Efrén Sandoval Hernández[1]
CIESAS Noreste
Fuente: Ilustración Ichan Tecolotl.
Introducción
El supuesto conflicto entre legal e ilegal y entre formal e informal, que en realidad es conflicto para la ley y no debiera serlo, en principio o de manera definitoria, para el analista social, más bien es un continuum que resulta de la misma dinámica social y por lo mismo se resuelve o es resuelto por los sujetos, verdadera unidad de análisis del cientista social y más aún del antropólogo, principalmente en interacciones directas que suceden durante el “ejercicio de las rutinas cotidianas” (Machado, 2010: 287). Éstas, más que ser definidas por la ley lo son “por las formas contemporáneas de producción y circulación de riquezas” que son transversales a toda “la experiencia contemporánea” (Telles, 2009: 156).
Ese continuum (Heyman y Smart, 1999)[2] o pasaje entre legal e ilegal, formal e informal, no es simple, y es justamente esta falta de simplicidad la que genera “los agenciamientos políticos propios de los mercados de protección y las prácticas de extorsión” (Telles, 2009:164), los cuales varían de acuerdo con circunstancias (tiempo, espacio), condiciones políticas y económicas, incriminaciones, sujeciones y en general una economía política que Misse (2010: 22) resume muy bien con la idea de un mercado de “mercancías políticas”, es decir, el “conjunto de diferentes bienes o servicios compuestos por recursos políticos (no necesariamente bienes o servicios públicos o de base estatal) que pueden ser constituidos como objeto privado de apropiación para intercambio (libre o forzada, legal o ilegal, criminal o no) por otras mercancías, utilidades o dinero”.
Esa misma ausencia de simpleza, hace que el continuum del que hablo sea también un espacio privilegiado para la observación de la convergencia de diferentes tipos de moralidades en un mismo hecho empírico, aspecto primordial en una perspectiva que trata de distanciarse de otras, muy comunes y normalizadoras, en donde la descripción suele convertirse en mensaje que acusa y aboga por comportamientos “subjetivamente aceptados” como obligatorios para todos los actores (Machado, 2018: 488).
La porosidad, la aspereza, los pliegues, las tramas que caracterizan el continuum legal-ilegal, formal-informal, son observables en las discontinuidades, las intermitencias, las formas de sociabilidad, las evasiones, las oscilaciones, las contradicciones, los intermediarismos, la movilización de recursos sociales y conocimientos, las justificaciones, las argumentaciones, las actuaciones, las incertidumbres, y particularmente importante para este artículo, las moralidades. La viñeta que presentaré en este texto, a partir del caso de un comerciante de piratería en el centro de Monterrey, se interesa en todas estas peculiaridades del espacio comprendido entre lo legal y lo ilegal. El objetivo que persigo es promover una perspectiva que, más que enfocarse en la ley, se centra en situaciones “empíricas concretas” en donde las “prácticas son producidas y reproducidas en las rutinas cotidianas” (Feltrán y Maldonado, 2021: 3), y en donde la ley o la norma más que ser un elemento definitorio de las relaciones sociales, como lo sería para los juristas, es un objeto más de intercambio.
El negocio de Joaquín
Joaquín, de 55 años, es un experimentado vendedor de piratería, anteojos y diversos accesorios personales. Joaquín es propietario de 6 espacios de venta, tres en las calles del centro de Monterrey y 3 en “tianguis” y “pulgas” en diferentes ubicaciones. De las varias conversaciones que sostuve con él en el transcurso de mi trabajo de campo sobre la venta de fayuca en Monterrey,[3] extraigo varios fragmentos a través de los cuales Joaquín relata con mucho detalle las relaciones que sostiene, por un lado, con los empleados del departamento de “pisos” del municipio de Monterrey, y por otro, con sus empleados. Pero primero ofrezco una breve explicación del negocio de la piratería.
