Desamortización, paisaje y cartografía ¿Cómo elaborar un mapa del reparto
de bienes indígenas a partir de algunos elementos del paisaje?

Martín Sánchez Rodríguez
El Colegio de Michoacán
mlobo@colmich.edu.mx


México, como nación, es un país republicano constituido por la integración de diferentes soberanías locales denominadas estados. Cada soberanía cuenta con leyes e instituciones que se ejecutan y se aplican dentro de un territorio. En todos los estados la administración pública genera una serie de información que permite a los historiadores reconstruir los procesos sociales, políticos y culturales de cada entidad federativa. Esta documentación se concentra en los Archivos Históricos del Poder Ejecutivo. Sin embargo, las guerras civiles y el vandalismo han provocado que muchos de estos archivos se hayan quemado, destruido o fueran sujetos de robo.

Los que estudiamos los procesos de desamortización de las propiedades civiles y eclesiásticas del siglo XIX, o a los que nos interesa la historia de la propiedad de la tierra, el agua y el bosque, afortunadamente contamos con los expedientes de cada uno de los pueblos, y que en el caso de Michoacán se les reconoce como “hijuelas”.[1] Estas hijuelas han sido utilizadas por historiadores, antropólogos y sociólogos que sería complicado y ocioso hacer un listado de autores.

En la mayoría de los libros, artículos y capítulos dedicados al tema, los autores se concentran en analizar los expedientes llenos de oficios, quejas, denuncias, padrones, ventas o hipotecas y dejan de lado la información cartográfica que tienen o tuvieron los expedientes. Salvo los textos de Raymond Craib y Martín Sánchez (Carib, 2013; Sánchez 2017), uno sobre Veracruz y el otro sobre Michoacán, la cartografía, o el análisis de los documentos producido por los cartógrafos contratados por las comisiones del reparto siguen esperando ser tomados en cuenta para su análisis.

No obstante que muchos croquis, planos y mapas han desaparecido de los expedientes porque han sido quemados o robados, el propio análisis de los padrones y la forma en que se repartieron cada una de las propiedades a los excomuneros, conocidas como partijas,[2] nos permite reconstruir esta cartografía, tener idea más clara de cómo se realizó el reparto y, sobre todo, sus consecuencias. Por lo tanto, el objetivo de este escrito es ofrecer algunos elementos teóricos y metodológicos para elaborar una cartografía del reparto de los bienes de los pueblos indígenas de un pueblo michoacano en donde se carece de cartografía. Se trata del pueblo de Pajacuarán, municipio de Ixtlán y localizado en la Ciénega de Chapala. No obstante su localización específica, los datos recabados a partir del análisis del paisaje nos servirá como ejemplo para poder aplicarlo en otros espacios o en diferentes pueblos.

Desamortización

Michoacán, junto con otros 12 estados miembros de la federación, decidieron, después de haberse promulgado la constitución federal de 1824, legislar y aprobar leyes y decretos ordenando el reparto de los bienes administrados por los pueblos indígenas. Dentro de la legislación michoacana destacamos las leyes del 18 de enero de 1827, la del 13 de diciembre de 1851, la del 9 de diciembre de 1868, la del 5 de febrero de 1875 y la del 14 de junio de 1902. A esta legislación se les debe agregar la ley federal de 1856. Todas estas leyes tenían un objetivo fiscal, pues buscaban abolir la comunidad étnica e introducir a una comunidad ciudadanos responsables de contribuir al mantenimiento del aparto de gobierno a través de impuestos y, en especial, del impuesto predial (Roseberry, 2004: 43. Kourí, 2013: 197-201).

Desconocemos la cantidad de pueblos michoacanos que atendieron esta legislación, pero los expedientes que se conservan en el Archivo General del Poder Ejecutivo de Michoacán la mayoría refiere a la aplicación de la ley de 1851, por una serie de facilidades que otorgó el gobierno del estado; básicamente, la excesión temporal de los impuestos o la dismunición de los mismos por un tiempo determinado.

El análisis de los reglamentos de estas leyes nos revelan elementos constantes que aparecen en todos los casos. Por ejemplo la necesidad de nombrar una comisión del reparto; que esta comisión debería de hacer dos padrones de los indígenas sujetos al reparto, en uno se les identificaba de manera sucesiva con su nombre y apellido, en el otro era un censo donde se registraba a los casados con hijos o sin ellos, a los viudos o viudas con hijos o sin ellos, a los solteros y solteras y a los huérfanos (Recopilación de Leyes, 1886, t. II: 62), Las comisiones también deberían hacer una lista y avalúo de los bienes sujetos al reparto. En la mayoría de las ocasiones las comisiones tenían que vender algun terreno para pagar el reparto o para cubrir algunas de las deudas que tenía el pueblo.

