Doler el agua en territorio Afro-Indígena: El caso de las Lagunas de Chacahua, Oaxaca

Meztli Yoalli Rodríguez Aguilera[1]
DePaul University

Cerro Hermoso, Oaxaca, 2018. Fotografía de la autora

Resumen

En este artículo describo las causas de la degradación ambiental de las lagunas de Chacahua en la costa de Oaxaca. Asimismo, exploro los efectos emocionales en las comunidades afro-indígenas alrededor de las lagunas de Chacahua frente a la posible muerte de este cuerpo de agua. Como resultado de esto, argumento que las comunidades alrededor de las lagunas están experimentando duelo por la muerte lenta del cuerpo de agua en sus territorios ancestrales. Sin embargo, el duelo experimentado no sólo implica dolencia sino que también es un motor para movilizaciones sociales colectivas por la defensa del agua y territorio. A partir de una etnografía del espacio y de entrevistas, las mujeres de las comunidades comparten los efectos emocionales de la pérdida de las lagunas, así como de su vital importancia en la vida comunitaria.

Introducción

En este artículo exploraré el caso de posible ecocidio del sistema lagunar Chacahua-Pastoría y los efectos no solo sociopolíticos, pero también emocionales y afectivos a las poblaciones afro-indígenas que habitan alrededor de este cuerpo de agua. Propongo el término de “geografías en duelo” (Rodríguez Aguilera, 2021, 2024) para comprender la relación íntima por la posible pérdida de seres humanos y no-humanos a causa de violencia estatal y ambiental. Asimismo, me interesa dialogar con los textos de Óscar Castillo Oropeza y Edgar Delgado Hernández sobre una ecología política de sufrimiento ambiental, la cual analiza “cómo las relaciones de poder político-económicas entre el Estado y el capital producen la sobreapropiación y la destrucción de los territorios y de la naturaleza, relaciones que impactan a las poblaciones menos favorecidas; también de cómo los sujetos perciben, experimentan y sienten la incertidumbre, el engaño y abandono institucional, así como el embate de diversas acciones de despojo” (Castillo Oropeza y Delgado Hernández, 2024: 28). De igual forma, el concepto de sufrimiento hídrico me parece pertinente para este artículo puesto que “se trata también de cómo los sujetos perciben y viven una condición desigual y diferenciada frente al despojo de su recurso hídrico” (Castillo Oropeza y Hernández Gamboa, 2020: 245). En este sentido, este artículo propone el concepto de geografías en duelo, como una propuesta específica de sufrimiento socioambiental.

Las lagunas de Chacahua-Pastoría

Las lagunas de Chacahua-Pastoría, un sistema lagunar en la costa del Pacífico en Oaxaca, se encuentra en riesgo de ecocidio. La degradación ambiental se produjo por múltiples factores que enlisto a continuación: En 1972, el gobierno federal construyó un rompeolas en Cerro Hermoso, la comunidad que está al lado de Zapotalito y que bordea el Océano Pacífico, supuestamente con el fin de estabilizar la laguna. La laguna originalmente estaba conectada al Océano Pacífico a través de Cerro Hermoso, lo que traía oxígeno y vida a las lagunas. Veinte años después, en 1992, el gobierno construyó la presa Ricardo Flores Magón para crear un canal hidráulico desde el río Verde para irrigar cultivos de la región, la presa disminuyó el flujo directo de agua entre el río Verde y las lagunas. En 2001-2003, CONAPESCA (Comisión Nacional de Agua y Pesca) construyó dos rompeolas más en Cerro Hermoso, supuestamente con el objetivo de mejorar el potencial turístico de la bahía, pero también para beneficiar las actividades pesqueras en la región. Sin embargo, después de la construcción de estos rompeolas, las lagunas quedaron desconectadas del océano. Como resultado, el canal que había existido entre Cerro Hermoso y Zapotalito ahora es una duna de arena. Ante la falta de respuesta del gobierno en el pasado, los miembros locales de las comunidades de la región han tratado de reconectar el océano con las lagunas por sí mismos —usando palas para quitar la arena—, pero es una tarea imposible, dada la cantidad de arena. Un tercer factor, normalmente sólo nombrado por los pescadores y pescadoras, es la fábrica privada transnacional de aceite de lima ubicada en la comunidad de San José del Progreso. La costa oaxaqueña es una región agrícola donde se cultiva papaya y limón, entre otros cultivos. Según un informe ambiental y una entrevista personal que realicé con otra organización local, Ecosta Yutu Cuii, en estos cultivos se utilizan agroquímicos, que luego drenan a las lagunas. En las lagunas ahora se pueden encontrar sales inorgánicas y productos químicos tóxicos de esos pesticidas (Ecosta Yutu Cuii, 2000).

