José Antonio Flores Farfán
Acervo Digital de Lenguas Indígenas
CIESAS Ciudad de México
La recientemente emitida Declaración del Decenio de las Lenguas Indígenas por parte de la UNESCO o Declaración de los Pinos, precisamente aludiendo a la sede del Congreso Internacional de Lenguas en Riesgo, llevado a cabo en febrero de este año, a la que se le hicieron y están haciendo observaciones para su mejora, y esperaríamos sobre todo implementación, es una cuestión fundamental que hay que abordar como parte de la necesidad de un cambio de narrativa en el discurso en torno a la diversidad lingüística. En el mejor de los casos, hasta ahora sólo ha habido un parcial reconocimiento del alto valor de la diversidad lingüística para el bienestar de las sociedades. Su verdadera implementación en concertación con la sociedad civil resultaría fundamental tanto por parte de la sociedad mayor, como de sus instituciones, y desde luego de las propias comunidades hablantes de lenguas originarias, quienes muy desafortunadamente, en no pocas ocasiones han llegado a interiorizar por lo menos algunos estigmas de la herencia colonial que atentan contra la integridad histórica y sociocultural, y que también es integridad lingüística de los pueblos originarios.
La llamada Declaración de los Pinos puede llegar a constituirse en un alentador programa; por lo menos ya es un respiro en el papel para la defensa y reversión del desplazamiento y potencial sustitución de la mayoría de las lenguas del planeta, y desde luego su desarrollo, muy vinculado también a las metas del Desarrollo Sostenible de la ONU. Esto incluye una gran cantidad de temas vinculados a las lenguas originarias que presentan diversos grados de vitalidad y amenaza. No ajenos en absoluto a ellas y sobre todo a sus comunidades hablantes, como la relación de las lenguas con el bienestar, en general, y la salud, en particular, el crecimiento económico, el cerrar la brecha digital y el rezago educativo, el abatir el racismo y la discriminación y promover la inclusión con sensibilidad cultural y lingüística, y la estrecha relación de la diversidad lingüística con la diversidad biológica, cultural y territorial, destacando claras conexiones entre por ejemplo las regiones de mayor diversidad biológica con las de multilingüismo. Entre otros aspectos que nos hacen ver que las lenguas constituyen núcleos duros del quehacer humano y su diversificación, adaptación y conformación histórica. A la vez que indicios fehacientes de la diferencia cultural, afirmación y animación identitaria y la existencia misma de los pueblos y sus epistemologías propias que les proveen de identidad cultural en general y lingüística en particular.
Como parte de un discurso desafortunadamente casi limitado a la comunidad académica, el gran público global todavía requiere sensibilizarse mucho más del valor del multilingüismo como un recurso humano fundamental -todo un desafío educativo en el que también trabajamos en el CIESAS, produciendo materiales en las lenguas con el concurso de los propios hablantes desde la base comunitaria ‒este número del Ichan Tecolotl también se acompaña de la primera emisión del Premio Víctor Franco Pellotier, en honor al mejor trabajo de revitalización lingüística, con el propósito de abrir un campo casi inexplorado en la academia con valor excepcional y consecuentes con los propósitos del decenio.
Por lo tanto, hay que impulsar la idea de la “normalidad” del multilingüismo en el planeta, que es lo efectivamente más apegado a la realidad a nivel global. Concepción que habría que buscar generalizar en la sociedad mayor y así también empezar a por lo menos matizar los monolingüismos lingüicidas que atentan en su contra y lo que éstos representan en términos de visiones opresivas unilaterales. Muchas veces asociadas a sendos ismos, fenómenos psicosociales que pueden convertirse en traumatismos, como ciertas formas del racismo vinculado a la exclusión y discriminación lingüística y cultural -por no hablar de la opresión cultural y desde luego económica y política. Expresiones todas ellas todavía moneda de cambio en países como los EE.UU. o de muchas partes de Europa como Francia o España, de manifiesto, entre otros, en los hechos relativamente recientes de asesinatos de afrodescendientes en los Estados Unidos. o el trato y la trata dada a los migrantes “hispanos”, que por lo demás incluyen un gran número de personas hablantes de lenguas originarias, todavía no bien conocida, mucho menos atendida, lo que nos habla tanto de la precariedad de la investigación de la diversidad lingüística, como de su atención por parte de los Estados nacionales.
Consonante con el espíritu de la UNESCO, el buscar superar la negación de visiones unilaterales monolingües con respecto a la diversidad lingüística, y al mismo tiempo instaurar una “nueva” academia a su favor, se expresa sobre todo en la reivindicación de la perspectiva de sus hablantes, donde desde la academia cobra pleno sentido pugnar por revertir las ideologías de lamentación, altamente pesimistas y catastróficas, en torno al futuro de la diversidad lingüística, características del discurso e ideologías del paradigma ortodoxo predominante, en el fondo extractivista y que en último análisis se ahoga en su propio fatalismo. Este tipo de ideologías de investigación muy pasivas, de suyo desconocen factores coadyuvantes de los procesos de sustitución, retención y resiliencia lingüística de las comunidades o grupos y su heterogeneidad, basada en la agencia o agendas propias de sus hablantes en su confrontación con otras agendas, institucionales o no, en un múltiple complejo de redes de relaciones propicias o no para el ejercicio de los derechos lingüísticos plenos de las poblaciones minorizadas.