Dentro de los costos del reparto, además de pagar a los miembros de la comisión o cubrir el pago de los abogados que hacían las gestiones legales, se tenía que contratar a un perito topógrafo que, con los padrones y el conocimiento de los potreros a repartir, debería de hacer un plano donde se especificaran los terrenos o partija que a cada uno de los indígenas le correspondía. Se parte del hecho de que el reparto se haría de manera equitativa entre todos los indivíduos declarados como indígenas de un pueblo.

Pero los documentos del reparto también nos revelan particularidades. Por ejemplo, la formación de las comisiones de las que hablan los reglamentos tiene datos sustantivos para tomar en cuenta. La ley de 1827 decía que los miembros de la comisión deberían de ser cinco miembros del pueblo; la de 1851 consideraba a tres propietarios y tres suplentas y la de 1902 son los ayuntamientos los que se encargarán de medir y deslindar los terrenos a repartir (Recopilación de Leyes, 1886, t. II: 61-62; t. XI: 196-197 y t. XXXVI: 517-518).

Otra especificidad que se tiene que tomar en cuenta tiene que ver con los documentos cartográficos antiguos o cuando desde nuestro presente queremos hacer un mapa del reparto. Se trata de atender con cuidado la forma en que se ejecuta el reparto a cada individuo. Y cuando digo ejecuta me refiero a observar específicamente la ubicación de las partijas: dónde están localizadas, si es terreno de labor, pasto o bosque; si está en una colina o en un valle; si se ubica cerca del río o de una laguna; si es ciénega o terreno de labor y, de manera enfática, atender sus colindancias.

Sobre éste último punto las leyes sobre el reparto nominalmente tienen una diferencia importante: la ley de 1827 estableció claramente que la posesión y propiedad de las tierras se realizara por familias, constituidas evidentemente por ciudadanos. Por otra parte, las legislaciones de 1851 y 1902 sólo hablan que el reparto se haga por individuos. Un estudio de los padrones y de los croquis, mapas y planos nos revelan que el reparto de los bienes de los pueblos se hizo evidentemente por individuos o ciudadanos. Pero, por lo pequeño de las propiedades en términos espaciales y económico, cada partija repartida siguió la relación familiar de los indígenas y, más expecíficamente, la relación de una familia extendida.

Ese proceso va a ser trascendente para ver los impactos del reparto porque nos revelan no sólo a qué individuos sino a qué familia les correspondieron los terrenos útiles para la siembra, para el pasto o para la explotación del bosque. Si estas labores eran de primera, segunda o tercera clase; si eran terrenos cenagosos o colindaban con una fuente de agua. O, por otra prarte, si a la familia extendida le habían tocado terrenos de pasto o bosque.

En los documentos textuales podemos ver que en términos económicos hay un reparto equitativo. A cada excomunero, soltero, viudo o casado; abuelo, hijo o nieto le correspondería una partija con el mismo valor. Sin embargo, la ubicación de los terrenos repartidos a cada indígena y, por lo tanto, a cada familia extendida, puede ser un elemento importante para pensar en la diferenciación socioeconómica dentro de un pueblo. Una diferenciación que no es nueva, que no es producto del reparto sino que viene de décadas o siglos atrás.

El paisaje

El caso del pueblo de Pajacuarán que nos sirve como modelo para elaborar una cartografía por la ausencia de ésta, se localiza en la Ciénega de Chapala. Perteneció al municipio de Ixtlán y a la prefectura de Zamora en el estado de Michoacán. El pueblo inició el reparto de sus tierras amparándose en la ley de 1851 aunque, de manera material, los trabajos comenzaron en 1867, cuando se formó la primera comisión encabezada por el indígena Francisco Silva. Esta comisión contrató a un ingeniero topógrafo originario de Zamora, Ignacio Ochoa Villagómez quien, habiendo cobrado mil quinientos pesos hizo el avalúo de los terrenos y, basado en el padrón entregado por la comisión, repartió todos los potreros a los indigenas empadronados. Se supone que, por ser un perito topógrafo, tuvo que haber entregado un plano. Sin embargo, por una serie de errores que he localizado en el reparto, es probable que ese plano no hay existido.