De acuerdo con Joaquín, en el negocio de la piratería “hay que estar al día de lo que va saliendo. Hay que ganar la primicia de la película que está de moda. Aquí en la pulga o en Reforma,[4] el que saque la primicia, el que piratea primero, es el que hace la buena venta”. Y me explica:
Una torre trae nueve quemadores. Metes en un cerebro el máster, y en los otros ocho metes los discos y en diez minutos ya tienes ocho copias, depende de la capacidad del cerebro. Para esto ya tienes las copias del papel de la portada. Si sacas la venta a las nueve de la mañana, van, te compran a ti una, y con una que te compren, pa’la una de la tarde ya la tienen todos. Entonces la tienes que sacar a una hora que sea las tres de la tarde, y cuando te la quieren piratear ya les dan las cinco o seis de la tarde, entonces ya ganaste un día. Hay que ganar tiempo. Y de volada, ya saben, oye, la tienen en la pulga, y al otro día ya está lleno, en media noche todos la tienen.
Y agrega:
Ese chavo [otro comerciante en el mercado], cuando salió la película de Shrek, me dijo: ‘güey, yo saqué la película de Shrek’, en aquel entonces la película en mayoreo costaba $20, me dice: “Güey, fui el primero, y me vendí 30 000 películas en un día, en todos mis puestos, ¿tú sabes lo que son 30 000 películas para un ambulante?“ Me dijo: “conseguí el master y puse a jalar a toda mi banda, pero él tiene un chingo de quemadores, yo tengo tres, él en aquel entonces tenía como 30 o 40, ahorita tiene como 60.“ Las portadas también vienen de la ciudad de México: “Allá en Tepito un ciento de portadas te salen a 60 centavos. Si quieres sacarlas aquí y estarle metiendo tinta a la copiadora, te sale como en $4 o $5. La película te la dan a $15, y aquí tú compras el disco virgen en $2”.[5]
La piratería ha sido un buen negocio para Joaquín, aunque él siempre rememora sus primeros años como comerciante en el centro de Monterrey, cuando vendía lentes para el sol. Debido a que en varias ocasiones las administraciones municipales han arremetido contra los vendedores informales que se instalan en las banquetas y andadores peatonales del centro de la ciudad, Joaquín optó por también tener locales en tianguis o mercados de pulgas. Pero invertir en los espacios de venta de la ciudad sigue siendo más rentable.
Hacer comercio con los empleados de “pisos”
Para Joaquín son más redituables las ventas en las banquetas del centro de la ciudad, por ello, “Hay que invertir mucho dinero en los puestos callejeros”. Por ejemplo, un puesto en las inmediaciones de un Vips “lo pago al sindicato en $300 por semana. Eso supuestamente lo reportan con el jefe de pisos. Y cuando me dan chance de arrimarme más [a la calle peatonal Morelos, con más transeúntes] tengo que pagar $200 por semana”. A esto hay que agregar otros cobros hechos por los supervisores del ayuntamiento: “Hay un costo por mordidas, que pa’la soda, que dame una película, son otros $200 a la semana, por cada pelado, por cada supervisor, nomás pa’que veas que sí sale caro”.
En una de mis conversaciones con Joaquín, resultó que recién había comprado un nuevo espacio de venta. Esto fue un buen pretexto para que me explicara cómo suceden las “ventas” de estos que, más que ser espacios, son permisos de venta, y que por lo mismo en realidad son auténticas mercancías políticas.
Acabo de comprar un lugar aquí por Morelos, directamente con el jefe de pisos [del municipio]. Los permisos no se compran, o sea, se clonan, porque permisos no hay, hay un sistema, en el sistema que tiene el municipio ellos tienen controlado que no hay permisos, pero lo único que le van dando vuelta es a los folios, a los permisos que ya hay, entonces, algún canijo se muere, algún canijo se enferma, o una líder que tenía varios permisos se bronquea, entonces te lo pasan a ti, ellos se encargan de arreglarlo, pero si vas y preguntas te dicen que no se dan permisos… el lunes hice trato con uno de ellos. Vendieron tres para la parte de Morelos. El mío es de un cabrón que está en el penal por cuestiones de drogas. Al no pagarlo, se perdió en el sistema, lo recogieron ese permiso y ahora los están vendiendo. Lo vendieron en $35,000, nomás pa’que te des cuenta de cómo trabajan ellos [los empleados de “pisos” del ayuntamiento].
