El arte plumario tarasco; tres estampas que sorprendieron en la época colonial

Carlos S. Paredes Martínez[1]
CIESAS Ciudad de México

Numerosos son los cronistas e historiadores de la época colonial, que destacaron en sus crónicas y memorias el arte plumario realizado por los plumajeros nativos, sin duda herencia de una práctica prehispánica en la antigua Mesoamérica. El objeto de este texto no es solamente volver a los testimonios de los testigos novohispanos y europeos que se sorprendieron de este arte, me enfoco a tres aspectos poco conocidos en esta materia, en particular atendiendo a los plumajeros tarascos, denominados en su lengua uzcuarecuri, el “diputado” que tenía a su cargo a los artistas dedicados a la realización de los atavíos de los dioses, penachos, rodelas, banderas, insignias de guerreros, escudos, ofrendas de plumajes en honor del cazonci cuando moría, trajes, capas, “guypilis de pluma”, abanicos y todos los objetos distintivos en pluma, que eran considerados de gran valor simbólico entre la sociedad tarasca y por la élite del poder del linaje uacúsecha que dominaba en la última etapa prehispánica de Michoacán en el occidente de Mesoamérica.

Los tres aspectos a los que me refiero y que sorprendieron en Europa y a los españoles que conocieron este arte en pluma, son los siguientes: la realización de mapas, es decir, representaciones cartográficas en plumas de aves; la experiencia de la escrituraria en caracteres latinos por parte de los plumajeros tarascos en pluma; y finalmente, el impacto que causó en Europa y en Asia este arte entre artistas famosos, reyes, papas, dignatarios de la Iglesia Católica y la alta jerarquía de gobierno, así como entre los naturalistas.

Sobre la realización de mapas en pluma, tenemos dos testimonios documentales que lo confirman, desconociendo desgraciadamente las piezas o ejemplos que podrían mostrar dicha realización. A pesar de que el dato clave en esta materia, lo conocieron autores como Nicolás León a principios del siglo XX, Teresa Castelló Yturbide y otros estudiosos de la plumaria tarasca en años recientes, sólo la historiadora del arte Elena Isabel Estrada Cuesta, señala sobre este testimonio que, “posiblemente [sería] el único de la aplicación de tan exquisita labor a la cartografía” (Estrada, 1994: 76). Este primer documento está fechado el 2 de enero de 1549 y se trata de la respuesta que da el provisor del obispado de Michoacán, Juan García, al obispo de Michoacán Vasco de Quiroga cuando éste, estando en España, solicitó que le enviara un mapa que representara el lago de Pátzcuaro, Tiripetío y el valle de Guayangareo. Su representante responde a la petición del obispo que de momento no tiene pintores indios disponibles, ya que todos estaban ocupados en la pintura de las paredes de la capilla y el sagrario del convento agustino de Tiripetío, pero “é procurado una manta que envío con las imágenes de pluma que tiene todo lo que Vuestra Señoría pide, y aún algo más, no sé si se aprovechará, lo demás se pintará y se enviará en pudiendo”. Por la fecha del testimonio y por la respuesta del provisor del obispo, estamos sin duda ante el hecho de la realización de un mapa en pluma y una técnica eminentemente prehispánica entre los tarascos (León, 1904: 232).

El segundo testimonio es más tardío e igualmente tenemos sólo la descripción de la técnica plumaria, los usos y representaciones, así como el cambio que se ocasionó con la llegada del catolicismo y la temática religiosa a la que se vieron obligados a realizar los plumajeros tarascos. Refiriéndose a estos, el cronista Pablo Beaumont menciona lo siguiente en la década de 1770:

sus naturales formaban ropajes, mapas, retratos y después santos, como hasta hoy lo hacen, y sientan en láminas de bronce o cobre, entretejiendo con gran primor las sutiles plumillas, según los colores que necesitan para la perfección de la pintura; y a estos pajaritos nombran tzintzones, y de ahí viene Tzintzuntzan (Beaumont, 1985, vol. 2: 393).

Confirma el cronista la realización de mapas y aumenta el retrato, ropajes que ya se ha mencionado antes en el caso de capas, trajes, penachos y tocados. Con la expresión “y después santos”, Beaumont se refiere al cambio de temática representada en plumas, que no podía ser de otra manera con la evangelización y la erradicación de la representación de dioses, ceremonias religiosas fuera de la católica y cualquier objeto de su antigua religión y cosmovisión prehispánica. Ahora los temas representados serían desde luego los santos, las vírgenes, escenas de la vida y pasión de Cristo, etcétera.