Todo esto quiere decir que la prioridad de la investigación de la diversidad lingüística todavía se circunscribe a su documentación pasiva, entendida como acopio de datos de forma más o menos sustentable y sistemática; respaldados robustamente, siendo esto lo que se entiende en buena medida por buenas prácticas en la llamada documentación lingüística. En el mejor de los casos ello permite el análisis lingüístico, un paso fundamental si bien no único y mucho menos exclusivo para la recuperación de las lenguas y su (re)vitalización. Desde luego, el trabajo a su favor no puede limitarse al solo conocimiento y archivo de la diversidad multilingüe, conocimiento desde luego muy importante pero bien entendido nunca suficiente para el pleno reconocimiento y desde luego resarcimiento de las lenguas y sus comunidades hablantes en perspectiva histórica y contemporánea.
Se requiere, por tanto, un enfoque que integre el desarrollo de la documentación lingüística no como hasta ahora, como un ejercicio compartimentalizado, atomizado, mucho menos aislado de sus hablantes como protagonistas activos de los procesos, desarrollando la agenda de documentación de acuerdo con sus prioridades, como una documentación mucho más activa que tenga la (re)vitalización en mente. Un enfoque si se quiere de los que hemos llamado activismo documental o documentación activa (Flores Farfán y Ramallo, 2010) que permite ir cerrando la brecha entre la agenda de investigación y las movilizaciones y desafíos de los propios hablantes por mantener y desarrollar sus lenguas, incorporando sus propias agendas de prioridades en un diálogo fructífero con la academia y la sociedad comprometida en general, como todas las contribuciones del presente número en mayor o menor medida suscitan e incitan.
Trazar una agenda de prioridades de investigación distinta a la predominante implica dejar de concebir a los hablantes como “informantes”, simples depositarios de datos, un medio para un fin, un tipo de reduccionismo todavía muy común, a mi modo de ver nocivo y paralizante. Semejante posición se queda no sólo en la inacción a favor de la defensa y cultivo de las lenguas de las entre seis mil y ocho mil lenguas del mundo, sino que reproduce un esquema colonial, de “racismo encubierto” (Kroskrity, 2013) que, sin duda, hay que deconstruir con base precisamente en el reconocimiento del activismo de las propias comunidades y sus hablantes a favor de sus lenguas; asediadas por las fuerzas globales del poder y sus jerarquías hegemónicas, incluido el papel que históricamente han jugado los Estados nacionales en la devastación lingüística y cultural de la mano de la desaparición de la diversidad biológica, destacadamente a través de aparatos de Estado como la escuela o de proyectos de desarrollo económico y las fuerzas de mercado global depredador.
Pensando en positivo, la documentación pasiva eventualmente puede llegar a tener un efecto incluso de (re)vitalización lingüística indirecto, y resulta un insumo fundamental, en la medida en que hasta cierto punto visibiliza semejante diversidad y el interés que resguarda. Entre sus comunidades hablantes no puede reducirse ni mucho menos exclusivamente al punto de vista formal del análisis lingüístico (e.g. gramatical) ‒si bien esto también puede llegar a desvirtuarse y convertirse en un proceso de cosificación de las relaciones humanas en la investigación‒. La concepción imperante de la documentación lingüística que habría que, por tanto, superar, vinculada a la academia recibida y sus limitados cánones, restringe prácticas más deliberadas, posicionamientos abiertos a favor de las lenguas, la mayoría de ellas consideradas amenazadas, llegando a reducir las relaciones humanas y sus lenguas a “objetos de estudio”, creando incluso un mercado de palabras que ha dejado una profunda huella negativa en las comunidades.
La naturaleza altamente variable y rica de la diversidad multilingüe requiere en suma no sólo de su documentación sino de un cambio en el discurso y práctica que, como hemos sugerido, invita a una revaloración y curaduría cuidadosa, activa, recuperando el concierto de voces polifónicas que apuntan a la diversidad humana. Un complejo mosaico de relaciones que a nivel global se expresa entre otros en el no total acuerdo sobre el número de lenguas en el mundo, extensivo desde luego a otras situaciones, como la mexicana. Por si esto fuera poco, pasar a una concepción comprometida y proactiva a favor de las lenguas supone poner en relación directa teoría y práctica a favor de la diversidad humana, expresada en la diversidad lingüística, todo ello resonante y consonante con la Declaración de los Pinos aludida (para más detalles véase Vargas García, este número; Flores Farfán este número).
