El desarrollo de la minería de cobre en Mesoamérica: perspectivas desde el antiguo Occidente de México

Blanca Maldonado
El Colegio de Michoacán, A.C. | bem171@gmail.com


Figura 1. El Occidente de México en el contexto de Mesoamérica.


La metalurgia y metalistería precolombinas se originaron en la región andina de América del Sur, se fueron difundiendo gradualmente de sur a norte hasta llegar a Mesoamérica, donde continuaron desarrollándose en forma de tradiciones tecnológicas locales. El cobre y sus aleaciones fueron las materias primas base para la mayoría de las industrias metalúrgicas precolombinas. Estos materiales se emplearon principalmente en la elaboración de adornos utilizados en ceremonias religiosas y para enaltecer el estatus social de las élites. A partir de una combinación de datos etnohistóricos y arqueológicos, se pueden inferir aspectos importantes de la secuencia operativa para la extracción de metales. El presente texto explora la cadena operativa de la extracción metalúrgica, incluyendo fuentes de mineral y tecnología minera, así como las decisiones sociales y tecnológicas que regían esta producción en Mesoamérica, con un énfasis en el Occidente de México.

La minería, en su sentido más amplio, incluye los diversos procesos para extraer minerales del subsuelo. Durante estas operaciones, los mineros tienen a su disposición varias opciones tecnológicas, incluyendo dónde excavar; qué minerales vale la pena recuperar y procesar, y si será necesario combinarlos con otros materiales para que sean útiles; cómo reforzar el interior de la mina para evitar su colapso; lidiar con la presencia de agua y reducir los efectos de un posible envenenamiento; finalmente, cómo se transportará el mineral extraído para su posterior procesamiento. Por lo tanto, la minería requiere un conocimiento especializado de las propiedades de una amplia gama de materiales (Vaughn y Tripcevich, 2013; Roddick y Klarich, 2013). Aunque a nivel económico las características del material que se extrae determinan en gran medida la ubicación de una mina, la investigación arqueológica sugiere que, en las sociedades tradicionales, la elección del posicionamiento de la mina a menudo tiene dimensiones rituales y simbólicas, que pueden no ser necesariamente un reflejo directo del depósito geológico, o la forma más económica de extraer el mineral (Vaughn y Tripcevich, op. cit.).

En distintas culturas, los materiales extraídos de la tierra poseen el poder de contener simultáneamente presencia física, vínculos sociales con lugares donde ocurre la minería y poder sagrado derivado de un paisaje animado (Topping y Lynott, 2005b; Vaughn y Tripcevich, 2013). Tanto en los Andes como en Mesoamérica, las cuevas y minas se consideraban sagradas. En los Andes, las fuentes etnohistóricas a menudo describen las minas como huacas ‒lugares u objetos sagrados, manifestaciones del mundo natural y sobrenatural‒ (por ejemplo, Cobo, 1890 [1653]). El trabajo etnográfico de los antropólogos socioculturales, ha demostrado que esta concepción todavía es omnipresente (ej. Vaughn y Tripcevich, 2013; Zori, 2016). En Mesoamérica se pensaba que ciertos lugares subterráneos como las cuevas y las minas, eran entradas al inframundo, el reino de la noche y la oscuridad, gobernado por espíritus y deidades de la vida, la muerte y la fertilidad (Manzanilla, 1994; Cajas, 2009).

Minería en el Occidente de México

La mayor parte del territorio del Occidente de México se encuentra en una rica zona metalífera (Hosler, 1994; Ostroumov y Corona-Chávez, 2000; Ostroumov et al., 2002) (figuras 1 y 2). La variedad de minerales metálicos disponibles en esta zona es relativamente alta. En la época prehispánica se extrajo cobre, estaño, plomo, plata y oro, y se produjeron varias aleaciones (Hosler, 1994). Sin embargo, desde el punto de vista de los pueblos mesoamericanos, el cobre era el metal más importante y desempeñó un papel destacado en la metalurgia temprana de la región (Barrett, 1987; Hosler, 1994). Sin embargo, aparte de las referencias a varias minas en fuentes coloniales españolas (por ejemplo, Grinberg, 1995; Hosler, 1994; Pollard, 1987; Roskamp, 2001, 2004; Warren, 1968), se sabe poco sobre la minería del cobre en Mesoamérica.

