João Carlos Louçã[1]
Universidade Nova de Lisboa
«A gente não temos que achar que somos pequenos.
Somos grandes, sim!
Enquanto eu vou plantar minha verdura,
sei que não estou acompanhando o sistema,
que ele não domina minha vida, que tenho a minha própria vida,
minha própria existência.»[2]
Cleomar Ribeiro da Rocha[3]
“Aineto, Casa del pueblo. Pirineo de Aragón, entre 2016 y 2018”. Foto: João Louçã.
En julio de 2021, mientras la pandemia de Covid-19 seguía cobrando víctimas y movilizando enormes cantidades de recursos en un intento por controlarla, fuimos testigos de una inédita carrera hacia el espacio con algunos de los multimillonarios del mundo peleando por ver quién sería el primero en órbita retratado sin gravedad en una fotografía. El primero fue Richard Branson, el dueño del grupo Virgin, quien mostró la sonrisa ganadora y el primer empresario en cruzar las fronteras del planeta y poder apreciar el paisaje desde el espacio.
De hecho, este fue sólo un episodio más de una disputa que se prolonga desde hace varios años y donde intervienen constantemente otros competidores, que en el mismo mes de julio, también se lanzaron fuera del Planeta Tierra. Jeff Bezos de Amazon y Elon Musk CEO de Tesla, son los protagonistas de esta historia y han puesto cientos de satélites en órbita para sus proyectos de colonización espacial. Desde los imperios financieros que dirigen, estos hombres no ocultan su intención de que, en el corto plazo, otros planetas del sistema solar se conviertan en oportunidades de negocio donde no existan limitaciones terrenales. Se autodenominan “visionarios del futuro” y desarrollan proyectos en los que esperan trasladar los costos del desarrollo tecnológico e industrial al espacio, como si así pudiera garantizarse la preservación del medio ambiente de la Tierra. Contradictoriamente, están apostando por la inminencia del desastre que dificulta la vida en el planeta madre y, afirman, están preparando las condiciones para el éxodo para la supervivencia de la especie, en otras partes de la galaxia.
Hay tantas preguntas que pueden plantearse a partir de este punto que sería tedioso simplemente enumerarlas. Magníficas unas y terribles otras. La ciencia ficción se hace realidad ante el asombro y la impotencia que nos provoca. El capitalismo depredador está ganando nuevas fronteras y significados frente a la vida humana y las realidades sociales que engendra.
Kimberley D. McKinson (2021), antropóloga de la City University of New York (CUNY), investigó uno de estos aspectos que se relaciona con los temas de soberanía de esta colonización que, más que un anuncio, es un hecho que ya dio sus primeros pasos. Visible a través de SpaceX, empresa fundada en 2002 por Elon Musk, es un holding que se ha dedicado a preparar la colonización de Marte, ante la insistencia pública de su fundador, de que la única forma de asegurar la supervivencia de la civilización humana es convertirla en una especie multiplanetaria. Hacer posible la vida en Marte, alterando su medio ambiente, es un objetivo declarado de Musk, su SpaceX y Starlink, una empresa subsidiaria de la primera, para la provisión de internet desde el espacio, y que ya puede ser contratada por los más necesitados para que aseguren el acceso a las redes digitales en un futuro galáctico. En el punto 10 del acuerdo de reserva sugerido para usuarios de EE. UU. se lee:
Para los servicios prestados en Marte o en ruta a Marte a través de Starship u otra nave espacial, las partes reconocen a Marte como un planeta libre donde ningún gobierno de la Tierra tiene autoridad o soberanía sobre sus actividades. Como resultado, las disputas se resolverán mediante los principios de autogobierno establecidos de buena fe en el momento de la colonización de Marte (traducción propia).