Son éstos, entre otros, algunos de los grandes desafíos que hay que enfrentar para la recuperación, promoción y fortalecimiento de la vasta diversidad lingüística en el mundo y sus implicaciones para las reivindicaciones de todo tipo, sobre todo entre los pueblos originarios, que algunas estimaciones con acento necrofílico (Crystal 2013), llegan a considerar que cada dos semanas se pierde una lengua en el planeta, discurso y prácticas que como hemos sugerido, deberían cambiar si queremos verle un futuro a las lenguas llamadas tristemente “amenazadas”.
El Ichan dedicado a las lenguas
En el presente número del Ichan Tecolotl se encontrará un concierto muy diverso y rico de voces a favor de la diversidad lingüística; desde distintos contextos, incluidos trabajos con lenguas nula o muy poco conocidas en nuestro entorno. Así, se incluyen trabajos representativos de la situación del Te Reo Maori, idioma con el cual Makaira Waugh nos deleita compartiendo su metodología y experiencia artística tipo “sound garden” para desatar la creatividad infantil y el empoderamiento temprano en la lengua materna. Generosamente Makaira se dio la oportunidad de compartir su trabajo en comunidades Mixes, Triquis e Ixcatecas[1] en Oaxaca a principios de 2020 con mucho éxito a través de talleres de inmersión lingüística musical y de expresión corporal, mostrando cómo los niños juegan con las lenguas y liberan su potencial creativo.
La contribución de Nick Evans corresponde al texto escrito en ocasión de la presentación del libro de trabatonos y adivinanzas A du’ u ú Chi Jitdö Chintiy Dibaku (‘cuicatecos’) que publicamos con apoyo de la embajada de Australia. El célebre lingüista australiano presenta apasionantes ilustraciones de los paralelismos que entretejen los vasos comunicantes entre la diversidad biocultural australiana y mexicana, y desde luego lingüística, además de lo que suscitan sus historias comunes y específicas, mundos paralelos con retos comunes de decolonización de las lenguas y la vitalidad que interesa reconocer, recuperar y potenciar desde un enfoque que es capaz incluso de “reanimar” una lengua a través de su propio arte verbal, desde la concepción que inspira Evans, ya no concebidas como muertas o extintas sino dormidas, una piedra de toque que nos deja la experiencia australiana y el trabajo de Nick.
Natalia Sitnikova nos lleva por las lenguas del Ártico y los desafíos, sobre todo políticos de sus multilingüismos, que implican situaciones en las que todavía prevalece el nomadismo. No tan lejanos a los retos educativos de la población migrante en general en el nuestro y en otros contextos, enmarcándolos en la falta de implementación de, como en muchas otras partes del mundo, la paradójica e irónicamente creciente legislación suscitada por las propias movilizaciones originarias a lo largo y ancho del planeta, legislaciones que distan mucho de ser implementadas, casi convirtiéndose en letra muerta. La búsqueda de la autonomía y la autodeterminación y su precario reconocimiento por los Estados, como en esa remota y gélida región rusa, muchas veces se conculcan los derechos lingüísticos, históricamente arrebatados por la colonización o la instauración de los Estados nacionales en la mayoría de las primeras poblaciones globalmente.
Condiciones no privativas de las lenguas del Ártico, como fehacientemente demuestra el artículo de Ernesto Díaz Couder al discutir el tema del vínculo de las lenguas con el territorio en su conexión con la lucha por la autonomía y la autodeterminación. En estos contextos, las lenguas son, en la mayoría de los casos, minorizadas, pero también hay claras respuestas de las poblaciones por romper con la disminución lingüística. Entre muchas otras cuestiones, como nos recuerda el trabajo de Díaz Couder, las comunidades enfrentan la desterritorialización y el patronaje paternalista, incluso la búsqueda del tutelaje del Estado, junto con la privación de derechos fundamentales, como el trabajo o la educación o la salud en lengua materna, con la consecuente falta de estructuras de atención y recursos educativos de todo tipo en las lenguas; asediadas por fuerzas a veces muy obscuras de la globalización con su consecuente compartimentalización y confinamiento y ante Estados incluso omisos. Consciente del valor del Decenio, Díaz Couder llama a soluciones originales y a tomar en cuenta aspectos no del todo presentes en la Declaración, como el abatimiento de la pobreza y la gran desigualdad que caracteriza a países como México. Las lenguas no son desde luego ajenas a estos lacerantes contextos y, de hecho, inciden directamente en su estatus minorizado y su consecuente estigmatización. La recuperación de las lenguas efectivamente pasa por la recuperación territorial y las movilizaciones de las propias comunidades por la autonomía y ahí es donde también se tiene que pensar como un desafío mayor del Decenio, sugiere el autor.
Por su parte, Moctezuma y Flores Farfán, también para el caso de México, realizan un análisis crítico global de la política lingüística mexicana; conectándolo también con algunos trazos propositivos para desarrollar una política lingüística bien formada e informada en México, resonante con el documento del Grupo de Acompañamiento de Lenguas Amenazadas (GALA), cuyo documento fundacional se incluye también en este número del Ichan Tecolotl y del que Díaz Couder, entre muchos otros, también es parte.