Las leyes y los reglamentos sobre el reparto en Michoacán no plantean la necesaria elaboración de un documento cartográfico, sea éste plano o croquis. Su necesidad surge en el momento en que las comisiones comenzaron a hacer el avalúo de las tierras y la manera en que los peritos tendrían que hubicar espacialmente las hijuelas para cada indígena. Por esta razón, en la cartografía que acompañan a los expedientes del reparto tenemos croquis y planos. Los primeros por lo regular son anónimos y los peritos que los ejecutaron pudieron ser algún miembro de la propia comisión. Los planos, por su parte, aparecen firmados, con escalas y los elementos científicamente aceptados en la cartografía y fueron realizados por ingenieros topógrafos nacionales y extranjeros. Fue el caso de Pajacuarán cuya comisión, insistimos, contrató a Ignacio Ochoa Villagómez. Pero, ante la ausencia del plano, para analizar los impactos del reparto se tuvo que realizar uno desde el presente, utilizando un Sistema de Información Geográfica y siguiendo algunos elementos del paisaje guiados por las lecturas de John Brinckerhoff Jackson, Brigitte Boehm, Eduardo Martínez de Pisón y Joan Nogué.

Estos cuatro autores consideran al paisaje como un documento cuyas características naturales y culturales tienen determinado grado de permanencia y a partir del cual se puden distinguir pensamientos, ideas y emociones. Estos componentes es posible reconocerlos a través de identificar los multiples trazos, artificios o elementos culturales que han sido escritos en diferentes momentos históricos.[3] Pero para distinguir entre un paisaje y otro debemos de tomar en cuenta que el paisaje tiene una multiplicidad de trazos, y que cada artificio o trazo tiene su propio comunicado y que cada comunicado es alterado por el mensaje de otro elemento cultural elaborado en distinto momento histórico. “Es como si aquellos textos fueran uno solo y no los fragmentos que el investigador conjunta en su argumento”.[4]

El problemas es que el investigador, al fragmentar los artificios, al observar unos y desechar otros, sólo ve el paisaje que deseamos ver. Esta afirmación de Joan Nogué nos lleva a la idea de que existen paisajes incógnitos o invisibles que no se pueden ver o que requieren ciertas herramientas metodológicas para poder observarlos. Por lo tanto, el paisaje es hoy y ayer, presente y pasado, y el ayer -el pasado- entra en la categoría de lo no visible a simple vista; entra en la categoría de lo casi invisible, aunque siempre presente: son las herencias históricas, las continuidades, las permanencias, los estratos superpuestos de restos de antiguos paisajes. El paisaje es un extraordinario palimpsesto constituido por capas centenarias, a veces milenarias.[5]

Para nuestro caso, las ideas y la aplicación de la desamortización del siglo XIX generaron un paisaje de la propiedad de la tierra donde las formas corporativas o comunitarias de la tenencia de la tierra comenzaron a dar paso a una comunidad compuesta por ciudadanos y basada en formas de propiedad privada (Roseberry, 2004: 43). Sin embargo, el paisaje de la desamortización está invisible frente al paisaje que domina actualmente el campo mexicano y que es el del reparto ejidal. Para poder hacerlo visible, la cartografía que vamos a elaborar sobre el proceso desamortización del pueblo de Pajacuarán fue necesario buscar algunos de los artificios construidos antes, durante y después de este periodo. ¿Cuáles son los trazos o artificios que utilizaremos en este trabajo? ¿Dónde y cómo es posible encontrarlos?

La cartografía

Para generar el plano del reparto de Pajacuarán, al que denominamos el plano de la desamortización, tuvimos que observar el espacio donde habitaron, desde hace miles de años, diferentes grupos sociales. Entendimos que el pueblo de Pajacuarán se localizaba en una ciénega que, además de permitirles las actividades de pesca y casa, les ofrecía la posibilidad de aprovechar el tule. Dada su condición de ciénega, los espacios de cultivo eran escasos y, desde el periodo colonial, habían sido motivo de disputa con latifundistas, hacendados, arrendatrios y otros pueblos indígenas. La demasía de agua o la escasez de la misma dependiendo del temporal de lluvias, permitió que las partes no inundadas fueran ocupadas por los indígenas o trabajadores de las haciendas.

