El impacto de la minería en la historia social
de México. Siglos XVI-XVIII

Brígida von Mentz[1]
CIESAS Ciudad de México

Introducción

Actualmente en México la industria minera es un sector económico trascendente y controvertido. Lo ha sido desde el siglo XVI: las importantes cantidades de metales preciosos que desde Nueva España-México se han puesto en circulación en el mundo han dado identidad —visto desde el exterior— al país. En este texto se enfatizará el peso que tuvo la minería al interior, es decir, se verá la influencia que ejerció durante el periodo colonial en la sociedad, considerándose, incluso, las colectividades de pequeñas localidades diseminadas a lo largo y ancho del territorio.[2] Desde la historia social de México se observará el impacto que tuvo esta actividad extractiva sobre la manera en que se pobló el territorio hoy mexicano, y sobre un enorme abanico de personas que, de manera indirecta o directa hicieron posible la producción de la impresionante cantidad de plata que se exportó de la Nueva España.[3] Subrayaremos sobre todo los efectos que la pequeña minería tuvo sobre distintos sectores sociales en lo local y regional.

La magnitud de las empresas mineras fue diversa (tanto las dedicadas a la extracción como al beneficio) y también lo fueron los periodos de bonanza y borrasca que se experimentaban. Ante los vaivenes de la producción de plata, en los pequeños reales de minas se vivieron localmente procesos de integración social de sectores vinculados exclusivamente a la producción de plata (de manera directa y también como proveedores y auxiliares diversos) y luego procesos de desintegración; es decir, surgían colectividades locales altamente mercantilizadas en épocas de auge y en otras regresaban al predominio del autoconsumo y de una producción rural agraria y ganadera modesta. La economía local se contraía. Las variaciones regionales, obviamente, fueron grandes.

Numerosos reales mineros desconocidos y dispersos por el territorio novohispano.

La “riqueza de las montañas metalíferas” del territorio hoy mexicano —como decía el mineralogista y geógrafo Alejandro de Humboldt (1769-1859)— se caracteriza por su dispersión geográfica, lo que tuvo importantes implicaciones en la historia del poblamiento de nuestro país. Mientras en el virreinato del Perú la explotación metalífera se concentró en torno al Cerro del Potosí, en la Nueva España tales explotaciones ocurrían en innumerables lugares. Si observamos, por ejemplo, dónde se explotaban exitosamente minas de plata hacia la década de 1620, vistas de sur a norte, podemos enumerar un real en la región zapoteca y, a la vez, numerosos en el norte, en las sierras de Durango, en Parral; es decir, se producía plata al sur y oeste de la ciudad de Antequera (en Chichicapa y Teozacualco), pasando por otro pequeño real en la Mixteca en Zilacayoapan-Cairo y Alcozauhca, en la región limítrofe con los tlapanecas, luego yendo por los ricos yacimientos (explotados sobre todo entre 1590 y 1610) de Huautla, al sur del actual estado de Morelos.[4] Además, se seguían explotando exitosamente los conocidos centros argentíferos de Taxco y la Provincia de la Plata, y al norte de la capital del reino en Pachuca y Real del Monte, y no se diga de los reales de minas de Comanja, Guanajuato, o Zacatecas. A más de 300 kilómetros al este de Zacatecas se explotaba plata en Mazapil, y hacia a 500 kilómetros hacia el oeste en Sombrerete, para sólo mencionar unas. Aún más al norte, se explotaban minas sobre todo en el reino de Nueva Vizcaya, en torno a Santa Bárbara, y los numerosos yacimientos en Parral que tendrían bonanza después de 1630.[5]

Esa notable cantidad de explotaciones mineras caracteriza la “fiebre por metales preciosos” que motivó la espectacular inmigración hispana al Nuevo Mundo: ávidos por “hacer la América”, militares, aventureros y busca-fortunas poblaron zonas muy diversas. Soldados o inmigrantes hispanos modestos, rancheros o estancieros, podían descubrir afloramientos y minas de metales preciosos en una remota localidad, pero la información se difundía, e inmediatamente acudían personajes poderosos al lugar o enviaban a sus familiares. Precisamente la mencionada dispersión de los yacimientos a lo largo y ancho del territorio marca una característica del poblamiento rápido de zonas muy alejadas la capital del reino y de los puertos principales. Simultáneamente, los requerimientos de esta industria y de la población vinculada a estas explotaciones fueron numerosos. Se trataba de sectores sociales sumamente heterogéneos, constaban en ciertas zonas de población indígena lugareña (de señoríos prehispánicos o de grupos móviles no sedentarios), de inmigrantes hispanos, y, sobre todo, de un gran número de operarios esclavos o libres, de numerosa fuerza de trabajo que era la que hacía posible la explotación.

