Ecos de Brasil: una crónica etnográfica

Andrea S. Chávez
Antropóloga y curadora de arte[1]

—El hombre ha imaginado una ciudad perdida en la memoria
y la ha repetido tal como la recuerda.

Ricardo Piglia

Ilustración Ichan Tecolotl

Llegada

A principios de septiembre de 2021, llegué a Brasil para quedarme poco más de un mes. Por fin haría la residencia de investigación en São Paulo que tenía contemplada desde la primavera del 2020. La pandemia de Covid-19 no solo retrasó y cambió los planes de muchos, sino el curso de las políticas públicas para hacerle frente y aceleró la derechización en el Norte y Sur Globales. Cuando por fin se retomaron los vuelos comerciales, me puse en contacto con los organizadores de la residencia para reprogramar las fechas de mi estancia; los meses que me ofrecían era agosto o septiembre. Tomé la decisión de ir a Brasil porque, meses antes, había renunciado a un trabajo hostil, tóxico y abusivo, pero que aún sin la liquidación había logrado ahorrar lo suficiente para el vuelo y gastos. Por las mismas fechas también había cortado con mi novio, así que la idea de pasar mi cumpleaños en Brasil me parecía un buen escape a las emociones desagradables de esos meses.

Brasilia

Antes de comenzar la residencia quería ir a Brasilia, esa promesa utópica del urbanismo y arquitectura modernista del siglo XX, así que planeé pasar por lo menos un par de noches en la capital designada del país. Llegué de noche al centro de Sao Paulo al hostal de una cadena hipster que ya conocía. En el trayecto pude observar, no sin esa mezcla de asombro y miedo, lo que después una amiga me contaría se apoda Crackolandia a la Praça da República, en la que personas sin hogar deambulan por la plaza bajo el efecto de alguna droga dura. Tras el vuelo me apetecía salir a cenar, pero comprendí que no era buena idea que una mujer saliera sola casi a media noche por Av. Vieira de Carvalho y rua Aurora, así que dormí con hambre.

-Si tu hotel es un error, quédate conmigo- me dijo por mensaje y le tomé la palabra. Al día siguiente me fui a su casa a dejar la maleta grande en lo que regresaba de Brasilia. No me acuerdo qué cenamos pero lo que recuerdo es que tomamos demasiado vino tinto y me fui en la madrugada bastante borracha hacia el aeropuerto de Campinas. Aterricé poco después del amanecer. Recuerdo con nitidez la sensación de asombro que sentí durante el trayecto del aeropuerto al hostal en taxi: un deslumbramiento absoluto al transitar esas avenidas gigantes y circulares rodeadas de la flora más linda que caracteriza la sabana tropical brasileña.

Llegué al hostal que estaba en la ala norte del Plano Piloto. Algo que me llamó la atención desde el comienzo fue la cantidad de talleres mecánicos que había en la Via W3 Norte. Abrían desde temprano y al caer tarde en una parte de los patios colocaban mesas de plástico pero no supe si la naturaleza era compartir o vender comida y/o cerveza.

Me dormí un par de horas para recuperarme del vuelo en el hostal y al salir a caminar para explorar la ciudad sentí el calor húmedo y quemante. Atravesé el silencio y la falta de bullicio en las calles de la Asa Norte del Plano Piloto que diseñaron Lucio Costa y Oscar Niemeyer. Es imposible no maravillarse ante la monumentalidad del Congreso, esas esculturas gigantes que conforman el paisaje de Brasilia, los jardines y los mosaicos de colores de las residencias del Plano Piloto, en los que se suponía la arquitectura iba a desdibujar las diferencias entre clases sociales al compartir los mismos elementos materiales y formas de una fachada. Pero también sentí irreales y excesivas esas dimensiones de las aceras, no son caminables, apropiables y resultan si acaso alienantes, solo hasta que transitas Brasilia comprendes esas críticas. Encontré un café-bar lindo en el que leí varios capítulos del libro de James Holston, An Anthropological Critique to Brasilia, libro que me serviría, años después, para dar como invitada un par de veces una clase en la facultad de arquitectura y contarle a los alumnos sobre el libro y triangularlo con mi experiencia, la de buscar cómo cruzar la calle hay que caminar aproximadamente 800 metros y buscar un puente.

