El hijo de la “India”

Edizon Muj Cumes
Ingeniero agroforestal e Investigador independiente


Fotografía: Edizon Muj Cumes.


La escritura de este texto ha sido un proceso complicado, pues lejos de buscar una victimización me permite enfrentarme a este ejercicio como si fuera un espejo, en donde puedo observar mi reflejo, describirme, analizarme, en donde puedo verme a mí mismo de forma física, pero también hace que muchas preguntas retumben en mi cabeza: ¿Cómo me veían antes y cómo me ven ahora las personas? ¿Cuál es la primera impresión que tienen de mí al verme? Estos cuestionamientos posibilitan analizar mi vida desde ojos ajenos, en diferentes temporalidades, con indicadores propios de cómo ha cambiado mi cotidianidad desde que Salí de mi territorio, cómo me nombro ahora; pero también tratar de entenderme desde las otras personas que al convivir conmigo también habitan mis espacios. Un antes y un después de pasar por un proceso de “educación”.

Cuando salí de mi pueblo, a los 16 años, para iniciar la universidad, me di cuenta de que la mayor parte de mis compañeras y compañeros eran mestizos o ladinos, lo cual claramente fue un choque, pues no estaba acostumbrado a estar con otras personas que fueran totalmente “diferentes” a mí. Y no porque yo los considerara diferentes, sino porque ellos se encargaban de recordarnos, a mí y a mis compañeros mayas, y hacernos visible cada diferencia que existía entre ellos y nosotros. Su intención claramente era, aun compartiendo un mismo espacio, estudiando lo mismo, hacernos ver que nosotros éramos los otros, los que veníamos de los pueblos, en otras palabras, los maleducados, los atrasados, los indios.

Entonces empecé a sentir una extraña sensación que posiblemente había sentido antes, pero nunca tan fuerte como esa vez; no estaba cómodo con mi forma de hablar, de comer, de vestir, con mi piel, mi apellido; no estaba conforme con quien era, de dónde venía. En ese mismo momento quería aliviar esa incomodidad en mi cuerpo y empecé a hacer cambios para ya no sentirme así, empecé a hablar diferente, a “comer como se debía”, a “vestir bien” a imitarlos, a tratar de ser como ellos y evitar mencionar cualquier información que me remitiera a mi territorio.

En este momento lo relaciono con las palabras de la Dra. Emma Chirix, cuando dice que existe un proceso civilizatorio a través de la educación escolarizada. Este proceso me llevó a ser una persona “educada”, “consciente”, de “buenos modales”, los resultados empezaron hacerse notar poco a poco, mi entorno iba cambiando, mis espacios se estaban modificando, las personas que me rodeaban ahora eran otras, mi cotidianidad dio un giro. Claramente no era la misma persona que salió de su casa y no iba a ser la misma la que volvería.

Pero esta versión mía se desmoronaba cuando mi mamá o alguna mujer de mi familia me acompañaban a la universidad, pues ellas en su cotidianidad portan una indumentaria maya, entonces al momento de estar en algún espacio, fuera de nuestra comunidad, su “ropa” era evidentemente diferente y eso las volvía automáticamente personas “diferentes”. En un espacio blanco, como lo es una universidad, en donde la mayor parte de estudiantes eran ladinos-mestizos, las miradas no se hacían esperar, mis amigos se sorprendían, pues mi mamá era una mujer indígena, su pensamiento racista y mi constante negación a mi origen no les permitían lograr comprender como un joven, con acceso a la educación universitaria, era el hijo de una “india”.

Pareciera que el único lugar que deberíamos ocupar en esta sociedad es en el campo, trabajando milpa ajena, pastoreando animales, cuidando las fincas de los criollos o con patrones ladinos. Y no es que estas actividades no sean importantes para sostener la vida, sino es la forma racista y clasista con la que se ha relacionado directamente a las personas que pertenecemos a pueblos originarios con estas actividades en específico, en donde nos conciben únicamente como personas subordinadas, que necesitan tutelaje constante, cuerpos fuertes para el campo, cuerpos sujetos al despojo.

Con el pasar del tiempo empecé a entender qué significaba mi cuerpo, el de mi mamá y el de las mujeres de mi familia para la blanquitud. Este proceso quisiera entenderlo en dos partes: primero, mi cuerpo atravesado por un proceso civilizatorio, es decir, un cuerpo blanqueado a partir de la universidad; y, por otro lado, un cuerpo que no dejaba de ser de un indio, porque había salido del vientre de una mujer indígena. Entonces, ¿Qué significa mi cuerpo sin que nadie supiera que soy el hijo de una “india”? Y ¿Qué significa mi cuerpo acompañado de mi madre, mis hermanas y demás mujeres de mi familia?

