Desierto de los Leones: Punto de partida para Memorias ambientales-Memorias no antropocéntricas

Damaris Itzel Hernández Huerta[1]
CIESAS Ciudad de México

Tren de carga pasando por un camino El contenido generado por IA puede ser incorrecto.

La Venta, Cuajimalpa, CDMX. Damaris I. Hernández, 2018.

Resumen

El artículo propone entender la memoria ambiental, una perspectiva que cuestiona la idea del bosque como recurso pasivo, reconociéndolo como un sujeto con agencia y capacidad de recordar. Por ejemplo, testimonios de habitantes destacan cómo la expansión urbana, simbolizada por el megaproyecto Santa Fe, ha secado manantiales y fragmentado el territorio, erosionando tanto el paisaje como las memorias colectivas vinculadas al agua y la agricultura.

La gestión de residuos revela conflictos socioambientales: las zonas turísticas se mantienen limpias, mientras las áreas remotas se convierten en vertederos. Políticas fragmentadas y la privatización de recursos priorizan intereses económicos sobre la sostenibilidad, marginando a trabajadores informales y a comunidades. La basura, lejos de ser un problema técnico, es un testimonio material de las desigualdades y decisiones políticas que moldean el territorio.

Finalmente, el artículo aboga por una etnografía multiespecie, que integre voces no humanas (plantas, animales) y reconozca su agencia en la construcción de memorias compartidas. Autores como Eduardo Kohn y Leticia Durand inspiran este enfoque, que busca superar el antropocentrismo para entender el bosque como una red de relaciones interdependientes. En tiempos de crisis ecológica, recuperar estas memorias se convierte en un acto político, proponiendo formas de habitar el mundo basadas en la reciprocidad y la justicia ambiental.

Palabras clave: memorias ambientales, más que humanos, conflictos, bosque.

El Desierto de los Leones, enclavado en la Sierra de las Cruces al surponiente de la Ciudad de México, es más que un pulmón verde o un refugio ecológico. Es un territorio donde las memorias humanas y no humanas se entrelazan en una compleja red de relaciones que desafía la distinción binaria entre cultura y naturaleza e invita a reflexionar desde la antropología social sobre cómo la memoria ambiental emerge no solo de las comunidades humanas que habitan el bosque —como los pueblos originarios urbanos de San Mateo Tlaltenango y San Bartolo Ameyalco—, sino también de los encinos, los manantiales entubados, los hongos micorrícicos y las aves. ¿Qué significa pensar al bosque como un sujeto con memoria? ¿Cómo puede esta perspectiva ampliar los horizontes de la etnografía hacia lo multiespecie?

El Desierto de los Leones ha sido, desde hace siglos, un espacio codiciado y transformado. Su historia está marcada por el aprovechamiento de sus manantiales y maderas, desde la construcción del convento de los Carmelitas Descalzos en el siglo XVII, atraídos por la soledad del bosque y la abundancia de manantiales. Su presencia no fue pasiva: introdujeron especies vegetales foráneas, como pinos y abetos, alterando el ecosistema original de encinos y oyameles. La explotación de madera para leña y construcción, junto con la gestión del agua para riego y consumo, sentaron las bases de una relación extractiva que persiste en formas modernas.

En 1917, el bosque fue declarado el primer Parque Nacional de México, una figura legal que buscaba protegerlo de la tala indiscriminada. No obstante, esta categorización ignoró las prácticas ancestrales de los pueblos aledaños, como la recolección de plantas medicinales o el uso ritual de ciertos espacios. La visión conservacionista del Estado, influenciada por ideales románticos de la naturaleza prístina, entró en conflicto con las comunidades que dependían del bosque para su subsistencia. Este choque refleja una tensión global entre políticas ambientales verticales y saberes locales.

Para muchas personas de San Mateo Tlaltenango, trabajadoras en el bosque y personas que lo transitan, el bosque es parte de su identidad. Es donde jugaron de niñas, recolectaron agua, aprendieron a caminar entre los encinos. Sus historias están entretejidas con los ciclos del bosque. Como dice Patricia P., habitante de San Mateo Tlaltenango, “el bosque me constituye como persona; no me entendería sin él”. (Hernández, 2023)

Este tipo de narrativas nos invita a abandonar la mirada instrumental del medio ambiente como mero recurso natural y abrirnos a una relación de reciprocidad interespecie.

