Lucrecia Enríquez[1]
Pontificia Universidad Católica de Chile
Estudiar resistencias del pasado colonial americano no es nada fácil. A diferencia de los estudios contemporáneos, para los cuales hay muchos testimonios directos y muchas veces cercanos, recolectar fuentes que nos permitan analizar auténticas resistencias implica mucha investigación. Pero vale la pena encarar el desafío de mirar algunos momentos de los tres siglos de gobierno español en América desde este punto de vista, porque nos muestra una dimensión de la vida humana en diferentes contextos que puede pasar como enfrentamiento, división o conflicto pero, en realidad, es más que eso. Centrándonos exclusivamente en esa etapa que también llamamos el Antiguo Régimen (el período anterior a la revolución francesa de 1789), vemos que la resistencia tiene diversas formas de expresión que van desde guerras, revoluciones, rebeliones, revueltas, hasta actos de resistencia personales o de desobediencia, ocultos incluso, o reclamos colectivos ante las autoridades políticas y religiosas, que fueron ejercidos por todo tipo de sujetos. Puede abarcar muchos aspectos de la vida social, desde la religión al ámbito político, laboral y doméstico. La resistencia fue y es parte de la vida. Ahí radica su dificultad que consiste en distinguirla para no ver en todas partes resistencias. Contamos hoy con una herramienta muy útil para detectar resistencias en el Antiguo Régimen, el Léxico[2] que el proyecto Resistance[3] ha elaborado con cientos de términos en español y portugués que nos remiten al mundo de las resistencias entre los siglos XVI y XIX, estudiadas por especialistas.
La resistencia es uno de los puntos de vista para analizar la historia de los mapuche o araucanos al sur de Chile, en los márgenes del imperio español, la finis terrae, como se la conocía, o también Arauco o el Flandes Indiano, por analogía con la situación de guerra permanente que el imperio español mantuvo en Flandes. Estas denominaciones que aluden a un territorio en guerra nos introducen en su característica de tierra de resistencia, de libertad, no conquistada, indómita, mismos atributos que se atribuyeron a sus habitantes, los mapuche araucanos. Valga la aclaración de que cada vez se usa más hablar de los mapuche y no de los mapuches, porque en el mapudungun, que es la lengua mapuche, no se usa para el plural la s como en el español. ¿Araucanos o mapuche? Existen muchas discusiones sobre cómo denominarlos. Durante el gobierno de la Monarquía española, denominaron araucanos al conjunto de habitantes del territorio que llamaron Arauco, es decir quienes habitaban entre los ríos Bío-Bío y Toltén. En este ensayo optamos por la denominación araucano por ser la de las fuentes históricas del tema que nos ocupa, que es el del colegio de hijos de caciques araucanos.
Se llamaban a sí mismos “reches”, que significaba hombres de la tierra, aludiendo a ser los primeros habitantes. Y lo fueron, como lo confirma un estudio del 2023 que combinó el análisis de ADN con la lingüística, llevado a cabo en la Universidad de Zúrich, el cual contó con la colaboración de la Pontificia Universidad Católica de Chile y del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig. El estudio concluyó que la ascendencia genética de los mapuche los vincula a otros linajes de Sudamérica, específicamente de la Amazonía y de los Andes Centrales, pero se habrían separado de ellos hace más de 4.000 años y no habrían tenido contactos posteriores con otras corrientes migratorias provenientes del norte (Arango Isaza et al., 2023). ¿Podría explicarse el arraigo a su tierra y la resistencia a ser conquistados por la conciencia de ser los que primero la habitaron y se mantuvieron en ella? Sin duda esto es indemostrable, pero llama la atención la confluencia de datos genéticos, lingüísticos, y su autodenominación como reches, que habla de su pertenencia a la tierra en la que los encontramos en este capítulo de su historia de resistencia.
La larga guerra y la conflictividad de la relación con los españoles, dividió en dos la gobernación de Chile en la frontera establecida en el río Bío-Bío a principios del siglo XVII: al sur los araucanos, al norte la zona pacificada. Si bien los araucanos juraban vasallaje al rey de España, vivieron autogobernándose en su propio territorio.