Rangos y confluencias en las que también discurre y se ubica el trabajo de Itzel Vargas, quien realiza una crítica institucional honesta, se diría que desde una postura gramsciana, desde dentro, a algunas de las más destacadas problemáticas que enfrenta el Decenio de cara a la política de lógica descendente del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), cuyos esfuerzos no pocas veces resultan fallidos o por lo menos parciales por acercarse a las agendas de las comunidades hablantes en un diálogo más productivo que el que hasta ahora se ha podido construir y que requiere una profunda revisión crítica.
Todo lo cual sugiere la urgente necesidad de cerrar brechas entre los esfuerzos de distintos sectores empeñados en la política y la planeación y su gestión lingüística exitosa, no sólo mexicana. Muchos de los múltiples ámbitos y niveles de la planeación y actores de las políticas lingüísticas están en realidad en espera de ser realmente desarrollados y convocados, como los que se dibujan en el documento de GALA; incluyendo el papel de los Estados, la sociedad civil, la academia y destacadamente las comunidades hablantes mismas desde luego, En primer lugar y ante todo, el leitmotiv del Congreso y del documento seminal del Decenio, “Todo para todos”, lo que recuerda el famoso “Para Todos Todo”, del movimiento zapatista, que precisamente están ligados a temas de autonomía y la afirmación de los derechos colectivos de las comunidades.
Otro miembro de GALA, Roland Terborg, quien ha desarrollado el reconocido enfoque ecolingüístico del “modelo de presiones”, las posibilidades de estudio y con ello cómo se puede impactar en el mantenimiento de las lenguas originarias, con foco en México. Enfatiza algo que muchas veces los lingüistas llegan a olvidar, a los propios hablantes, fetichizándolos a través de gramáticas o diccionarios, probablemente no es la producción de estos materiales lo más importante para mantener una lengua, por lo menos no la única ni mucho menos. Más aún, el trabajo de Terborg invita a cuestionar nociones recibidas muy arraigadas entre los lingüistas, como que la que la lengua existe independientemente de sus hablantes, nada más lejos de la realidad; un pensamiento muy dicotómico que hay que superar.
Otros miembros de GALA que también participan son Amanda Delgado y Maurice Pico, quienes nos proponen preguntarnos cuál debería ser el papel y rol de la documentación lingüística en este Decenio, incluyendo el transferir las capacidades de documentación a las propias comunidades, y convertir a la documentación en una poderosa herramienta para compatibilizar las agendas de los hablantes y los lingüistas. En la práctica esto es posible, los mismos autores desarrollan por ejemplo un proyecto de documentación propio en el que acompañan a maestras de lengua Ngiwa de Puebla, México; un proyecto piloto de apropiación y apoderamiento de la documentación lingüística, como un instrumento para el empoderamiento educativo comunitario, que a la vez permite la construcción de acervos sustentables en lenguas o variedades poco o nulamente trabajadas, por no hablar en términos de materiales educativos para la (re)vitalización y el reclamo lingüístico de las comunidades a restituir el derecho del uso de sus lenguas vinculado a otras reivindicaciones, en las que los lingüistas proveen sendos acompañamientos.
Por su parte, los trabajos de Mónica Pereña de Linguapax, entidad no gubernamental basada en Barcelona que trabaja solidariamente a favor de la diversidad lingüística, y Maialen Sobrino, de la organización de cooperación lingüística Euskera Garabide experiencias provenientes de Cataluña y Euskadi, en España, respectivamente, nutriéndose desde su propia historia de recuperación lingüística, nos muestran cómo se pueden tender puentes de colaboración solidarias para las reivindicaciones lingüísticas de los pueblos. Estos modelos abren el campo de la colaboración y la cooperación lingüística, un campo poco explorado todavía dentro de las peregrina y tristemente llamadas lenguas “minoritarias” (o peor “extintas” o “exóticas”), no sólo en México, sobre todo pensando en la colaboración multilateral, a lo que apuesta Linguapax con sus delegaciones alrededor del mundo.
La minga que plantea Sobrino se traduce en nuestro tequio, figuras colaborativas que GALA desarrolla en paralelo también con entidades como Linguapax, con sus delegaciones en las distintas esquinas del planeta, organzación que tenemos el honor de representar en América Latina en el CIESAS. Su filosofía entiende a la diversidad lingüística como un asidero fundamental para el desarrollo de relaciones armónicas de convivencia pacífica entre los pueblos. Se trata de un insumo para fomentar la paz lingüística y sus valores positivos, como la celebración del respeto a la diferencia lingüística y el multilingüismo, un recurso educativo de alto valor, superando la concepción del multilingüismo como un problema y no una oportunidad, ideologías monolingües que tanto daño han hecho a las lenguas, lo que bien muestra el caso mexicano o muchos otros latinoamericanos y del mundo.