Aguas en luto

Una pregunta principal durante mi trabajo de campo fue ¿qué sentían las personas de la comunidad cuando veían que las lagunas se iban muriendo lentamente? Cada una de las mujeres respondió en el registro de la tristeza, angustia, rabia y nostalgia. Algunas sintieron tristeza al ver que las lagunas se iban muriendo progresivamente frente a sus ojos. Otras sintieron angustia al pensar que no podían hacer nada para evitar que las lagunas se murieran. Muchas sintieron rabia porque el gobierno no ha hecho nada para resolver la situación. Dos mujeres en particular sintieron nostalgia de los viejos tiempos cuando podían ir a pescar en las lagunas.

Cuando estaba en la laguna, me sentía feliz. En la casa ahora me siento triste, pero cuando estaba en la laguna me olvidé de mi hogar, de todos los problemas que tengo. Amo la laguna, sus islas, siento tristeza ahora cuando veo la laguna y la condición en que se encuentra ahora. (Entrevista personal)

La gente me contaba, llena de nostalgia, de aquellos tiempos de la laguna, de cuando estaba llena de peces, cuando estaba conectada con el mar. Hoy en día, sólo algunos pescadores y pescadoras pueden ir al mar a pescar, pues necesitan más gasolina para la lancha, y la gasolina es cara; además, es más peligroso y requiere más habilidad para pescar debido a las fuertes corrientes de agua.

Maribel, por ejemplo, una pescadora que también forma parte del Colectivo Mujeres Pescadoras del Manglar, me contaba que antes,

Cuando la barra entre el mar y la laguna estaba abierta, el mar limpiaba el agua de la laguna y llegaban muchos peces a la laguna, pero ahora que la barra está cerrada, sólo hay agua estancada y por eso el agua está sucia. (Entrevista personal)

Celia explicó la diferencia entre los problemas que se enfrentaban en las lagunas antes y después:

Antes, yo podía ir dos o tres horas a la laguna a pescar y regresar con mucho pescado para vender y comer; ahora, todos tienen que ir más lejos y tienen que quedarse en la laguna todo el día. Hay que ganar no sólo lo suficiente para pagar la gasolina, sino también el día, y la gasolina es cara. Hay días en los que no ganas ni para la comida, sales de la laguna sin nada, ni siquiera con algo para comer. (entrevista personal)

Maribel y Celia añoran los viejos tiempos en los que podían bañarse y nadar en la laguna. Hoy en día, nadie nada. La gente tiene miedo de contraer una enfermedad de la piel u otro tipo de problema de salud.

Valeria, pescadora indígena mixteca, me dijo que la laguna es fuente de vida y trabajo para la gente:

Lo primero que siento cuando veo la laguna es tristeza, porque es nuestra fuente primaria de vida; se está muriendo, a veces cuando llueve, ayuda un poco, pero si sigue así, los peces van a desaparecer para siempre.