Para un mexicano, y más para un chilango, es inconcebible la falta de ruido. Entendí la brasilitis, ese sentimiento de echar de menos las imperfecciones que caracterizan las ciudades latinoamericanas: bullicio, conflicto, crimen y ruido. Crucé las calles con un poco de miedo porque los vehículos transitan a una velocidad alta y sin semáforos en las superquadras, por lo que como buena chilanga dudaba que los carros realmente se detuvieran en los pasos peatonales. Escuché los frenos desde lejos y ese chirrido abarca en la totalidad el sonido del entorno, quizás por eso hay tantos talleres mecánicos, ante la alta demanda de mantener los frenos. Los días que pasé en Brasilia se me hicieron eternos, como si el tiempo se prolongara por la falta de ruido y de conflicto. Me perdí buscando el hostal sin mapa y deambulé por otro distrito de la ciudad, uno que me recordaba a Santa Fe, con edificios corporativos de cristal altos.

Residencia

Unos días después, regresé a São Paulo a comenzar la residencia de investigación. Confieso que elegí con prisa el tema. Todo el mes de agosto de ese año estuve haciendo trabajo de campo sobre un tema que había trabajado en la licenciatura: el adoratorio a Ehécatl que está en la estación de metro Pino Suárez. Así que entre eso y que había vuelto a retomar el contacto con mi ex, tenía la cabeza bastante revuelta. Ahora en retrospectiva lo veo muy claro: la residencia era el pretexto para estar en Brasil, no el propósito del viaje. Quería conocer, pasear y visitar ciertas ciudades y museos, además de visitar a un par de amigos, por lo que elegí un tema que había visto desarrollarse en redes sociales. Vi organizarse a varios artistas tras el incendio de la cinemateca en São Paulo y también ante el repudio del mal manejo del presidente ante la pandemia de Covid-19 en Brasil. Comencé a seguir en Instagram la cuenta Fumaca antifascista, una cuenta que desde noviembre de 2020 se define como “un proyecto estético-político organizado por decenas de personas desde artistas, activistas e interesados en el proyecto”. No tenía mucha claridad sobre cómo abordar o desarrollar el tema, lo único que tenía en mente era hacer una etnografía de la marcha del día de la Independencia, el 7 de septiembre, para vivir y comparar esa experiencia con la de una protesta mexicana. La residencia consistía en elegir un tema, desarrollarlo ahí y tener sesiones diarias para hacer una presentación final.

El departamento de la residencia estaba en el piso treinta y algo del Edificio Copán, diseñado por Niemeyer. Me deslumbraron las formas curvas del edificio con 140 metros de altura y 45 pisos. Algo que me impresionó de inmediato de Brasil, y particularmente de São Paulo, fue su verticalidad. En Ciudad de México no somos ajenos a los edificios y torres altos, pero no en la proporción brasileña- algo que la topografía sísmica chilanga lo convierte en inverosímil. En la planta baja del Copanzinho, como le llaman los locales, hay diversos comercios como cafés, librerías, bares y restaurantes lo que genera un bullicio similar al de la Roma o la Condesa en Ciudad de México: conversaciones vivas en los restaurantes y arrancones por las noches. En la planta baja vi un local de clases de Pilates y me inscribí porque supuse que era lo mismo que en México, que el Pilates Reformer se iba a dar de la misma manera pero me equivoqué. En México los profesores de clases de deportes en gimnasios suelen ser autoritarios, corregir las posturas sin pedir permiso para tocar y exigir; mientras que las clases de pilates y yoga que tomé en Brasil me parecieron mucho más horizontales, relajadas y dinámicas. Algo importante de mencionar es que en ese momento tenía poco aprendiendo portugués, apenas tenía el nivel A1 completado, por lo que mis interacciones eran bastante limitadas. Podía más o menos entender pero cuando me esforzaba en responder en portugués no me entendían o me decían que tenía acento de coxinha, lo que en México llamamos fresa.

La rutina de la residencia era más o menos así, salía temprano por las mañanas a correr o a pilates y regresaba a la hora que se servía el desayuno, alrededor de las ocho y cuarto en el que compartíamos noticias e ideas que podían o no tener relación con el tema. Después como a las 10.30-11 comenzaban los seminarios en donde discutíamos críticamente, a falta de más residentes, los dos organizadores de la residencia y yo sobre mi tema.