En las regiones que actualmente comprenden los estados de Oaxaca, sur de Puebla y sierra de Guerrero, por ejemplo, no sorprende que hayan sido conquistadores, encomenderos y las primeras autoridades españolas encargadas de las distintas provincias y regiones los que rápidamente tuvieron noticias de yacimientos de oro y plata y probaron su fortuna invirtiendo en ellos junto a todos los demás.

Se requería de medios para poder contratar a trabajadores o poder político para solicitar y obtener “indios de repartimiento” que llegaran temporalmente a trabajar en la mina y en las haciendas. Como se necesitaban cantidades de alimentos (maíz y trigo) tanto para los trabajadores como para los animales de transporte y tracción de maquinaria, se involucraba a la población indígena local y se fundaban estancias ganaderas y cerealeras al igual que molinos que abastecían a los novedosos pequeños centros industriales. Comerciantes debían suministrar un sinnúmero de herramientas e insumos para maquinaria, plomo y fundentes, sal y azogue para el beneficio, entre otros, y todo ello debía conducirse hasta los yacimientos o a las haciendas más próximas a ellos, que se ubicaban, generalmente, al margen de ríos y arroyos. Otro requerimiento indispensable era la madera, por lo que iniciaba rápidamente la explotación de los bosques cercanos.

Para la conducción de todos los insumos, se requería de cientos de tamemes indígenas (cuya explotación durante el siglo XVI fue notable, a pesar de múltiples prohibiciones), así como de mulas y carretas conducidas por experimentados arrieros y carreteros. En términos generales, por lo tanto, los sectores transportistas y comerciales relacionados con la minería fueron cruciales a todo lo largo y ancho del territorio.

La diversidad de sectores sociales involucrados

Es frecuente que se cuestione la relevancia económica y social de la minería —argumentando que eran solamente algunos miles los trabajadores ocupados en ella— pero no se considera el enorme abanico de personas que de manera indirecta también la hacían posible. Además, las transformaciones que se daban en los lugares donde se explotaban yacimientos de metales preciosos fueron profundas. Nacía una actividad mercantil acelerada que permeaba la población original circundante de distintas maneras.

Para entender el papel que jugaban los distintos grupos en los procesos productivos, hay ver más allá de las designaciones estamentales de “españoles”, “negros”, “indios”, “mestizos” o “castas” (mulatos) que se encuentran en la documentación parroquial, administrativa, judicial o notarial en el virreinato.[6] Como observamos en las empresas mineras de muy diverso tamaño y en los poblados y centros mineros, las jerarquías realmente existentes podían ser muy diversas y no obedecían a la visión estamental. Por ejemplo, se podría suponer que muy pequeños centros mineros hoy desconocidos y con escasa mención en la historia minera mexicana como los ubicados en los mencionados estados de Oaxaca o sureste de Guerrero contarían solamente con propietarios de minas de pocos recursos. Estudios recientes muestran, sin embargo, que opulentos capitalistas peninsulares también invertían en esos lejanos pequeños reales de minas junto a la gente humilde de muy diversa “calidad” étnica-social. Aprovechaban los primeros ricos afloramientos tan pronto se enteraban de algún hallazgo.

Esto está relacionado con las primeras incursiones hispanas al territorio de los señoríos indígenas mesoamericanos y el conocimiento que iban adquiriendo los primeros oficiales reales y religiosos. Aunque los primeros descubridores de minas podían ser modestos inmigrantes, dueños de estancias ganaderas o agricultores que recién habían recibido una merced de tierra, al difundirse la noticia de la presencia de metal precioso, inmediatamente acudían al lugar representantes de la oligarquía minera a informarse e invertir. Por ejemplo, en las regiones que actualmente comprenden los estados de Oaxaca, sur de Puebla y sierra de Guerrero, no sorprende que hayan sido familiares del conquistador Hernán Cortés los que explotaron los recién descubiertos yacimientos de oro, o que hayan sido las primeras autoridades españolas, corregidores, alcaldes mayores, altos funcionarios religiosos o militares y expedicionistas, los inversionistas en minas de plata en lugares como Chichicapa al sur de Antequera, en Teoxomulco, o en Zilacayoapa en la Mixteca. Junto con sus familiares y allegados iniciaron las inversiones más cuantiosas en lugares muy diversos. En algunas ocasiones se trataba de familias que desde mediados del siglo XVI ya tenían capitales, propiedades y experiencia en reales de minas ricos y permanentes como Taxco, Sultepec, Pachuca o Zacatecas. Riqueza y poder político han ido siempre, desde entonces, de la mano.

