De vacunas e influenzas: polarización y desencuentros

Eduardo L. Menéndez: De Vacunas e Influenzas: Polarización y Desencuentros Técnicos e Ideológicos (en J. Frohlich, C. García y O. Romaní (Edits.) (2020), Medicamentos, cultura y Sociedad, Tarragona, Univ. Rovira I Virgili :297-332.

https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7634506 


Considero que uno de los problemas metodológicos y sobre todo ideológicos que observamos actualmente, respecto de los procesos de salud/enfermedad, es la fuerte polarización que se da entre las interpretaciones, críticas y propuestas que realizan diferentes actores sociales respecto de determinados problemas y procesos. En este texto analizaré los desencuentros y oposiciones que se dieron en torno a la epidemia de influenza A(H1N1) que se desarrolló en 2009/2010; y lo haremos a través de la defensas y de las críticas que se organizaron en torno a los usos de vacunas y antivirales, para llegar a algunas conclusiones sobre el significado de dichas opciones

Palabras clave: epidemias,pos verdad,relaciones sociales,vacunas

Resumen

Considero que uno de los problemas metodológicos y sobre todo ideológicos que observamos actualmente respecto de los procesos de salud/enfermedad,es la fuerte polarización que se da entre las interpretaciones,críticas y propuestas que realizan diferentes actores sociales respecto de determinados problemas y procesos.En este texto analizaré los desencuentros y oposiciones que se dieron en torno a la epidemia de influenza A(H1N1) que se desarrolló en 2009/2010;y lo haremos a través de la defensas y de las críticas que se organizaron en torno a los usos de vacunas y antivirales, para llegar a algunas conclusiones sobre el significado de dichas opoiciones

Palabras clave: epidemias,pos verdad,relaciones sociales,vacunas

Abstract

I think that one of the methodological and,specially ,ideological problems that we are currently facing with regard to health/disease process,is the strong polarization between the interpretations,criticisms and proposals made by different social actors in relation to certain problems and processes.In this paper,I will analyze the disagreements and oppositions that occurred around the epidemic of influenza A(H1N1) that was developed in 2009/2010.I will do it through the defense and the criticisms that were organized around the use of vaccines and antivirales,in order to reach some conclusions about the meaning of these oppsitions.

Keywords: epidemies,post truth,social relations,vaccines

CV

Eduardo L. Menéndez es argentino, pero trabaja en México desde 1976. Es licenciado en Ciencias Antropológicas (1963) y Doctor en Antropología (1990) por la Universidad de Buenos Aires, y Maestro en Salud Pública por la  Escuela de Salud Pública de México (1982). Ha recibido el Doctorado Honoris Causa de la Universitat Rovira i Virgili (Catalunya) y de la Universidad Nacional de Rosario (Argentina). Es profesor emérito del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social  (CIESAS)  donde trabaja como profesor/investigador desde 1977. Ha publicado  27 libros, 102  artículos en revistas académicas, y 101 capítulos de libros, sobre temáticas de Antropología Médica. Sus  principales libros son: Cura y control (1979), Poder, estratificación social y salud (1981), Hacia una práctica médica alternativa (1983), Antropología Médica. Orientaciones, desigualdades y transacciones (1990), Morir de alcohol (1990), La parte negada de la cultura (2002), Miedos, riesgos e inseguridades (2007), De sujetos, saberes y estructuras (2009), Los racismos son eternos (2017).

DE VACUNAS E INFLUENZAS: POLARIZACIÓN Y DESENCUENTROS TÉCNICOS E IDEOLÓGICOS

Eduardo L. Menéndez

Considero que uno de los problemas metodológicos y sobre todo ideológicos de las ciencias antropológicas y sociales actuales, pero también de la medicina social y de la salud pública, es la fuerte tendencia a la polarización de interpretaciones y propuestas que observamos respecto de casi todo proceso económico, político o cultural. Y, especialmente, de los referidos a los procesos de salud/enfermedad/atención-prevención, (de ahora en adelante procesos de s/e/a-p). Los cuales, suelen ser leídos por diferentes sujetos y grupos, no sólo en forma opuesta sino contradictoria, a partir de posiciones teórico/ideológicas preestablecidas, que frecuentemente no son explicitadas por los analistas. Por lo tanto, en este trabajo analizaré los distanciamientos y oposiciones que se dieron en torno a la epidemia de influenza A(H1N1) que se desencadenó en México en 2009, observando los discursos/narrativas/representaciones sociales que toda una variedad de sujetos/actores sociales, organizados en dos grupos, generaron respecto de los usos de vacunas y antivirales (Nota 1). Pero además ,observando estas oposiciones a través de las interpretaciones y acciones que se generaron respecto del retorno de enfermedades infectocontagiosas que habían sido controladas, -por lo menos, en la mayoría de los países desarrollados-, y el papel de las vacunas; discusión que se incrementó a raíz de las polarizaciones gestadas en torno a la nueva influenza tipo A.

