Diego Mauricio Montoya Bedoya[1]
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
Comunidad Ecológica Jardines de la Mintsïta
(municipio de Morelia, Michoacán)
Breve contexto
La Mintzita es un territorio rico en bienes naturales y servicios ecosistémicos, prueba de ello son las declaraciones que ha tenido como Área Natural Protegida en 2005 y Sitio Ramsar en 2009. El sistema de manantiales, humedales y laguna que lo integran, segundo en importancia en el estado de Michoacán, no solo es esencial para garantizar el abastecimiento de agua a su capital, Morelia (aproximadamente el 43%), sino que es lugar de especies endémicas de flora y fauna,[2] lo que lo convierte, paradójicamente, en un territorio en disputa, lo que ha desencadenado conflictos socioambientales (Vargas-Ramírez, 2023). Sin embargo, y por fortuna, existen personas que, lejos de ver el territorio y sus bienes naturales con ojos de avaricia, lo que han hecho es defenderlo del capital que todo quiere volver mercancía. Hablamos de la Comunidad Ecológica Jardines de la Mintsïta (en adelante, “la comunidad”), cuyos miembros, en su labor de cuidar y proteger el territorio de aproximadamente 21.5 hectáreas, se han autodenominado “guardianes del manantial”. En el esfuerzo por garantizar las condiciones necesarias de su protección la comunidad ha entablado alianzas con la academia, lo que ha generado un diálogo de saberes en dos vías: del lado de la comunidad se ha tenido una comprensión más fundamentada de la realidad que está en juego, del lado de la academia se han elaborado investigaciones que han ido cerrando la brecha histórica que demanda su función social de cara a aportar conocimientos útiles.
Lo que queremos señalar es que el cuidado, protección y construcción social que ha implicado La Mintzita ha requerido de la construcción de conocimientos en el marco de un dialogo horizontal y solidario. Por tal razón acudimos al diálogo como una virtud humana que potencia la acción y la reflexión (Freire, 1980). Entendemos por diálogo de saberes comunitarios y académicos aquel entramado multiactoral que “expresa el interés para construir relaciones de respeto, horizontalidad y colaboración entre actores con sistemas de conocimiento distintos, para, mediante el diálogo y la concertación, alcanzar fines comunes, con una orientación social y para el bien colectivo” (Pérez y Argueta, 2022, p. 3). Se trata de una relación entre actores asimétricos que, a pesar de dicha posición, tienen el propósito de afirmarse como sujetos: la comunidad como sujeto colectivo que reflexiona su hacer y andar, y la academia en tanto se sitúa como coproductor de conocimientos con utilidad social.
Al diálogo de saberes, plantea Freire (1980), le es inherente la acción y la reflexión, o lo que es lo mismo, la praxis. A partir de dicho proceso interesa traer al centro lo que ha provocado la interacción entre actores académicos y la comunidad en función de las características que adquiere el proceso dialógico y las acciones comunitarias que le han acontecido como parte de la acción que procede de la reflexión. Identificamos siete características:
“la relación de la comunidad con la academia ha sido muy fructífera”[3]
Una primera afirmación de dicha interacción entre comunidad y academia es que “ha servido para dimensionar lo que somos”, es decir, ha permitido que se dimensione la práctica desde un punto de vista reflexivo, “en el sentido de aprendizajes, y de compartencia de saberes”. Mejor aún, porque fruto del diálogo se ha configurado un “trabajo útil con argumentos”, resultado que deviene relevante a la hora de ensamblar narrativas fundamentadas en datos en torno a lo que implica la defensa de los bienes comunes.