Durante la década de 1940, Hendrichs (1940: 315-316; 326; 1943-1944: I, 194 y ss.) ubicó varias minas a cielo abierto en el oeste de Guerrero, que consistían esencialmente en grandes hoyos cavados en las laderas para seguir vetas de óxidos de cobre. La evidencia indica que las herramientas utilizadas para excavar las minas y extraer los minerales consistían principalmente en martillos de piedra, probablemente hechos de diorita y andesita, y tallados en madera. Hendrichs también informa de la presencia de grandes morteros de piedra, portátiles o fijos, en las paredes de las minas. Otros implementos incluyen raspadores de huesos y palos para excavar, cucharones de cerámica, hojas de obsidiana y cuñas de madera. También se han registrado restos de antorchas de madera de pino y fibras vegetales impregnadas de resina, cestas, cuerdas y vasijas de cerámica. Desafortunadamente, no se han llevado a cabo investigaciones sistemáticas de estas características en años recientes.

Figura 2. La provincia de metales preciosos y metales base de México (basado en datos del Servicio Geológico Mexicano (SGM). [http://www.sgm.gob.mx].


Los documentos etnohistóricos del periodo colonial temprano, representan una fuente importante de datos sobre la minería y la metalurgia en el Occidente de México. Una de las fuentes más importantes es el Legajo 1204 (1533), un manuscrito del siglo XVI que trata sobre las minas de cobre en Michoacán (Warren, 1968). El documento confirma que varias minas de cobre, habían sido explotadas desde antes de la llegada de los españoles (Pollard, 1987; Warren, 1989; Hosler, 1994). Grinberg (1990, 1995, 1996, 2004), con base en interpretaciones de relatos indígenas en el Legajo, realizó exploraciones cerca del poblado de Churumuco y corroboró la existencia de minas de cobre prehispánicas. Las operaciones fueron minas a cielo abierto, que parecen haber sido excavadas con herramientas de madera o astas de venado. El Legajo afirma que los indígenas de Churumuco recolectaban piedras verdes de las minas y extraían cobre de ellas. Esto sugiere que el mineral explotado fue malaquita, un carbonato de cobre. La presencia de este mineral en la superficie apoya esta idea (Grinberg, 1990, 1996, 2004).

Hacia 1450 d. C., el Estado tarasco o purépecha de Michoacán se había convertido en el centro más importante de la metalurgia prehispánica en Mesoamérica. La metalurgia jugó un papel importante en la estructura del poder político y económico en el Imperio Tarasco. Aparentemente, la mayor parte del metal que se trasladó al territorio tarasco llegó en forma de tributo entregado con regularidad (ver Paredes, 1984; Pollard, 1982, 1987). El principal proveedor de cobre fue la cuenca central del Balsas, que es la región donde se ubican las zonas mineras (figura 3). Paredes (1984) y Pollard (1987) han sugerido que, durante el último siglo del Imperio Tarasco, el Estado tomó un control más directo de los recursos de cobre de esta región en particular más que un simple tributo. Esta idea se basa en gran medida en los relatos del Legajo 1204 (Warren, 1968), que narra que el Cazonci (el gobernante supremo del Estado tarasco) envió gente a extraer cobre de las minas de La Huacana (Pollard, 1987: 748; Warren, 1968: 47-48). Sin embargo, algunas otras minas continuaron siendo explotadas a través del sistema de tributos (Pollard, 1987: 748).

El Legajo indica que las actividades mineras y las operaciones de fundición a menudo se llevaban a cabo en lugares separados dentro de la cuenca central del Balsas (Pollard 1987; Warren 1968). Según relatos en el Legajo, los trabajadores metalúrgicos de la región de La Huacana poseían y cultivaban los campos al pie del cerro donde se extraían las vetas de cobre. Esto sugiere que la minería y la metalurgia (al menos en esta ubicación en particular) eran actividades de tiempo parcial, realizadas principalmente durante la temporada no agrícola. La variación climática entre las estaciones lluviosa y seca en la región apoya este supuesto. Durante la temporada de lluvias, las minas probablemente se inundaban, mientras que, durante las secas, la producción agrícola debió haber caído drásticamente debido a la extrema sequía en la región. Lo más probable es que los mineros-fundidores alternaran entre el trabajo con metales y la agricultura, según las estaciones y las demandas del estado (Grinberg, 1996: 433).