McKinson, antropóloga afro-jamaicana que ha estudiado las consecuencias de la colonización en la vida cotidiana de Jamaica, traza las líneas de convergencia entre un colonialismo terrenal que aplicó la violencia a los pueblos colonizados y a sus tierras, las reglas de los conquistadores, con la intención de someter el espacio exterior a la soberanía de las corporaciones, liberadas de la jurisdicción y el control político que conocemos en la Tierra. La colonización de Marte, al fin y al cabo, puede ser un episodio modernizado y tecnológico del colonialismo de siempre, la acumulación primitiva de capital 5.0, aparentemente sin poblaciones indígenas a las que someter, pero donde la fuerza de trabajo, en todo caso, estará garantizada por los colonos, quienes serán seducidos por la idea de un futuro asegurado en los territorios por descubrir.
Desde Rusia, en los círculos cercanos a Putin en el negocio de las armas, surgió otra iniciativa en 2016, aparentemente inesperada: Asgardia es una “nación espacial”, que se puede integrar comprando la respectiva ciudadanía en línea que garantizará la residencia sideral en un futuro próximo. “Space Nation-Digital Nation”, dedicada a hacer posible el primer nacimiento de un ser humano en el espacio, tiene un gobierno de ocho ministros y un parlamento de 150 miembros. En su página online podemos ver sus caras y sus CV repletos de doctorados realizados en prestigiosas universidades y centros de investigación. Según la información reproducida en sus medios de difusión, Asgardia tiene moneda propia y un calendario inventado, una constitución y elecciones para su estructura de gobierno, aún espera el reconocimiento formal por parte de la ONU y pretende colaborar estrechamente con las iniciativas empresariales de Elon Musk y Jeff Bezos.
El delirio de esta modernidad conservadora, probablemente nos revele mucho más sobre las condiciones del capitalismo tardío en la Tierra, que sobre cómo será el futuro de la exploración espacial. Incapaz de comprometerse con las condiciones de vida terrenales, con la dignidad del trabajo y de sus trabajadores, con el pago de impuestos adecuados sobre sus colosales ganancias,[4] con la preservación del medio ambiente y la biodiversidad esencial para la continuidad de las especies, a saber, el humano, los CEO (directores generales) de estas enormes empresas, dan un gran salto en la oscuridad con la intención de conquistar mercados en los otros planetas del sistema solar.
Quizás sea el momento de preguntarnos cómo esta extraña historia puede relacionarse con el tema de este dossier. ¿Qué tiene que ver la antropología marxista con el fetiche espacial de un puñado de hombres ricos y poderosos? ¿Cómo puede la antropología, basada en su compromiso con la realidad, contribuir a dar sentido a los desórdenes del mundo? Es poco probable que la respuesta a estas preguntas sea simple, única o incluso convincente. Lo más seguro es que abran más preguntas, dudas que alimentarán nuestra curiosidad y las ganas de seguir caminos, aunque no se vislumbren conclusiones. ¿No fue Marx mucho más capaz de comprender las condiciones del capitalismo y su dominación en el mundo desarrollado de los siglos XVIII y XIX, que de predecir las formas del futuro de la humanidad que esperaba que se liberasen de él? Con los dos pies en la historia, la antropología tendrá que mirar las visiones de futuro que se disputan aquí y ahora. Más que visiones, son proyectos que se enfrentan en las eternas divisiones de clase, en la brecha que se profundiza entre el 99% de la población y el resto que acumula la riqueza. En los casi dos años de la pandemia Covid-19, esta brecha se ha ensanchado con la gran mayoría de poblaciones sufriendo los efectos de la crisis mientras personajes como Jeff Bezos, Elon Musk, Richard Branson, entre otros, se enriquecieron directa o indirectamente con ella.
Las crisis son saludables para el capital, son y lo sabíamos. Se trata de oportunidades rápidas de negocio cuando el control público se debilita y es frágil, y los trastornos sociales allanan el camino para monopolios sin escrúpulos y la explotación facilitada del trabajo de otros. En la época de la pandemia que aún vivimos, frente a nosotros vemos los intereses de la industria sobre la salud pública, evidenciado en las patentes de los laboratorios privados que controlan la producción y distribución de vacunas, en el enorme esfuerzo de miles de personas en la ciencia, en muchos centros, instituciones de investigación públicas y privadas, rehenes de la industria farmacéutica y sus beneficios. El virus seguirá circulando, tal vez en mutaciones que hagan que las vacunas existentes sean ineficaces, pero también lo hará el dinero y, después de todo, esto es lo que más cuenta para el mundo tal como lo conocemos.