También en esa vena e igualmente proveniente de España, encontramos el trabajo de Fernando Ramallo, sobre el “neofalantismo”, o la historia de los neohablantes gallegos, total y militantemente escrito en gallego. Contribución muy importante, entre otras cosas, por su visión de sociolingüística crítica, que nos recuerda el destacado papel de los nuevos hablantes en la recuperación de las lenguas, más comunes de lo que muchas veces nos percatamos, procesos de recuperación muy claros en Galicia y muchas otras latitudes, sin no pocos dilemas, que nos permiten cuestionar los modelos ortodoxos e idealizados de hablante de una lengua, incluso la noción chovinista y fetichista de lengua misma; o el purismo paralizante vinculado a la discriminación lingüística. El neofalantismo es una cuestión, según entiendo, muy candente en Galicia, con todas sus connotaciones políticas, invitándonos a la revisión crítica de nuestras nociones conceptuales cuestiones políticas, sus consecuencias de ruptura e incluso reconfiguración de las agendas institucionales (o no) y su engarce con las prioridades de investigación lingüística de cara a los propios (neo)hablantes, tanto en términos teóricos como prácticos, todo un programa de investigación y acción.
Otras contribuciones más específicas incluidas en este número, otros estudios de caso si se quiere, destacan temas como el casi siempre atropellado y complejo papel de los alfabetos y su instauración, normativización y uso, con los trabajos de intelectuales originarios como Juan Julián Caballero sobre el proceso de conformación y validación del alfabeto Tu’un savi (“mixteco”), y el de Elizabeth Quintana en torno al alfabeto Ñatjo (“mazahua”). El hecho de que estas lenguas estén escritas con mayúsculas, no es un gesto menor, nos habla de la búsqueda por reposicionar las lenguas minorizadas, tanto en la esfera simbólica y sus usos emblemáticos, como en la práctica, cosa que están empezando a impulsar de manera decidida estos hablantes. Por ejemplo, en Tu’un Savi “la lengua de la lluvia”, eso ya se considera un acuerdo de su propia academia en la búsqueda por posicionar la lengua en el soporte escrito, como una forma emblemática inicial de potencial emancipación lingüística con una carga simbólica que pasa por el diseño ortográfico y sus múltiples facetas, desde luego no solamente ni mucho menos exclusivamente técnicas o descriptivas, como estos innovadores usos sugieren.
Ubicándonos en el norte de México, Moctezuma Zamarrón hace un recorrido muy completo por la historia de la retención y sobre todo desplazamiento y potencial sustitución de las lenguas originarias en el norte de México, una de las regiones en las que las lenguas han sido más diezmadas y son más vulneradas, destaca el autor. Llegando al punto en que en muchas de sus comunidades se puede ya hablar de últimos hablantes. El contexto regional institucional y social en general es devastador para estas lenguas, todavía vinculado a una ideología decimonónica que las concibe como obstáculos para el “progreso”, en una región que se considera un polo de desarrollo económico de la nación. Con todo, el autor nos hace ver la heterogeneidad que también puebla el paisaje lingüístico del norte de Mexico, incluidos grupos con doble nacionalidad como los Yoreme (“yaquis”) entre otros, que se resisten a desaparecer, junto con una lengua aislada (el Comcaac, “seri”), que hasta hace poco se pensaba se mantenía bastante vital, aunque recientemente esta situación parece estar cambiando mucho. Dentro del concierto de lenguas del norte, las yumanas son probablemente las más golpeadas. Perteneciente a otra familia lingüística, una excepción en la que todavía encontramos cierta vitalidad lingüística y cultural, y parece tener cierta viabilidad futura, es el “tepehuano del norte”, enfatizando el autor la falta de investigación en torno a ella y el abandono institucional en el que se encuentra no ésta, sino todas las lenguas de la región. El panorama es por tanto bastante desolador. De no tomarse acciones urgentes en el corto y mediano plazo, como las planteadas para el Decenio y las sugeridas por este número, es probable que veamos dormirse a por lo menos alguna de estas lenguas de la región en la primera mitad del siglo XXI.
Un trabajo de corte colaborativo comunitario, con una lógica de construcción de un material tangible, muy útil para las comunidades, un enfoque muy similar al que desarrollamos en el ADLI, es la contribución de Cristiano Tallè. Cristiano despliega sus velas reflexivas y leva anclas en el caso de los Ikojts, con la lengua Umbeyajts del Istmo de Tehuantepec, México, con quienes trabaja desde hace más de dos décadas como parte de un gran equipo de investigadores italianos con una larga tradición en la zona. Con la publicación de Atlas Ikotjs se culmina por lo menos una década de trabajo en un material de mapeo colaborativo del territorio Ikojts, todo un paisaje marítimo, una cartografía colaborativa que es también un gesto político de recuperación del territorio y la perspectiva local, realizada con los pescadores de la zona. En el Atlas, por tanto, de manera fundamental se reconoce y (re)activa la participación comunitaria, con la consecuente recuperación de sus perspectivas en la propia lengua, una cartografía de política territorial basada en las epistemologías propias en lengua Umbeyats para relacionarse con el entorno marítimo. Un ejemplo parecido de lo que tendría que construir la UNESCO para la producción del Atlas de las Lenguas del Mundo que, por lo demás, se plantea como una de las primeras metas tangibles del Decenio, dentro de una concepción todavía un tanto dicotómica de la investigación, separando investigación básica de aplicada, que de cualquier manera constituye un desafío mayúsculo si se piensa entre otras en la escala temporal que tomó el Atlas Ikojts, por ejemplo, y sobre todo el hacerlo lo más colaborativo posible en la multiplicidad de lenguas en los territorios globales que habitan las lenguas originarias. Muchas veces son los territorios con más recursos amenazados por los intereses transnacionales y de estado, como en el caso del Istmo de Tehuantepec con el proyecto eólico y el Tren Transístmico.
