El CIESAS y su tótem: apuntes para una búsqueda[1]

Mauricio Sánchez Álvarez
CIESAS- Laboratorio Audiovisual


El hecho de que al ver al tecolote parado en su pirámide inmediatamente pensemos en la institución que es el CIESAS, y que esta última remita, otra vez sin pensarlo, a un cierto grupo de gente, le confiere a ese animalito alado una cualidad totémica. Al menos eso me parece; aunque otros colegas, más expertos en el tema que yo, quizá disientan, argumentando que en sentido estricto un tótem establece relaciones de parentesco dentro y fuera del grupo. De lo que no hay duda, pienso, es que el tecolote es el símbolo distintivo del CIESAS, como lo es el águila para México y también Estados Unidos, y cóndor o el sol lo son para varios países latinoamericanos. Lo cual da para pensar si es que las sociedades urbano-industriales-informáticas realmente se han alejado tanto de la naturaleza como se suele afirmar hoy en día.

Pero… ¿de dónde salió esta ave que nos sintetiza y representa? Se sabe, para empezar, que esa antigua figura del tecolote parado en un templo proviene del códice Fejérváry-Mayer, que a su vez forma parte de los Códices Borgia, un grupo de cinco manuscritos prehispánicos de carácter adivinatorio, cada uno conocido como un tonalámatl (“almanaque de los destinos”) (Varios autores, 2009: 24-25). Es decir: que se usaba para establecer qué fecha del calendario mesoamericano era propicia para, por ejemplo, contraer matrimonio, iniciar las siembras, emprender un viaje comercial o declarar una guerra, y estaba basado en el estudio sistemático y secular de ciertos fenómenos naturales y culturales. Aun así, en comparación con otros códices, se sabe relativamente poco acerca del códice Fejérváry-Mayer, en buena parte porque no se cuenta aún con información arqueológica y etnohistórica complementaria, que resulta indispensable en este tipo de investigaciones. Hasta ahora se ha establecido que probablemente proviene del corredor geográfico y cultural que surca por porciones de los actuales estados de Tlaxcala, Puebla y Oaxaca, que fue realizado entre los siglos XI y XVI y que su pictografía presenta semejanzas con las pinturas que se encuentran en Tizatlán, Tlaxcala (Varios autores, 2009: 24-25). Y lleva el nombre de dos coleccionistas del siglo XIX, que en momentos distintos fueron sus propietarios: el húngaro Gabriel Fejérváry y el inglés Joseph Mayer, quien lo donó a lo que hoy es el Museo de Liverpool.[2]

Eduard Seler, un mexicanista alemán, quien visitó el país varias veces entre 1887 y 1910 y se interesó por el tema de la cosmovisión mesoamericana (Espinosa, 1965), sentando las primeras bases de los estudios de ésta (Dolinski, 2018). Entre otras, Seler se ocupó del Grupo Borgia, señalando su carácter adivinatorio y fijándose en las respectivas deidades allí representadas (Köhler, 2018). Con respecto al tecolote, Seler afirma:

“es el representante de la noche, de la oscuridad y de personajes que influyen de noche” […] Dado que la noche, la oscuridad y la muerte están conectadas, es común que al tecolote se le retrate con una cabeza de la muerte” (Seler, 1996: 531). Tiempo después, Miguel León-Portilla, en un estudio facsimilar del Códice Fejérváry-Mayer, describiría así la escena en que aparece nuestro personaje central, el tecolote, en la página 4 del manuscrito:

[En la esquina izquierda inferior] se mira otro corazón con una flor sobre él, probablemente símbolo del corazón purificado de quien se ha acercado a la diosa [Tlazolteotl, diosa de la inmundicia, la que provoca el placer y asimismo purifica a los humanos][3]  En el extremo inferior hay un templo sin techo, sobre el que se encuentra otro manojo de hierbas para el rito de purificación. Una chicuatli, “lechuza”, aparece en el templo. Es ella intitlan in Mictlantecuhtli, “enviada del Señor de los muertos” […], y por tanto se relaciona con el interior de la Tierra. Al pie hay otra ofrenda de leña y hule (2005: 26; itálicas en el original).

Mientras que Carmen Aguilera, en su Flora y fauna mexicana. Mitología y tradiciones dice que

El […] tecolote […] era la décima de las trece aves del tonalpohualli y acompañante de Tezcatlipoca. Ave de mal agüero […] Era el mensajero del dios de la muerte y patrón de los hombres que nacían en el día Kimi, que significa muerte. Cuando el indio oía cantar a un búho “tecolo, tecolo”, de donde viene su nombre, era señal de muerte, y de ahí el dicho mexicano de que “si el tecolote canta, el indio muere”. También presagiaba algún peligro o enfermedad y estaba relacionado con los hechiceros que hacen sus maldades por la noche, como los tlacatecolotl, “hombres búho”, que entraban a sus casas a robar y a violar a las mujeres una vez que los habitantes habían sido hechizados por ellos con anterioridad. Algunos hechiceros cuando los perseguían y estaban a punto de ser atrapados se convertían en búhos (1985: 52; itálicas en el original).

