Rodolfo Martínez Martínez
Laboratorio Audiovisual
CIESAS CDMX
Portada del libro.
El libro El tigre escondido. Memoria ritual de los pueblos negros de la Costa Chica, de la antropóloga Natalia Gabayet González,[1] mediante su etnografía nos aproxima a las expresiones culturales que ancestralmente han intervenido en la construcción de la identidad culturalmente diversa de los pueblos afromexicanos, las cuales, hasta ahora, no habían sido analizadas con un enfoque que permita observar las múltiples maneras como se conectan formando un conjunto de prácticas rituales, aún vivas en la actualidad.
De tal modo que hasta hace muy poco tiempo todavía no se había logrado el análisis del conjunto de esas expresiones, de la dinámica que mueve y articula la memoria ritual del pensamiento mágico afromexicano, estudiado por la investigadora como un reservorio imaginario de componentes de la identidad cultural de dichos pueblos, en cuyo estudio podemos encontrar aun activos los saberes que componen o integran la epistemología de esos pueblos, entendida como una composición cultural compleja, de origen ancestral, única e irrepetible.
Ante la ausencia prolongada de una mirada etnográfica que nos permitiera ver de conjunto y en movimiento la memoria ritual de esos pueblos, la publicación reciente de la antropóloga Natalia Gabayet González, coloca a la vista un referente nuevo.
Con este libro, la autora nos ofrece la posibilidad actualizada de analizar dicha memoria en una suma innovadora de teoría y práctica de campo. Desde el punto de vista teórico, mediante el estudio riguroso del acervo especializado que precede a este estudio, la autora dialoga con autores de diferentes tiempos, cuyas conclusiones juegan un papel determinante en la elaboración de esta obra. Asimismo, el instrumental metodológico empleado en el trabajo de campo realizado por la autora en dicha región le permitió construir una etnografía entretejida en el contexto cultural donde la investigadora trabajó durante el curso de varias décadas.
Esta etnografía cuidadosamente construida por Natalia Gabayet González, se sustenta en su estudio de largo aliento en el que nos muestra las huellas históricas de estos pueblos, localizadas por la autora en sus danzas, cuyo estudio contribuye a observar en ellas la síntesis de sus modalidades de trabajo, de su sexualidad, de su lucha de clases, de su vida mística; y la articulación e importancia de su vida espiritual con su vida cotidiana.
Tales son los casos de vaqueros y arrieros, personajes que alternan con diablos y otras quimeras antiguas contenedoras de registros simbólicos ancestrales significados en los personajes que cohabitan lúdicamente en sus danzas, y demás representaciones rituales mediante las cuales estas poblaciones articulan su vida individual y colectiva desde su cosmovisión.
Al respecto, la autora nos advierte: «La memoria ritual no sólo es una técnica de propagación del conocimiento, sino también la interiorización de ideas sobre la realidad histórica como pueblo; en un primer nivel, la Danza de los Diablos muestra la experiencia de los pueblos afrodescendientes como caporales del ganado.»[2]
Luego nos dice:
Hasta ahora podemos decir que la morfología de la danza, aparecen varias capas de significado, en principio, es la memoria de ese pasado ganadero, pero el tema nodal es la conducta moral; también expone el lugar de la población negra en la historia, su historia como pueblo que, para ser dominado, fue juzgado, lo que marcó su construcción cultural en donde el destino de las almas es una preocupación central.[3]
Después agrega:
A partir de estas ideas, me parece que es posible entrelazar los mundos en que |convergen la danza de los diablos y el mundo de los nahuales, e incluir como punto de triangulación a los vaqueros. Estos colectivos comparten formas de acción, figuras relacionales y personajes, tres grupos que, aunque diferentes, conforman una serie de rasgos comunes que, desde mi punto de vista, constituyen aspectos centrales de la cultura de los pueblos negros.[4]
La mirada antropológica de Gabayet advierte, define y presenta, tanto lo tangible como lo intangible de la memoria ritual afromexicana, donde el tigre permanece escondido en una expresión de presencia ausente del plano terrenal, mostrando la trama de sus prácticas mágicas asociadas mediante gestos y sonidos que produce la percusión y vibración de los instrumentos con los que acompañan sus danzas, las cuales forman el conjunto de la identidad cultural, la cual une en una historia cultural regional común a dichos pueblos.