Figura 3. Áreas mineras en la Cuenca Central del Balsas (basado en datos del Servicio Geológico Mexicano (SGM). [http://www.sgm.gob.mx].


La escasez de estudios arqueológicos sistemáticos de los sitios mineros en el Nuevo Mundo, impide una comprensión completa de cómo se organizaron las actividades mineras y el grado en que los Estados participaron en las operaciones de extracción de recursos minerales. Esto parece particularmente cierto para el Occidente de México. Sin embargo, se pueden identificar algunas tendencias generales a partir de los datos disponibles: 1) uno de los artefactos más comunes que se encuentran en las minas antiguas, son las herramientas de piedra utilizadas para extraer la materia prima de las minas; 2) la minería a menudo se operaba de forma estacional; 3) el proceso de minería se estructuró en torno a dimensiones económicas, sociopolíticas y simbólicas; 4) al menos durante los últimos periodos, el Estado expansionista parece haber ejercido un control considerable sobre las minas y sus productos.

Entre los patrones observados a lo largo de la secuencia de desarrollo de la metalurgia precolombina en general, se encuentran los siguientes: 1) empleo de técnicas mineras rudimentarias para extraer minerales y métodos básicos para procesar metales; 2) dominio de la tecnología sofisticada del trabajo de los metales; 3) una extensa tradición metalúrgica basada en el cobre y sus aleaciones; 4) el uso de productos metálicos no sólo como artículos de lujo para la élite, sino como expresiones materiales básicas de la ideología política; 5) cierto nivel de control de las grandes entidades políticas centralizadas sobre las minas, los sistemas de producción o la distribución de productos terminados. Vale la pena mencionar, sin embargo, que este sistema socio-tecnológico se desarrolló en etapas tempranas, probablemente asociado con sociedades organizadas como jefaturas. La implicación es que podría haber habido poco control sobre la producción en esta fase inicial. Esto demuestra que las relaciones entre los productores artesanales y las instituciones tienden a ser múltiples y multidimensionales, con diversos grados de autonomía e interdependencia, y gran parte de la producción puede ocurrir fuera del control de un aparato de Estado.

A la llegada de los europeos, la economía de subsistencia tradicional de las comunidades indígenas mesoamericanas fue reemplazada por la producción de materias primas y la extracción de metales preciosos y semipreciosos para un mercado global. Los españoles establecieron una economía monetaria y procesos de valor de cambio. Los enclaves, haciendas y plantaciones mineras, desarrollados en torno a la economía de exportación primaria, a su vez, generarían nuevos subsistemas económicos.

Bibliografía


Barrett, Elinore M. (1987), The Mexican Colonial Copper Industry, Albuquerque, University of New Mexico Press.

Cajas, Antonieta (2009), “Caves and Mesoamerican Culture”, en FLAAR Reports on Maya Archaeology 2009, pp. 1-15.

Cobo, Bernabe (1890) [1653], Historia del Nuevo Mundo, Sevilla, edición de Marcos Jiménez de la Espada, Sociedad de Bibliófilos Andaluces, Imp. de E. Rasco.

Grinberg, Dora M. K. de (1990), Los señores del metal. Minería y metalurgia en Mesoamérica, México, Dirección General de Publicaciones del CNCA-Pangea.

————– (1995), “El Legajo 1204 del Archivo General de Indias, el Lienzo de Jucutacato y las Minas Prehispánicas de Cobre del Ario, Michoacán”, en Barbo Dahlgren y Ma. Dolores Soto de Arechavaleta (eds.), Arqueología del Norte y Occidente de México, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas pp. 211-265.

————– (1996), “Técnicas minero-metalúrgicas en Mesoamérica, en Mayán Cervantes (ed.), Mesoamérica y los Andes, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores de Antropología Social, pp. 427-471.

————– 2004 ¿Qué sabían de fundición los antiguos habitantes de Mesoamérica?, en Ingenierías vol. VII, núm. 22, pp. 64-70.