Así, el origen de quienes denunciaban minas y de los denominados en la documentación oficial “mineros” o propietarios de haciendas de beneficio fue sumamente diverso. Algunos fueron muy modestos y se podrían ubicar en sectores medios bajos. Explotaban minas y contaban con mercedes de tierra para edificar sus haciendas de beneficio, pero los capitales que requerían para la producción eran grandes y frecuentemente terminaban sumamente endeudados.

Un minero tal de Chichicapa, llamado Alonso Ruíz de Huelva, por ejemplo, murió después de décadas de trabajo y como sus herederos estaban en España se vendieron sus bienes. Pero sólo con grandes esfuerzos se lograron reunir menos de 200 pesos. Otros mineros en cambio, de la misma época, acumularon cierta riqueza e invirtieron en varios reales, además de que fueron, a la vez, ganaderos y comerciantes poderosos. Entre la élite con inversiones mineras y que contaban con vínculos familiares en toda la Nueva España fungen sobre todo militares (sirviendo al rey “con sus caballos y armas”), expedicionistas de la alta o baja nobleza hispana, simples soldados o aventureros de todo tipo. Familiares de altos funcionarios civiles o religiosos abundaban entre ellos, igual que comerciantes diversos. Su vida cotidiana era urbana, pero contaban con esclavos negros o “indios naborís” (en realidad sirvientes atados a su persona desde las primeras incursiones en el Caribe) que ocupaban en sus empresas mineras.

Los sectores sociales vinculados directamente en la producción eran muy diversos. Un sector social medio imprescindible en todo centro minero se conformaba por artesanos de todo tipo, así como por pequeños transportistas y comerciantes. La movilidad espacial de estos grupos es sorprendente.

Entre la élite indígena local rápidamente surgieron especialistas con oficios nuevos como arrieros, herreros, barreteros y fundidores. Igualmente pertenecían a grupos indígenas locales especialistas de la construcción como carpinteros o albañiles, entre otros. Lo más oneroso para los pueblos indígenas en los alrededores de las minas fueron las tandas temporales que debían cubrir yendo a trabajar a los centros mineros como “indios de repartimiento”. Las clasificaciones estamentales y legales de tradición europea se borraban en este mundo industrial y de gran mestizaje. Hubo en numerosos negocios novohispanos esclavos que tenían el papel de capataz o mayordomo y, en cambio, indígenas artesanos laborando en las mismas condiciones que mulatos y mestizos, y así sucesivamente. Las jerarquías sociales variaban, por ejemplo, según el status legal de esclavo o libre, o según las condiciones de trabajo que diferían entre los que se contrataban de manera voluntaria y, en ocasiones, los “operarios encerrados” en determinadas salas de trabajo. De igual manera diferían según su oficio, según la responsabilidad que tenían en la empresa, o según la forma en que recibían su remuneración y el monto de ella.

En todo pequeño real de minas recién fundado la obtención de fuerza de trabajo fue la condición primordial para la explotación, por lo que la población nativa siempre fue la primera en tener que soportar la esclavización o el reclutamiento forzado (permanente o temporal) para el trabajo de la industria minera. En toda la Nueva España se habla entre la clase propietaria de la “saca de indios”.

Las condiciones históricas y sociales específicas de cada región marcaron obviamente la manera de proceder a la “saca de indios” en cada localidad minera de manera distinta. Es notable como los propietarios de empresas tanto en el lejano norte (Sonora o Chihuahua o el Nuevo Reino de León), como en el centro de la Nueva España y en el sur, densamente poblado con población sedentaria, utilizaban cotidianamente el término de “saca de indios”. En este último caso se refiere la “saca de indios” sobre todo al “repartimiento de indios” mediante el cual cada pueblo cercano a un real de minas debía contribuir con trabajadores temporales reclutados de manera forzada. En el norte el mismo término se aplicaba a métodos distintos, pero igualmente onerosos y cueles para la población nativa.