Otros trabajos que se incluyen destacan el alto valor del arte y en particular la música para poderosamente lograr llegar revertir las tendencias lingüicidas y enaltecer el alto valor que atesoran las lenguas, logrando lo que Dora Pellicer llama en su trabajo aprobar la asignatura pendiente del bilingüismo interno en México: una ideología positiva acerca de la concepción multilingüe inclusiva en la que tenemos mucho que seguir trabajando, produciendo materiales de diverso tipo como el aludido Atlas, de la más alta calidad y en cantidad suficiente, con pertinencia y pertenencia lingüística y cultural, con la participación activa de los hablantes, abriendo líneas de profesionalización en el rango más amplio posible de habilidades expertas en sus lenguas; por ejemplo, generando mercados de trabajo y ámbitos de desarrollo lingüístico, como la defensoría e interpretación médica o jurídica y el desarrollo de habilidades artísticas, de la mano de sus propios creadores.
Josep Cru, en su artículo sobre los raperos originarios en Latinoamérica, con foco en los mayas yucatecos de ADN Maya, nos muestra cómo las expresiones artísticas se convierten en insumos fundamentales de diversos tipos y su gran potencial, incluyendo posibilitar el desarrollo de habilidades orales y escritas con desarrollos de posibles didácticas de aprendizaje lúdicas para jóvenes y niños a través del rap originario; sugerentes avances en la promoción de la escritura que en décadas la escuela no ha podido acabar de formar; entre otros recursos educativos vivos que también directamente llaman a la sensibilización y movilización sociopolítica que se activa a través de la creación y expresión rapera, con la defensa de las lenguas originarias en su expresión como disidencia política desde la base social comunitaria.
Así, explorando los compases que se abren al respecto para la reivindicación lingüística a través del rap, Nicolás Mejía, egresado de la Maestría en Antropología Social del CIESAS, combinando la investigación con un modelo de producción artística en el que él mismo es productor y DJ, Mente Negra analiza el movimiento rapero en el valle de México, recordándonos que las interculturalidades plurales se construyen en la práctica, en el despliegue performático de maneras y formas emergentes creativas, no exentas de desafíos pero sobre todo oportunidades. Como el aludido potencial crítico del rap en la movilización política u otros desarrollos como la (re)creación de variedades que amplían sus repertorios léxicos, genéricos, vocales o estilísticos, prestigiando y reposicionando las lenguas ante el gran público infantil y juvenil, con un gran potencial educativo, como nos sugiere Cru al estudiar el proyecto del rapero líder de ADN Maya, Pat Boy, quien precisamente ha incursionado en el desarrollo de talleres de composición de rap con niños y jóvenes en la Península de Yucatán.
Se incluyen también en este número voces femeninas representativas de la creación artística en lenguas originarias, como el concierto de voces a favor del cual trabaja Tonana en un crisol de lenguas mexicanas y géneros creativos; recordándonos la necesidad de superar visiones folclorizantes y mistificadoras de la diversidad lingüística, en la búsqueda por superar los estereotipos culturales y la afirmación de la espiritualidad originarias como fuente de permanente inspiración y recreación musical dinámica.
La aportación de Frida Romero, joven activista y talentosa maestra y poetisa Binnizá, son sus poemas Ca xcu xtinne’ “Mis raíces” en Diidxazá (“zapoteco”), poemas inspirados en torno a su vida con su abuela juchiteca que fue quien le trasmitió la lengua, en la emblemática Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, contribuciones poéticas que también atesoramos en este número.