Memoria ambiental

Hablar de memoria ambiental es reconocer que los paisajes también guardan huellas del tiempo. En el Desierto de los Leones, las cicatrices del bosque narran incendios, sequías, especies desaparecidas, y también fiestas, caminatas, rituales y defensas colectivas. La memoria no es solo humana: también vive en los anillos de los árboles, en las rocas, en los ríos entubados, en las ausencias.

Esta memoria adquiere un carácter político. Como señalan Heberle y Relly (2022), vivimos una transición del sujeto mnemónico moderno hacia un sujeto plural, afectado por el Antropoceno y por una crisis de relación con el mundo. Recuperar la memoria ambiental con una perspectiva multiespecie permite justamente reconstruir esas conexiones rotas.

La memoria, entendida como un “proceso de edificación cultural” (Juárez et al., 2012: 14), se construye a través de marcos sociales como el tiempo, el espacio y el lenguaje (Halbwachs, 2004). En el Desierto de los Leones, estos marcos se materializan en prácticas cotidianas como la recolección de agua, la transmisión oral de mitos sobre el bosque, los usos recreativos, las actividades en pro de la recuperación y reforestación, así como las actividades económicas que se dan dentro y fuera del bosque, pero a través de éste. Sin embargo, la memoria aquí no se limita a lo humano: el bosque mismo actúa como una clase de “archivo vivo” que registra y se modifica a partir de cambios ecológicos, como la desaparición de especies o la contaminación de manantiales, pero también de significados, vínculos y sentidos compartidos entre lo humano y no humano.

Este enfoque cuestiona la idea del bosque como un telón de fondo o recurso natural, que se usa y del que se vive. Lo sitúa como un espacio con agencia, un territorio de historia. Tal como proponen Heberle y Relly (2022), nos invita a reconocer a la naturaleza como “otro-natural”, con su propia capacidad de interferir en la vida humana con la que se imbrica.

Expansión urbana, despojo

La expansión urbana, simbolizada por el megaproyecto Santa Fe, ha fragmentado el territorio y desplazado prácticas que van desde lo más cotidiano como ir a caminar en los senderos del bosque, poder recolectar agua del río, estar en el bosque sin sentir inseguridad, hasta la privatización de ciertas zonas y tandeo del agua para el pueblo de San Mateo. Patricia P., relata cómo este desarrollo ha secado ríos y priorizado intereses inmobiliarios: “Entuban los manantiales, y el bosque se empieza a secar […] mientras las zonas residenciales se benefician”. Este despojo no solo altera el paisaje, sino que erosiona la memoria colectiva vinculada al agua y la agricultura.

El megaproyecto Santa Fe, emblema de la urbanización neoliberal, trajo consigo la fragmentación territorial, la expropiación del agua y la contaminación del bosque. Los testimonios recogidos en campo coinciden en una misma imagen: el secado de los manantiales. Lo que se pierde no es sólo agua, sino también formas de vida.

Goreti G., habitante de San Mateo, recuerda el río como un espacio donde se lavaba la ropa, se bañaban, recogían agua y alimento. Hoy, ese mismo río está contaminado. En sus palabras hay duelo, pero también resistencia. El bosque, dice, “es un ser vivo que también siente cuando lo lastiman”.

Estas memorias construyen una narrativa donde el bosque no es escenario, sino sujeto. Una narrativa donde la naturaleza no es objeto de observación, sino agente que participa de las historias.

Este giro no es menor. Implica un desplazamiento epistemológico: pasar de una antropología centrada en el ser humano a una antropología que permita una mirada multiespecie. Una antropología donde los afectos, los cuerpos y las memorias de humanos y no humanos se entrelacen.

Entre basura y olvido

Entre los pliegues del bosque se esconde una historia menos visible, pero profundamente reveladora: la del manejo de la basura. Más allá de lo que se ve en un paseo dominical por el exconvento o los senderos turísticos, existe una memoria ambiental que se construye a partir de los residuos, sus trayectorias, sus conflictos y los silencios institucionales que los rodean.

