Tomás Jalpa Flores
Dirección de Lingüística INAH
Ilustración Ichan Tecolotl.
Ingresé al seminario de fuentes indígenas por invitación de la maestra Perla Valle y Carmen Herrera Meza, quienes estaban a cargo del proyecto Amoxpouhque, al que me integré para trabajar el diccionario del Mapa de Cuauhtinchan número 2. Me habían comentado que en el seminario de fuentes indígenas estaban analizando la Historia tolteca chichimeca y por ser una fuente directamente relacionada con mi investigación decidí participar. Fui el último en incorporarme al grupo que tenía varios años reuniéndose para leer y analizar este manuscrito. Ahí conocí a Paco y Norma y me reencontré con mi asesora de la maestría y doctorado, la doctora Margarita Menegus. Tuve además la fortuna de conocer a Hildeberto, a quien ya había leído pero no conocía personalmente.
Después de la primera reunión me adapté a la dinámica del seminario. Cada mes sesionaba en la Dirección de Estudios Históricos del INAH, donde Paco, que era el convocante, sacaba su libreta para ver en qué página nos habíamos quedado, para luego cederle la estafeta a Carmen, quien iniciaba la lectura de la parte en náhuatl y se comparaba con la traducción de Luis Reyes. En ocasiones se leían cuatro o cinco párrafos, y a veces lográbamos terminar un folio. El trabajo era lento porque las lecturas daban pie a la discusión, de la que Paco iba anotando las observaciones, los comentarios y reflexiones del grupo en tesoro de letra abigarrada pero muy familiar a todos nosotros.
La lectura de los pasajes daba pie a discutir el variado contenido de la historia, desde el formato de la fuente, la iconografía, las estructuras narrativas, la polifonía desde la mirada lingüista y los acontecimientos analizados bajo la perspectiva histórica, etnohistórica o antropológica. A estas se sumaban las observaciones sobre el derecho indiano y una serie de matices presentes en los diferentes pasajes. Era un trabajo muy lento pero acucioso, y teníamos la fortuna de no tener encima la presión ni el compromiso por concluirlo en un tiempo determinado. Así que las reuniones combinaban entre otras cosas una cierta dosis de placer por escuchar el náhuatl y las reflexiones de los colegas. La discusión generalmente se prolongaba durante la hora de comida y en la sobremesa las charlas eran inagotables.
Para cada tema había una voz experta. Hildeberto era la voz autorizada por su conocimiento sobre la región, las fuentes documentales y el manejo del acervo de Cuauhtinchan. Había pasado muchos años leyendo y releyendo la Historia tolteca chichimeca y sabía de memoria los párrafos, dónde se encontraba tal o cual pasaje. Hildeberto tenía casi fotografiada mentalmente la Historia tolteca chichimeca. Pero además era un investigador acucioso, que gustaba de reflexionar sobre diversos temas sin afirmar categóricamente nada. La duda era su principal virtud, y en esa humildad del desconocimiento estaba parte de su sapiencia.
Entre los infinitos temas de su interés en la Historia tolteca chichimeca estaba el de la población y sus orígenes. Consideraba que el poblamiento del valle de Puebla y Tlaxcala era producto de la ocupación del territorio a lo largo del tiempo donde se insertaban varios nichos culturales. Si bien la idea no era novedosa, pues ya Paul Kirchhoff había señalado la existencia de mosaicos culturales para otras regiones, y en particular para la provincia de Chalco, Hildeberto sostenía que el estudio específico de cada región permitiría conocer los flujos de población y los diversos procesos de ocupación de los espacios, atendiendo a una serie de aspectos como las conquistas, las relaciones comerciales, los acuerdos sociales mediante las alianzas matrimoniales, los lazos de parentesco o las relaciones políticas, entre otros asuntos.
Algunos de estos elementos eran los que había que explicar para entender la compleja red de relaciones entre los pobladores del postclásico. Uno de los supuestos era que los territorios estaban ocupados por una sociedad pluriétnica, y en algunos lugares era muy claro el multilingüismo que había incidido en la configuración de las instituciones sociopolíticas. Había razones para hablar de la multiculturalidad considerando los vestigios arqueológicos, donde estaban presentes una serie de manifestaciones predominantes en determinadas áreas culturales próximas y lejanas, que fueron introducidas al valle poblano-tlaxcalteca. Pero, además, señalaba que las dinámicas históricas habían modificado las relaciones entre los pobladores y reconfigurado la estratificación social, así como el status de ciertos grupos a lo largo del tiempo.