Las intervenciones del colectivo fumaça antifascista consisten en activar bombas de humo de color negro y rojo, aludiendo a la bandera antifascista, durante las protestas. Mediante esta técnica sencilla lograron acuerpar las manifestaciones antibolsonaro, en las que el color predominante es el amarillo. En los seminarios diarios, los comentarios de uno de los organizadores estaban dirigidos a cuestionar de manera crítica la producción simbólica de las marchas, o “artivismo” como él le llamaba. Uno de sus cuestionamientos centrales a este tipo de estrategias es la injerencia que pueden o no tener en la contingencia política, así como el problema de la continuidad que suponen. No descarto la validez de sus observaciones porque resulta pertinente cuestionar el rol de las iniciativas autónomas que realizan acciones efímeras y que suelen emplear los medios hegemónicos para su realización. Sin embargo, lo que a mí me interesaba era primero comprender el contexto sociopolítico bajo el que se daban éstas manifestaciones; sobre todo porque en México el referente reciente que tenía de una movilización artística colectiva fue en el movimiento #YoSoy132, en el que en 2012 cientos de estudiantes de escuelas públicas y privadas salieron a exigir la democratización de los medios de comunicación a raíz de las declaraciones del entonces candidato presidencial Enrique Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana. En agosto de 2012, Natalia Lafourcade, Carla Morrison, Juan Manuel Torreblanca, Marian Ruzzi, Pambo entre otros músicos se unieron y lanzaron la canción “Un derecho de nacimiento” como parte de músicosconYoSoy132. En las marchas y protestas a las que me he unido a lo largo de diez años no he visto una acción colectiva artística -fuera de la de los músicos con 132- acontecer.

He visto a los contingentes de las escuelas de artes unirse a las manifestaciones en varias ocasiones, pero no he visto que artistas consolidados del circuito de galerías más reconocidas como kurimanzutto, OMR, Monclova y un largo etcétera, se organicen y salgan juntos a detonar una acción en conjunto, por eso ese colectivo me llamaba la atención, porque creo que a excepción del ejemplo de los músicos con Yo Soy 132 no ha ocurrido algo así en por lo menos una década.

Marcha #7Setembro

En septiembre de 2021, el presidente de la extrema derecha Jair Bolsonaro[2] enfrentaba una desaprobación importante en su mandato por la mala gestión de la pandemia del Covid-19, las 584 mil muertes registradas hasta ese momento, el aumento de la inflación y la tensión ocasionada por el impeachment del presidente, acusado de 23 delitos que lo señalaban por haber actuado con negligencia y corrupción en la gestión de las vacunas contra el Covid, por lo que podría haber sido destituido. Los ataques de Bolsonaro a la Constitución y al STF (Supremo Tribunal Federal) generaban un ambiente de temor a un acto golpista pues declaraba que “él solo saldría del Planalto preso, muerto o con la victoria” (O Globo, 2021). Los titulares y encabezados de los periódicos como O Globo y la Folha de S. Paulo hablaban de actos golpistas, “el día nacional del golpismo” y que Bolsonaro estaba creando el clima para su impeachment. Sin entender todo y con apenas algunas pistas de la complejidad del momento por el que atravesaba Brasil quise ir a la marcha del aniversario de la Independencia brasileña.

En la mañana, alrededor de las 10 a.m. escuché los cacerolazos, ese sonido de protesta tan ajeno en México y tan presente en algunos países del Cono Sur. Me asomé a la ventana para escuchar la polifonía de reclamos políticos sin poder distinguir bien lo que denunciaban. A las 11 a.m. avisé a los organizadores de la residencia que me dirigía a la marcha, me dijeron que podía unirme en la avenida Ipiranga para cruzar con la Rua Consolação, que históricamente la derecha suele marchar por esas calles, mientras que la izquierda en la avenida Paulista, afuera del MASP. Mi intención era ir a la de los bolsominions, como escuché que les decían, con la esperanza de ver a la fumaça antifa. Me llevé lo básico y la verdad salí con un poco de miedo, no sabía qué iba a pasar y si se pondría violento.

