Desentrañando la sapiencia mesoamericana: Tlacuilo, de Enrique Escalona (1987)</center)

Mauricio Sánchez Álvarez
CIESAS Ciudad de México

En homenaje a los codiceros, quienes al explorar el pasado lo han vuelto presente.[1]

Portada del libro.

Según recuerda Cecilia Rossell, investigadora del CIESAS Ciudad de México y especialista en códices mesoamericanos, fue a raíz de una entrevista que se le hizo en Radio Educación al etnólogo Joaquín Galarza, quien desarrolló un método para aproximarse a los códices y creó un grupo en el CIESAS dedicado a estudiarlos (y del que formaba parte Rossell), que surgió la idea de realizar una proyección en diapositivas acerca del Códice Mendocino que plasmara dicha aproximación. Y una vez que el entonces director del CIESAS, Eduardo Matos Moctezuma, vio la proyección, éste, entusiasmado, señaló la conveniencia de hacer una película, para lo cual se contactó a los Estudios Churubusco.

El grupo entonces se dispuso a copiar y pintar a mano las láminas del Mendocino y, con un guion elaborado por Galarza, procedió a crear el story board respectivo, mientras él contactaba al director Enrique Escalona, quien se dio a la tarea de convertir ese material en una película de animación con el personal de Churubusco.

El resultado fue una película animada que en menos de una hora pone al alcance del espectador la historia del Mendocino como manuscrito y, elaborando en torno a sólo la primera de sus 72 láminas, también mostraba el contenido histórico y cultural de las figuras allí representadas y la doble lógica ‒pictórica y lingüística‒ con que había sido creada. Se trata de un texto colonial, que el virrey Antonio de Mendoza encargó a tlacuilos mexicas para que el emperador Carlos V se enterara de cómo era la vida en la antigua Tenochtitlan antes de la invasión española. Un libro pictográfico que relata diversas situaciones y rasgos histórico-culturales, como el momento de la fundación de la capital mexica y su subsiguiente expansión, la organización tributaria del imperio y los modos en que se criaba a las mujeres, de un lado, y hombres, de otro. El manuscrito confeccionado en papel hecho en Europa, si bien emprendió la travesía atlántica, nunca llegó a ser visto por su majestad. Por los vericuetos de la historia, cambió de manos varias veces hasta que terminó en la Biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford, donde se encuentra actualmente.

En vez de abarcar toda la temática del Códice Mendocino (que habría requerido de una serie de documentales), acertadamente Tlacuilo busca, más bien presentar didácticamente la metodología diseñada por Galarza para descifrar los contenidos del Mendocino. Y como para muestra basta un botón (como dice el adagio popular), una vez que ya ha caracterizado en términos generales tanto la historia como el contenido del manuscrito, el argumento de este documental se centra únicamente en desentrañar la primera lámina, aquella en que aparece lo que posiblemente ha venido a convertirse en el símbolo más importante de México: el águila posándose sobre el nopal en medio de un islote.

Para disipar supuestos erróneos, en el curso de Tlacuilo se señala de modo reiterado que lo que parece ser simplemente una serie de dibujos está lejos de limitarse a eso. Cada figura, cada detalle, (incluyendo el tono del color), en realidad, es una suerte de unidad semántica; un significante, en términos lingüísticos, que tiene un significado. Como también lo tiene la distribución de las figuras sobre la lámina. Nada está dejado al azar. Nos encontramos, entonces con que la lámina tiene una dimensión espacial, pues está ordenada de acuerdo con los puntos cardinales entendidos al modo mesoamericano (con el oriente en el lugar que los europeos le asignan al norte), y también una dimensión temporal, con la representación de los años en el marco rectangular incompleto de color turquesa que rodea la lámina. Así mismo, nos muestra cómo las plantas, las construcciones y los humanos plasmados allí, cada uno es, como ya se ha dicho, una unidad de significado: un topónimo, una especie y cargo social determinado, para lo cual analiza la figura descomponiéndola en los segmentos que la integran. Así, hay una relación íntima entre la figura, sus partes y la palabra que distingue a aquélla. Palabra que, además, se construye a partir de la aglutinación y contracción de los diferentes signos pictóricos que la constituyen. Por ejemplo, en la lámina 1 se ve a una persona masculina que viste un manto blanco (que indica nobleza) y sentada sobre un taburete confeccionado de tule (que indica de alta jerarquía). Sobre su hombro se ve un estandarte cuyo distintivo es una piel de jaguar (que indica pertenencia un alto dignatario de la agrupación de los guerreros jaguares), a lo cual se agrega la partícula tzin, que indica reverencia). Se trata del venerable jefe de la orden militar de los jaguares u ocelopantzin, palabra construida a partir de la aglutinación de oceloeuatl (“piel de jaguar”, contraída a ocelo), pantli (“estandarte” y “alta jerarquía”, contraída a pan, y tzin (signo reverencial).

La eficacia del guion en lograr su tarea es tal que prácticamente no nos percatamos de que, en el proceso, estamos gradualmente adentrándonos en las lógicas epistemológicas de la sociedad mexica, en su modo de relacionarse y conocer el mundo. Una puerta a un nuevo mundo, poco a poco, se abre ante el espectador. Que quizás es el propósito que anima la propuesta que construyó Joaquín Galarza y que ha sido, por fortuna, continuada hasta hoy.

  1. Gracias a Cecilia Rossell por su invaluable apoyo en la elaboración de este texto.