En el amplio espacio del valle poblano-tlaxcalteca subsistían huellas de esa amalgama de tradiciones pues, por los datos registrados en la Historia tolteca chichimeca, sabemos que convivían pobladores de tradición olmecoide, los llamados olmecas arqueológicos, olmecas xicalancas, otomíes, mixtecos y popolocas, que se fueron integrando a los grupos que arribaron durante la llamada migración chichimeca.
Hildeberto llamaba la atención, e insistía en que la narración que teníamos frente a nosotros era solo un fragmento de diferentes discursos silenciados. E, incluso, que la visión recuperada en la Historia tolteca chichimeca era el fragmento de una versión general, adaptada a los intereses de cada grupo. Si bien la Historia tolteca chichimeca nos expone una realidad y una historia sesgada desde la visión de Cuauhtinchan, esta es más particularizada a partir de la desincorporación de varios señoríos como Totomihuacan y Tepeaca. En este caso había que analizar la historia fragmentada, tomando en cuenta la narrativa en su temporalidad y las voces presentes en el manuscrito, es decir, la popoloca, la nonoalca, la olmeca xicalanca, la tolteca chichimeca y la tepilhua chichimeca, y tratar de escudriñar en estas qué es lo que se había tomado para elaborar dicha versión, y qué pasajes se adecuaron a los intereses del grupo cuauhtinchantlaca y la versión totomihuaque.
Uno de los tantos temas de interés de Hildeberto era la composición cultural de los grupos presentes en el manuscrito. Llamaba la atención sobre tres grandes bloques: los nonoalcas, los toltecas chichimecas y los tepilhuan chichimeca, que se agregaron al mosaico cultural existente en el valle poblano, compuesto por los olmecas xicalancas quienes a su vez compartían un amplio territorio con grupos otomianos, popolocas y mixtecos. En primer lugar se trataba de tres grupos asociados probablemente a tres procesos temporales de ocupación del territorio. Si bien señalaba que se trataba de la reducción de un proceso mucho más complejo, la narrativa había construido una explicación sucinta del proceso, resultado de los intereses de los grupos en el poder. En este sentido, insistía, que había que tomar con cautela el discurso y desmenuzar el proceso de ocupación para entender las dinámicas culturales. Los estudios anteriores habían reconstruido las redes de intercambio y había un gran avance sobre la migración olmeca xicalanca, sus vínculos con grupos y asentamientos de la región del somontano veracruzano, entre otras cosas, pero faltaba ver el caso poblano-tlaxcalteca.
La segunda migración tampoco está descrita ampliamente en el manuscrito. Comprende la llegada de los toltecas chichimecas, su asiento en Cholula, territorio olmeca xicalanca y las condiciones en que vivieron. Destacaba que este periodo era importante porque sirvió de puente para enlazar dos narrativas: el vínculo con Chicomoztoc, su lugar de origen ubicado en un sitio alejado, pero también con un proceso de aculturación intermedio, pues antes de llegar a Cholula, la migración tolteca chichimeca había establecido contacto con la Tula (arqueológica) Xicocotitla, que se suponía había incidido en su transformación cultural. No sabemos si al llegar a Cholula ya eran hablantes del náhuatl y probablemente este proceso lo reconstruyeron en su regreso a su patria mítica.
La tercera migración es la más detallada y comprende tres momentos: el regreso de los tolteca chichimeca a su lugar de origen, el encuentro con los tepilhuan chichimeca y la confrontación de dos modelos de vida: el nómada o cavernícola y el sedentario. Esta sección se complementa con otro material resguardado en el acervo de Cuauhtinchan, que es el mapa de Cuauhtinchan no. 2, que sirve de complemento para entender algunos pasajes descritos en la Historia tolteca chichimeca donde destaca el diálogo entre los nahua hablantes y los grupos chichimecas y el proceso de aculturación a través de la degustación del maíz.