En los balcones de los edificios altos me percaté que los balcones tienen una función política, pues ahí expresan su postura. Vi como una señora Petista (PT) tenía una bandera roja y su vecino de abajo estaba usando la playera de la selección de Brasil (amarilla) por lo que era Bolsonarista. Ambos se gritaban pero sin llegar a la violencia o los insultos extremos, solo manifestaban en su propio balcón sus posturas políticas. Anna Kiffer dice en su ensayo As afecções políticas como contranarrativas que las gestualidades del cuerpo son nuevas percepciones aún incipientes (2019, p.27), en ese sentido me pareció interesante que ver que dos personas de diferente espectro político se cruzaran, intercambiaran alguna frase o insulto pero se quedara ahí, sin escalar a más. La violencia parecía estar en el discurso incitando a los militares al golpe, en las acciones del presidente contra el Congreso, no en la corporalidad de las marchas. Después de pasar un par de horas caminando y observando me di cuenta que iba a ser difícil encontrar a la fumaça antifascista, por lo que decidí regresar al Copán.

El resto de la residencia fue bastante tortuosa. Por una parte, me sentía triste y ansiosa por la separación con mi ex novio. Nos habíamos estado viendo antes del viaje y estaba genuinamente confundida sobre retomar o no la relación al regreso a México. Supongo que algo de ese embrollo interno me impedía tener lucidez para determinar hacia dónde llevar la investigación. Me sentía aturdida intentando hallarle sentido al contexto sociopolítico ante la presión que sentía de parte de uno de los organizadores. Él no cesaba de criticar las acciones efímeras y la producción cultural en función de la política, en pocas palabras encontraba superflua y sin injerencia a largo plazo la estrategia de la fumaça antifascista. Si bien es una práctica común en la academia, en donde los asesores delimitan los alcances y el marco de la investigación como si fuese propia, no esperaba que ese vicio se replicara en una residencia en la que yo había pagado por ir. Desde mi punto de vista, si bien la fumaça realiza acciones que pueden ser consideradas mediáticas es precisamente ahí donde radica su valor: obliga a los medios y a los bolsonaristas a reconocer que hay una oposición presente dentro de los espacios que pensaban conquistados, es decir, reafirma que están en disputa.

Las tensiones en las sesiones diarias fueron aumentando porque me sentí orillada a realizar críticas que no quería hacer. Poco antes de finalizar la residencia, estaba escribiendo por Instagram con la fumaça para ver si lxs podía entrevistar, pero tardaban demasiado en responder. Tenía mapeado que los artistas que lo conforman vienen de aparelhamiento, atelie 397 y de ali arte livre. Hubo una sesión en la que el organizador me cuestionó de manera hostil la existencia del colectivo. Ese fue el límite, se me quitaron las ganas de investigar y de pensar. Me bloqueé por completo. No había cabida para hacer lo que yo quería realmente: un ensayo mucho más descriptivo y reflexivo. Estaba triste, incómoda y ansiosa, solo quería que la residencia finalizara. Por eso escribo esta crónica, esto es lo que me hubiera gustado presentar.

Marcelo

Una vez que hice la presentación final en la residencia me fui a casa de Marcelo, en Vida Madalena, quién me había ofrecido quedarme con él cuando llegué a Brasil. Se sorprendió al ver mi semblante cansado y triste, pero no hizo muchas preguntas y me indicó cuál sería mi habitación por una semana y media.

Nos conocimos gracias a una amiga en común en un viaje en Montreal en 2017. Fue un encuentro breve pero intenso, muy a la trilogía de Linklater. Desde que entró al restaurante en el que estábamos me gustó. En ese momento, Marcelo, quien había nacido en Ouro Preto, trabajaba en el sector cultural de la embajada de Brasil en China y comenzó a hablar de arte. Algo me hizo querer desafiarlo porque intuí que estaba acostumbrado a que las mujeres cayeran rendidas ante su encantadora sonrisa y actitud desenfadada. Hablamos de cine y de música, nos intercambiamos celulares para explorar rápido la biblioteca musical del otro, nos volteamos a ver con la cara de complicidad de quienes saben lo que va a pasar. Estuvimos las siguientes 24 horas juntos. Reímos y cogimos como se puede hacer con las ganas de aprovechar cada minuto, fuimos a una comida familiar de nuestra amiga y después al concierto de METZ. Marcelo me dio las pistas para que yo trazara mi propia ruta a Brasil: música popular brasileña, me recomendó los museos que podrían gustarme, ahí sembró la semilla de que quisiera conocer ese país.

Un par de meses después de ese encuentro me visitó una semana a México. Pero Marcelo tiene una habilidad para revelar la obscuridad y heridas propias; esa visita fue compleja, no lo pasamos bien porque estaba lidiando con la disfuncionalidad de mi núcleo familiar.

