Distintos pasos de nuevas generaciones en la Casa del Tecolote

 

Betsabé Piña y Sergio Gallardo
Doctorado en Antropología CIESAS-CDMX


Celia Artega. 2018. Mirada desde la Biblioteca Ángel Palerm.


Nos ha tocado encaminarnos en un CIESAS que ha transitado con los cambios tecnológicos y políticos, y aunque recorremos los mismos pasos que otras generaciones en sus distintas sedes y periodos, no son los mismos senderos los que nos ha tocado experimentar dentro de la institución.

Más aún, cuando comenzamos a escribir este texto «a dos plumas» (en realidad «a dos teclados»), nos dimos cuenta que aunque compartimos la misma sede y programa en el mismo periodo histórico, nuestras vivencias dentro de la Casa del Tecolote, sin duda, han sido diferentes. Como un homenaje a la diversidad que puede aportar esta casa de estudios, a continuación, presentamos nuestros distintos pasos y también a manera de cierre dónde se cruzan.

Los pasos de Betsabé

Cuando entré a la maestría en el CIESAS, yo ya había tenido un acercamiento a la institución. Durante algunos años previos había asistido a Manuel Hermann en su proyecto en la Mixteca Alta. Oaxaca es un estado con un panorama económico y político muy complejo y en esa experiencia conocí múltiples aristas que el análisis histórico presenta para los problemas antropológicos. Antes, había estudiado arqueología en la ENAH, y siempre tuve la impresión de que al análisis cerámico y al registro estratigráfico le hacían falta una dimensión social fundamental para entender las complejidades culturales. Por ello decidí continuar la formación académica en el programa de antropología social del CIESAS.

Fue grato ingresar al programa, aunque tenía un montón de inquietudes, pocas certezas y muchas curiosidades. Nuestra bienvenida estuvo marcada por la conferencia magistral de Luis Reygadas, “El antropólogo como trabajador. Dilemas y perspectivas del mercado laboral de la antropología en México”. Se expusieron los problemas institucionales y las limitadas opciones en el mercado laboral. Como es de imaginar, el panorama no era nada alentador. Sin embargo, de eso ya estábamos advertidos. Les compañeres salimos de la conferencia con la plena convicción de que nuestro interés y pasión se centraba en hacer cuestionamientos críticos a los sistemas sociales, que son profundamente incongruentes.

El programa en el CIESAS consiste en un sistema escolarizado, e imperan en el ambiente la puntualidad, el cumplimiento de las tareas y las formas de dirigirse a los profesores con respeto. Además, como el número de alumnos es limitado, el trato es personalizado y directo, sobre todo en cuestiones administrativas donde Delfina siempre era nuestro apoyo para sobrellevar las peripecias burocráticas.

Desde el primer momento, cada docente nos impregnaba con diferentes cuestionamientos, bajo sus propios preceptos teóricos y metodológicos, pero sobre todo a partir de sus propias experiencias de investigación. Fue muy rico escuchar a Emiliana Cruz, Aída Hernández, Roberto Melville, Teresa Rojas, Julieta Sierra y Daniela Spenser.

Como parte del programa, una línea de investigación nos cobija. Así, adscrita a la línea de “Agua, sociedad cultura y ambiente”, guiados por Lourdes Romero y Daniel Murillo, cada semana discutíamos nuestras investigaciones, construyéndolas en colectivo. En algunas sesiones nos encontrábamos empantanades y en otras las ideas fluían.

Foto: Velia Torres, octubre de 2019. Asamblea intergeneracional de estudiantes del CIESAS, solidarizándose con el pueblo de Ecuador


Por desgracia para todes en 2020 llegó la pandemia. Las clases presenciales se volvieron virtuales; las pláticas de pasillo se realizaron en los chats de diferentes redes sociales; nuestras esperanzas de hacer trabajo de campo se diluyeron, y la metodología de nuestras investigaciones tuvo un giro radical. Algunes compañeres y familiares enfermaron, pero al mismo tiempo, la solidaridad y el compañerismo se fortalecieron. Creo que al diluirse la presencia física, la cercanía emocional se tradujo en una constante preocupación por las otras personas. Los gestos de les compañeres surgieron espontáneamente. Andrea nos daba clases virtuales de yoga y Datse organizó un intercambio de tarjetas navideñas que debíamos enviar por correo. Además de la experiencia personal, estas maneras de vinculación afectaron la forma de nuestro quehacer antropológico y de cuestionar las implicaciones de la pandemia en los diferentes sectores sociales del país.