Entonces le pregunté qué pasaría si la laguna muriera definitivamente, y Valeria respondió:

Si la laguna muere, la comunidad muere. (entrevista personal)

Entrevisté al médico comunitario en turno y le pregunté si había problemas de salud relacionados con la condición de la laguna. Me dijo que se han reportado casos de abscesos en la piel que han ocurrido a los pescadores de la comunidad debido a bacterias en el agua de la laguna. Según Ysunza et al. (2002), la primera causa de mortalidad en el Parque Nacional son las diarreas y las enfermedades respiratorias; la segunda causa más alta, con 16%, son accidentes como ahogamientos, accidentes de tránsito, quemaduras, etc. Finalmente, 9% de las muertes reportadas se deben a cáncer de estómago que “podría estar relacionado con el consumo de carne ahumada, en este caso, pescado ahumado” (Ysunza et al., 2002, 259). Federico, un pescador local también me contó sobre el aumento de casos de cáncer de estómago en las comunidades alrededor de la laguna, aunque aún no hay investigaciones científicas al respecto.

Muerte lenta racializada/violencia en la laguna Chacahua-Pastoría

Me baso en el concepto de violencia lenta de Robert Nixon, definido como “una destrucción retardada a menudo dispersa en el tiempo y el espacio” (Nixon, 2013) y el concepto de muerte lenta de Lauren Berlant, que “no prospera en eventos traumáticos, como pueden parecer hacerlo fenómenos discretos en el tiempo como los encuentros militares y los genocidios, sino en entornos temporales cuyas cualidades y cuyos contornos en el tiempo y el espacio a menudo se identifican con la actualidad de lo cotidiano” (Berlant, 2007).

Particularmente en América Latina, me involucro con el uso de la muerte lenta de Sofía Zaragocín (2019) para describir cómo funciona el colonialismo de asentamiento a través de políticas de eliminación en Ecuador hacia las comunidades indígenas y sus territorios, y María Moreno Parra (2019), quien describe la relación entre el racismo ambiental y la muerte lenta de los afrodescendientes en la costa de Ecuador. Utilizo el término muerte lenta/violencia para describir el mecanismo particular de la ideología del mestizaje en México, que niega el racismo pero perpetúa la violencia gradual hacia territorios y comunidades racializadas a través de políticas de desposesión o siendo cómplice de la contaminación, la toxicidad y el turismo extractivista. Lorraine Leu (2020: 147), en su análisis de las geografías racializadas en Río de Janeiro, Brasil, describe las formas en que un barrio interétnico e interracial “lamentó la pérdida del lugar que llamaban hogar, que fue sacrificado al proyecto civilizatorio nacional”. De la misma manera, los afrodescendientes y los indígenas en las lagunas de Chacahua están de luto por la pérdida de su tierra, que está siendo sacrificada al proyecto blanqueador del mestizaje. En otras palabras, el ecocidio en curso de las lagunas de Chacahua-Pastoría, que las comunidades de la región enfrentan a diario, es el efecto materializado y encarnado del proyecto colonial blanqueador del mestizaje (Moreno Figueroa, 2010) y su relación con el despojo neoliberal.

Es importante destacar que las poblaciones negras e indígenas tienen diferentes historias y experiencias con el racismo en México y con el Estado nación como una entidad concreta de poder. Las jerarquías raciales dentro de un Estado nación también legitiman quién puede ocupar o existir en ciertos espacios o el acceso a los recursos naturales (Delaney, 2010; Mollett, 2006).