Antes de entrar directamente en el tema, es necesario ahondar en aspectos comunes de los colegios destinados a los hijos de caciques en América. Fueron concebidos por los conquistadores españoles como un medio de conquista y de evangelización desde los primeros contactos con los indios en el Caribe. Educar y convertir a los hijos de las élites gobernantes fue una estrategia usada por diversos imperios anteriores al español. En la península ibérica se conocía bien este método desde la época romana, cuando se separaba a los hijos de las principales familias para educarlos en la civilización romana en colegios, considerándolos rehenes.
Una vez que se zanjaron las discusiones jurídicas en torno a los indios relativas a su racionalidad y, a partir de las leyes de Burgos de 1512, el rey los consideró vasallos libres y no esclavos. En esta coyuntura fueron tomando forma paulatinamente los colegios de hijos de caciques. El primero fue el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, establecido en 1536, regentado por los franciscanos en la capital del virreinato de la Nueva España, destinado a los hijos de los caciques e indios principales. Era un internado compuesto por alumnos exclusivamente indios. Se transformó en un modelo de colegio y referente para los otros colegios que se establecieron en los siguientes siglos. Es importante destacar que en el siglo XVI no se contempló la posibilidad de que estos colegios incluyeran a los indios del común, para los cuales se habían planificado escuelas de primeras letras y de enseñanza del catecismo en las parroquias.
Uno de los fines del colegio de Tlatelolco fue la formación de un clero indígena que colaborara en la evangelización. El fracaso de esta experiencia se debió al diagnóstico que se hizo en los primeros años respecto a la posibilidad de que los indios recibieran el sacramento del orden sagrado. Se concluyó que no era conveniente porque tenían dificultades para comprender la filosofía y la teología, para guardar el celibato, e inclinación a la embriaguez. Pero no todas las dificultades estaban en las aptitudes de los indios. La sociedad española y los criollos resistían al sacerdocio indígena por desprecio hacia los indios y porque podían llegar a servir en pingües parroquias y doctrinas por su conocimiento de las lenguas indígenas, desplazando al clero español o criollo. Esta conclusión influyó en la postergación del acceso al sacerdocio de los indios e inició el declive del colegio. Otros estudios han demostrado que el colegio fue muy mal administrado y habría sido eso lo que lo llevó a la ruina. Recientemente se han destacado otros logros del colegio relacionados con el encuentro cultural o el éxito de la evangelización.
El modelo del Colegio de Tlatelolco estuvo en la base de la fundación de los colegios de hijos de caciques en el virreinato del Perú desde principios del siglo XVII, muchos de ellos regentados por los jesuitas. En la doctrina jesuita de El Cercado de Lima, se estableció el colegio del Príncipe en 1619. En Cusco los jesuitas tuvieron a su cargo el colegio de San Francisco Borja, fundado en 1621, destinado a la nobleza inca. El primero desde su fundación tuvo como objetivo luchar contra las idolatrías. El segundo fue duramente resistido por la sociedad y el clero acusando mala conducta de los caciques. En general podemos decir que se ingresaba a estos colegios a la edad de 7 u 8 años y se permanecía hasta aproximadamente los 16. Se aprendía a leer, escribir, rudimentos de latín, retórica y la doctrina cristiana. Con altibajos en su funcionamiento, traslados y dificultades, los colegios siguieron existiendo hasta fines de la época colonial.