Hablar de memoria ambiental es reconocer que el territorio guarda las huellas materiales y simbólicas de las relaciones entre humanos y naturaleza. No se trata sólo de recordar lo que fue, sino de entender cómo se produce el olvido, cómo se decide qué se limpia y qué se deja oculto bajo las hojas secas del bosque. En este caso, los residuos no son solo desechos: son testimonios de una forma de habitar, de gestionar, de ignorar y, también de resistir.

El Desierto de los Leones es un Parque Nacional y Área Natural Protegida (ANP), pero también es un espacio atravesado por múltiples jurisdicciones. Mientras la carretera principal y el exconvento —zona más visible y visitada— están a cargo de la alcaldía (antes delegación), otras partes más profundas del bosque son responsabilidad de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP). Esta fragmentación genera una gestión desarticulada, donde cada actor institucional asume responsabilidades parciales, muchas veces con recursos insuficientes y sin una visión común.

En palabras de una de las biólogas que participó en el programa “Desierto de los Leones Orgullosamente Limpio”, esta división institucional produce un vacío operativo en el que la basura se acumula sin que haya personal capacitado, ni equipo adecuado, ni claridad sobre quién debe actuar:

La delegación tiene ciertas rutas donde se puede hacer cargo, pero la parte del bosque más adentro no la toca, porque tampoco tiene cómo […] Entonces lo que haces es agarrar lo que puedes y lo que se ve medio feo, pues ahí lo dejas, ¿no?(comunicación personal, 10 de noviembre de 2018)

Aquí emerge la primera capa de memoria ambiental: una que se acumula en bolsas plásticas, latas, botellas, restos de picnics y residuos de eventos. No es una memoria planeada, ni museificada, sino una sedimentación involuntaria que revela los límites del modelo de conservación vigente.

Desechos y desigualdad institucional

La basura no se distribuye al azar. Al igual que el poder, se concentra en ciertos lugares y se expulsa de otros. Las zonas visibles del bosque —aquellas donde transitan turistas, se toman fotos y se celebran bodas— son mantenidas con cierta regularidad, mientras que las zonas profundas, de difícil acceso o sin valor económico inmediato, se convierten en vertederos silenciosos.

La alcaldía, que cobra entre 200 y 200,000 pesos por eventos en el exconvento, no siempre asume la responsabilidad del manejo de residuos que estas actividades generan. Como señala el testimonio recogido, basta con caminar hacia la parte trasera del exconvento para observar mobiliario arrojado a las barrancas, apenas cubierto con hojas o tierra. La basura no desaparece: se oculta (comunicación personal, bióloga, 10 de noviembre de 2018).

Este patrón no es casual. Forma parte de una lógica de gestión donde se prioriza la estética y la visibilidad —lo que se ve y se puede vender— frente a un compromiso real con el entorno. La memoria ambiental del bosque se transforma, así, en una memoria desigual: lo que se conserva y se cuida está relacionado con el turismo y mercantilización del territotio; lo que se descarta y se olvida, con los márgenes del territorio y de la política.

Basura como conflicto

Lejos de ser un problema técnico, el manejo de residuos en el Desierto de los Leones es un campo de disputa. Las iniciativas de clasificación y reciclaje de basura, que podrían representar una oportunidad económica para algunos trabajadores, se han topado con restricciones legales y resistencias institucionales. Según la Ley General para la Prevención y Gestión Integral de los Residuos, la basura recogida por trabajadores encargados por la delegación pasa a ser propiedad de esta, lo cual prohíbe que los recolectores la vendan directamente (Ley General para la Prevención y Gestión Integral de los Residuos, 2023).

Lo paradójico es que, mientras los trabajadores fueron acusados de vender el PET y otros materiales reciclables, la misma delegación permitía que “las moscas” —recolectores no oficiales— subieran a los camiones para seleccionar lo que luego sería vendido en otros circuitos. Cuando los recolectores formales exigieron participar en esa cadena de valor, la respuesta fue tajante: “lo que vendan viene para la delegación”. Esto provocó el abandono de la clasificación de residuos y el regreso a prácticas menos eficientes (comunicación personal, bióloga, 10 de noviembre de 2018).