La directora de Editorial Resistencia, Josefina Larragoiti, ella misma mesoamericanista y talentosa ilustradora, nos conduce por su personal punto de vista de cara al proceso histórico que, como en el Laberinto de la soledad, discurre en búsqueda de la definición de la muchas veces inasible y dinámica “mexicanidad”. Una identidad compleja y rica que, como mexicanos, se asocia profundamente con la historia de la relación de la sociedad mayor con los pueblos originarios, con todas sus paradojas, como el enfrentar el minotauro del monolingüismo y el monoculturalismo asociado e impuesto por instancias como el Estado que, sin embargo, proclama la existencia de México como un país multicultural y plurilingüístico. Este recorrido la condujo por los caminos de las lenguas originarias, múltiples senderos de historias y géneros verbales propios que hoy en día le permiten presumir una de las colecciones más completas de libros infantiles en lenguas mexicanas que podemos encontrar en México, con versiones en tres lenguas: lengua originaria, español e inglés. Muchos de estos libros también cuentan con realidad aumentada, como el aludido libro presentado por Nick Evans referido antes. En el ADLI se busca transferirlos a otros formatos, como los video juegos como expresión de la innovación tecnológica contemporánea, que provee de prestigio social a las lenguas entre sectores vitales para su continuidad, celebrando la oralidad y la imaginería iconografías propias en un diálogo inter y multicultural productivo con los creadores y las comunidades mismas, como parte de sinergias compartidas características de las mingas o los tequios lingüísticos en los que se engarza esta experiencia editorial con la que colaboramos, logrando compatibiizar diversos tipos de audiencias, circuitos y mercados, logrando una práctica más orgánica a favor de las lenguas y sus hablantes.
Mariana Cruz Zuleta, a su vez, nos conduce por una experiencia de apropiación musical del Sur de Veracruz para la revitalización del Nahuat, así con -t, la variedad o variedades de la lengua probablemente más diversificada y donde ha florecido antes de la pandemia un movimiento musical potente ahora en ciernes, con La Mar Ehegat o Brisa del Mar como el grupo más consolidado. Con un importante paralelismo con la revitalización misma del son jarocho en el ámbito no sólo regional sino global desde hace sendas décadas, Brisa del Mar decide incursionar en diversos géneros musicales como la cumbia, la balada y los corridos en Nahuat. Otros grupos, como el de los hermanos Arizmendi se han acercado, como muchos creadores regionales, al son jarocho, en su caso en el mal llamado “popoluca”, en una variedad de Soteapan, en la Sierra de Santa Marta, en una de las lenguas más antiguas de Mesoamérica vinculada a la antigua y misteriosa civilización olmeca.
El tema de los etnónimos versus los exónimos que pueblan el concierto de las denominaciones originarias es un indicio fehaciente de las relaciones históricas de dominación que en mayor o menor medida siguen reproduciéndose hasta la fecha. Cambiar estas denominaciones y sus vestigios pre y neocoloniales de opresión lingüística no parece una tarea resuelta en lo inmediato. Piénsese simplemente por ejemplo que el INALI o el ILV siguen utilizando las denominaciones coloniales, sin haber podido todavía introducir, “normalizar”, incluso en su propio uso, las autodenominaciones; asimismo, en muchas comunidades originarias la conciencia de la autodenominación y el autorreconocimiento que esto supone todavía resulta en ocasiones asediada e incipiente, por no hablar de su transformación y desconocimiento en la sociedad mayor, incluso por los mismos lingüistas. Estos “simples” cambios en el uso vocabulario nos hablan de la necesidad de desnaturalizar usos en estos casos léxicos, que acarrean la huella de la herencia neocolonial y en mayor o menor medida siguen lastimando a las lenguas originarias y sus hablantes.
Una aportación también muy actual incluida en este número es la de Justyna Olko y Joanna Maryniak en torno a la interpretación de los datos derivados de la encuesta sobre el Covid-19 y el trabajo de campo directo desarrolladas por el equipo polaco y su intervención en comunidades originarias mexicanas. Tanto con datos estadísticos como cualitativamente nos muestran cómo el advenimiento de la pandemia invita a reconsiderar la envergadura de los desafíos del desarrollo de políticas en general y lingüísticas en particular. Por ejemplo, de cara a los traumas históricos, en muchas comunidades originarias la pandemia ha tenido efectos devastadores, de retraumatización nos dicen las autoras, vinculados sobre todo a la muerte de los poseedores de la lengua, sus guardianes por excelencia, los abuelos y las abuelas. Desde un enfoque de antropología y lingüística comprometida, nos narran la experiencia de enfrentar la pandemia por hablantes de lenguas originarias, en donde lograron incluso producir una serie de materiales en la forma de carteles alusivos a la pandemia en Masewaltatohli (“náhuatl”); materiales distribuidos en las propias comunidades de la sierra de Puebla, con también inserciones en la radio que recuperan las epistemologías verbales locales para enfrentar y paliar la pandemia en lo posible.
Otro hallazgo no del todo sorprendente de la encuesta cuya participación fue premiada con un paquete de libros de su serie Totlatol, es que las redes de apoyo en las comunidades y su movilización resultaron más eficaces en las comunidades originarias que en el sector mestizo, con una mayor capacidad adaptativa a la adversidad, recordándonos el valor de la mayor cohesión social colectiva prevaleciente en las comunidades originarias, versus las formas del individualismo occidental. Finalmente, las autoras nos recuerdan que la comprensión de la pandemia debería, como el estudio de las lenguas y su recuperación, entenderse desde perspectivas bien formadas e informadas vinculadas a modelos más robustos y mejores de intervención educativa, recreando el punto de vista holístico de las comunidades y sus complejas ecologías de todo tipo, incluidos sus sistemas diferenciados y diferenciales de comunicación.