Además del aprovechamiento de la ciénega y de las islas e islotes, el resto de las propiedades del pueblo de Pajacuarán se localizaban precisamente en las serranía inmediata a la ciénega. Por lo tanto, el reparto se realizó sobre la laguna o ciénega, las islas e islotes y la serranía. Este espacio fue identificado por los miembros de la comisión como parte de los bienes del pueblo y se le tuvo que poner un precio para proceder al reparto. Esta misma valoración sobre las distintas clases de tierra fue considerada por el ingeniero Ochoa Villagómez y sobre esta base se fraccionó en partijas para cada uno de los indígenas. También suponemos que las mediciones pudieron dar origen a un plano oficial. El problema es que no tenemos el plano y a nosotros nos interesa ver no sólo la extensión de la propiedad del pueblo, también nos interesa ver cómo se repartió la propiedad, qué terrenos se tuvieron que vender para costear el reparto, dónde están localizados, cuál es el impacto del reparto por familias extendidas, cómo pudo esta forma de reparto contribuir a la diferenciación social dentro del pueblo de Pajacuarán, cómo se repartió la laguna, entre otras muchas preguntas.

El uso de cartografía antígua y contemporánea georreferenciada en un Sistema de Información Geográfica; el empleo de fotografía satelital, el goce del trabajo de campo, el papel de las entrevistas y la práctica de la arqueología de superficie nos permiten reconocer e identificar las islas, islotes y potreros como el territorio donde es posible encontrar la manifestación del reparto. Pero muchas de las islas e islotes y aun la propia laguna son elementos naturales que pueden o no tener elementos culturales. Los artificios o trazos hechos por el hombre como los caminos, zanjas o acequias, la cercas o la roturación del suelo son elementos fácilmente identificables.

A una escala adecuada, una imagen de satélite, una fotografía aérea o cierta cartografía antigua de finales del siglo XIX, nos revelan un patron de tierras que forman polígonos, en el caso de Pajacuarán son polígonos rectangulares, en otros pueblos son cuadrados. Estos polígonos nos muestran evidencia del reparto si observamos con cuidado las lineas punteadas que salen de las serranía.

Mapa 1. Indicación de las hijuelas en la sierra de Pajacuarán en un plano de 1905

Fuente: Mapa de las obras proyectadas para la desecación de la Ciénega de Chapala AHA, Aprovechamientos Superficiales, c. 2, exp. 391271.


Los datos de esta primera observación se complementan con los recorridos de campo, la arqueología de superficie y las entrevistas y nos enseñan que los poligonos están formados por la presencia de cercas de piedra que se hicieron para distinguir la propiedad de la tierra.

Imagen 1. Cercas en el potrero de Tecomatán

Fuente: Fotografía tomada por José Ignacio Manterola, 2002.


En el caso de que no haya cercas de piedra, podemos encontrar cercas de alambre como un artificio colocado mucho después del reparto o incluso la roturación del terreno del cultivo para delimitar la propiedad.

Imagen 2. Roturación de terreno como elemento cultural

Fuente: Fotografía satelital  de Google Earth, 2021.


Con estos hechos culturales que se han mantenido a través del tiempo, hemos logrado reconstruir las partijas familiares y particulares en los potreros de La Caballeriza, La Angostura, Romerillo, Tecomatán, Sur del Fundo Legal, El Chacalote y otros.

Siguiendo el mismo proceso metodológico de la lectura del paisaje pudimos localizar caminos, zanjas o acequias que en los documentos del reparto son identificados como límites de algunas hijuelas. Más complicado fue la posibilidad de darle el orden específico que se le dio al reparto de tierras entre cada uno de los excomuneros. ¿Cómo vincular lo que vemos en el paisaje con la forma en que históricamente se dio el reparto? ¿Cómo intentar dar orden al reparto tratando de identificar que la partija dada a la familia “X”, “Y” o “Z” dentro del potrero “M” es lo que nosotros pudimos identificar en nuestro plano?

Mapa 2. Partijas de los poteros de La Angostura, Caballeriza y Romerillo

Fuente: Colmich Cartográfico.


Frente a la distancia temporal entre el investigador y los indígenas de Pajacuarán que participaron en el reparto, el procedimiento metodológico fue ver las colindancias de las hijuelas en dos potreros vecinos y definir dónde terminaba el reparto de un indígena e iniciaba otra hijuela pero en un potrero distinto. Para lograr mayor precisión tuvimos que hacer una base de datos con cada partija, buscando los elementos geográficos que aparecen en los padrones: número de partija o número en el orden del padrón, nombre del indígena, potrero en donde se le reparte tierras, tipo de tierra, medidas de fondo y medidas de frente y colindancias. Sin haber concluido el trabajo de hubicación de cada partija, los avances que hicimos nos abren la posibilidad de poder hacer un plano del reparto.

