traductor e intérprete Ñomndaa

Foto: Geovani Valtierra

Introducción

El municipio de Xochistlahuaca (Suljaa’) es uno de los más pobres del estado de Guerrero. De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020 del INEGI, en el municipio de Suljaa’ la población total es de 29,891 habitantes y de éstos 28,033 son indígenas, en su mayoría hablantes del ñomndaa (amuzgo). La población en condiciones de pobreza es de 27,042, y únicamente 349 habitantes no son pobres ni vulnerables (CONEVAL, 2020).

Galtung (1990) afirma que la violencia puede ser vista como una privación de los derechos humanos fundamentales —en términos más genéricos, de la vida, la búsqueda de la felicidad y prosperidad—, pero también como una disminución del nivel real de satisfacción de las necesidades básicas, por debajo de lo que es potencialmente posible. Esta es la violencia estructural y es cuando la clase dominante tiene la explotación como pieza central para el mantenimiento de su estatus.

El presente artículo es resultado de conversaciones informales en lengua ñomndaa con un grupo de 30 productores de panela del municipio de Xochistlahuaca, y la realización de 3 historias de vidas de productores de panela del mismo grupo que por tradición familiar han desempeñado esta actividad durante varias generaciones.

Este artículo tiene la finalidad de describir la violencia estructural ejercida sobre los Nn’anncue Ñomndaa por el sistema capitalista de explotación representado por un solo artefacto de trabajo como metáfora del sufrimiento. Se aborda la vigencia de una actividad de subsistencia con raíces coloniales de explotación. Esta actividad es la molienda de caña y en este texto se explora el significado que ts’omncualjoo (el trapiche) tiene para los productores de panela. Se desarrollará por medio de las narrativas el simbolismo de este artefacto y cómo la violencia que contiene finalmente se visibiliza en los cuerpos de los productores de panela. Se usa el término trapiche tal como Boaventura de Sousa Santos define el Sur (2009), como metáfora del sufrimiento humano sistemáticamente causado por el colonialismo y el capitalismo (p. 12).

Cabe mencionar que la metáfora impregna la vida cotidiana, no solamente el lenguaje, sino también el pensamiento y la acción (Lakoff y Johnson, 2004, p. 39). La molienda de la caña es una práctica de explotación de la población indígena heredada del colonialismo que pone en peligro la integridad de los productores. En ese sentido, es una expresión de la violencia estructural, y esto se refleja en las narrativas de los productores como una metáfora del sufrimiento.

1. Breve recuento de la molienda de caña en la cultura Nn’anncue ñomndaa de Suljaa’.

La domesticación de la caña de azúcar ocurrió en el sudeste asiático (Boege, 2008) y su cultivo, desde sus inicios en Medio Oriente, siempre estuvo relacionado con la esclavitud. En el continente americano fueron los europeos quienes introdujeron la caña de azúcar y, con ella, la esclavitud. Sidney Mintz (1996) afirma que la caña de azúcar fue traída al Nuevo Mundo por Cristóbal Colón en su segundo viaje, en 1493; la trajo de las islas Canarias (p. 63).

En la época colonial los pueblos Nn’anncue ñomndaa pasaron a pertenecer a las encomiendas de los españoles donde los encomenderos cobraban tributos o recibían servicio personal de los Nn’anncue ñomndaa. Aguirre Beltrán (1985) afirma que bajo este sistema colonial se redujo drásticamente la población amuzga, tal es así que en 1522 había en Xochistlahuaca 20 000 “cabezas de familia” y en 1582 sólo quedaban 200. Este genocidio se perpetró de varias maneras, entre ellas las muertes provocadas por los trabajos esclavistas como el procesamiento de la caña de azúcar.

Fue en estos años que los españoles introdujeron el trapiche que aceleró la producción. Como afirma Mintz, un paso decisivo en la tecnología del azúcar se produjo con la invención del trapiche vertical de tres rodillos. El origen de este artefacto rústico permanece incierto. Deer (siguiendo a Lippmann) atribuye su invención a Pietro Speciale, prefecto de Sicilia, en 1449. Soares Pereira argumenta en cambio que fue inventado en Perú, llegó a Brasil entre 1608 y 1612, y de ahí pasó a otras partes (Mintz, 1966, p. 58). Lo cierto es que el trapiche fue un artefacto que perfeccionó la molienda de la caña. Sin embargo, también fue, desde sus inicios, una herramienta que puso en peligro la integridad física de los trabajadores.