En las vastas zonas al norte de Zacatecas los propietarios de minas y haciendas de beneficio y agroganaderas enfrentaban una situación más compleja porque estaban rodeados de grupos de indígenas móviles que se resistían a ser esclavizados y forzados a trabajar en sus empresas. El reclutamiento de trabajadores requeridos para las empresas (ganaderas, mineras, obrajes) era forzado al tratarse de grandes contingentes de “gentiles”, tomados en guerra como prisioneros. En otros casos, se permitía el traslado de grupos enteros de familias “gentiles” y no sedentarias como “indios de encomienda”. Se les llevaba a las empresas forzándolos a trabajar. Es decir, también se puede caracterizar ese método de reclutamiento como parcialmente forzado. En este caso las encomiendas tenían características especiales. Para que aceptasen mudar al grupo entero a las haciendas del encomendero eran fundamentales las negociaciones y tratos con sus capitanes. Muchas veces se les convencía con “regalos” de ropa y maíz. El que las relaciones laborales fueran tensas en zonas fronterizas se explica por las constantes “entradas” esclavistas en territorio de grupos no sedentarios por parte de los colonos, y por los ataques violentos de los indios móviles, los robos de caballos y ganado e incendios de empresas y poblados. El ambiente de violencia esclavista de unos y venganzas y ataques de otros se reflejaba en las relaciones de trabajo. En los inventarios de las empresas, tolvas, grillos y cadenas formaban parte cotidiana del trabajo de “gentiles” rebeldes, castigados por muchos años con trabajo en las empresas.[7]

Junto a esos grupos de trabajo forzado, trabajaban también en las distintas empresas mineras y agroganaderas esclavos negros, indios de repartimiento de pueblos de misiones y numerosos inmigrantes mestizos, mulatos e indios de origen mesoamericano que se contrataban voluntariamente. En algunos reales de minas el número de esclavos negros llegó a ser sumamente alto.

Preeminencia de la vida mercantil en reales de minas.

Para observar los sectores involucrados en la vida diaria de un centro minero puede ser útil considerar brevemente unas tiendas en reales de minas. Considérese que la población minera debía abastecerse de alimentos y todo lo necesario para subsistir. Es decir, una característica de la fuerza de trabajo en este sector es su total dependencia de su retribución para mantenerse viva. De hecho, frecuentemente los mismos empresarios se encargaban de que el trabajador recibiera su retribución en mercancías de la propia tienda de la empresa (o una concesionada). Así, el sector comercial era fundamental para la buena marcha de la minería en cualquier real.

Las grandes casas comerciales (generalmente los almacenes de la Ciudad de México o Veracruz) surtían a los comerciantes menores ubicados en los reales de minas y a cambio recibían la plata que producían los propietarios mineros. Las tiendas de estos comerciantes locales en ocasiones formaban parte de una negociación minera (ya sea en concesión o directamente controladas por la empresa). Estaban establecidas generalmente en las haciendas de beneficio o agroganaderas adjuntas a las minas, así como en carboneras o fundiciones. El consumo de los operarios funcionó también como “gancho” para atraerlos al trabajo minero. Religiosos en zonas mineras norteñas, se quejaban de que algunos indios huían de la disciplinada vida misional y permanecían voluntariamente en los poblados mineros, pues ahí “vivían sin sujeción alguna”.[8] Otra razón, sin embargo, era que con frecuencia se vieron atados a las empresas por endeudamiento.

También existían tiendas y casas de comercio independientes en los poblados principales. Dichas tiendas pueden dar una especie de radiografía de la diversidad social de un centro minero. Analizaremos brevemente dos comercios independientes en zonas muy alejadas entre sí y con un contexto geográfico y social contrastante. A pesar de ello veremos que los sectores que abastecían eran similares, pues la actividad característica de ambos entornos era la industria minera y su dependencia del abasto de todo tipo de bienes y mercancías. Las listas y contabilidad de las tiendas nos ayudan para conocer a sus clientes. Ahí aparecen como deudores de grandes o pequeñas cantidades de dinero desde propietarios, poderosos y pequeños, de empresas mineras hasta esclavos e indios modestos de pueblos cercanos.[9]

Analizaremos brevemente la tienda del comerciante Moreno establecida en el real de minas de Chichicapa en Oaxaca entre 1610 y 20, y la del comerciante Núñez del real de minas de Mazapil de los años 1665 a 70. En ambos casos vemos que la clientela era sumamente variada.