Las lagunas de Chacahua-Pastoría están muriendo lentamente a causa de la contaminación, la toxicidad y el turismo, y sin la laguna la población que vive alrededor de ella será desplazada o tendrá que migrar, ya que no tendrá acceso a su fuente primaria de vida. Como sugiere Christen Smith (2009: 95), “la relación entre la violencia estatal y la lucha por la justicia ambiental son inseparables y deben examinarse en conexión entre sí”. Cuando el Estado y las empresas transnacionales —encarnadas en una mayoría de hombres cisgénero, blancos y mestizos, de clase alta y media— están matando una laguna y su ecosistema, no sólo están matando el cuerpo de agua y la tierra que lo rodea, sino también matando lentamente a la población que vive allí. Sin la laguna, no hay posibilidad de vida humana, ni en las comunidades que la rodean. La laguna sostiene actividades económicas primarias —pesca y turismo— y también es el recurso natural que alimenta a las familias de las comunidades; estos recursos naturales vale la pena defenderlos porque, como sostiene Mollett (2006), “las luchas por los recursos naturales también son luchas raciales”.

Quiero destacar que una intención de ecocidio no significa que no haya agencia o resistencia de las comunidades afectadas por él. Más aún, es en el cuerpo, la escala más íntima de análisis, donde podemos entender cómo los cuerpos humanos y otros-no humanos racializados son atravesados ​​por estructuras de poder locales y globales (Agard-Jones, 2013; Colectivo de Geografía Crítica del Ecuador, 2017) y por estructuras coloniales (Curiel, 2007; Espinosa, 2009; Lugones, 2010). Son cuerpos que existen en relación con el otro pero también con el espacio y la tierra. Y es también en el cuerpo donde comienza la resistencia. Es en el mismo cuerpo, en alianza con otros, donde comienza la defensa de la vida, la solidaridad y la ayuda mutua. La conexión de lo que las mujeres indígenas de América Latina llaman “cuerpo-territorio” es inseparable, porque, como lo describe Lorena Cabnal (2019), “cuerpo y territorio son espacios de energía vital que deben funcionar en reciprocidad” . Sweet y Ortiz Escalante (2017) exploran el vínculo íntimo de territorio-cuerpo-tierra, que es a la vez espacial, emocional y espiritual. En mi trabajo, la noción de agua-territorio de Panez Pinto (2018) es particularmente útil para entender la inseparabilidad de estos dos conceptos: si hay un conflicto por el agua, también hay un factor territorial. Una combinación de cuerpo-territorio y agua-territorio genera un concepto íntimo y recíproco que Zaragocín nombra agua-cuerpo-territorio para comprender mejor la muerte lenta de las poblaciones racializadas y sus territorios (Zaragocín Carvajal, 2018). Desde Abya Yala, las feministas han sostenido que el cuerpo de las mujeres también es nuestro primer territorio.

Como me dijo Laura, una mujer que se identifica como afromixteca,

sabemos que como mujeres nuestro primer territorio es nuestro cuerpo y sufrimos mucha violencia. Si no sabemos cuidar nuestro cuerpo, no sabemos cuidar a los demás ni a la Madre Tierra. (entrevista personal)

Por otro lado, Astrid Ulloa (2016) utiliza los “feminismos territoriales” para describir “las luchas territoriales-ambientales que lideran las mujeres indígenas, negras y campesinas y que se centran en el cuidado del territorio, el cuerpo y la naturaleza”. Las mujeres negras e indígenas cuidan su cuerpo-territorio en una relación compleja.

Las personas de Zapotalito, Chacahua, El Corral, Cerro Hermoso, entre otras, han protestado de múltiples formas ante representantes locales y nacionales, exigiendo soluciones a la problemática. Sin embargo, hasta el día de hoy la situación sigue empeorando. Uno de los resultados de estas protestas fue la elaboración de un informe de violación de derechos humanos por parte de la Defensoría del Pueblo en Oaxaca en 2013, luego de que miembros de comunidades locales lo exigieran y ayudaran a crearlo. La situación de las lagunas fue presentada como caso durante el 169 periodo de sesiones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en 2018. Sin embargo, después de estas acciones, como veremos, el Estado no ha actuado y la laguna continúa muriendo lentamente.