***

¿Cuándo haces de un lugar verdaderamente tuyo? ¿Cuántas veces tienes que ir al súper para dejar de sentirte turista? Desde la primera vez hasta las últimas veces que fui al súper mercado, nunca dejó de parecerme extraño que las cajeras (recuerdo que casi todas eran mujeres) me dijeran el monto y después me preguntaran –CPF?. Así sin decir otra cosa o mencionar un verbo, lo que me hace pensar que en México esas interacciones son más largas y ceremoniosas. Quizás a un brasileño en México le cueste trabajo entender cuando en el supermercado le pregunten: –¿Va a requerir factura?. Después aprendí que el CPF se refiere al Cadastro de Pessoa Física, lo que en México el equivalente sería al RFC.

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La estancia en su casa en el barrio fresa también fue rara. Me resultaba extraño no saber si era de amigos, de amantes o de conocidos. Supongo que él también se estaba ajustando a regresar a vivir en Brasil, después de años de haber trabajado y vivido de la diplomacia. Me fui un fin de semana a Río de Janeiro a visitar a una amiga de la maestría y regresé más recuperada anímica y emocionalmente tras la desagradable experiencia de la residencia. La rutina en la casa de Marcelo era así: mi cuarto estaba al lado de la cocina por lo que cuando lo escuchaba triturar el café salía a platicar con él antes de irme a yoga. Algunas veces comíamos juntos o preparábamos la cena y tomábamos una copa antes de ir a dormir. Al regresar de Río estábamos viendo una película de Lucrecia Martel cuando se me acercó y comenzamos a fajar. Pero sin besos me sabía raro así que ninguno de los dos pudo continuar.

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La parte por la que sí valió la pena la residencia fueron las salidas. Fuimos a la Bienal de Sao Paulo, a la Escola da Cidade, al MASP, y al Sesc Pompéia de Lina (!) en donde me tocó ver una expo de Alfredo Jaar en mi cumpleaños. Por mi cuenta fui a Tomie Ohtake, la galería Leme, a una expo de Rita Lee y deambulé por el MuBE.

El último día que pasé con Marcelo fuimos caminando desde su casa a la galería Vermelho. Había una exposición de André Komatsu, quien también tenía una instalación en el patio central de la Pinacoteca de Sao Paulo. Tan pronto llegamos Marcelo y Koma se saludaron con cariño, pues cuando Marcelo trabajaba en la embajada de Brasil en China lo invitó para hacer una instalación. Pese a mi limitado nivel de portugués pudimos hablar de la política de México y Brasil.

Me despedí de Marcelo con lágrimas en los ojos pues sabía que sería, posiblemente, la última vez que nos veríamos. Si hubiera elegido el tema con más anticipación y le hubiera dado una pensada más a profundidad, la residencia de investigación hubiese sido más llevadera. Quizás si hubiera ido a Brasil con el nivel del idioma que tengo ahora hubiese podido entender más y mejor. Si uno de los coordinadores hubiera sido menos hijo de puta quizás no hubiera tenido tantos ataques y crisis de ansiedad. Si hubiera ido meses después de que comenzaran a abrir las fronteras probablemente no hubiera hecho la residencia sola y los comentarios de los colegas hubieran nutrido mi investigación. Tal vez si yo hubiera ido sin cortar, quizás hubiera podido entender mejor el contexto político, o tal vez hubiera podido reconectar con Marcelo de una manera romántica.

Me fui de México huyendo de varios duelos que ingenuamente creí no me alcanzarían, pero eso de lo que huyes te persigue y te encara de maneras más gachas cuando no les hace frente. El presente condicional es solo una manera de conjugar que algunos memorizamos cuando se aprende otro idioma. Regresé con mi ex novio y fue un error, pero el pasado ya no se puede borrar. Quiero hacer el doctorado en Brasil pero tengo que encontrar primero el tema y esbozar el temario, ya aprendí la lección.

Referencias consultadas

Kiffer, A. y Giorgio G. (2019) Ódios políticos e política do ódio. Bazar do Tempo.

O Globo, 8 setembro 2021

@fumaça.antifascista Instagram https://www.instagram.com/fumaca.antifascista/


  1. https://vadb.org/people/andrea-chavez.
  2. Jair Bolsonaro ejerció como presidente de Brasil desde el 1º de enero de 2019 hasta el 31 de diciembre de 2022 con el apoyo del Partido Social Liberal.