En el pequeño real minero de Chichicapa, el mercader Bernardino Moreno fue vecino de esas minas, y adquirió, por matrimonio con una viuda comerciante, la casa comercial. A su muerte en 1620 se revisaron su testamento y libros para enviar el caudal que dejó a sus herederos en España. Numerosas personas eran sus deudores, como se observa a partir de los vales y escrituras a su favor y cantidad de vales y entradas que se observan en sus libros contables (ver Cuadro 1). Resaltan importantes deudas de varios cientos de pesos de ricos mineros (algunos incluso que fungieron como alcaldes mayores del real), mientras también aparecen propietarios de minas y haciendas muy modestos. Como para pagar sus deudas se realizaban inventarios de sus bienes, resulta obvia la precariedad de sus empresas.[10] Fueron deudores de la tienda de Moreno también operarios mineros y artesanos, como herreros, zapateros o negros esclavos. Gran importancia tuvo la tienda para la población indígena rural de los alrededores, pues como se observa de las deudas de los compradores, abundan referencias a los habitantes de pueblos cercanos y a los caciques de dichos pueblos.

En segundo lugar tenemos una lista de clientes del inventario de bienes de la tienda en el real de minas de Mazapil, del mercader Nicolás Núñez, quien adeudaba en el año de 1679, según escritura de obligación, 3900 pesos a otro comerciante del real de Charcas.[11] En este caso el comerciante estaba preso y sus bienes fueron secuestrados. También él tenía una variada clientela a la que pertenecían tanto representantes de los sectores dominantes locales, como los religiosos que acudían a la tienda, el alférez y un militar-hacendado minero, como de sectores medios, como artesanos de importancia en el real —un sastre o un carpintero—, y trabajadores especializados, como un indígena guachichil fundidor.

Cuadro 1. Algunos deudores de comerciantes en reales mineros (Chichicapa 1610-30, Mazapil 1670) 

Fuente: ver notas 10 y 11.


En ambos casos constan los bienes o mercancías que estaban de venta en la tienda. Mientras en Chichicapa sólo se menciona su monto general de 200 pesos, en el caso de la tienda Mazapil se enumeran grandes cantidades de mercancías que abarcan desde insumos mineros y aperos agrícolas, alimentos de todo tipo y cajas de ropa y textiles sumamente variados.

Hay que tener presente que el pago de las retribuciones de la mayor parte de los trabajadores se hacía en mercancías. Incluso en ocasiones en mineral de plata. De tal manera que circulaba muy poca moneda en los reales y en realidad se trataba de una economía de trueque. En los centros de trabajo los operarios recibían a cuenta de las tiendas lo que requerían para sobrevivir con sus familias y solamente una vez al año se hacían cuentas con el patrón. En ocasiones pasaban muchos años en que no se hacían dichas cuentas, por lo que resultaba que el trabajador no sabía si le debían su salario o si él era deudor por lo consumido en la tienda. En realidad, el endeudamiento fue la forma común de retener a la fuerza de trabajo “libre” en la empresa, además de los que vivían en un régimen compulsivo, esclavos, “indios de repartimiento” que llegaban temporalmente, o prisioneros que debían cumplir su condena. Estos últimos predominaban sobre todo en las zonas de grupos indígenas no sedentarios o sólo parcialmente sedentarios.

Pequeños reales de minas de producción de plata intermitente. Diferencia del impacto local de la minería.

En este breve texto se han mencionado algunas consecuencias del predominio de la industria minera de metales preciosos en la conformación de la compleja y diversa sociedad novohispana. Quizá deberíamos incluso hablar de diversas “sociedades novohispanas”, dada la compleja geografía y regionalización que determinaron los procesos económicos y sociales muy divergentes ocurridos en el territorio actual de México.