La basura, entonces, no solo genera conflicto por su acumulación, sino también por su valor. ¿Quién decide qué se recoge, qué se vende, qué se desecha? ¿A quién pertenece la basura y quién puede beneficiarse de ella? En estos cruces, se revela una dimensión económica y política que pocas veces se visibiliza, pero que es fundamental para entender el territorio.

Proyectos que no tocan el fondo

En este contexto, los proyectos con enfoque ecológico que se implementan en el Desierto de los Leones suelen quedarse en la superficie. Literal y metafóricamente. Se enfocan en el área más visible y accesible del Parque Nacional, pero excluyen más del doble del territorio que abarca el bosque. Los recursos y apoyos se concentran en zonas con potencial turístico o comercial, mientras que las zonas profundas, habitadas también por memorias, relaciones multiespecies y saberes locales, quedan al margen (comunicación personal, bióloga, 10 de noviembre de 2018).

Además, la falta de personal capacitado para llevar a cabo estos proyectos impide una evaluación crítica de los problemas estructurales. Cuando se convoca a especialistas, sus diagnósticos y propuestas suelen ser filtrados por los intereses de quienes detentan el poder de decisión. Esto genera una tensión entre conocimiento técnico y decisiones políticas, donde las prioridades no siempre son la preservación ecológica ni la justicia ambiental.

La memoria ambiental, en este punto, se convierte en un campo de disputa entre discursos oficiales y experiencias situadas. Los residuos no son solo materia inerte: son también huellas de decisiones políticas, económicas y sociales que moldean el bosque y sus posibilidades de futuro.

Uno de los aportes de pensar la memoria ambiental desde una perspectiva antropológica es entender que los residuos no son meramente basura, sino archivos materiales de prácticas humanas. En cada botella de plástico, cada lata oxidada, cada bolsa de frituras, hay información sobre los hábitos de consumo, las políticas públicas, las jerarquías institucionales y las economías informales que coexisten en el Desierto de los Leones.

En este sentido, el bosque no solo es un ecosistema natural, sino también un archivo viviente donde se acumulan capas de historia ambiental. Algunas de esas capas están reconocidas oficialmente —como la historia del exconvento o las rutas turísticas—, pero otras se mantienen ocultas o son sistemáticamente olvidadas. La basura, precisamente, habla de esas historias no oficiales: las de los trabajadores precarizados, los conflictos por los recursos, la violencia institucional del descuido, y las formas cotidianas de resistencia.

¿Qué memorias queremos preservar?

El Desierto de los Leones se presenta muchas veces como un símbolo de conservación ecológica, un “pulmón” de la ciudad y un refugio espiritual. Sin embargo, esta imagen idílica convive con tensiones profundas. La gestión fragmentada, el conflicto por los residuos, la exclusión de los trabajadores informales y la falta de una política ambiental integral ponen en duda esa narrativa de armonía.

Desde una mirada crítica, el reto no solo es conservar el bosque en términos biológicos, sino también construir una memoria ambiental que incluya las voces, las prácticas y los conflictos que lo habitan. Una memoria que no oculte la basura, sino que la reconozca como parte del paisaje, como testigo de lo que no se quiso ver.

En tiempos donde la sustentabilidad se ha vuelto una palabra de moda, es urgente preguntarnos qué tipo de sostenibilidad promovemos. ¿Una que embellece el exconvento mientras arroja los restos a las barrancas? ¿Una que promueve eventos costosos pero no invierte en el manejo adecuado de sus residuos? ¿O una que escuche a quienes conocen el bosque desde la práctica cotidiana y no desde el escritorio?

Construir una memoria ambiental justa implica reconocer que los residuos también cuentan historias. Historias que, si no se escuchan, seguirán repitiéndose en silencio, entre los árboles del Desierto de los Leones.