Debido a las condiciones de confinamiento, mi tránsito por el posgrado no fue lo que había imaginado. Así, con un sentimiento de que había algo inconcluso, decidí continuar con el doctorado. Tengo que decir que el proceso fue duro (para mí y para quienes de manera intermitente me acompañaban). No sólo estaba aislada por la pandemia, sosteniéndome económicamente con la beca de Conacyt. Estaba fuertemente presionada para terminar la famosa tesis, analizando los datos que llegaban tardíamente y con un inevitable soliloquio que me ayudaba a formular el proyecto de investigación para el doctorado.

Aunque el disciplinamiento académico no es sencillo, continuar en el programa de doctorado me emociona. Por un lado, me permite profundizar en el impacto del imaginario del pasado en las sociedades del presente, apuntando a la visión comprometida con las comunidades que el CIESAS privilegia; y por otro, me deja cuestionar la importancia de hacer investigación antropológica en este país.

Los pasos de Sergio

En mi examen de titulación de licenciatura descubrí que las preguntas más difíciles vienen después de la defensa de tesis: ¿qué sigue?, ¿harás un posgrado?, ¿ya tienes pensado a qué te dedicarás o dónde trabajarás?, ¿te gustaría seguir en la academia?

Aunque uno va teniendo intuiciones e ideas vagas da hacia dónde puede conducir su carrera profesional, lo cierto es que estas preguntas te toman de improviso, por más precavido que seas, pues dedicarse a la academia en México te lleva a un camino de continua incertidumbre.

Pero las voces de colegas y mentores ayudaron a resolver el dilema. Así, le dije a mi asesora que me gustaría estudiar un posgrado en antropología, pues la etnografía había sido la herramienta más útil en mi trabajo de campo con migrantes coreanos en la Ciudad de México. Ella, sin vacilar, me recomendó el CIESAS, del que yo sólo había visto su logo y firma editorial en libros, pero no sabía nada más.

Mi asesora, incluso, me dio un dato que considero fue parte clave de mi selección: “Te recomiendo que busques entre la planta docente del posgrado sus trayectorias académicas y publicaciones para que veas con quién podrías tener afinidad para trabajar. Hay una joven investigadora que conocí cuando hacía trabajo de campo en Oaxaca y ahora es investigadora del CIESAS, lo cual también habla de muy bien de como procuran a sus estudiantes”.

Así, el primer nombre que conocí de una investigadora fue el de Hiroko Asakura. Después vendrían otras más con los cuales encontré afinidad en sus intereses de investigación y publicaciones: Magdalena Barros, Aída Hernández, Carmen Icazuriaga, Patricia Torres, Frida Villavicencio y Claudia Zamorano. Preparé mi proyecto pensando en cómo aprovechar su experiencia para aprender de ellas a realizar etnografías en contextos migratorios, y afortunadamente fui seleccionado en 2015 para cursar la Maestría en Antropología Social dentro de la línea “Violencias, Géneros Sexualidades y Migraciones”, donde descubrí las metodologías y etnografías más sensibles para trabajar distintas dimensiones de violencia sin vulnerar o abrir heridas emocionales.

De Ciudad Universitaria de la UNAM a los salones de Juárez 222, de pronto el campus se me hizo muy pequeño, pero a su vez acogedor. Sus paredes color melón y su vitral con el característico tecolote que te recibe al entrar, se hicieron rápidamente un segundo hogar para mí. Con este nuevo hogar, viene una familia pues así se sentía el cariñoso trato que recibía de sus trabajadores: Rogelio en la Secretaría Académica, Xóchitl en la secretaría de posgrados, Bulmaro en el laboratorio de mapas, Yadira en la biblioteca e incluso Carmelo como portero, que amablemente te dejaba no anotarte en la lista de registro si ibas tarde a clase.