La cita de Beaumont también nos ilustra respecto a los soportes en donde se plasmaban los mosaicos en pluma, dice: en láminas de bronce o cobre, los cuales, junto con la “manta con imágenes en pluma” del testimonio de 1549, constituían los distintos formatos o bases del arte plumario. En el caso de los soportes metálicos, efectivamente, dos de los más importantes mosaicos de plumajeros de Pátzcuaro, firmados por ellos, tienen soportes de papel y cobre, así como numerosos cuadros en pluma distribuidos en varias partes del mundo. Tan solo puedo precisar, que, los tarascos se destacaron por el desarrollo en la técnica metalúrgica en la Mesoamérica prehispánica y que, por lo dicho aquí, aún en el siglo XVIII seguían elaborando estos mosaicos en pluma con soporte en cobre o bronce, posiblemente para ser observado, apreciado y explicado por un experto conocedor del tema representado, y/o un sacerdote como el petamuti antes de la llegada de los españoles. En el caso de las mantas o lienzos, tenemos los términos usados en el siglo XVI registrados por los diccionarios: el Diccionario grande (anónimo), registra: Virache, cuiris punguari, equivalente a manta de plumas, término que remite a pato, plumas de ave y a la raíz virah, raso, raído, liso, es decir condiciones de un textil. De la misma manera aparecen los términos “Vzcuni, vzquarequa vni, hacer ymágenes de pluma”; “Vzquarequa vri, plumajero”, y “Vzquarequa vni, hacer cosas de pluma” (Diccionario grande, 1991, t. I: 478; t. II: 724, 762).

Finalmente, respecto al mapa, el espacio geográfico representado, en este caso en pluma, hay que contextualizar que en la Relación de Michoacán, en algunas de las 44 láminas aparecen claramente escenarios geográficos, simbólicos y figurados; en uno de ellos Tariácuri mostrando la forma en que dividiría su territorio a sus herederos al momento de su muerte, señalando con símbolos de cerros y piedras en su cima, los espacios que les correspondería a cada uno de los tres sucesores, dibujando además los ríos, montañas, barras que podrían significar escuadrones de guerreros, etcétera. En la segunda lámina se representa la planeación y estrategia de conquista, realizando la traza de un pueblo en un círculo perfecto, en torno a la cual se reunían los capitanes, los “valientes hombres” y los combatientes; se trata de un croquis, un bosquejo de un escenario donde se habría de emprender una conquista y la forma en que atacarían los uacúsecha (Alcalá, 2000: láminas XIX, XXII, XXXII).

El siguiente tema al que me refiero ahora, se relaciona con la introducción de la escritura en caracteres latinos, y que pudieron adoptar los cararis, escribanos o pintores, así como en este caso los uzcuarecucha, los plumajeros, quienes en la realización de sus obras artísticas plasmaron sus nombres, como un intento de continuar con sus prácticas y técnicas ancestrales de plumajeros, ahora en caracteres latinos a la manera de la escritura castellana. El testimonio sobre esta experiencia se debe al cronista agustino Mathías de Escobar, quién en su obra Americana Thebaida escrita en la década de 1740, dedica un capítulo a “las grandes fábricas hechas en Tiripetío”, deteniéndose particularmente en la técnica y alcances de “la curiosa invención de la pintura en pluma” de los tarascos, la cual califica de obra singular y maravillosa. En una parte de su descripción dice:

las cuales son sus letras, pues así como los egipcios usabanfiguras jeroglíficas para explicarse, así ni más ni menos, tenían sus pinturas para entenderse; tal que con un lienzo de éstos daban noticia de los pretéritos acasos, con tanta individualidad, como si fueran leyendo una historia… y hoy en día, que tienen ya noticia del modo de escribir, hacen de las mismas plumas letras tan redondas, que no les excede la celebrada Antuerpia [Amberes] en sus alabadas imprentas (Escobar, 2006: 141-142).

La apreciación de las letras redondas a las que se refiere el cronista, las podemos ver como ejemplo en la firma del mosaico en pluma dedicado a Jesús a la edad de 12 años, donde se lee en letra pequeña “Ioan Bapt me Fecit Michuac” (Juan Bautista me hizo Michoacán), y al mismo tiempo, lo que tiene particular interés, es su referencia a las “noticias de los pretéritos acasos” y que abunda adelante en el tema, sobre las “insignes hazañas, [que] dejaron en este mundo escrito los tarascos a la posteridad [en pluma]” (Escobar, 2006: 141-142). De esta manera, estas noticias pretéritas y estas hazañas narradas y representadas en imágenes en pluma por parte de los plumajeros tarascos, nos está dando testimonio de un legado historiográfico no valorado hasta ahora, desgraciadamente desaparecido y con múltiples preguntas sin resolver. Evidentemente lo aprendido por los plumajeros con la introducción del alfabeto, fue la escritura en caracteres latinos y aplicada quizá como un intento, excepcionalmente firmada esta obra y preservada en un museo en Viena, en el mosaico en pluma referido, realizada por el plumajero patzcuarense Juan Bautista de la Cerda en los años finales del siglo XVI. Lo interesante es cuestionarse la forma en que dichas hazañas y noticias pretéritas se representaban en la época prehispánica, desde luego debió ser a través de “imágenes que hablan”. Seguramente debían referirse a las batallas, guerras de conquistas, entronizaciones, grandes ceremonias religiosas y luctuosas por la muerte del cazonci, etcétera, a la manera en que se representan en la Relación de Michoacán, en sus 44 láminas y que en este caso son pintadas, no en pluma.

Imagen: “Ioan Bapt me Fecit Michuac” (Juan Bautista me hizo Michoacán).