Describir este mundo tan complejo resultaba un reto, y había que hacer las preguntas adecuadas. Una y otra vez comentaba que era importante preguntarse qué encerraban esos gentilicios. ¿A qué nos estábamos refiriendo cuando hablábamos de nonoalcas, olmecas xicalancas, o toltecas chichimecas? ¿Eran grupos, o eran expresiones para referirse a muchas cosas y situaciones? Insistía en que nonoalcas y olmecas xicalancas había por todos lados, pero, en la narrativa, ¿qué se recuperó de ellos y cómo utilizaron los tlacuiloque estos términos? Sugería que podían ser palabras empleadas, por un lado, para registrar largos procesos migratorios que dejaron en la memoria de los habitantes esa noción del paso de estos grupos por diversos territorios comandados por sus líderes. Por otro lado, podían aludir a estructuras sociales y político territoriales donde se sintetizaba la noción de altepetl o del huey altepetl, o para ser más preciso a la estructura de señorío en la época colonial. Pero además señalaba que no podía descartarse la idea de la asociación de estos términos con un lugar o actividades particulares: Tula con la idea de urbe y centro cultural, y Xicalanco con puertos o espacios comerciales; el término podía estar relacionado con varios puntos de comercio y no solamente con uno en particular. Posiblemente estos grupos los relacionaban con los comerciantes.
Por otro lado, Cholula era la réplica de Tula, e Hildeberto llamaba la atención sobre la composición social y étnica prevaleciente a la llegada de los grupos tepilhuan chichimeca. Sugería que si se lograba entender la complejidad de la multiculturalidad existente en Cholula se podría entender la complejidad de Cuauhtinchan, y luego de otros sitios. Para él, la urbe cholulteca en el periodo de ocupación olmeca xicalanca lo conocemos sólo a través de la visión tepilhuan. En este sentido cabe señalar que hay breves trozos de la historia de este periodo vista por los vencedores. A través de las imágenes y algunos pasajes tenemos la composición social, las dimensiones del territorio olmeca xicalanca y el emblema de la urbe con el sello de la casa, es decir el cerro en cuya cúspide se alberga una rana o un sapo.[1]
Dicha multiculturalidad se ejemplifica en la Historia tolteca chichimeca con los olmecas xicalancas y los tepilhuan chichimeca. En ambos prevalece por un lado una estructura encabezada por una dualidad, representada en sus gobernantes o bien sus líderes, y siete grupos que conforman su estructura sociopolítica. Para el caso de los olmeca xicalanca, en varias láminas se presentan los habitantes que ocupaban el altepetl de Cholula antes de la llegada de los tepilhuan chichimeca. Entre estos se menciona a sus gobernantes o dirigentes, el aquiyach, señor de arriba y el tlalchiyach, el de abajo y enseguida a los siete grupos integrados por los ayapanca, xochimilca, teciuhqueme, texalloque, tlilhuaque, cuiloca, y auhzolca. Para los tepilhuan se registraron sus líderes encabezados por los dos señores tolteca chichimeca Quetzalteueyac e Icxicouatl y los siete grupos tepilhuan compuestos por los totomihuaque, acolchichimeca, cuauhtinchantlaca, zacatecas, texcaltecas, malpantlaca, y tzauhtecas.
Un tema que le llamaba la atención y propuso ahondar en él fue la conformación de los grupos. Cómo en cada relato se encontraban listados que los agrupaban en cierto número, encabezado por un líder y a veces por los grupos. o bien por otros cabezas de linaje. En el primer relato que enlista la estructura de los nonoalca, los grupos se encuentran divididos en cuatro secciones de cinco para sumar el complejo altepetl integrado por veinte secciones, mientras que en la organización olmeca xicalanca y tepilhuan son dos líderes más siete grupos. Para Hildeberto y Paco esta configuración respondía por un lado a nociones cosmogónicas y de tipo mágico religioso. Consideraban que la numeración también jugaba un papel importante asociada con los rumbos del universo, los espacios sagrados u otros elementos, pero además respondía a largos procesos de construcción social en que a los señoríos se fueron incorporando diferentes etnias dentro de un esquema amplio para integrar el cuerpo social y político-administrativo expresado con las metáforas, “sus manos y sus pies, su cola y sus manos”.
Para Hildeberto era importante explicar no sólo la composición social sino los esquemas culturales presentes en los gentilicios y antropónimos. Señalaba que los gentilicios de los grupos no sólo reducían nociones más complejas de la realidad, sino que además había que analizar los diferentes significados. Sugería que se hiciera la traducción de los gentilicios, pues en las ediciones anteriores no se había hecho y era necesario darle al lector algunas herramientas para una mejor comprensión de estas realidades.