Pero como en la calle peatonal Morelos no está permitida la venta de piratería, Joaquín “se apega” al reglamento, aunque esto quiere decir que en realidad maniobra con él, en compañía claro de quienes, se supone, lo vigilan:
La piratería no se puede dentro de Morelos. Ahí dentro del permiso te ponen cuatro cosas que puedes vender, más bien tú le pones, pos que lentes, ropa, flores, y ya si después llego a un arreglo o se aflojan las cosas, pues ya con mi permiso en la mano, “oye ¿cómo ves? Quiero vender esto ¿cómo ves? Y ya te doy un moche”. Así se hace. La otra que puedes hacer es que, los de pisos normalmente pasan en el día, así es que ya yo me arrimo con mi piratería en las tardes. De hecho, por ejemplo, si mi permiso es para estar allá por el Vips, ya después de las seis de la tarde, me pongo de acuerdo con el coordinador y ya después de esa hora me arrimo acá a Morelos, pero no es estable, hay veces que sí, hay veces que no. Él me avisa, “no se puede hoy porque ahí anda el bueno”.
Todo lo explicado por Joaquín denota un conocimiento adecuado de comportamientos, horarios, precios, espacios, obligaciones y posibilidades los cuales maneja siempre en relación con otros, en este caso los empleados del municipio, quienes más que actuar como agentes de la ley, lo hacen como comerciantes, en una economía de arreglos cuya continuidad está marcada por la fragmentación (Kessler, 2011), en interacciones muy puntuales, momentáneas, rápidas, directas y de resultados siempre inciertos.
Joaquín y sus empleados
Por cada uno de sus puestos de venta, Joaquín tiene un empleado. De éstos, sólo una ha sido constante, los demás duran sólo algunos meses trabajando para Joaquín, y todos parecen cumplir un mismo perfil que Joaquín no sólo justifica, sino que también parece aceptar a un nivel moral: todos le roban.
Sobre sus empleados, Joaquín me dijo: “Tengo conmigo una señora que tiene como cinco años conmigo, es una señora ama de casa que conozco del barrio, de hace mucho, creo que nunca había trabajado, o no sé, pero como le tengo confianza, la invité a trabajar”. Los demás empleados “son chavos estudiantes que van por tiempos, dos, tres meses, o le buscan en temporada navideña para: ‘eh, ¿qué onda? ¿no hay trabajo?’ Es cuando van por una feria, es cuando más hay trabajo. Siempre desde noviembre hay muchos chavos que llegan a pedir trabajo, tanto aquí como en la pulga“.
Joaquín parece aceptar la eventualidad del trabajo que da a sus empleados, y lo difícil que es generar confianza en ese contexto. Por lo mismo, prácticamente tiene calculadas las pérdidas que cada empleado le generará debido a que todos buscarán cómo “sacar un dinero extra”. “Les pago $150 diarios. En todo esto de los mercaditos y los puestos en la calle se acostumbra pagar diario porque son trabajos que nomás de repente un día ya no vuelve el chavo. Así es siempre, nomás de repente, pues ya no vino, y pasa otro, ‘oye ¿tienes trabajo?’… pos ponte a jalar”. Y continúa: “Hay chavos que duran… tengo uno que ahorita ya tiene un año conmigo, pero pues ha durado. Otros vienen dos meses y se van, o vienen a agarrarse una feria y nomás a eso vienen, ahora los chavos son de, vienen a tranzarte, lo que se pueda, y se van. Te transan con mercancía, les falta mercancía… En la película se presta mucho para eso”. Para tratar de evitar pérdidas Joaquín se organiza de la siguiente manera: “A la semana yo voy a ver, ‘¿cuántas películas sacaste por día?’, no pos que saqué tantas, y revisamos la libreta, se las sumas al inventario con el que empezó, le restas las que vendió y tiene que salir la cuenta, pero ¡Siempre les faltan!” Y Joaquín suelta una carcajada y sigue:
Son muy vivos. Hay muchas formas de hacerlo, ellos le buscan. Pa’ellos si tú les pagas $150, ellos te roban $70, $80, y pues ya es una feria, ya se fueron con $230, $250, y $250 diarios pues ya la haces. Me dicen, “Me faltan dos películas, no sé cómo estuvo, a lo mejor fue cuando fui al baño“, y pues yo la verdad no se las hago de pedo porque pues yo sé que también lo necesitan. Les digo, “no pos ta’ bueno“, pero se las clavan, se las clavan… pero cuando ya es baño, ahí ya no: “Sabes qué, ya no“. Tenía un trabajador que su papá me compraba a mí, y su hijo trabajaba conmigo. Me daba cuenta que gastaba demasiadas películas, más de lo que vendía, entonces, luego me aparecían muchas películas de una sola. Con el tiempo me di cuenta de que este cabrón se traía las películas que ya no vendió su papá, las metía al inventario, sacaba nuevas y se las llevaba al papá y así. Incluso traía hasta de más, siempre le sobraban dos o tres en lugar de faltarle, pero sacaba nuevas y metía viejas. Hasta que un día mando checar al papá, “a ver, ve y chécate a ese güey”, no pos sí, el papá tenía puras películas nuevas. Hay muchas formas de hacerle.