Para esto comprendí que evidentemente mi cuerpo está atravesado por un proceso fuerte de blanqueamiento, por lo tanto, no incomoda al blanco, es leído como un cuerpo civilizado; pero, por otro lado, el de mi mamá y seguramente el de todas las mujeres de pueblos originarios que portan una indumentaria, son leídos y entendidos bajo lógicas clasistas y racistas. “Aunque las circunstancias no me obligaron a trabajar en casa particular, para mucha gente soy una sirvienta y como tal he sido tratada en diversos espacios sociales, especialmente capitalinos y urbanos”, dice Aura Cumes, en su tesis, la “india” como sirvienta.

A este panorama quisiera agregar un texto escrito por Emma Chirix, en su libro: Ru rayb’dl ri qach’akul, en donde menciona que el cuerpo es vivido y pensado a partir de una experiencia social significativa; se gesta, se manipula y se conceptualiza en la vida cotidiana inmerso en un sistema normativo que regula su práctica y se construye como entidad limítrofe entre lo permitido y prohibido. Siendo el cuerpo el centro de análisis, puede ser el punto de partida y de llegada de los significados sociales y políticos, nos permite la descripción de las concepciones sociales y políticas sobre sus usos y la normatividad en la cual ese cuerpo se inserta y legitima. El cuerpo proporciona herramientas explicativas para entender no sólo la corporalidad humana, sino otros temas, en donde sin duda alguna podemos analizar el racismo.

A partir de esta experiencia, entonces, me queda claro que, para muchos de nosotros, mayormente hombres mayas que no portamos una indumentaria, la expresión del racismo se da de cierta manera; a diferencia de las mujeres mayas que usan una indumentaria, pues ésta las conecta directamente a un territorio indígena y lo indígena, bajo la lógica racista y clasista, remite a “un ser inferior”. Es a partir de este análisis que comprendo mi existencia en esta sociedad racista, en donde soy leído visualmente como un ciudadano, resultado de varios procesos civilizatorios, pero que cambia al momento de que mi existencia también tiene relación con lo indígena. Y lo indígena es lo no deseado, es ahí que resulto ser un impostor, que logra inmiscuirse en su sistema. Bajo este proceso quisiera nombrar a la academia como proceso de colonización contemporánea, encargada de colonizar el territorio, el cuerpo, el deseo y los saberes.

Lo anteriormente planteado me hace pensar en dos panoramas: ir a un lugar o hacer uso de cualquier espacio sin que se me cuestionen nada, o miren feo, e ir a esos mismos lugares, pero ahora acompañado de mi madre, y que pase todo lo contrario, es decir, nos nieguen entradas a los espacios, miradas de sorpresa, de desagrado y el constante acoso de la demás gente que no es maya. Estas acciones han llevado a muchas personas de pueblos mayas a abandonar ciertos espacios, porque la violencia a partir de una identidad leída como indígena te somete a que recuerdes cuál es tu lugar.

Finalizo este texto mencionando que esta es mi experiencia y que no representa una experiencia colectiva, sino personal, en donde puedo entender que el colonialismo funciona de muchas maneras violentas y sigilosas, que se meten a tu mente, cuerpo y vida. Funciona como un parásito que te despoja de cualquier forma de identidad que exista, para ser asimilado blanco o blanqueado y que no incomode a la blanquitud, para responder a sus lógicas, ser uno de ellos, un ciudadano educado, útil, buen trabajador para el capitalismo, sumiso y heterosexual para la Iglesia.

Hoy me reconozco indio porque mi ombligo estuvo conectado a mi mamá, mujer que este sistema ha nombrado india. Hoy yo me nombro indio, para reivindicar esa palabra que nos ha hecho mucho daño. Pero esto no elimina las veces que mujeres y hombres mayas han sido violentados por la connotación que este término conlleva. Hoy me nombro indio porque, para que yo hoy me pueda nombrar así, pueblos enteros fueron desaparecidos y arrasados, hoy me nombro indio, porque siendo indio abrazo la ternura y amor con la que las mujeres de mi familia me han cuidado.

Han pasado más de 500 años y aquí estamos, seguiremos estando, porque no somos pueblos antiguos ni estáticos, nos hemos movido con el viento, con la escorrentía del agua en las montañas, porque a pesar de todo, nuestras raíces son cada vez más sólidas y no nos podrán arrancar.


Bibliografía

Chirix, Emma (2010), Ru rayb’äl ri qach’akul. Los deseos de nuestro cuerpo, La Antigua Guatemala, Sacatepéquez, Guatemala, Ediciones del Pensativo, Colección Nuestra Palabra.