El resultado de esta trayectoria ha sido por lo tanto dialógico en el entendido de considerar a la comunidad como un sujeto colectivo, con legitimidad en el cuidado y defensa del territorio. Su impronta identitaria de «guardianes del territorio» les constituye en actores activos en cuyo reconocimiento se divisa la autonomía comunitaria de la cual emanan los acuerdos sobre lo que se estudia. Vale decir que normalmente quien pone los temas sobre la mesa han sido son los académicos, sin embargo, en el andar se ha construido un criterio propio, «una relación de respeto y de consulta», por lo que «vamos viendo con quien sí podemos caminar, con quien no». De esta manera, la relación ha sido vital para fortalecer a ambas partes, puesto que “la academia ha jugado un papel importante en la construcción social de la Comunidad.” (Vargas-Ramírez, 2023, p. 51).
En términos de reciprocidad, mientras la comunidad aprende de los conocimientos científicos y se apropia de datos sobre las características del territorio, los bienes comunes y las especies de flora y fauna, fundamentando su narrativa, los investigadores y estudiantes aprenden de los saberes ancestrales, se sensibilizan ambiental y comunitariamente del entramado al participar en las faenas, los talleres y los recorridos por el territorio. De esto viene que se consideren “una comunidad de aprendizaje, ya que aprendemos de otros y que ellos aprendan de nosotros“, y, por lo tanto, se han convertido en “comunidad escuela“, en una especie de laboratorio viviente desde donde “estamos trabajando en comunidad, en faenas, y el aprendizaje que se va generando es un aprendizaje en colectivo“. Aspecto este que pone dos asuntos de relieve: uno, sobre la pluralidad de los saberes y la confluencia de éstos en un espacio que los valora, y, dos, reafirma que tanto la construcción de los conocimientos como el aprendizaje son parte de un proceso colectivo y nunca individual.
“la comunidad ha dejado de ser objeto para ser sujeto”
El camino con la academia se ha hecho al andar. Al inicio “no teníamos fe en los académicos“, pero pronto la veracidad de los hechos y la utilidad de los conocimientos fueron construyendo un tipo de relación más selectiva y horizontal, así como afectiva. Lejos de una relación instrumental en la que las partes satisfacen sus demandas en cuanto se logra el objetivo, lo que la comunidad construye con quienes la visitan y estudian, es un tejido.
El diálogo ha servido para motivar la autorreflexión, la actitud problematizante, para incitar la pregunta en medio del activismo que suele caracterizar a las comunidades en su andar cotidiano. “Hace falta quien te refresque la memoria de vez en cuando“, por lo que hacer un alto en el camino, detener el trabajo del día a día para acompañar un recorrido por el territorio, para responder a los cuestionamientos que siempre acompañan a los investigadores, para sentarse en medio de una plática, o, como las solemos llamar, una entrevista grupal, ha sido útil para «volteamos a ver qué hemos hecho, qué hemos avanzado, qué hemos logrado construir en todos estos años».
Mirar en retrospectiva lo andado, escudriñar en los momentos históricos y los sucesos que han configurado los procesos comunitarios por más de dos décadas, al parecer ha animado el despertar de reflexiones situadas en la comunidad que redundan en una resignificación de lo vivido. De allí que sus integrantes subrayen que, gracias a ese intercambio de conocimientos, «ese trabajo como que nos organiza todo, [así] el proyecto se modifica, evoluciona, un proyecto como espiral de conocimiento».
Al hablar de los aportes de la academia en cuanto a la “organización y el ordenamiento“ de lo que hacen, quizás lo más influyente sea el despliegue de metodologías participativas. Comúnmente los investigadores usan métodos de trabajo como líneas de tiempo, análisis temporales e históricos, mapas, matrices relacionales, un sinfín de estrategias didácticas para ordenar la información, lo que exhorta a las comunidades a la autorreflexión y por lo tanto a verse así mismas en su praxis.
Plasmar una relación horizontal es algo que se dice fácil, pero que es muy complejo de llevar a la práctica. Estamos hablando de un diálogo de saberes que no ha sido unidireccional, es decir, no se ha dado en una sola vía, en la de la acumulación, como suele ocurrir cuando la academia —desde una visión colonial y hegemónica—, ve a las comunidades como laboratorios y como depositarias del conocimiento. Estamos al frente de una relación ganar-ganar, recíproca en el sentido de que tanto obtiene beneficios la comunidad como la academia. Podría incluso decirse que el antecedente que ha logrado construir la comunidad en diálogo con los académicos es un claro ejemplo de que es posible construir conocimientos con sentido social, y más aún, con sentido crítico.