Y cuando dice esto, Joaquín suelta una carcajada. En medio de todo esto Joaquín hace otro tipo de tratos con sus empleados: “
Hay veces que: ‘¿qué onda? ‘deja me llevo esta [película]’, ta’ bueno, llévatela, y yo sé que la van a vender”. Además, y eso aparte que les doy pa’la soda, les doy pa’la comida, me dicen, ‘Oye, te agarré $30 pa’la comida’, ah, ta’ bueno. Y que si vendió bien, $3 000, órale, ten $40, $50 más. Pa’que te des cuenta cómo un pedacito tan chiquito lo que se maneja [de dinero].
Y Joaquín continúa: “En la navidad te piden el aguinaldo, ‘oye, ¿cuánto me vas a dar?’, pos ahí les doy lo de una semana o dos, o si consigo botellas pos se las doy”. También, hay ocasiones en que: “‘Préstame esa feria ¿cómo ves?’ O si se ven apurados o que les agarra una gripa, pues los aliviano”. Pero también le ha pasado que “Hay huercos que, ‘Oye, préstame una feria ¿no?’ Y pa’la siguiente semana ya no vienen”.
Con respecto de esta economía en el puesto de piratería, fue interesante para mí conocer la versión de la empleada de confianza de Joaquín, la señora Yolanda, quien ya tiene 5 años trabajando con él. Ella me explicó: “Mi esposo trabaja en una fábrica, pero se me hace que yo gano más aquí que él allá, aparte, aquí tengo el dinero diario, porque Joaquín nos paga diario”. Y sigue: “Yo nunca había trabajado porque mi marido me mantiene, pero conozco a Joaquín desde hace mucho, y pos un día me invitó, que para que a ver si así le ayudaba a vigilar a los otros muchachos, pero la verdad pos yo nomás estoy aquí en este puesto”. Y continúa: “Cuando no vengo, porque aquí con Joaquín se descansa un día, mando a mi hija, ella trabaja y le pagan, entonces, me pagan a mí y le pagan a ella, porque Joaquín, el día que descansa uno, pos lo paga”.
Reflexión final
Estar con Joaquín fue para mí una especie de conversación sobre la vida diaria. De su parte, y también de la de Yolanda, su empleada, no había la pretensión del entrevistado que aplicadamente trata de responder preguntas, tampoco había resquemores o desconfianza, y menos parecía haber juicios sobre las acciones de unos y otros. Cuando Joaquín habla de la piratería lo hace refiriéndose a ello como un trabajo que parece agradarle, una actividad en donde hay que “talacharle”, como alguna vez me dijo, para sacar un producto suficientemente redituable. Los empleados de “pisos”, por su parte, naturalmente cobran y hasta piden “pa’la soda”, en una acción que debe ser entendida como extorsión, pero que Joaquín asume como algo normal y que por lo mismo parece no estar mal. Le “piden” dinero, pero es un costo que se puede pagar y que vale la pena pagar. Joaquín, por su parte, paga un salario a sus empleados a sabiendas de que ellos utilizan diferentes tipos de estrategias para obtener ingresos adicionales a expensas del negocio de Joaquín. Algunos le piden dinero, y casi todos le roban; y Yolanda deja seguramente sin la oportunidad de trabajar, aunque sea por un día, a alguien que bien lo pudiera necesitar, y en su lugar designa a su hija como aquella que la habrá de sustituir en su día de trabajo. Así, aumenta las ganancias de la unidad doméstica a la cual pertenecen ella, su marido y la hija de ambos.