Herramientas para un camino en conjunto

La memoria ambiental no es un ejercicio pasivo de rememoración. En contextos de despojo, es una herramienta política. Como la lucha contra el Programa General de Ordenamiento Territorial (PGOT) que se llevaba a cabo, recordar cómo era el bosque antes de la expansión urbana permite articular resistencias y proyectos.

Habitantes organizados impulsaron amparos y denuncias para recuperar la gestión comunal del agua. Su accionar no solo defiende un recurso, sino una cosmovisión donde humanos y no humanos coexisten y se sostienen mutuamente.

La etnografía ante el giro multiespecie

Si aceptamos que la memoria ambiental es compartida, que el bosque también recuerda, ¿no debería entonces la etnografía escuchar esas otras voces? El giro ontológico en antropología ha planteado la necesidad de descentrar al humano como medida de todas las cosas. Autores como Eduardo Kohn (2013) han mostrado que los mundos no humanos tienen lógicas, tiempos y formas de agencia propias.

En este contexto, las etnografías multiespecie, como las que proponen Kirksey y Helmreich (2010), buscan comprender las interacciones entre humanos, plantas, animales, hongos, bacterias y tecnologías desde una posición de simetría. Se trata de investigar no solo lo que los humanos hacen con la naturaleza, sino lo que otras especies hacen con nosotros, junto a nosotros o a pesar de nosotros.

Desde esta perspectiva, el Desierto de los Leones se revela como un espacio epistémico complejo. Sus árboles, hongos, insectos, cuerpos de agua y comunidades humanas forman una red de afectos y saberes que desafía las categorías disciplinares. La memoria ambiental se convierte aquí en una herramienta metodológica: permite reconstruir historias compartidas, reconocer ausencias significativas y abrir caminos para una antropología más sensible y situada.

Escuchar al bosque: etnografía vegetal y más allá

Leticia Durand, en su trabajo sobre etnografía vegetal, plantea que las plantas también pueden ser vistas como sujetos de conocimiento. Al estudiar sus formas de comunicación, adaptación y memoria biológica, se abre la posibilidad de un conocimiento que no depende del lenguaje verbal, sino de otras formas de expresión.

En el caso del Desierto de los Leones, los encinos que muestran ramas muertas, los abetos que brotan tras un incendio, las semillas que permanecen latentes por años son también narradores. Sus cuerpos contienen información vital sobre la historia del ecosistema. Incluir sus memorias en la etnografía no es fácil, pero es urgente.

No se trata de romantizar la naturaleza, sino de ampliar los marcos de escucha y representación. De reconocer que las ontologías diversas con las que conviven los pueblos originarios urbanos no se ajustan al modelo científico hegemónico, pero poseen un conocimiento profundo sobre la vida en el bosque.

Conclusiones: memorias para habitar en común

Pensar el Desierto de los Leones únicamente como un pulmón verde es reducirlo a una postal limpia, ajena a las contradicciones que lo habitan. Esta imagen hegemónica, sostenida por discursos de conservación despolitizados, oscurece las tensiones que atraviesan su cotidianidad: la exclusión de saberes locales, la fragmentación institucional, el desdén por los trabajadores informales y, sobre todo, la gestión conflictiva de los residuos, que parecen no merecer lugar ni memoria. Pero la basura no desaparece por ser ignorada, permanece como testigo silente de aquello que se margina del relato oficial. En este sentido, la pregunta sobre qué memorias queremos preservar es también una pregunta sobre las formas de vida que decidimos visibilizar o desechar.

Desde una mirada antropológica, asumir la memoria ambiental como herramienta crítica y multiespecie nos obliga a ampliar el horizonte de lo recordable. No se trata sólo de rescatar testimonios humanos, sino de atender a las huellas que los cuerpos del bosque —sus árboles, sus ríos secos, sus especies desplazadas— inscriben como archivo vivo del Antropoceno. La basura no es simple desecho: es indicio material de una ecología rota, síntoma de una planificación urbana que prioriza el espectáculo sobre la sostenibilidad, y evidencia de un conflicto no resuelto entre prácticas cotidianas y políticas públicas.