Así, el poder de ciertos objetos como la máscara y el bote ‒el tambor de fricción‒ perfilan en una síntesis entre la percepción visual y la sonora. A través del objeto nace una relación a la vez compleja e imprevista, entre voz e imagen. Una presencia asociada con una ausencia necesaria; la voz de los tigres, el tigre escondido.[5]
Mediante esta mirada, la autora nos hace posible entender las prácticas sociales que hacen posible y mantienen viva la memoria ritual de la Costa Chica, al mismo tiempo que también componen parte del conjunto articulado, en su sentido profundo, amplio y dinámico, de la identidad cultural mexicana.
De la metodología aplicada por la autora en esta etnografía surge la visibilización de la unidad y la diversidad de las partes de la memoria ritual estudiada como conjunto articulado, lo que hace posible también apreciar la unidad histórica-cultural que componen.
Con este enfoque la autora muestra el sistema de relaciones comunicacionales que integran la memoria ritual de estos pueblos, que nos presenta en la forma de un proceso de relaciones sociales que articulan las identidades personales y comunitarias con la cosmovisión afromexicana particular de ese contexto cultural.
En este libro, Gabayet González presenta la cosmovisión afromexicana en movimiento, en la que se aprecia su sistema complejo de relaciones entre el mundo humano y el monte, el lugar extraordinario alejado de la dimensión humana de la vida, donde suceden las tensiones, negociaciones y confrontaciones mágicas que llegan a convertirse en guerras místicas entre chamanes, nahuales, diablos, tonas, vaqueros, y demás quimeras que los acompañan, todos en articulaciones permanentes, en las que la salud humana se encuentra determinada por la acción negociadora de los agentes del mundo irracional y su vinculación anímica con el mundo construido por los humanos.
Esta representación etnográfica ayuda a comprender con mayor claridad la complejidad de la noción de monte, tal como es en sus contextos culturales. De tal modo que ayuda a la identificación de las articulaciones que ahí suceden entre actores, tangibles e intangibles, que comparten sus acciones en la memoria ritual afromexicana. Estos agentes místicos se relacionan en el espacio del monte como negociadores de la salud orgánica y anímica de los enfermos, en una dimensión metafísica donde suceden los fenómenos tangibles de curación.
El monte es un escenario intangible, en cuyo contexto onírico sucede la comunicación ancestral de dichos pueblos, mismos que utilizan herramientas mágicas en operaciones inmateriales de sanación, las cuales se suceden en dimensiones extraordinarias, localizadas en el espacio metafísico donde suceden las batallas de los ejércitos de nahuales, las brozas, que se disputan la vida y la muerte de los humanos.
El monte es un lugar mágico que nutre y delimita los contornos intangibles del mundo extraordinario de estos pueblos, cuya construcción ancestral lo ha dotado de su propia racionalidad, cuyo devenir está determinado tanto por el mundo del trabajo, como por la dominación religiosa colonial y las prácticas y relaciones derivadas de las desigualdades del capitalismo, donde se dirimen batallas entre nahuales, tonas, demonios y almas amenazadas por los ataques inesperados de las sombras habitantes del monte.
Podemos apreciar en este libro, además del análisis etnográfico del pensamiento ritual afromexicano, la epistemología, sistema de conocimientos, saberes, imaginario y memoria de dichos pueblos, en la que reúnen sus experiencias terapéuticas en el cuidado de su salud personal y comunitaria, tanto de sus cuerpos como de sus almas.
Entre sus conclusiones la autora señala:
Al mismo tiempo, la violencia del fusil militar y el látigo de los caciques, sumadas a las acusaciones de idolatría por el Santo Oficio y sus constantes amenazas de la hoguera, ayudaron a encubrir en un par de siglos las creencias y prácticas locales que empezaban a combinarse. Dos identidades en conflicto producen, entonces, una lógica en la que interactúan los negros de la costa hoy en día. Una tensión entre lo ajeno y lo construido, lo que se valora y lo que se teme; dicha tensión no permite, sin embargo, una conclusión que cierra el conflicto.[6]
Después concluye: “Las costumbres indígenas satanizadas por los españoles se convirtieron en el nahualismo negro de la costa: un tigre encubierto.”[7]
El libro es una obra etnográfica escrita con pulcritud y presentada para su lectura en 9 capítulos que componen un libro de lectura imprescindible, recomendable no solamente para investigadores especializados o estudiosos de la afromexicanidad, también lo es para el público en general que busca obsequiarse una lectura tan profunda como enriquecedora, la cual puede encontrar muy bien en esta obra antropológica.