Por su parte, Cecilia Rossell, investigadora del CIESAS Ciudad México y especialista en códices mesoamericanos, a partir de los códices mixtecos Nuttall y Vindobonensis, elaboró esta semblanza (que formó parte de la agenda CIESAS) de la concepción ancestral del tecolote,

De costumbres nocturnas, estaba asociado a la noche y sus poderes. Porque tiene la capacidad de ver en la oscuridad, gracias a sus grandes ojos redondos, se decía que tenía el poder de ver lo que estaba oculto.

Era el nigromántico, y el disfraz al que recurrían los grandes hechiceros llamados “hombres-búho”, que realizaban sus actividades durante la noche; se creía que tenían el poder de encantar a la gente, y que su canto pronosticaba el destino.

Símbolo de un culto guerrero y mensajero de los señores del inframundo. Asociado a la oscuridad en los tres ámbitos, existía una identificación entre el cielo nocturno, y sus estrellas, con la tierra de noche y el inframundo, ya que todos ellos pertenecían al lado oscuro (Rossell, 1998: s.p.).

Según recuerda Luz María Mohar, investigadora del CIESAS Ciudad de México, y también especialista en códices mesoamericanos, fue Ángel Palerm quien escogió al tecolote como emblema del CIESAS, por lo que fue muy criticado, debido a las connotaciones negativas que el ave tiene dentro de la cosmovisión mesoamericana. Pero al parecer, Palerm estaba más motivado por el significado que el búho tiene en la tradición occidental, que lo asocia con la sabiduría, como se puede leer en esta inserción en la página de Facebook de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña de la República Dominicana:

El búho es el símbolo de la sabiduría porque los sueños, las visiones y las revelaciones surgen en la oscuridad. Ademas se relaciona desde la mitología griega por la diosa Atenea, la diosa de la sabiduría, se representaba con un búho en el hombro que era el que le revelaba las verdades oculta (facebook.com/UNPHU).[4]

Este cambio de sentido, producto de ver cierto símbolo cultural e histórico desde una óptica y unos propósitos culturales e históricos diferentes, no necesariamente constituye una transgresión, sino una simple reapropiación. Que, incluso, puede entenderse como una fusión transcultural y que, por lo demás, es de lo más común entre humanos: un significante que cambia de significado, deliberadamente o no. Lo paradójico del asunto es que la mutación misma tuvo lugar para conferirle sentido y sobre todo presencia cultural a una institución del saber que, entre otras, guarda entre su patrimonio cognoscitivo el resaltar y revalorar los significados históricos anteriores de su símbolo −permítanme− totémico.

Bibliografía

Aguilera, Carmen (1985), Flora y fauna mexicana. Mitología y tradiciones, México, Editorial Everest Mexicana.

Dolinski, Eckehard (2018), “Eduard Seler y Caecilie Seler-Sachs, fundadores alemanes de los estudios científicos precolombinos”, en Históricas Digital, IIH-UNAM, pp. 33-40.

Espinosa Ramos, Jaime (1965), “Códice Borgia, tomo I. Comentarios al Códice Borgia, Eduard Seler” (reseña), en Anales de Antropología, vol. 2, núm. 1, pp. 196-199.

Kohler, Ulrich (2018), “Contribuciones de Eduard Seler a la interpretación de los códices pictográficos del México antiguo”, en Históricas Digital, IIH-UNAM, pp. 80-89.

León-Portilla, Miguel (2005), ”El tonámatl de los pochtecas (Códice Feyerváry-Mayer)”, en Arqueología Mexicana. Códices, El tonámatl de los pochtecas (Códice Feyerváry-Mayer). Edición Especial 18, febrero.

Rossell, Cecilia (1997), “Presentación”; en Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Agenda 1998, México, CIESAS-Instituto Oaxaqueño de las Culturas-Grupo Editorial Miguel Ángel Porrúa.

Seler, Eduard (1996), Collected Works in Mesoamerican Linguistics an Archaeology. Labyrinthos, vol. V. Lancaster, California, USA.

Varios autores (2009), “Códices del Grupo Borgia”, en Arqueología Mexicana, códices prehispánicos y coloniales tempranos. Catálogo. Edición especial núm. 31, México.

  1. Agradezco a Cecilia Rossell y Luz María Mohar su valiosa colaboración para elaborar este texto.
  2. “Códice Fejérváry-Mayer”, Wikipedia (https://es.wikipedia.org/wiki/C%C3%B3dice_Fej%C3%A9rv%C3%A1ry-Mayer), consultado el 22 de septiembre de 2021
  3. Esta frase entre corchetes corresponde a la descripción de Tlazoltéotl elaborada por el propio León-Portllla (2009: 26), en un párrafo anterior al que se está citando.
  4. (https://www.facebook.com/UNPHU/photos/porqu%C3%A9-el-b%C3%BAho-es-s%C3%ADmbolo-de-sabidur%C3%ADael-b%C3%BAho-es-el-s%C3%ADmbolo-de-la-sabidur%C3%ADa-porq/10151339039606015/, consultado el 22 de septiembre de 2021.