Frente al olvido neoliberal, que borra las marcas del daño en nombre del progreso o la “puesta en valor” del paisaje, la memoria ambiental se presenta como una forma de resistencia. Pero no cualquier memoria: una que sea afectiva, situada, y que reconozca la agencia tanto de los humanos como de los más que humanos. Una memoria que revele lo que no encaja en los discursos dominantes, pero que también cuide, por abrir la posibilidad de relaciones más justas con los otros seres del bosque.

Así, el Desierto de los Leones deja de ser solo un espacio de contemplación para convertirse en un espacio de interpelación. Un lugar donde la antropología puede desplegarse no para hablar sobre el bosque, sino con él; no para representar lo humano, sino para tejer memorias comunes que nos permitan habitar —y transformar— el mundo en medio de la crisis ecológica.

La memoria ambiental, entendida desde una perspectiva multiespecie y no antropocéntrica, se revela como una herramienta potente para pensar y habitar el mundo en tiempos de crisis ecológica. Nos invita a registrar no solo lo que los humanos recuerdan, sino también lo que otros seres nos muestran, nos enseñan y nos advierten.

En el Desierto de los Leones, esta memoria se activa en las palabras de quienes han visto cambiar el paisaje, pero también en los cuerpos del bosque que guardan la huella del cambio. Recuperar estas memorias, articularlas, y contarlas, es una forma de resistir al olvido impuesto por la urbanización neoliberal.

¿Puede entonces la memoria ambiental ser una herramienta para etnografías multiespecie?

Esta memoria no solo permite documentar los daños del Antropoceno, sino también imaginar otras formas de relación. En ella convergen el testimonio oral, los ciclos vitales del bosque, las huellas de la desaparición y los actos de cuidado. Se muestra cómo la memoria colectiva se entreteje con las alteraciones ambientales: desde la sequía de los ríos hasta la pérdida de especies y saberes. Al reconocer la agencia de estos cambios en la vida humana, emerge una posibilidad ética y metodológica de construir una etnografía situada, afectiva y multiespecie.

No basta con analizar la memoria como algo socialmente producido; es necesario comprenderla también como memoria encarnada en lo vegetal, lo animal, lo hídrico. Desde ahí, se plantea un horizonte para las ciencias sociales: desarrollar formas de conocimiento que no sólo representen lo humano, sino que dialoguen con los múltiples mundos que cohabitan el bosque.

Esta experiencia sugiere que sí. Que es posible construir una antropología que no solo estudie la relación entre humanos y naturaleza, sino que parta de una relación compartida de memoria, agencia y afecto. Una antropología que no le hable al bosque, sino con él.

Referencias

Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos (8 de octubre de 2003) Ley General Para la Prevención y Gestión Integral de los Residuos.

Durand, L. (2022). Etnografía vegetal. Sobre el mundo que construimos en colaboración con las plantas. Alteridades, 32(64). https://alteridades.izt.uam.mx/index.php/Alte/article/view/1264/1406

Halbwachs, M. (2004). Memoria colectiva. Prensa Universitarias de Zaragoza.

Heberle, D. y Relly, E. (2022). Memoria ambiental: del sujeto mnemónico moderno al Antropoceno. Revista CS, (36), 21-50. https://www.icesi.edu.co/revistas/index.php/revista_cs/article/view/4602

Hernández Huerta, D. I. (2023). Conflictos socioambientales en el Desierto de los Leones, experiencias de quienes habitan y transitan el bosque: camino hacia la construcción de memorias ambientales [Tesis de licenciatura]. Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa.

Juárez, J., Arciga, S. y Mendoza, J. (2012). Memoria colectiva y procesos psicosociales. UAM-I / Editorial Miguel Ángel Porrúa.

Kirksey, S.E. y Helmreich, S. (2010), The Emergence of Multispecies Ethnography. Cultural Anthropology, 25: 545-576

Kohn, E. (2021). Cómo piensan los bosques: Hacia una antropología más allá de lo humano (M. Cuellar Gempeler y B. A. Sánchez, trads.). Hekht; Ediciones Abya-Yala.

Sarlo, B. (2006). Tiempo pasado: cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Siglo XXI.


  1. Correo electrónico: damaris.itz.antro@gmail.com