Todo esto implica desafíos mayores que en algunos casos las propias comunidades han enfrentado de manera relativamente exitosa, como en el caso de la pandemia cerrando el acceso a las mismas por ejemplo o recuperando la farmacopea propia para paliar y enfrentar la enfermedad. En este sentido, los efectos de la pandemia no han sido siempre e inexorablemente negativos. En Oaxaca entre otros, en algunos pueblos de la sierra zapoteca, se sabe que los niños y jóvenes se han reconectado con sus abuelos y la educación comunitaria en sus lenguas, o frenado la migración, volteando a las enseñanzas de la milpa y el campo en general, lo que también debería recuperarse desde la cooperación o tequios lingüísticos como los que plantea Garabide o GALA-Linguapax, o los proyectos de investigación comprometidos que recuperan las metodologías originarias como los aludidos, destacadamente sus lenguas, como nichos de oportunidad para la reivindicación del uso de las lenguas y prácticas comunitarias asociadas en sus entornos locales, desde lógicas ascendentes e independientes de las políticas de Estado, incluso más allá de ellas, ejerciendo la autodeterminación y la autonomía sociolingüística como derechos humanos fundamentales que en todavía pocas ocasiones como academia logramos tener el honor de acompañar e incluso abonar con insumos edificantes.
Por último, pero no por ello de menor valía, incluimos un texto de una joven promesa de la lingüística, Aarón Hernán Flores Suárez, quien nos narra su acercamiento e interés a la valorización de los hablantes y sus lenguas en contexto, suscitada a través del trabajo de campo con su maestra Yolanda Lastra. Esto le permitió comenzar a transitar del enfoque de hablantes como “informantes”, simples depositarios pasivos de datos, centrado en el interés exclusivo del corpus, enfoque quesigue prevaleciendo en la lingüística pura y dura, a un enfoquepor el que hemos clamado aquí, centrado en los hablantes.
Ojalá el Decenio efectivamente tome en cuenta sobre todo a la base comunitaria de hablantes, a los colectivos hablantes de pueblos originarios y sus complejas realidades, que pasan por todas las claves y otras que no se han analizado en este número; destacando sus derechos y justos reclamos tanto a las lenguas como a sus territorios, a una educación propia en sus lenguas, al ejercicio pleno de los derechos lingüísticos, tan conculcados y manoseados, con autonomía y autodeterminación,para buscar así resarcir mínimamente la deuda histórica de la colonización, no sólo lingüística. Responsabilidad no sólo ni mucho menos de los Estados, generalmente omisos e incluso regresivos, como sugieren los esfuerzos y propuestas reseñadas de la propia UNESCO, comentados y discutidos con cierto detalle en este número. Se tara entonces de un llamado urgente a la corresponsabilidad y solidaridad con el futuro de la diversidad lingüística por parte de toda la sociedad.
A manera de conclusión
La Declaración de los Pinos y el lanzamiento de la Década de las Lenguas Indígenas no debería constituirse sólo en un pronunciamiento más dentro del concierto de instrumentos nacionales e internacionales para la defensa y promoción de las lenguas, una efeméride más, sino transformarse en la apremiante forja de activos continuos para la reversión del desplazamiento lingüístico y la amenaza de sustitución de la diversidad lingüística que nos compromete a todos. Su urgente implementación permitiría ir revirtiendo tanto estigmas como prácticas lingüísticas discriminatorias y excluyentes de la diversidad de sus hablantes, desafortunadamente todavía muy arraigadas en el imaginario popular global, por lo menos de la sociedad en general. Con todo, y ante tantas contingencias, el ser humano ha logrado adaptarse inteligentemente a condiciones muy cambiantes y adversas para la supervivencia, donde las lenguas han jugado un papel decisivo, siendo los pueblos originarios los representantes más egregios de la posibilidad de la continuidad cultural y, desde luego, lingüística, a la que también rinde homenaje este número del Ichan Tecolotl.
Bibliografía
Crystal, David (2000), Language Death, Cambridge, Cambridge University Press.
Flores Farfán, José Antonio y Fernando Ramallo (2010), “Exploring Links Between Documentation, Sociolinguistics and Language Revitalization: An Introduction”, en Flores Farfán José Antonio y Fernando Ramallo (eds.), (2010). New Perspectives on Endangered Languages, Ámsterdam, John Benjamins, pp. 1-12.
Kroskrity, Paul (2013), Narrative Discriminations in Central California Indigenous Narrative Traditions”, en Shannon Bischoff et al., The Persistence of Language: Constructing and Confronting the Past and Present in the Voices of Jane Hill, Ámsterdam, John Benjamins, pp. 321-338.
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La norma escrita del español estipula que los nombres de lenguas y pueblos no llevan mayúscula; sin embargo, en este trabajo se adopta este uso sugiriendo la importancia y necesidad de dignificación de las lenguas y pueblos en cuestión y el profundo respeto que desde luego nos merecen. ↑