El desarrollo incesante de las fuerzas productivas es el camino hacia su propia destrucción, predijo Marx. Socialismo o barbarie, resumió Rosa Luxemburgo, en la Europa de las guerras mundiales del siglo pasado. El capitalismo no tiene ninguna estrategia para el futuro más allá de su propia continuación de crecimiento orgiástico. La expropiación de la tierra, del trabajo, de las vidas, de la biodiversidad del planeta es un mecanismo sin retorno ni racionalidad. El Antropoceno es el Capitaloceno, nueva era geológica que nos acerca a la extinción como especie y cuya responsabilidad no puede ser compartida a partes iguales por el dueño de SpaceX y por un pequeño agricultor latinoamericano o asiático. La única hipótesis posible es una ruptura revolucionaria que sólo puede llevar a cabo el proletariado (en términos de Marx), las personas que se ganan la vida con su trabajo (para ser más claros). Y ésta sigue siendo una hipótesis abierta, sin confirmación definitiva ni camino asegurado. En las rupturas que ya han sucedido e inauguraron otros tiempos, el capitalismo siempre ha sabido volver, tras pausas más o menos prolongadas, tras épocas magníficas en las que el trabajo no significaba explotación, ni el origen de clase determinaba su lugar en la sociedad: el tiempo inaugural de los 72 días de París y su Comuna, que emocionó a Marx; las revoluciones derrotadas en Andalucía, Asturias o Alemania; los soviets de Rusia y Cuba, cuyo futuro comenzó en la Sierra Maestra; Francia, Italia y Yugoslavia después de la liberación de 1945; el Portugal de la revolución de los claveles de 1974-1975; los países africanos que lucharon y derrotaron al colonialismo; la España que celebró la muerte del dictador. Fueron momentos de entusiasmo revolucionario que la historia ha registrado y la antropología aún puede indagar sobre las consecuencias para la vida social y la memoria de quienes no olvidan ni se rinden. Después de todo, las derrotas son una fuente inagotable de conocimiento y energía para todos los nuevos comienzos, para mantener intacta la esperanza y para que los proyectos futuros sobrevivan en la adversidad (Saïd, 2013).
Hace unos años, mientras realizaba trabajo de campo en los Pirineos de Aragón, conocí a un hombre, un español que vivía en Chiapas. En esa ocasión me explicó que durante los últimos 11 años había trabajado como conductor, técnico de sonido y productor de eventos para el EZLN. Cuando le dije que yo era antropólogo y lo que hacía por ahí, reaccionó con las siguientes palabras: “¡Miedo y terror!” Luego me explicó que, en las comunidades zapatistas de México, así como en otras regiones de América Latina, muchas veces hay antropólogos al servicio del imperialismo y los intereses económicos, que casi siempre significan la destrucción o desintegración de estas comunidades. El conocimiento etnográfico puede, entonces, estar al servicio de proyectos de exterminio, apropiación de tierras y extracción de conocimiento y recursos de comunidades que estarían mucho mejor si continuaran siendo ignoradas por la antropología. Nada nuevo en la convulsa historia de una disciplina, en gran parte impulsada por el colonialismo y por la idea de que hay pueblos superiores y pueblos a los que someter, culturas universales y culturas primitivas, razas que representan plenamente a la humanidad en su genio y otras lejos de poder hacerlo. Pero este origen, común a otros campos científicos, dejó sus huellas y seguidores, y fue en alguna medida rebasado. Aunque el miedo y el terror todavía pueden asociarse con el trabajo de los antropólogos en el campo, cuando aceptan que el conocimiento que producen sea utilizado para imponer los fundamentos de la modernidad, a través de políticas de devastación, la antropología es hoy mucho más sobre nosotros mismos que sobre el Otro.
“Pirineo de Aragón, entre 2016 y 2018”. Foto: João Louçã.