“¿Cómo vas a hablar de un territorio si no lo conoces?”
“Todo conocimiento o todo saber que se está construyendo aquí a lo interno o con gente externa es para un fin del territorio“. El territorio funge como el nodo en el que discurre el diálogo de saberes y conocimientos. Desde el mejoramiento de los métodos de siembra desde la agroecología, el mapeo participativo con el uso de drones para el reconocimiento del territorio, hasta la observación y monitoreo de las aves, pasando por el monitoreo del agua y el taller de sanitario seco, todo tiene como propósito un saber para la acción territorial.
Y como la acción no solo es un hecho práctico, sino que también se configura discursivamente, el diálogo ha fortalecido el discurso en los sujetos, que integran narrativas críticas sobre el espacio que habitan. Como resultado del intercambio y de la participación en investigaciones, la comunidad comprende la importancia del uso comunitario de drones, sabe leer mapas cartográficos, reconoce las coordenadas que configuran la zona hidrológica e hidrogeológica de recarga de los manantiales, identifican en los polígonos fenómenos espaciales y los puntos conflictivos por causa de las amenazas de los capitales inmobiliario, industrial y de agronegocios, lo cual ha sido significativo para tener una visión integral del territorio y una mirada de cuenca. El dato estadístico, por ejemplo, deja de ser un simple número, se apropia y se convierte en un elemento significativo que refuerza el argumento.
Aunque la gente de la comunidad dice que los saberes que portan «son prácticos», refiriéndose al conjunto de habilidades aprendidas desde el hacer, han interiorizado buena cantidad de datos cuantitativos y valoraciones cualitativas. Con el uso de drones y con la ayuda del mapeo participativo se ha podido monitorear la especie endémica del zapote prieto, se ha avanzado en su localización y posterior reforestación, y se ha podido también mapear los incendios que se han provocado en vastas zonas de la reserva ecológica. La evidencia del dato y del hallazgo ha servido para dos cosas: para producir material audiovisual y pronunciamientos políticos que coadyuven a hacer las respectivas denuncias ante las instituciones competentes, así como para elaborar mensajes educativos y de concientización para la población, ejemplo de ello es lo que se hace en la compartencia de palabra en el marco de las Ferias del Agua y Tianguis la Gotita.
Ello sin lugar a dudas cualifica la interlocución con el Estado y sus instituciones, en tanto dichos conocimientos han servido para realizar ruedas de prensa y consultas a entidades públicas, y formular documentos reflexivos y con recomendaciones de política pública, en los que se han incluido aportes científicos, que validan y legitiman las luchas de las comunidades, o, como dicen, “tenemos quien nos avale pues“. El diálogo exige examinar los problemas del territorio desde ambas racionalidades.
El diálogo precisa de lenguajes que no siempre son comunes
Normalmente la academia usa lenguajes conceptuales, abstractos, haciendo uso de categorías con las que organiza su forma de comprender la realidad. Por el contrario, las personas de la comunidad haciendo uso del lenguaje común, de las representaciones sociales, usan palabras simples, no tan «rebuscadas», como suelen hacer los académicos. Esa puede ser una de las dificultades a la hora de un entendimiento mutuo, más aún toda vez que “la comunidad no se construye desde el discurso sino desde el andar“. Un reto para los investigadores reside en no imponer discursos, buscando que haya una apropiación forzada de los términos, mucho menos querer ajustar la realidad a las teorías pues “la prueba de la teoría está en la praxis” (Stavenhagen, 1971, p. 42).