El análisis de los gentilicios y antropónimos permitía acercarse a la cultura a través de las designaciones, pues ellos encierran cargas culturales de realidades y procesos complejos. Los gentilicios nos permitían conocer la tipificación de los grupos. Tales designaciones podían indicar su lugar de procedencia, sus rasgos físicos, sus actividades, su ubicación dentro de un espacio determinado, etcétera. El ejemplo de los olmeca xicalanca y tepilhuan nos da una idea de estas preocupaciones. El señorío olmeca xicalanca de Cholula estaba compuesto por los grupos o asentamientos de los 1) xochimilca, “los de las sementeras de flores, 2) ayapanca, “los de la red de canales de agua”, 3) teciuhqueme, “los del granizo”, 4) texalloque, “los de las piedras calizas”, 5) tlilhuaque, “los del lugar de negro”, 6) cuiloca y 7) auhzolca,[2] mientras que los tepilhuan se integraban por los 1) totomihuaque, “los que tienen flechas pajareras”, 2) acolchichimeca, “los del agua torcida”, 3) tzaucteca, “los de la cerrada”, 4) zacatecas, “los del pastizal”, 5) cuauhtinchantlaca, “la gente del nido de águila”, 6) texcalteca, “los que habitan en los riscos”, 7) malpantlaca, “la gente de la bandera de guerra”.[3] Estos dos ejemplos nos permiten comparar a través de sus gentilicios dos modos de vida y organización. Los primeros describen actividades de pueblos sedentarios o bien, relacionados con un entorno particular, mientras los segundos describen grosso modo formas de vida de grupos seminómadas, que se describen a través de sus artefactos de guerra y los parajes asociados con paisajes desérticos y llanuras.
De estas nociones generales sus reflexiones lo llevaban a cuestionar otros aspectos: ¿qué se entendía por cuantinchantlaca, tepeyacatlaca o totomihuaque? ¿Se refería únicamente a grupos en particular, o estaban comprendidas varias etnias? Por lo general sus preguntas estaban dirigidas a romper con los esquemas tan rígidos prevalecientes en las narraciones de tradición indígena, y, apoyado en documentos y situaciones particulares, planteaba que estos términos en realidad eran nombres genéricos para referirse a estructuras sociales más complejas, compuestas por diversos grupos étnicos y lingüísticos que estaban incorporados a un señorío. Pero además estaban asociados a un territorio, no necesariamente continuo y señalaban vínculos de grupos localizados en espacios extraterritoriales dominados por estos señoríos.
Decía que lo étnico en los textos definía a los grupos, sus vínculos con los linajes y los líderes, pero además con los derechos que adquirieron a partir de complejas relaciones emanadas de los distintos procesos de dominio. Proponía analizar los nombres de los lugares que no siempre corresponden a asentamientos sino que se trata de situaciones específicas. Esto amerita que se analice la toponimia en los contextos que se describen como parte de los procesos de apropiación de los territorios pero también como procesos de resignificación de la espacialidad.
La Historia tolteca chichimeca nos introduce a un mundo donde están presentes diferentes capas del saber y esquemas culturales que abren ventanas para entender la complejidad de los procesos históricos y culturales en el valle poblano-tlaxcalteca. En este texto solamente deseo destacar algunas de las ideas que se fueron discutiendo en el seminario, pero que abrieron una ventana para mirar con ojos distintos las realidades regionales y entender la multiculturalidad presente en cada territorio, no sólo de Mesoamérica sino de todo el país, que estaban presentes en las preocupaciones de nuestro querido colega Hildeberto para quien van dirigidas estas líneas.
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- Historia tolteca chichimeca. Edición facsimilar. Un excepcional documento del siglo XVI: los orígenes, la cosmovisión, el gobierno y la historia de la región de Puebla, Parte 2. Revista Arqueología mexicana, Edición Especial 108, pp. 52-53. ↑
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Historia tolteca chichimeca. Edición facsimilar. Un excepcional documento del siglo XVI: los orígenes, la cosmovisión, el gobierno y la historia de la región de Puebla, Parte 1. Revista Arqueología mexicana, Edición Especial 107, pp. 82-83. ↑