Geografías del duelo, aguas del duelo

El Diccionario de la Lengua Española define el duelo como «1. m. Dolor, lástima, aflicción o sentimiento. 2. m. Demostraciones que se hacen para manifestar el sentimiento que se tiene por la muerte de alguien» (RAE, s.f.). En una nación mestiza como México, hay cuerpos —humanos y no humanos— que son objeto de una muerte lenta y, como consecuencia, son llorados por sus comunidades. Otra perspectiva a tener en cuenta es cómo, como sostiene Judith Butler, “algunas vidas son llorables y otras no” (2006). Sin embargo, también me gustaría preguntar ¿cuáles cuerpos humanos han sufrido históricamente más por sus territorios? ¿cuáles cuerpos tienen más duelo ambiental ancestral? ¿qué cuerpos —humanos y no humanos— han sido continuamente desposeídos y desplazados en nombre de la colonización y el capitalismo? y ¿cuáles cuerpos han sufrido más por su continua aniquilación y la explotación de sus comunidades?

Glenn Albrecht et al. (2007) acuñaron el término “sostalgia” para describir “el dolor y la angustia causados ​​por la pérdida o la incapacidad de obtener consuelo relacionado con el estado percibido negativamente del entorno familiar”. Al referirse a la pérdida ecológica y el duelo, Cunsolo y Landman (2017) afirman que “se trata de descentrar las subjetividades, sanar el duelo ambiental y vivir la conectividad y la interdependencia.”

Como he indicado en publicaciones anteriores (Rodríguez Aguilera, 2021, 2024), las geografías del duelo son espacios donde el duelo se siente colectivamente debido a una pérdida entrelazada de seres humanos y no humanos causada por formas interconectadas de violencia. Decidí utilizar la forma verbal (en inglés) en gerundio del sustantivo duelo —grieving— porque creo que es un estado continuo y cíclico que no termina ni tiene un punto de partida específico; más bien, las personas aprenden a lidiar con el duelo con el tiempo, especialmente cuando históricamente han sido las personas y los territorios marginados y racializados los que han soportado el duelo ancestral. En este sentido, se trata de una geografía del duelo a través del espacio y el tiempo.

A través del duelo, los seres humanos y los no humanos se comunican. La muerte lenta de la laguna es palpable y explícita en la condición del agua, los manglares y las especies animales que viven allí, pero también en el olor putrefacto. La muerte de este cuerpo de agua —una laguna—, también está conectada con un tipo diferente de cuerpo de agua: el cuerpo humano. Ambos son cuerpos de agua en diferentes formas. La población humana siente dolor y pena por la destrucción de su tierra y agua, pero también de su propia población por la violencia. Las lagunas y la tierra también experimentan dolor, a través de la lenta degradación de su ecosistema. Las lagunas también se convierten en un ser no humano activo que genera efectos sobre su agua y fauna. Los humanos y los no humanos se comunican en interrelacionalidad (Deloria, 2001; Tallbear, 2015) o, como dice Stacy Alaimo (2010), a través de la “transcorporeidad” a través de “diversas naturalezas corporales”.

Sostengo que el duelo es una práctica anticapitalista, ya que te obliga a reducir la velocidad y sentir; va en contra de la rápida maquinaria del tiempo capitalista. Como describe Bell Hooks (2001), “aferrarse al duelo, desear su expresión, es estar fuera de sincronía con la vida moderna, donde la cadera no se empantana en el duelo”. Mientras se siente el duelo, existe la concepción de otro tiempo que se centra en la lentitud y no en la productividad. Durante el duelo, y hablo también a través de mi propia experiencia con el duelo, las personas necesitan espacio para procesar sus emociones, para sentir sus emociones a través del cuerpo. El duelo ocupa mucha energía emocional y física, por lo que la lentitud se convierte en la forma de vivir y existir. Esta lentitud de la existencia a través del duelo permite también concentrarse en la realidad inmediata: qué comer, en qué trabajar y dónde invertir el tiempo. El duelo se convierte entonces en un tiempo para centrar la existencia.