Maurice Godelier, un antropólogo atento a las estructuras económicas y sus significados profundos, ya nos ha advertido que, aunque no se sea consciente de ello, “el antropólogo habla tanto de su propia sociedad como de la que estudia cuando destaca sus ‘diferencias’” (Godelier, 1976: 11). Y si se trata de nosotros como especie que, para bien o para mal, compartimos tiempo y espacio, la(s) historia(s) que inevitablemente nos impulsa(n) hacia un mundo y un futuro común (Garcês, 2013), entonces la antropología sólo puede ser un compromiso con la felicidad y la igualdad, con la emancipación absoluta y el respeto de todas las personas y con el planeta que heredamos. Involucrada con el mundo de hombres y mujeres que no necesitan viajes espaciales para alimentar sus sueños, la antropología le debe a Marx (no siempre a los marxistas) su enorme curiosidad por las sociedades precapitalistas que, en su atención a las obras de Morgan, solía entender el mundo, mucho más allá de la hegemonía burguesa que entonces se extendía. A Marx le debemos la capacidad de corregirse y aprender siempre, hasta el final de su vida, cuando en su correspondencia de 1883 con la militante revolucionaria rusa Vera Zasulich, reconoció, a través de los ejemplos de las comunas agrarias rusas, que quizás el desarrollo de las fuerzas productivas en el marco del capitalismo sería innecesario después de todo, para que éstas pudieran integrarse plenamente en el proyecto revolucionario emancipador (Musto, 2020). La antropología debe a Marx y Engels, Gramsci, Luxemburgo, Benjamin y tantos otros, el análisis histórico como método permanente de pensar y analizar las realidades sociales, pensamiento crítico indispensable para la racionalidad humana, la humanidad concebida radical e igualmente compartida por todos.
La antropología sólo puede involucrarse con sus objetos cuando representen el esfuerzo y la capacidad de hombres y mujeres para mejorar su vida, siempre que la cultura sea un instrumento para compartir la sensibilidad y la emancipación de las injusticias. Distancia y neutralidad son siempre sinónimo de alienación e indiferencia, de ahí una ciencia incapaz de contribuir al futuro que existe ahora y del que todos somos corresponsables. David Graeber, quien, como sabemos, fue mucho más anarquista que marxista, refiriéndose a Marshall Sahlins, se refiere a la principal tradición de la antropología, a la que sugiere llamar: “Antropología de la Liberación” (Graeber, 2017: xi.): “la de la intelectual activista comprometido con los movimientos sociales, al mismo tiempo, sus escritos antropológicos son políticamente más importantes que nunca porque pretendían incidir en la comprensión popular de las posibilidades sociales, domésticas, políticas y económicas” (ídem: x, traducción propia).
En un trabajo reciente, donde se recopilaron historias de vida entre mujeres de Ceará, activistas del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), Paula Godinho se comprometió y co-implicó como antropóloga, demarcando líneas de investigación que, invariablemente, la asocian con temas y personas que son el centro de sus investigaciones. Pero esta tradición, a la que Marx no es ajeno, se enfrenta a otras que, en el mismo campo disciplinar, se afirman de diferentes formas: “Aunque los heraldos del posmodernismo consideraron que el propósito era cambiar la escritura antropológica para dar mayor sensibilidad política a la disciplina, se trata sobre todo de recuperar la dimensión política y (des)imperializar las ciencias sociales y humanas ”(Godinho, 2020; 20). En la lucha de los trabajadores sin tierra en el Brasil de hoy, a las luchas por la reforma agraria en Portugal en la efervescencia revolucionaria desde 1974, la antropóloga trabajó siempre desde un punto donde la neutralidad no sólo era imposible, sino también indeseable. La empatía y el compromiso por un mundo más justo, son condiciones fundamentales para quienes apuestan por movimientos sociales que siguen los caminos de la resistencia al neoliberalismo y buscan alternativas concretas e inmediatas al capitalismo.