La historiadora Monique Alaparrine-Bouyer (2007: 85) señala que el retraso en la instalación de los colegios en el Perú respecto a la Nueva España se debió a la oposición de la sociedad española. Esta afirmación nos permite entrar en la temática que nos interesa y que es objeto de este ensayo: el colegio de hijos de caciques araucanos en la gobernación de Chile, perteneciente al virreinato del Perú. Hacia fines del siglo XVII se abrió una ventana de paz y una relativa tranquilidad entre araucanos y españoles, después de los intensos períodos de guerra desde los primeros contactos entre ambos. Coincidió esta etapa con la promulgación en 1697 de la real cédula de honores por parte del rey Carlos II, fruto de las gestiones en el Consejo de Indias del presbítero mestizo peruano Juan Núñez de Vela, quien había pedido que se franqueara el acceso de los indios y los mestizos al clero y a las carreras seculares del real servicio. En la citada cédula el rey hizo más que eso, cambió el estatus jurídico de los indios al equiparar a la nobleza indígena con la castellana y a los indios del común con el estado general de España. Ordenó expresamente que se admitiera a la nobleza indígena en el real servicio y en el clero. La cédula se conoció prontamente y se ejecutó en la Nueva España. Con dificultades, la nobleza india accedió a los estudios necesarios en los seminarios y en la Universidad y, paulatinamente, a lo largo del siglo XVIII se formó un clero parroquial de origen indio (Aguirre, 2006).
En el virreinato del Perú (que abarcaba toda la Sudamérica española al momento de la promulgación de la real cédula), la historia fue otra. La cédula de honores no se publicó sino hasta 1725, después de las gestiones de varios caciques del Perú en el Consejo de Indias. Pero la publicación no significó su ejecución, iniciándose un largo camino de resistencia contra el gobierno virreinal que no creaba las posibilidades para que la cédula se aplicara. La nobleza inca promovió y financió el envío de memoriales y procuradores ante el rey y el Papa, que terminó abriendo las puertas del clero y de otras carreras seculares del real servicio a los indios y mestizos.
En 1697, en el mismo año de la cédula de honores, el rey Carlos II envió otra real cédula a Chile ordenando que se estableciera un colegio para hijos de caciques araucanos. Sin duda, para que la cédula de honores se concretara, era indispensable que hubiera colegios que educaran a los caciques, los “caciquitos” como se los llama en la documentación, y los preparara para el clero u otras carreras seculares. El colegio se estableció en 1700 en la ciudad de Chillán (cerca de la frontera con la Araucanía), a cargo de los jesuitas. Tuvo varias denominaciones, pero la más común fue Colegio de Nobles Araucanos de Chillán. El problema más grave que tuvieron los jesuitas fue conseguir alumnos, extraerlos desde el sur de la frontera, como lo explican los documentos. De los listados que han llegado hasta nosotros se puede deducir que nunca hubo muchos alumnos porque los caciques se negaban a entregar a sus hijos, siendo el número máximo el de 16 “caciquitos”. Un rasgo original de la permanencia de los alumnos en el colegio fue que fueron considerados rehenes por las autoridades políticas. Esta consideración no tuvo consecuencias porque en la víspera de una rebelión habida en 1723, los caciques retiraron a sus hijos. Después del desenlace de esta primera experiencia, la posibilidad de continuidad del colegio de hijos de caciques no parecía posible, pese a la paz pactada en 1726. El colegio como tal continuó, pero con hijos de españoles.
Sin embargo, la monarquía insistió en la posibilidad de restablecer el colegio destinado a los hijos de caciques. Nuevamente llegó una real cédula que así lo ordenaba en 1774, la cual se originó en las reclamaciones hechas a partir de 1750 por los caciques peruanos, sobre la ejecución de la cédula de honores de 1697. El gobernador presidente de Chile refundó el colegio en Santiago. Se llamó Real Colegio Arauco Carolino de Naturales del Reino de Chile, estuvo a cargo del clero secular, contó con constituciones propias, pero experimentó las mismas dificultades que su predecesor en cuanto al escaso número de alumnos. De hecho, consta que algunos no provenían de la Araucanía sino de misiones franciscanas de la zona pacificada de Chile. La huida de dos alumnos provocó una evaluación del colegio y que se examinara a todos los estudiantes. Algunos manifestaron que no querían continuar estudiando y se les dio la posibilidad de aprender un oficio con un maestro. Además, el gobernador presidente de Chile señaló que había resistencias en la sociedad local por la presencia de los jóvenes caciques en la ciudad.