Más allá de los grandes aprendizajes en antropología, metodología, investigación comprometida y ética, desde el primer momento el CIESAS me hizo sentir ese legado de horizontalidad entre estudiantes e investigadores que ha dejado Ángel Palerm en la institución. No sólo por el cariñoso “tuteo” que se permitía dentro y fuera del salón, sino en las consultas a los profesores y cómo aprecian nuestro punto de vista, y también las invitaciones a participar de la mano en congresos y publicaciones, así como en la elaboración de una recomendación para dar clases o postular a un trabajo.

Por ello, decidí seguir mis estudios de doctorado en la misma sede, por la invitación de mis queridas profesoras de “la línea de violencias”, quienes antes de recibir el título de maestría ya me llamaban colega.

La transición no fue fácil: había que titularse, juntar todos los papeles requeridos para postular y armar un buen protocolo de investigación de doctorado para postularse, todo en dos meses. La tarea fue titánica, pero se logró en compañía de varios compañeros de generación que nos aventamos juntes a dar el salto.

Casi sin dormir y con el café como mejor compañía, las clases de doctorado prometían no ser una continuidad de la maestría por el contexto que nos tocó atravesar en 2017: la era Trump, crisis económica y fuertes recortes financieros a Conacyt; cambios estructurales en los fondos presupuestales del CIESAS; reducción de apoyo a estudiantes, y para terminarnos de sacudir, un sismo en el mismo día del 19 se septiembre.

Esto volvió particular la estancia en las aulas y el trabajo de campo, pero estrechó lo que diría que es la parte medular de mi experiencia en el CIESAS: la buena relación con mis compañeros. Aprendí y gocé saber de Atsumi sobre la multiculturalidad de Baja California y que se podía maternar en las aulas del CIESAS; de Eddy: aún cuando su departamento se cayó por el temblor, que se podía atender clases y al mismo tiempo asistir a quienes lo perdieron todo en Xochimilco; de Puki: que al enseñar purépecha a profesores de línea se podían tejer más lazos de horizontalidad; y de Franco: que a partir de cocinar las recetas más cotidianas en el mercado de la comunidad donde haces trabajo de campo te pueden enseñar más de lo que crees.

Escribiendo estas letras, charlando con Betsabé, caigo en la cuenta de que después de seis años de estancia como estudiante en el CIESAS, me toca despedirme de mi estancia en sus posgrados. De una manera similar, hemos vivido el duelo y tenido que despedir a todas las personas que hemos perdido a alguien con esta pandemia: a la distancia.

Donde los pasos se encuentran

No sabemos si la enseñanza de antropología será igual en otros espacios, pero en el CIESAS el proceso formativo involucra un cuestionamiento constante que interpela a les estudiantes a reflexionar críticamente sobre los acontecimientos que se van dando a nuestro alrededor, reformulando o reestructurando incluso los propios proyectos de investigación.

Además, la institución no sólo la constituye la docencia. El CIESAS es un centro de investigación y sus especialistas adscritos tienen un alto corpus de publicaciones y se mantienen activos dentro de diversas actividades académicas, dando cuenta de vocación y disciplina. Estos procesos de alguna manera permean la formación de les estudiantes; nos forman y motivan bajo ese ideal de dedicarnos a lo que nuestro deseo nos convoca, a pesar de las inciertas condiciones laborales que nos esperan.

Del CIS-INAH al CIESAS, nuestra Casa del Tecolote ha caminado por distintas veredas de cooperación y diálogo con el Estado mexicano, la iniciativa privada e instancias de financiamiento de investigación. Su quehacer antropológico nos ha llevado a caminos menos tradicionales, e incluso a otras latitudes, como reconocer otros saberes y ontologías, que, además, requiere otras metodologías, más creativas, incluyendo las virtuales, que en estos tiempos se han vuelto fundamentales. Ahora más que nunca, la pertinencia del quehacer antropológico debe ser expuesta y tomada en serio por los diferentes sectores de la sociedad.

Si bien a 48 años podemos notar en nuestra experiencia compartida como estudiantes que no hay uno, sino múltiples caminos del CIESAS, coincidimos con nuestros antecesores y colegas en sentir agradecimiento a esta casa de estudios, que, pese a todo, no ha dejado de lado los legados de sus fundadores, que apuntan a forjar una antropología inclusiva, en diálogo con nuevas generaciones de estudiantes y jóvenes investigadores que esperamos puedan irse vinculando de diversas maneras con la institución después de pasar por sus posgrados.