“Sentipensando”,[5] es como Raúl Contreras Román prefiere llamar a la articulación de la práctica con los proyectos, de los sueños con los pies en la tierra y de las utopías que se construyen en el presente, principal aliciente de la antropología que practica. En la conjugación de los dos términos está la explicación obvia: sentidos y pensamiento en un solo movimiento, razón y emoción como esferas simultáneas, complementarias e inseparables de la actividad humana (Damásio, 2011). La inutilidad del uno sin el otro en lo que haría de la actividad investigadora una evidente futilidad. De nuevo, una implicación de los sentidos de la que no se prescinde para construir la antropología que cuenta, aquella que remite a un compromiso con la realidad. En los proyectos de recampesinación que estudió, a partir de los movimientos sociales que en ellos intervienen, el antropólogo de la UNAM mira la historia y sus resultados proyectados en el presente, pero no deja de vislumbrar las posibilidades futuras, a partir de las prácticas pedagógicas que se revelan ante su investigación (Contreras, 2021). En un mundo globalizado donde la agricultura intensiva constituye una amenaza más a las formas de vida y al equilibrio del planeta, la resistencia indígena de poblaciones que han luchado durante siglos contra el exterminio colonial son un ejemplo mayor de que, por adversas que sean las circunstancias, la vida siempre encuentra formas de seguir adelante. Volvamos a Elon Musk, el excéntrico multimillonario que entre marzo y agosto de 2020, en medio de una crisis pandémica, vio aumentar su fortuna un 197% y poco después se convirtió en la persona más rica del mundo según el Índice de Multimillonarios de Bloomberg. En noviembre de 2021, en twitter, el empresario que acumula historias provocadoras que son las delicias de los medios, desafió a la ONU, en el limitado espacio de esta red social, a explicar cómo se aplicarían los US $ 6 600 millones que la organización considera necesarios para combatir el hambre en el mundo. En caso de que tenga éxito, Musk garantiza la donación de esta cantidad de dinero. David Beasley, director de este programa de Naciones Unidas, asumió el desafío y en pocas líneas explicó cómo se distribuiría el dinero, recordando que nos enfrentamos a la tormenta perfecta que unió Covid, diversos conflictos, consecuencias del cambio climático y un enorme aumento de precios en la cadena de suministro de bienes de primera necesidad. El funcionario de la ONU también se ofreció a reunirse con Musk, “en la Tierra o en el espacio” para explicar el plan y discutir sus detalles para alimentar a los 45 millones de personas que necesitan desesperadamente alimentos. Después de todo, los 6 600 millones necesarios serían sólo el 2% de la fortuna calculada de Musk. Ni Musk le respondió, ni el dinero prometido acabó en manos del Programa de Alimentos de la ONU, en una demostración de cómo en las redes sociales los más ricos y poderosos siempre pueden afirmar todo sin ninguna consecuencia. El visionario empresario con múltiples talentos y donde el dinero se multiplica hasta el infinito, se burla de los hambrientos y de los programas de emergencia para devolver la dignidad a 45 millones de personas en el mundo actual cuyos estómagos están vacíos mientras sueñan con conquistar el espacio y el universo sin límites para su expansión. Despojado de cualquier vestigio de humanidad, Musk encarna como nadie el fetichismo del capital y su vértigo destructor de la vida social.
La misma vida social que sobrevive y resiste en la alambrada que se corta para la ocupación de la tierra donde se viven las relaciones libres del capitalismo y el patriarcado, en la demanda de una democracia amplia sin exclusiones, en la relación productiva que entiende los recursos naturales como un regalo a preservar para las próximas generaciones, el trabajo entendido no como una actividad alienada, sino como un medio para construir las condiciones de existencia y reproducción en la sociedad, en los momentos en que hombres y mujeres lucharon y luchan por mejores condiciones de vida. En todos esos momentos Marx no dejó de estar presente.[6] Fuerte o sutil, su influencia, ciertamente, no es un detalle menor en la antropología de hoy y de ayer. Como no lo es por las condiciones de vida del aquí y el ahora, de hombres y mujeres, personas concretas que luchan y viven en el planeta Tierra y que, antes de la colonización del espacio, saben muy bien que es necesario romper de una vez por todas con lazos coloniales en la Tierra.