Siguiendo con Mintz, durante la zafra los trapiches funcionaban sin cesar, y las exigencias del trabajo eran horrendas. Al escribir sobre el panorama del siglo XVIII, Mathieson (2019, p. 83) nos dice:

los 25 hombres y mujeres de la fábrica [del azúcar] trabajaban de forma continua en turnos que duraban todo el día y parte de la noche: El movimiento del trapiche era tan rápido. Era posible que el molino les atrapara un dedo a quienes lo alimentaban, especialmente cuando estaban cansados o medio dormidos. Se tenía siempre un hacha en la mano para cortar el brazo y explica sin lugar a duda la cantidad de vigilantes mancos.

Cabe hacer mención de que estos accidentes entre los productores de panela Nn’anncue ñomndaa siguen ocurriendo hoy en día, aunque el verdugo ya no sea el colonizador sino el sistema capitalista. Estas afectaciones en el cuerpo de los productores de panela son consecuencias de la violencia estructural y para explicar estas afectaciones me remitiré directamente a las narrativas de los productores. De acuerdo con Good (2003) el cuerpo es sujeto, la base misma de la subjetividad o experiencia en el mundo y, en tanto que “objeto físico”, no puede ser nítidamente diferenciado de los “estados de la conciencia” (p. 216).

Imagen I. Preparando la caña para la molienda

Foto de Geovani Valtierra.

2. Narrativas sobre el ts’omncualjoo (el trapiche).

La producción de la panela es un trabajo que se ha resignificado culturalmente en todo su proceso, desde el cultivo de la caña hasta su elaboración. Las herramientas que se usan, los saberes, la organización social para su producción y finalmente su uso en la gastronomía poseen significados culturales. De esa forma se ha convertido en un producto de consumo cotidiano. De igual manera, su producción es una actividad importante para la economía de las familias que durante varias generaciones se han dedicado a este trabajo. Sin embargo, posee un aspecto que es interesante a destacar, el cual tiene que ver con su origen colonial como una herramienta que pone en peligro la integridad física de los productores, que se refleja en sus narrativas.

Respecto a la organización social en torno a la elaboración de la panela, participan todos los miembros de una familia productora. La participación de la mujer es importante, pues apoya en quitar la cachaza al momento de la cocción o en rellenar los recipientes de miel pero principalmente en la preparación de los alimentos para todos los trabajadores. Es una actividad que siempre requirió la contribución de varias personas.

Con la participación de toda la familia los saberes sobre la molienda se transmiten de generación en generación, y se contribuye a aminorar los costos de producción porque pagar un peón no es rentable. Con la edad y la experiencia se va asumiendo más responsabilidad en el proceso de elaboración. En la molienda de la caña, y como manifestación de la apropiación cultural de esta actividad por parte de las y los Nn’anncue ñomndaa, aparece la “reciprocidad”: cuando los miembros de la familia productora de panela no son suficientes solicitan la ayuda de algún conocido. Esta ayuda la nombran o’teijndeindyentjeena (ayuda mutua). Consiste en apoyar a una persona que, posteriormente, devolverá el favor sin intermediación de pago alguno.

En la cultura Nn’anncue ñomndaa la elaboración de la panela es considerada por los productores como un trabajo de mucho agotamiento físico que requiere más fuerza que otros trabajos del campesinado como la siembra, la limpia o la cosecha de algún cultivo. Su proceso de siembra y molienda es largo ya que primero implica la preparación del terreno para la siembra de la caña, después la construcción de la cabaña llamada w’antom’ (casa del horno), y posteriormente la molienda.

El proceso de elaboración de la panela es el siguiente: una vez que madura la caña se prepara para la molienda comenzando por el corte y acarreo, posteriormente se realiza la molienda en el trapiche con tracción animal. Una vez llenado el tinaco (xjontsei), se lleva al horno donde se hierve a determinada temperatura y se va quitando la cachaza (espuma cuando hierve) conforme va hirviendo. Después de un tiempo de cocción se obtiene una buena consistencia de la miel. Posteriormente la melaza se vacía en un recipiente donde se revuelve con un palo llamado ts’om x’om. Después se vacía en moldes (n’om ts’jaan’nachi) para enfriar. Y para finalizar, una vez que se endurecen las panelas, se sacan de los moldes.