El duelo se convierte en el testigo de la existencia de las comunidades negras e indígenas, porque las personas en duelo están centrando sus propias emociones y las sensaciones en sus cuerpos. En este sentido, el duelo se convierte en la insistencia de una presencia, un rechazo a la no existencia de sí mismos y de su tierra y su agua. A través del duelo, la insistencia de la presencia de las comunidades negras e indígenas en un país que históricamente ha negado su existencia se vuelve palpable. El duelo se convierte en un acto de rechazo a la negación de la existencia. Las lagunas también se niegan a ser aniquiladas al seguir produciendo vida acuática.

Una geografía del duelo también puede producir movilización, porque el duelo va acompañado de rabia y tristeza, pero también de esperanza en el caso de una laguna que no está completamente muerta. Una geografía en duelo es blanco de múltiples formas de violencia, pero también ese duelo es germen de actos insurgentes y genera estrategias cotidianas de resistencia a través del cuidado y la reciprocidad. El hecho de que las comunidades locales estén en duelo por una laguna aún viva y no completamente muerta significa que hay esperanza.

Hay esperanza de que la laguna se cure, de que sobreviva al ecocidio. Esta combinación de dolor y esperanza alimenta la movilización política no sólo en formas legibles para la sociedad, sino también en formas ilegibles de política, a través de acciones cotidianas de cuidado, solidaridad y ayuda mutua en la comunidad. En este sentido, el dolor crea potencial para la organización porque la gente está abrazando la esperanza radical de la supervivencia no sólo de las lagunas, sino también de sus comunidades.

Aunque sus aguas se han convertido en un espacio de muerte, las mujeres de alrededor de las lagunas consideran la laguna como una fuente de sanación y vida. Viviana me cuenta que una vez que está en la laguna en su lancha, mientras pesca, se siente tranquila. Mientras está en la laguna, en medio del agua, puede tomarse momentos para pensar en su vida, para tener espacio y tiempo para su propia reflexión. Raquel, otra pescadora, me dijo cuando le pregunté sobre su relación con la laguna: “Pasé todo mi embarazo dentro de la laguna pescando: ahí fue donde creció mi barriga”. Viviana y Raquel tienen un vínculo especial con la laguna: sus cuerpos se conectan con el agua; sus cuerpos humanos —que también contienen agua— se interrelacionan con el cuerpo de agua, una laguna.

Conclusión

Si bien hay un sentimiento colectivo de duelo por la posible pérdida de las lagunas de Chacahua, también hay un sentimiento de resistencia en la vida cotidiana de las personas para sobrevivir. Se siente duelo por una laguna que aún está entre la vida y la muerte. Es el duelo el que se convierte en un catalizador, un “generador de olas” para movilizarse en defensa de la vida no sólo de la laguna, sino de sus familias y comunidad, en una geografía del duelo. Asimismo, estas geografías en duelo están enmarcadas como una forma específica de sufrimiento socioambiental (Castillo Oropeza y Delgado Hérnandez, 2024), y en este caso específico, de sufrimiento hídrico (Castillo Oropeza y Hernández Gamboa, 2020).

Quiero destacar que durante mi trabajo de campo en la comunidad, también hubo muchos eventos sociales como fiestas de cumpleaños particulares, bodas o eventos organizados por escuelas, donde casi todas las asistentes eran mujeres. Quiero destacar que los momentos de alegría y descanso colectivo, donde las mujeres se reúnen para bailar, o incluso para comer y hablar entre ellas, espacios en los que no están trabajando sino simplemente disfrutando del momento, son una forma de resistencia. La alegría y el descanso público y colectivo en medio de un entorno ecocida es profundamente subversivo, porque es en esos momentos que las mujeres también ocupan y recuperan el espacio público (Monárrez Fragoso, 2010) para reforzar la comunidad, reproducir la vida social, encontrar esperanza y sentirse acompañadas.

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  1. Correo: yoalli.rodriguez@depaul.edu