Bibliografia
António Damásio (2011), O Erro de Descartes-Emoção Razão e Cérebro Humano, Lisboa, Círculo de Leitores.
David Graeber (2017), “Foreword to the Routledge Classics Edition”, en Stone Age Economics, Routledge, Nueva York, pp. ix-xxvi.
Edward W. Saïd (2013), Reflexiones sobre el exilio, Barcelona, Debolsillo.
Garcés, Marina (2013), Un mundo común, Barcelona, Editions Bellaterra.
Paula Godinho (2020), Entre o impossível e o necessário-Esperança e rebeldia nos trajetos de Mulheres Sem-Terra do Ceará, São Paulo, Expressão Popular.
Paula Godinho (2019), “Quando os sujeitos pesam mais do que os objectos: políticas de memória, processo revolucionário e co-implicação”, en Pablo Pozzi y Paula Godinho (eds.), Insistir con la esperanza: el compromiso social y político del intelectual, Buenos Aires, CLACSO.
Marcello Musto (2020), Os últimos anos de Marx-uma biografia intelectual, Lisboa, Parsifal.
Maurice Godelier (1976), Antropología y economía, Barcelona, Anagrama.
Raúl H. Contreras Román (2021), “Con los pies en la tierra: por una recampesinización de la utopía”, en Paula Godinho y João Carlos Louçã (orgs.), Quando a História Acelera. Resistência, Movimentos Sociais e o Lugar do Futuro s.l., Instituto de História Contemporânea, NOVA FCSH. https://doi.org/10.34619/jcwq-hr49
Kimberley D. McKinson, (21 de septiembre de 2021), Lessons From Mars-and Jamaica on Sovereignty
https://www.sapiens.org/culture/accompong/
- Antropólogo, miembro del Observatório das Condições de Vida e Trabalho da Faculdade de Ciências Sociais e Humanas da Universidade Nova de Lisboa y de la Red(e) Iberoamericana Resistencia y/e Memória (RIARM). ↑
- Las personas no tenemos que creer que somos pequeños./ ¡Somos grandes, sí!/ Mientras voy a plantar mi verdura / se que no estoy acompañando al sistema / que él no domina mi vida, que tengo mi propia vida, / mi propia existencia. ↑
- Entrevistada en abril de 2019, la historia de vida de Cleomar Ribeiro da Rocha, una mujer quilombola residente en un asentamiento, junto a otras militantes del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra, forma parte del trabajo de Paula Godinho: “Entre lo imposible y lo necesario. Esperanza y rebelión en los caminos de las mujeres sin tierra de Ceará”, 2020, São Paulo. Expresión Popular. ↑
- Según el Financial Times del 6 de octubre del 2021, Amazon consiguió la proeza de pagar $0 en impuestos federales, ese año rompió todos los récords en incentivos fiscales en los Estados Unidos. ↑
- El término “sentipensar” fue propuesto por el sociólogo colombiano Orlando Flas Borda en el marco de su propuesta metodológica llamada Investigación-acción participativa, y es uno de los aportes más importantes de la investigación social latinoamericana. Nota de los editores. ↑
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A finales de septiembre de 2021, el Partido Popular español celebró una convención nacional a la que acudieron personalidades polémicas como José María Aznar, Mario Vargas Llosa y Nicolás Sarcozy (este último unas horas antes de ser nuevamente condenado por la justicia francesa por financiamiento ilegal). Ahí, el exjefe del gobierno español criticaba al papa Francisco y a López Obrador, quienes días antes habían protagonizado un momento de reconocimiento público de los desastrosos efectos del colonialismo, alegando que el nuevo comunismo en América Latina es el indigenismo. El hombre que encabezó un gobierno en España cuyo mayor número de ministros están ahora condenados o implicados en casos de corrupción, está atormentado por las amenazas que reconoce como inminentes: antes los comunistas, ahora los pueblos indígenas que luchan por el derecho a la tierra y por el reconocimiento de su cultura. Quizá no esté completamente equivocado. ↑