Se mencionó ya el notorio peso que tuvo la búsqueda de yacimientos (muy dispersos) para la forma en que se dio el poblamiento de virreinato, y la gran diversidad de sectores sociales involucrados en el ramo minero. Se insistió también en la diversidad de gran cantidad de pequeños reales de minas. Aunque en todos los centros mineros novohispanos la producción de plata vivió bonanzas y borrascas, en el caso de los campamentos o pequeños reales esa intermitencia tuvo consecuencias diversas. Aquellos que no devinieron en urbes con frecuencia tuvieron una vida productiva corta, y el impacto que tuvieron en la población local fue sumamente variado. Cuando la producción de plata no duraba sino unas dos o tres décadas y desaparecía por completo, sin revivir la minería por siglos, las únicas huellas locales que quedaban fueron, quizá, algunas estancias y propiedades ganaderas o cerealeras cercanas en manos de particulares no indígenas. La población pueblerina local zapoteca —por ejemplo, en el caso de Chichicapa— permaneció dominando en la economía, cultura y relaciones sociales.

En otras zonas donde la producción fue intermitente, pero renovada de vez en cuando (30 años después, o 60 años después, etcétera) el mestizaje cultural fue mayor, pues en cada una de esas nuevas etapas productivas otra vez se revivía la presencia de “fuereños” interesados en invertir en las minas y haciendas (tal fue el caso de Tetela en la Sierra Madre del sur, o en Zilacayoapa-Cairo-Alcozauca en la zona mixteca-tlapaneca).

El análisis detallado de pequeños y efímeros centros permite observar la importancia que tuvieron (en determinada época de auge productivo a nivel local) los oficiales reales y ciertas familias de la oligarquía con experiencia en otros reales mineros. A pesar de estar prohibido, los mismos oficiales (o sus parientes) invertían en la producción minera, igual que los miembros de la oligarquía novohispana que estaban muy bien informados de las bonanzas que ocurrían en estos pequeños y esparcidos reales de minas. Acudían entonces a ellos (o enviaban familiares y allegados) y así las inversiones en haciendas, maquinaria e insumos pudieron ser cuantiosas y la producción de plata en ocasiones abundante.      Esto explica que, durante cierta época, convivieran pequeños inversionistas con modestas empresas con opulentos propietarios mineros que en otros reales de minas tenían ya empresas firmemente establecidas. Pero esos poderosos inversionistas abandonaban las minas cuando dejaban de ser productivas o cuando bajaba la rentabilidad de sus empresas.

Aunque pequeños mineros, ganaderos o tenderos pueblerinos quizás permanecían en la zona, el impacto local de la época de auge había pasado. La profunda desigualdad social entre los propietarios mineros de todos los numerosos centros industriales novohispanos fue siempre apabullante. Sin duda influyó en el devenir de toda la sociedad novohispana y mexicana a largo plazo.

A manera de conclusiones

Al inicio propuse una visión a la minería desde la perspectiva de la historia social en un sentido muy amplio.[12] Sin poder profundizar aquí en una definición de dicha manera de ver el pasado, sólo quisiera subrayar su intento de caracterizar una colectividad en el pasado por su forma de vivir, sentir y pensar, en su diversidad de actividades económicas, sociales, culturales, rituales. Se trata de buscar no perder de vista la totalidad social.

Lograr tal visión es, claro está, utópico, pero pienso que lo importante es plantear nuevos problemas. En nuestro caso, se trataría de analizar más de cerca esas colectividades articuladas con la pequeña minería novohispana. Analizando, por ejemplo, sus formas de vida y relaciones sociales, superando los escollos que representa la escasez de fuentes sobre esos temas. Sería de interés indagar no sólo las redes de parientes y paisanaje en los grupos dominantes novohispanos (los grandes comerciantes y mineros), sino igualmente las redes sociales entre los indígenas de un pueblo que proporciona los “indios de repartimiento”, o entre los trabajadores residentes de las haciendas mineras, entre los inmigrantes artesanos, entre los sectores dirigentes de la población indígena regional y así sucesivamente. Igualmente sería de interés conocer en esos pequeños reales la vida ritual religiosa y diferenciada por grupos socio-étnicos, los vínculos de matrimonio y parentesco entre los operarios de tan diverso origen en las haciendas de beneficio, los procesos demográficos según la coyuntura minera, entre muchos otros temas.

La historia social mexicana forma parte de los revolucionarios cambios ocurridos a nivel mundial desde el siglo XVI. Esas transformaciones estuvieron determinadas, en gran medida, por los novedosos e intensos intercambios comerciales; éstos, a su vez, se basaban en las grandes cantidades de plata producidas en Iberoamérica. Así, el trabajo cristalizado de innumerables hombres novohispanos y sus familias formó la base de los revolucionarios intercambios de bienes que se dieron en el mundo transatlántico y transpacífico.