Como parte de los saberes gastronómicos generados en torno a la panela, se producen dos tipos de panelas; esto va a depender de la calidad de la caña y de la temperatura de cocción, o de si no se retira bien la cachaza al momento de la cocción. Están el nachi cantsjan y el nachintom (con sus respectivos tonos oscuros). El de más alta calidad es el primero y es más costoso que el segundo. Por ejemplo con la panela nachintom (panela negra) se prepara camote y calabaza dulce. En cambio con nachi cantsjan se prepara atole de leche con arroz. Otras bebidas que se preparan con la panela son: atole de plátano macho, atole de arroz, atole de cacao, o atole blanco de nixtamal (se acompaña de panela para morder después de tomar el atole), chocolate, té, café, agua fresca de frutas de la región, o el chilate. También se prepara nantquiechi (bocadillo) de coco y conserva de papaya.

La apropiación cultural del derivado de la caña de azúcar ha sido un proceso largo que se ha integrado en la gastronomía de la cultura Nn’anncue ñomndaa, y lo ha convertido en un producto indispensable de autoconsumo. En ocasiones la panela se intercambia con otros productos de la región o se destina exclusivamente para la venta. Los productores entrevistados mencionaron que la ganancia que se obtiene al vender la panela es mínima. Es por ello que no se considera un negocio sino una actividad de subsistencia.

Sin embargo, este beneficio gastronómico ha tenido un costo para los productores, algunos de ellos han sufrido accidentes en la elaboración de la panela que los ha dejado mancos o sin dedos, y el verdugo de tal tragedia es el trapiche. En ñomndaa se le llama ts’omncualjoo (palo que tritura la caña). La elaboración de este artefacto es manual, por medio de la destreza y conocimientos de algunos productores. Desde su elaboración, entre los productores existe la noción de peligro que representa esta herramienta y se refieren al artefacto como si tuviera vida. Como relató don Maurilio:

“El trapiche yo lo puedo hacer. Cuando corto y tallo los palos del ts’omncualjoo soy consciente que estoy construyendo un artefacto peligroso. Lo hago porque con él [trapiche] puedo ganar dinero para comer, sé que él [trapiche] puede moler la caña con los dientes, soy consciente que es muy peligroso, todas las cañas las destroza, sé que es un palo muy bravo” (entrevista a Maurilio el 04/02/2023).

Es importante destacar en la narrativa de don Maurilio la referencia que hace del trapiche como si fuera un ser vivo con bravura y con dientes capaces de triturar. Siendo la misma expresión ocupada por los productores don Severiano y don Antonio, y por otros con los que se tuvo conversación informal:

“Con el trapiche ocurren accidentes cuando tienes mucho sueño o demasiado cansancio pero no queda de otra que seguir trabajando. De por sí se debe tener mucho cuidado al momento de usarlo porque él [trapiche] tritura la caña, lo tritura todo y ya no lo suelta, lo despedaza y así pasa cuando te agarra los dedos, los despedaza” (entrevista a Severiano el 28/02/2023).

Severiano reitera el peligro que representa para el productor que sus dedos queden atrapados en el trapiche. La misma narrativa nos la comparte Antonio:

“la persona que mete la caña al trapiche debe tener mucho cuidado porque con un descuido agarra el dedo y lo jala hasta despedazarlo… como un animal lo muerde, lo tritura completamente” (entrevista a don Antonio el 01/03/2023).

Ambas narrativas cuando se refieren a que es capaz de morder y triturar, es decir de hacer daño, expresan una metáfora del sufrimiento. De acuerdo con Lakoff y Johnson (2004) en casi todos los casos las metáforas dan expresión a realidades abstractas en términos de otras más concretas del universo de acción y experiencias humanas (p. 24). Es decir, la concepción del trapiche tiene una carga simbólica que en el imaginario lo representa como un animal que es capaz de hacer daño.

En la memoria de los tres productores entrevistados, que por fortuna no se han accidentado, está presente lo peligroso que es la manipulación del trapiche. Y eso lo saben debido a que han presenciado accidentes o conocen a las personas sin dedos o brazos víctimas del trapiche. Como menciona don Maurilio:

“Yo presencié el accidente de Don Marcos, vi cuando el trapiche atrapó sus dedos, tuvieron que parar a las vacas y quitarles el ty’om para liberar su mano, todos sus dedos quedaron despedazados. Yo escuchaba en aquel tiempo que a otros señores les pasaba lo mismo también, a algunos les cortaba los dedos, a otros la mano completa. Y veía a señores con la mano mocha, como a Fidel que sus dedos quedaron trenzados y él [trapiche] lo despedazó” (entrevista a Maurilio 04/02/2023).