Las comunidades precisan de un conocimiento que bordeé los tecnicismos, ya que precisan “tener información a nivel de cualquier persona, a nivel del campesino, o sea que el lenguaje que llevas, que transmites, sea un lenguaje sencillo“. Ante lo cual puede resultar bastante útil el uso de analogías y ejemplos concretos, para acercar los conceptos abstractos con lo cotidiano. En otras palabras, “mejor cuando nos comparten características simples de las cosas“.
Los diálogos expresan complejidades cuando los sujetos no comparten el mismo referente frente al objeto dialogado. Los volúmenes de texto que normalmente produce la academia, informes, artículos, libros, etc., no siempre son bien recibidos por las comunidades; «luego por la apatía de leer también nos quedamos cortos». Creo que la pregunta lanzada por Stavenhagen aún tiene mucha vigencia: “¿no será recomendable que las instituciones patrocinadoras, en colaboración con los investigadores, realizaran esfuerzos para asegurarse de que los resultados de los estudios se liberasen de las ligas de las publicaciones especializadas, las bibliotecas de las universidades o el olvido de los archivos gubernamentales?” (1971, p. 44). Una verdadera investigación debe compulsar acciones pedagógicas durante todo el proceso de modo que sea diálogo e interactivo.
“valorar el esfuerzo de lo que hacemos y somos”
El diálogo académico-comunitario ha sido tejedor de nuevas subjetividades. Entre el intercambio de saberes y experiencias, entre el ir a las universidades por parte de los integrantes de la comunidad y el venir de los académicos a caminar el territorio, a recorrer los caminos andados, hay lugar para la construcción de confianza, que es uno de los elementos más importantes en todo diálogo. Mayor aún ha sido el resultado movilizador del diálogo cuando en momentos difíciles el contacto con personas externas a la comunidad ha propiciado la motivación y el empuje de ánimos, cuando la lucha ha estado en sus momentos más álgidos y cuando les ha desgastado.
El diálogo también ha servido para desaprender; «para ser ese transformar transformándonos necesariamente tenemos que ir cambiando también y para cambiar pues hay que romper algunos hábitos, vicios que traemos desde la vieja escuela». Al parecer el contacto con los investigadores, con estudiantes que participan en las visitas a la comunidad, con quienes se comparte un día de trabajo en las faenas, ha hecho posible que broten formas relacionales renovadas al interior de la comunidad.
La valoración que produce el diálogo se expresa de ambos lados. La academia valora lo que hacen las comunidades para defender un territorio de gran importancia ambiental, la manera en que lo construyen social y ecológicamente, recuperando saberes ancestrales, reproduciendo lógicas como la milpa y la bioconstrucción y la «voluntad para dar ese saber». Y la comunidad valora el tiempo que los académicos invierten en estudiar y apreciar lo que aquellos hacen, destacando que son saberes prácticos, que ponen la vida en el centro y que son muy útiles más allá de lo que los mismos integrantes a veces valoran.
El diálogo tiene sus límites
El diálogo académico-comunitario llega a un punto donde se bifurca por cuenta de las posiciones políticas. Al tratarse de una comunidad en “resistencia” (Ávila, 2018) en el marco de conflictos socioambientales (Vargas-Ramírez, 2023), que se encuentra en litigio por la tierra y que constantemente interpela al Estado y sus instituciones para que cumplan con sus mandatos respecto al cuidado y protección del ANP y el Sitio Ramsar, se toman posiciones diferentes, aunque se comparta el sentido político que lo fundamenta. «Cuando se trata de algo así la realidad es que no pues, porque no van a poner en riesgo su título pues o su trabajo». No todos los académicos ni están en condiciones institucionales ni asumen el riesgo de expresar posiciones políticas o en su defecto acompañar demandas de las comunidades frente al Estado. Algunos por su condición de extranjeros no se inmiscuyen, otros porque, como dicen en la jerga popular, no le entran, al cabo sus esfuerzos se limitan a proporcionar datos que la comunidad pueda usar en sus argumentos.