Bibliografía

Bonialian, M. y Hausberger, B. (2018). Consideraciones sobre el comercio y el papel de la plata hispanoamericana en la temprana globalización, siglos XVI-XIX. Historia Mexicana, (68)1, 197-243.

Castro Gutiérrez, F. (2018). La historia social. Revista Estudios De Historia Novohispana (55), 8-29. https://doi.org/10.1016/j.ehn.2017.01.003

Cramaussel, C. (2006). Poblar la Frontera. La Provincia de Santa Bárbara en Nueva Vizcaya durante los siglos XVI y XVII. El Colegio de Michoacán.

Garza Martínez, V. (2014). Indios cautivos y de encomienda. Un recurso laboral indispensable en las poblaciones del noreste novohispano (1550-1720). En P. Máynez, S. Reyes Equiguas y F. Villavicencio (eds.), Contactos lingüísticos y culturales en la época novohispana. Perspectivas multidisciplinarias (pp. 113-150). FES Acatlán-Instituto de Investigaciones Bibliográficas, UNAM / CIESAS.

Garza Martínez, V. y Pérez Zevallos J. M. (2004). El real y minas de San Gregorio de Mazapil, 1568- 1700. Instituto Zacatecano de Cultura “Ramón López Velarde”.

González R., L. (1977). Etnología y misión en la Pimería Alta, 1715-1740. Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM.

Mentz, B. von (2017). Señoríos indígenas y reales de minas en el norte de Guerrero y comarcas vecinas: etnicidad, minería y comercio. Temas de historia económica y social del periodo Clásico al siglo XVIII. CIESAS / Juan Pablos Editor.

Mentz, B. von  (2023). Pequeños reales de minas sureños en Nueva España: Chichicapa, Tetela del Río y Cairo- Zilacayoapa, 1570-1660. Naveg@mérica. Revista electrónica editada por la Asociación Española de Americanistas, (31). https://doi.org/10.6018/nav.585981


[1] Investigadora en retiro.

[2] Algunas ideas sobre la pequeña minería en regiones indígenas densamente pobladas se expresan en Mentz, 2023.

[3] El tema de la historia social se discute en Castro, y para el asunto del comercio mundial basado en la plata americana ver Bonialian y Hausberger, 2018.

[4] Para mayor información sobre reales mineros ubicados al sur del arzobispado de México o del obispado de Puebla, o en el de Oaxaca, ver Mentz, 2023. Numerosos datos se toman de ese artículo, sin repetir la referencia.

[5] Entre muchas otras obras, destacan los estudios sobre esos minerales García Martínez y Pérez Zevallos, 2004; Cramaussel, 2006, y García Martínez, 2014.

[6] Ante el mestizaje y la compleja realidad mercantil e industrial temprana en regiones americanas ricas en metales preciosos, las designaciones socio-étnicas entraban en contradicción con la tradición medieval vinculada a la “pureza de la sangre”. Las dificultades que padecían los religiosos para clasificar y distinguir a la población de un real minero como Sultepec muestran la contradicción entre la abstracción de “calidades” en que debía clasificarse la población y la realidad. Véase Mentz, 2017, p.324

[7] Garza y Pérez Zevallos, 2004; Garza Martínez, 2014.

[8] González R., 1977.

[9] Aunque las listas de deudores registran pesos y reales, eran valores abstractos en la contabilidad, pues los intercambios se realizaban, en realidad, por trueque.

[10] Autos sobre bienes de difuntos de Bernardino Moreno, mercader…, 1623- 1637, C. Santa Catalina, minas de Chichicapa, Nueva España, AGI/10//Contratación, 963, n.1 R.12 436 fs, digitalizado.

[11] “Inventario de las mercancías pertenecientes a Nicolás Núñez, jul-oc 1670”, Archivo Municipal de Mazapil, publicado en Garza y Pérez Zevallos, 2004 p.161-173.

[12] La historia social surgió en el siglo XIX cercana a la historia socialista y de la “cuestión social” vinculada a la industrialización en Europa, pero ha sido comprendida de muy distintas maneras. Entre otros temas ha intentado recuperar la vida de la “gente común” y los sectores trabajadores, así como el tema del vínculo entre economía y poder. Remito al tipo de estudios de historiadores como Eric Hobsbawm o E.P. Thomson.