Es decir, han escuchado la tragedia de otras personas que fueron víctimas de este artefacto. Como afirma Page-Pliego (2015) la subjetividad es la apropiación/encarnación y elaboración de los procesos de experiencia del individuo a partir de los procesos cognitivos, emocionales y prácticos, por medio de los cuales se configuran, transforman y cambian las representaciones de todo orden que circula en el entorno de los sujetos (p. 85). Esto refuerza la construcción del significado del trapiche entre los productores. En ese sentido, “la violencia estructural deja marcas no sólo en el cuerpo humano, sino también en la mente y en el espíritu” (Galtung, 1990, p. 153). A pesar del peligro que representa, lo consideran un artefacto necesario para la subsistencia. Es decir, es un trabajo heredado de la colonia que representa un peligro para el campesino, pero que en un medio donde no hay muchas opciones de subsistencia se sigue realizando.

Los productores indicaron que los principales motivos por los cuales ocurren tales accidentes son el desvelo y el agotamiento físico excesivo de trabajar día y noche durante dos o tres días. Es decir, la explotación de la mano de obra por el sistema capitalista.

De acuerdo con Boege (2008) los elevados niveles de pobreza ocasionan que grandes porciones de la población indígena dependan exclusivamente de la agricultura para su ingreso y seguridad alimentaria. Sin embargo, cuando los productores venden la panela no obtienen un precio justo; el precio es determinado por el mercado capitalista.

Por consiguiente, debido a las condiciones de violencia estructural los Nn’anncue ñomndaa tienen pocas alternativas de generar nuevas fuentes económicas de subsistencia. Es por ello que a pesar del peligro, agotamiento y poca ganancia, la elaboración de la panela sigue existiendo como una actividad de sobrevivencia.

Imagen II. Productores de panela moliendo caña a las 3 de la madrugada

Foto Geovani Valtierra

Conclusiones

Los productores han resignificado esta actividad como parte de su cultura resultado de un largo proceso histórico de integración. Sin embargo, los Nn’anncue ñomndaa, desde la colonia hasta la actualidad, siguen viviendo en condiciones de marginación y pobreza como consecuencia del colonialismo y del sistema capitalista de explotación. No hay mejor referencia de estas condiciones en la cultura amuzga que la construcción simbólica en el imaginario de los productores de panela en torno al trapiche. El trapiche es una metáfora del sufrimiento.

Como observamos, cuando los productores nombran este artefacto se refieren a él de forma metafórica como un animal con dientes capaz de triturar las manos. Recordemos que “las metáforas estructuran parcialmente los conceptos que usamos a diario, y […] esta estructura se refleja en nuestro lenguaje literal” (Lakoff y Johnson, 2004. p. 85). Y lo hacen como parte de su realidad social donde la lucha por la sobrevivencia genera sufrimiento social. Así, la manipulación de este artefacto ha ocasionado accidentes en las extremidades triturando dedos o brazos al quedar trenzados en el trapiche. Por otro lado, es un trabajo que no genera ganancias; a pesar de esto lo siguen llevando a cabo porque no tienen muchas opciones en el entorno de pobreza en que viven.

Este tipo de trabajo llevado a cabo por indígenas Nn’anncue ñomndaa se ha normalizado a pesar de que exige mucha fuerza de trabajo y pone en peligro la vida de los productores. Es decir, es la naturalización de la opresión en términos de Holmes. Holmes (2016) menciona que se culpa a los trabajadores de su propio sufrimiento, se cree que merecen su posición en la jerarquía social debido a aquello que se percibe como rasgos corporales, étnicos y naturales. Esta naturalización de la opresión y el racismo es en particular eficaz e incuestionable porque se lleva a cabo, sin que se note, a nivel del cuerpo (p. 228).

En conclusión, para cambiar esta situación debemos de ver esas jerarquías como cuestiones sociales e históricamente construidas y que pueden modificarse. Solo entonces podremos imaginar los medios interpersonales, políticos, económicos y simbólicos para trabajar a favor de la equidad y desmantelar las estructuras que originan el sufrimiento social (Holmes, 2016, p. 22). Como afirma Camus (1947) el modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere.

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  1. Antropólogo social egresado de la ENAH y traductor e intérprete de la lengua Ñomndaa (amuzgo).

    Correo: natsjom@hotmail.com