Lo interesante del diálogo, con sus limitaciones, es que la comunidad tiene cada vez más claro su proyecto político. Proyecto que descansa sobre la idea básica de la protección de los bienes comunes y está cada vez más lejos del pretendido desarrollo y la consideración individualista que lo sostiene. Lo que la comunidad construye, desde abajo y de manera participativa, son alternativas, viables y concretas, que se ensayan y se ponen a prueba haciendo posible un buen vivir en armonía con el territorio. Son diálogos que refuerzan las convicciones creadas e imaginadas por la comunidad frente a las transformaciones posibles.
El cuidado es esencial para el diálogo
No hay diálogo en la comunidad sin la compañía de un alimento. Cada vez que se hace una reunión, una plática, un recorrido, una faena, o un taller, con la comunidad, se comparten alimentos, generalmente producidos por las mujeres, y con antelación a la actividad dialógica. Compartir alimentos es parte del trabajo de cuidados que la comunidad sigue cultivando. Ese momento es esencial, pues alimenta el encuentro, procura un espacio donde se habla de lo personal, de lo colectivo, donde se tranza aquello que cultiva el espíritu comunitario y las alianzas que han de seguir. La compartición de alimentos es tan esencial para el diálogo como los conocimientos que se producen observando el territorio o escudriñando en las historias personales.
No sabemos si el diálogo es la excusa para compartir alimentos o viceversa. De cualquier manera, tanto el diálogo con las personas externas a la comunidad como el compartir alimentos constituyen satisfactores esenciales y motores para el sostenimiento de la vida comunitaria.
Un hecho de gran valor es que algunos de los alimentos que se comparten son producidos por la misma comunidad, en especial cuando hay temporada de cosecha en la milpa. Basta ver la felicidad en sus caras al momento de compartirlo. El alimento, entonces, es propiciador de nuevos diálogos, lo que atrae el interés por la pregunta sobre cómo fueron producidos y cuáles recetas se usaron en su preparación. Entre las apreciaciones que produce el alimento se van trenzando pláticas, risas, incluso hasta nuevas recetas que los de afuera nos llevamos y que los integrantes disfrutan compartiendo.
Bibliografía
Ávila, Karla
2018 Gestión Sustentable del territorio. El caso de la Comunidad Ecológica Jardines de la Mintzita en Morelia Mich., tesis de doctorado en Ciencias en Desarrollo Sustentable, Facultad de Economía Vasco de Quiroga, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia.
Bucio, Saray, José Vieyra, y Ana Burgos
2017 “Impactos del crecimiento urbano e industrial en el sur de Morelia, el caso del territorio de la Mintzita, Michoacán”, en Brisa Violeta Carrasco-Gallegos (coord.), Megaproyectos urbanos y productivos. Impactos socio-territoriales, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México.
Freire, Paulo
1980 Pedagogía del oprimido, México, D. F., Siglo XXI editores.
Pérez, Maya Lorena, y Arturo Argueta
2022 “Descolonización, diálogo de saberes e investigación colaborativa”, Utopía y Praxis Latinoamericana, vol. 27, núm. 98, e6615933.
Stavenhagen, Rodolfo
1971 Sociología y subdesarrollo, México, D. F., Nuestro Tiempo.
Vargas, Nicolás
2023 Los conflictos ambientales como formas de comunalización y territorialización en la Mintzita (Morelia, México), tesis de doctorado en Geografía, Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental, Universidad Nacional Autónoma de México, Morelia.
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Doctorante en Economía Social Solidaria en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
Correo: 1432090d@umich.mx. ↑ -
Hay presencia de 13 especies de peces, 9 endémicas, se han registrado más de 117 aves, 18 reptiles, 29 mamíferos, y es el lugar nativo del zapote prieto, especie endémica y en peligro de extinción (Vargas-Ramírez, 2023; Bucio, Vieyra y Burgos, 2017). ↑
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Las narrativas testimoniales provenientes de las y los miembros de la comunidad se presentarán entre comillas angulares « » para diferenciarlas de las citas bibliográficas y como una manera de salvaguardar su identidad. ↑