Hendrichs, Pedro (1940), “Datos sobre la técnica minera prehispánica”, en México Antiguo, núm. 5, pp. 148-160, 179-194, 311-238.

————– (1943-1944), Por tierras ignotas: viajes y observaciones en la región del río de las Balsas, 2 vols, México, Editorial Cultura.

Hosler, Dorothy (1994), The Sounds and Colors of Power, Cambridge, MIT Press.

Manzanilla, Linda (1994), “Las cuevas en el mundo mesoamericano”, en Ciencias, núm. 36, pp. 59-66.

Ostroumov, Mikhail y Pedro Corona-Chávez (2000), “Yacimientos minerales en Michoacán: aspectos geológicos y metalogenéticos, en Revista Ciencia Nicolaita, núm. 23, pp. 7-22.

Ostroumov, Mikhail, Pedro Corona Chávez, Jorge Díaz de León, Alfredo Victoria Morales y Juan Carlos Cruz Ocampo (2002), “Taxonomía y Clasificación Cristaloquímica Moderna de los Minerales”, recursos electrónicos de la Universidad Michoacana: http://smm.iim.umich.mx/catalogo.htm

Paredes Martínez, Carlos Salvador (1984), “El tributo indígena en la región del lago de Pátzcuaro”, en Carlos S. Paredes M. (ed.), Michoacán en el siglo XVI, Morelia, FIMAX Publicistas, Colección de Estudios Michoacanos, VII,  pp. 21-104.

Pollard, Helen P. (1982) “Ecological Variation and Economic Exchange in the Tarascan State”, en American Ethnologist, vol. 9, núm. 2, pp. 250-268.

————– (1987), “The Political Economy of Prehispanic Tarascan Metallurgy”, en American Antiquity, vol. 52, núm. 4, pp. 741-752.

Roddick, Andrew y Elizabeth Klarich (2013), “Arcillas and Alfareros: Clay and Temper Mining Practices in the Lake Titicaca Basin”, en Nicholas Tripcevich y Kevin J. Vaughn (eds.), Mining and Quarrying in the Ancient Andes: Sociopolitical, Economic, and Symbolic Dimensions, Interdisciplinary Contributions to Archaeology, Nueva York, Series, Springer-Verlag, pp. 99-122.

Roskamp, Hans (2001), “Historia, mito y legitimación: el Lienzo de Jicalán”, en Eduardo Zárate Hernández (ed.), La Tierra Caliente de Michoacán, Zamora, El Colegio de Michoacán-Gobierno del Estado de Michoacán, .

————– (2004) “Los caciques indígenas de Xiuhquilan y la defensa del las minas en el Siglo XVI: el Lienzo de Jicalán”, en Michele Feder-Nadoff (ed.), Ritmo del fuego: el arte y los artesanos de Santa Clara del Cobre, Michoacán, México, Chicago, Fundación Cuentos, pp. 186-197.

Topping, Peter y Mark J. Lynott (2005b), “Miners and Mines”, en Peter Topping y Mark J. Lynott (eds.), The Cultural Landscape of Prehistoric Mines, Oxford, Oxbow Books, pp. 181-191.

Vaughn, Kevin J. y Nicholas Tripcevich (eds.) (2013), “Introduction” a Mining and Quarrying in the Ancient Andes: Sociopolitical, Economic, and Symbolic Dimensions, Nueva York, Interdisciplinary Contributions to Archaeology Series, Springer-Verlag, pp. 3-19.

Warren, J. Benedict (1968), “Minas de Cobre de Michoacán, 1533”, en Anales del Museo Michoacano, núm. 6, pp. 35-52.

————– (1989), “Información del Licenciado Vasco de Quiroga sobre el Cobre de Michoacán, 1533”, en Anales del Museo Michoacano 1, pp. 30-52.

Zori, Colleen (2016), “Valuing the Local: Inka Metal Production in the Tarapacá Valley of Northern Chile”, en Cathy Costin (ed.), Making Value, Making Meaning: Techné in the Pre-Columbian World, Dumbarton Oaks Pre-Columbian Symposia and Colloquia (Book 34), Dumbarton Oaks Research Library and Collection, pp. 167-192.