Finalmente, un tercer tema que es necesario revalorar y que sin duda ocasionó admiración en varias latitudes del orbe, es el impacto que causó el arte plumario en general de los amantecas nahuas de la Nueva España y en particular de los uzcuarecucha tarascos de Michoacán: desde el famoso pintor alemán Alberto Durero en el año de 1520, hasta el barón y naturalista también alemán Alejandro de Humboldt en 1803. Como ha dicho el autor Serge Gruzinski, “el arte plumario mexicano ofrece un espectacular ejemplo de globalización y mestizaje” (Gruzinzki, 2015: 195).

Sobre Durero, representante de la pintura del renacimiento alemán, el autor Ferdinand Anders ha rescatado la admiración que le causó al pintor la llegada de las primeras embarcaciones que regresaban de América, con los objetos enviados por Cortés al rey de España Carlos V, quien se encontraba en Bruselas en el año de 1520, dice el pintor: “Más en toda mi vida nada he visto que tanto me haya regocijado el corazón como estas cosas. Porque allí he visto cosas extrañas de arte y he quedado asombrado del sutil ingenio de los hombres de tierras lejanas. Y no sé explicar tantas y cuantas cosas había allí”. Alberto Durero menciona entre los múltiples objetos descritos, armaduras, armas, “extrañas defensas, vestimentas raras, vestiduras de peto y sinfín de cosas curiosas para múltiples usos, que son más hermosas de ver por lo curiosas que son”. Ciertamente el testimonio no refiere expresamente a objetos en plumería, sin embargo, el mismo autor Anders, presenta muestras de varios objetos en pluma que constituían los primeros obsequios al rey español, así como otros autores se han encargado de registrar documentalmente el contenido de estos objetos, entre los cuales se encontraban vestimentas, escudos y penachos, todos con plumas de gran valor para los mesoamericanos (Anders, 1970: 4 y ss.; Martínez, 1993: I, 232 y ss.).

Ahora bien, un personaje que tuvo bastante poder político y religioso y al mismo tiempo mucha influencia entre la sociedad tarasca, fue el obispo de Michoacán Vasco de Quiroga, por lo que para el tema que nos ocupa, conviene destacar su aprecio por los objetos de arte tarasco en el siglo XVI, en particular los realizados en pluma. En su testamento del año de 1565, aparecen los siguientes objetos: cuatro mitras, dos de pluma y dos de “raso blanco”, una “camisa imperial de pluma”, una manta pintada de la tierra, una sobremesa de paño verde de la tierra, una capa de Damasco blanco con su cenefa de terciopelo carmesí, “un pie de águila con su penacho”; y por otro lado se observa su interés por la cartografía, de la que ya había dado muestra con su petición de un mapa y la respuesta de su provisor en el año de 1549. Registra en su testamento: unos pergaminos, uno donde está la traza de la ciudad (Pátzcuaro), “con unos papeles de traza”; tres mapamundis, etcétera (Warren, 1997: 71-79). Por otro lado, hay que recordar que Quiroga fue a España y a otros reinos europeos, permaneciendo allá seis años, entre 1548 y 1554, tiempo en el cual, pudo haber mostrado a la alta jerarquía eclesiástica, reyes y demás personajes, las maravillas del arte plumario tarasco, lo que pudo motivar ese interés por la lujosa vestimenta religiosa y mosaicos con el mismo tema, que hoy día se conservan en distintos museos europeos y del mundo (Domenici, 2019: 67-69; Russo, 2015: 435-455).

Imagen de la llamada “Virgen llorosa”


Tan solo destaco cuatro obras en plumaria, las dos primeras plenamente identificadas como de plumajeros tarascos de finales del siglo XVI, la tercera atribuida periodísticamente a un “artista mexicano de nombre Juan Cuiris” y la cuarta adquirida en Pátzcuaro en el año de 1803, por lo que sin duda se trata de manufactura tarasca. La llamada virgen llorosa y la imagen de Jesús a los 12 años a la que me referí antes, fueron realizadas y firmadas con los nombres de sus realizadores: los tarascos Juan Cuiris y Juan Bautista de la Cerda respectivamente (Russo, 2015: 48). La tercera se dio a conocer el 18 de julio de 2019, con motivo de la subasta de esta obra en París, por la cual se pagaron 283 360 euros, obteniendo la reserva el museo Quai Branly-Jacques Chirac y titulada “Juan Bautista y el buen pastor”, cuya realización l atribuyen al “artista mexicano Juan Cuiris” (La Jornada, 2019: 4ª) y que como hemos visto se trata de un plumajero tarasco de Pátzcuaro. Finalmente, la obra adquirida en Pátzcuaro por el barón Alejandro de Humboldt en el año de 1803, representando a la Virgen de la Salud de esta ciudad y cuyo original se encuentra en un museo de Berlín, con al menos tres copias del mismo material en México.


Bibliografía

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Beaumont, Pablo (1985), Crónica de Michoacán, t. 2, Morelia, Balsal Editores.

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Warren, J. Benedict (introducción, paleografía y notas) (1997), Testamento del obispo Vasco de Quiroga, edición facsimilar con otros documentos, Morelia, Fimax Publicistas.

  1. casapama@gmail.com