Ante esta situación, se llegó a la conclusión de que era mejor trasladar el colegio a Chillan, y unirlo al Colegio de Propaganda Fide franciscano de esa ciudad, lo que se concretó en 1785 con el grupo de alumnos que quisieron continuar sus estudios. Se lo denominó Real Seminario de Nobles Araucanos de Chillán o Colegio de Naturales de Chillán. Fue en esta etapa cuando cinco estudiantes fueron enviados a Santiago, al convento de los dominicos, a continuar estudios de filosofía y teología porque manifestaron interés por ser sacerdotes. Concluidos los estudios, el obispo de Santiago se negó a ordenarlos arguyendo que necesitaba las cartas dimisorias del obispo de la diócesis a la que pertenecían, en este caso la de Concepción. El obispo de esta última diócesis se negó a otorgarlas y señaló que no se podían ordenar por ser hijos ilegítimos, dado que sus padres no habían recibido el sacramento del matrimonio. Recordemos que los obispos americanos podían dispensar en estos casos porque así lo habían concedido los papas Pío V y Gregorio XIII en el siglo XVI, por lo que se trataba de un acto evidente de resistencia eclesiástica. Finalmente intervinieron las autoridades políticas. Los aspirantes al sacerdocio presentaron un recurso ante el gobernador presidente de Chile, Ambrosio Higgins, argumentando que el matrimonio de sus padres era legítimo en su modo natural, no contravenía las leyes de sus jefes ni las de la propia nación. Higgins le pidió al obispo de Santiago que buscara una solución y este, finalmente, accedió. Sabemos que tres fueron ordenados sacerdotes, uno entró a la orden franciscana, y consta también que un alumno del colegio de naturales se matriculó en medicina en la Real Universidad de San Felipe (Enríquez, 2024)
El colegio siguió funcionando hasta 1811 cuando la Junta Gubernativa, formada a raíz de la crisis de la Monarquía desatada en 1808, se mostró partidaria de que no hubiera un colegio para los indios sino que se los admitiera en colegios de españoles. Evaluaban al colegio de naturales como un fracaso.
Esta historia tan particular desvela las resistencias colectivas mutuas entre los araucanos y la sociedad española y criolla. Nos queda claro que el colegio de caciques fue impulsado y mantenido por las autoridades políticas monárquicas. No solo el colegio no produjo los frutos pensados desde Madrid, sino que se repitió la imposibilidad de convivir de ambas sociedades con otros protagonistas y en otros contextos distintos al campo de batalla en la guerra.
Bibliografía
Aguirre, Rodolfo
2006 “El ingreso de los indios al clero secular en el arzobispado de México, 1691-1822”, Takwá, núm. 9, pp. 75-108.
Alaperrine-Bouyer, Monique
2007 La educación de las elites indígenas en el Perú colonial. Lima, Institut Français d’Études Andines
Arango-Isaza, Epifanía, Marco Rosario Capodiferro, María José Aninao, Hiba Babiker, Simon Aeschbacher, Alessandro Achilli, Cosimo Posth, Roberto Campbell, Felipe Martínez, Paul Heggarty, Scott Sadowsky, Kentaro Shimizu, y Chiara Barbieri
2023 “The genetic history of the Southern Andes from present-day Mapuche ancestry”, Current Biology, vol. 33, pp. 2602-2615.e5, https://doi.org/10.1016/j.cub.2023.05.013.
Enríquez, Lucrecia
2024 Educar para civilizar e integrar. Colegios de hijos de caciques araucanos y clero indígena en Chile en el siglo XVIII, Ciudad de México, Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación – UNAM.
-
Instituto de Historia| Correo: lucrecia.enriquez20@gmail.com; https://uc-cl.academia.edu/LucreciaEnriquez. ↑
-
“Resistencia al Régimen de Intendencias en América”, en el proyecto Resistance. Rebellion and Resistance in the Iberian Empires, 16th-19thcenturies. European Union’s Horizon 2020 Research and Innovation Programme: “Marie Skłodowska-Curie Actions”, Research and Innovation Staff Exchange (H2020-MSCA-RISE 2017 Nº 778076). Ver https://www.resistance.uevora.pt/. ↑