Para concluir, es necesario reconocer que hay componentes importantes sobre el reparto que no es posible verlos sólo a través de los planos, como el que aquí se ha tratado de elaborar a partir de los textos escritos. Uno de estos elementos es la presencia e influencia de la familia extendida en la forma en que se repartieron los terrenos. Por el tamaño de cada fracción repartida y su valor monetario dependiendo del tipo de tierra de que se tratara, una familia compuesta de una persona difícilmente se podría mantener con las tierras adjudicadas y es probable que estos indígenas las vendieran, rentaran o las hipotecaran. Pero una familia compuesta por cinco o diez indíviduos que contaba con terrenos colindantes entre sí, tendrían mejores posibilidades de subsistir y de hacer palpable la diferenciación social dentro del pueblo.

Hay otra circunstancia que aparece en el caso de Pajacuarán, que como posibilidad se puede aplicar a otros pueblos. Se trata de los comentarios que se hicieron cuando se estaba buscando la forma en que se haría el reparto. Las tierras que al final de cuentas se repartieron en partijas fueron las mismas tierras que en su conjunto explotaba el jefe de la familia extendida antes del proceso de desamortización. Por lo tanto, el reparto legitimó los derechos de propiedad que tenían los indígenas de las tierras de común repartimiento.

Bibliografía


Boehm, Brigitte (2006), “El lago de Chapala, su ribera norte. Un ensayo de lectura del paisaje cultural”, en Brigitte Boehm Schoendube, Historia ecológica de la cuenca de Chapala, México, El Colegio de Michoacán-Universidad de Guadalajara, pp. 193-226.

Craib, Raymond B. (2013), México Cartográfico. Historia de los límites fijos y paisajes fugitivos, México, UNAM, Instituto de Geografía, Centro de Investigaciones sobre América del Norte.

Kouri, Emilio (2004), A Pueblo Divided. Busines, Property, and Community in Papantla, México, Stanford, California, Stanford University Press.

Martínez de Pisón, Eduardo (2009), Miradas sobre el paisaje, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva.

Recopilación de leyes, decretos, reglamentos y circulares expedidas en el estado de Michoacán. Formada y anotada por Amador Coromina, oficial 4 o de la Secretaría de Gobierno, t. II, de 13 de agosto de 1825 á 3 de agosto de 1827, Morelia, Imprenta de los Hijos de I. Arango, 1886.

Recopilación de leyes, decretos, reglamentos y circulares expedidas en el estado de Michoacán. Formada y anotada por Amador Coromina, oficial 4 o de la Secretaría de Gobierno, t. XI, de 5 de enero de 1850 a 26 de diciembre de 1851, Morelia, Imprenta de los Hijos de I. Arango, 1886.

Recopilación de leyes, decretos, reglamentos y circulares que se han expedido en el estado de Michoacán. Formada y anotada por Amador Coromina, director del Archivo General y Público del Estado, t. XXXVI, de 29 de septiembre de 1900 a 30 de agosto de 1902, Morelia, Talleres de la Escuela Industrial Militar Porfirio Díaz, 1903.

Roseberry, William (2004), “’El estricto apego a la ley.’ La ley liberal y los derechos comunales en el Pátzcuaro del porfiriato”, en Andrew Roth (ed.), Recursos contenciosos. Ruralidad y reformas liberales en México, Zamora, México, El Colegio de Michoacán, pp. 43-84.

Sánchez Rodríguez, Martín (2017), “Desamortización y blanqueamiento del paisaje en la ciénega de Chapala, Jalisco-Michoacán”, en Antonio Escobar Ohmstede, Romana Falcón y Martín Sánchez Rodríguez, La desamortización Civil desde perspectivas plurales, México, El Colegio de México-El Colegio de Michoacán-CIESAS, pp. 317-350.

  1. De acuerdo con el Diccionario de Autoridades de 1734, en su sexta acepción, se denomina hijuela al “instrumento que se da a cada uno de los herederos del difunto, por donde consta los bienes y alhajas que les toca en la partición”. https://apps2.rae.es/DA.html (consultado el 16 de abril de 2022).
  2. De acuerdo con la Real Academia Española de la Lengua, la partija significa partición o repartimiento, especialmente de una herencia. https://dle.rae.es/partija?m=form. Consultado el 20 de abril de 2022.
  3. Martínez de Pisón, 2016: 14.
  4. Boehm, 2006: 172.
  5. Nogué, 2016: 20.