En las narraciones de Joaquín y Yolanda, y en general en la economía de este puesto de venta de piratería, no parece haber alguna razón para juzgar como malas muchas de las cosas que unos y otros hacen; no se encuentran razones morales para rechazar acciones o prácticas que ante la ley son valoradas como ilegales o informales, pero que para los individuos aparecen como legítimas. Para algunos, esas acciones permiten obtener un dinero que hará mucha diferencia en un presupuesto que sólo garantiza el día a día; para otros, su actuar representa la posibilidad de mantenerse en una carrera comercial (Peraldi, 2001; Hughes, 1937), sea como distribuidor de películas piratas o como vendedor de espacios de venta en la calle. Para todos, estas acciones, intercambios, solidaridades, robos y, en fin, relaciones productivas y eficientes, permiten superar la incertidumbre y la “fragmentación” (Kessler, 2011) de una dinámica económica en donde no se sabe si existe un día siguiente. Los empleados de Joaquín tal vez no vuelvan mañana, Joaquín tampoco sabe si la semana entrante la administración municipal decidirá aplicar la cero tolerancia apegada a los reglamentos, y por lo mismo, los supervisores de pisos tampoco saben durante cuánto tiempo podrán sustraer ganancias de la manera en que lo hacen. Como dice Joaquín, “hay veces que sí, hay veces que no”.
Bibliografía
Feltrán, Gabriel de Santis y Janaina Maldonado (2021), “La economía de autos robados en São Paulo. Mirada etnográfica sobre la reproducción de desigualdades y violencia en América Latina”, texto no publicado.
Heyman, Josiah McC. y Alan Smart (1999), “States and Illegal Practices: An Overview, en Josiah McC. Heyman (ed.), States and Illegal Practices, Nueva York, Berg.
Hughes, Everett C. (1937), “Institutional office and the person”, en American Journal of Sociology, vol. 43, núm. 3, noviembre, pp. 404-413. Tomado de: http://www.jstor.org/stable/2768627, consultado el 28 de septiembre de 2018.
Kessler, Gabriel (2011), “La extensión del sentimiento de inseguridad en América Latina: relatos, acciones y políticas en el caso Argentino”, en Revista de Sociologia e Politica, vol. 19, núm. 40, pp. 83-100.
Machado da Silva, Luiz Antonio (2010), “‘Violência Urbana’, Segurança Pública e Favelas: O Caso Do Rio de Janeiro Atual”, en Caderno CRH, vol. 23, núm. 59, pp. 283-300.
———————- [2004] (2018), “Sociabilidad violenta: por uma interpretación de la criminalidad contemporánea em el Brasil Urbano”, en Breno Bringel y Antonio Brasil Jr. (coords.), Antología del pensamiento crítico brasileño contemporáneo, Buenos Aires, CLACSO, pp. 483-508.
Misse, Michel (2010), “La acumulación social de la violencia en Río de Janeiro y en Brasil: algunas reflexiones”, en Co-herencia, vol. 7, núm. 13, pp. 19-40.
Peraldi, Michel (2001), “Introduction”, en Michel Peraldi (dir.), Cabas et containers. Activités marchandes informelles et réseaux migrants transfrontaliers, París, Maisonneuve & Larose, MMSH, pp. 7-32.
Telles, Vera da Silva (2009), “Ilegalismos urbanos e a cidade”, en Novos Estudios núm. 84, pp. 153-172.
- CIESAS, Unidad Noreste. Correo electrónico: esandoval@ciesas.edu.mx ↑
- Heyman y Smart (1999: 11) se refieren a este continuum para señalar la no oposición entre prácticas ilícitas y prácticas legales. Al respecto, señalan que el Estado como proceso implica alianzas ilícitas que no responden al funcionamiento ideal del Estado, de tal manera que el Estado no es el garante de la legalidad ni el actor indivisible que combate contra las redes criminales. Los agentes del Estado no son los “chicos buenos” en contra de los “chicos malos” que la ley criminaliza a conveniencia. ↑
- El trabajo de campo inició en 2007 y concluyó diez años después. ↑
- Se refiere a una zona de comercio informal en los linderos del centro de Monterrey. ↑
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Todos son precios de 2010. ↑