A finales de abril del 2009, México declaró la alerta sanitaria ante el surgimiento de una nueva influenza que estaba cobrando características epidémicas, y que, en pocos días, sería definida como A(H1N1). El gobierno y el sector salud mexicano aplicaron de inmediato una serie de medidas preventivas inéditas para México, que supusieron el cierre durante casi tres semanas de las instituciones educativas en los tres niveles formativos, así como de cines, teatros, estadios de futbol, misas religiosas, restaurantes y otras actividades de servicio. Pero los criterios utilizados para la declaración de epidemia y más tarde de pandemia, la tardanza en informar a la población mexicana, a la Organización Mundial de la Salud (OMS), y a los países miembros de la misma; la inicial atribución incorrecta de un alto número de muertos a la nueva influenza; así como el tipo de medidas preventivas aplicadas, fueron dura y constantemente criticadas, hasta considerar inclusive, que la nueva influenza no existía y que constituía un hecho exclusivamente mediático impulsado por el gobierno a través del sector salud.

Frente a estas y a otras críticas, la Secretaría de Salud de México, la OMS y otras instituciones defendieron lo actuado por México a través de argumentos técnicos que dieron lugar a una fuerte polarización entre los que cuestionaban y los que apoyaron las acciones del sector salud mexicano y de la OMS (Menéndez 2014, 2015). En estas discusiones se involucraron por una parte los más altos funcionarios del sector salud mexicano y de las organizaciones internacionales, especialmente la OMS, así como el presidente de México, salubristas y especialistas en enfermedades infectocontagiosas del sector salud mexicano, así como los responsables del sector salud de otros países, especialmente de los EEUU. Y por otra, representantes de la medicina social crítica nacionales y extranjeros, periodistas nacionales especializados en procesos de s/e/a-p, y una gran variedad de intelectuales que opinaron en periódicos y revistas populares y académicas sobre un problema que -hasta ese momento- no parecía interesarles demasiado, por lo menos a través de sus publicaciones (Nota 2). En el primer grupo, el principal criterio de inclusión fue la defensa de lo actuado por el sector salud mexicano y la OMS, mientras en el segundo, fue la crítica a dichos desempeños la que los unificó.

Desencuentros, polarizaciones y medicamentos

La polarización interpretativa entre estos dos sectores respecto de las vacunas se expresó a través de muy diferentes aspectos. Como sabemos, la biomedicina y especialmente el salubrismo considera las vacunas como el principal medio para prevenir enfermedades infectocontagiosas, y, por lo tanto, trata de impulsar el diseño y aplicación de vacunas para prevenir y reducir los efectos de numerosas enfermedades; incluidas las que operan exclusivamente en ciertas regiones marginadas, como, por ejemplo, es el caso de la melioidosis, que en Thailandia constituye la tercera causa de muerte por enfermedades contagiosas, y respecto de la cual recientemente investigadores de la Universidad de Exeter (Reino Unido) diseñaron una vacuna para prevenirla. Lo cual, si bien ha ocurrido, constituye, según los críticos, un hecho casi excepcional, dado que los investigadores y la industria químico/farmacéutica (IQ/F) no se dedican a diseñar y producir vacunas para las enfermedades que operan en forma local en los países que antes se denominaban del Tercer Mundo, sino para las sociedades que tienen capacidad de compra.

Las vacunas, según los epidemiólogos, evitan miles de muertes y millones de casos de enfermedades; según analistas, en los países pobres, las vacunas infantiles habrían salvado 20 millones de vidas, prevenido 500 millones de casos de enfermedad, y 9 millones de casos de discapacidad entre el 2001 y el 2016 (Ozawa et. al., 2017). A su vez, la OMS en 2016, sostiene que la inmunización previene cada año entre 2 y 3 millones de defunciones por difteria, tétanos, tos convulsa, y sarampión. Pero además, las vacunas son posiblemente el instrumento médico más valioso en términos de costo/beneficios, y según Ozawa et. al. (2017), las vacunas habrían ahorrado durante el lapso señalado 350,000 millones de dólares en costos de atención de las enfermedades, sosteniendo que prevenir es más barato que atender los padecimientos.

Médicos sin Fronteras sostiene en 2016, que cada año mueren 1,500,000 niños por enfermedades que podrían fácilmente evitarse con vacunas a aplicarse durante el primer año de vida. En el caso de México, en la temporada invernal 2016/2017, se detectaron 3,705 casos de influenza y hubo 285 defunciones por dicha enfermedad, y, según el sector salud, ocho de cada diez enfermos de influenza no se habían vacunado (LJ 18/03/2017). Lo cual es refrendado constantemente por estudios realizados en los EEUU, donde se concluye, que las consecuencias de la influenza son mucho más severas entre los no vacunados. En dicho país, según una encuesta aplicada en 2015 a tres mil médicos, el 92% de los mismos consideró que el retorno del sarampión se debió a que los padres no vacunaron a sus hijos.

En general, los epidemiólogos y los médicos especialistas, en particular los pediatras, consideran que la reaparición de toda una serie de enfermedades infectocontagiosas -y no sólo del sarampión-, se debe a la falta de vacunación; y así, la tos convulsa, la escarlatina, la parotiditis, la rubeola, la difteria, la varicela, tendrían relación con la falta de vacunación; más aún, los pediatras norteamericanos atribuyen el fallecimiento por influenza de la mayoría de los niños y adolescentes a que no estaban vacunados (Flannery et. al., 2017). Ellos señalan que, en gran medida, esta caída de las tasas de vacunación se debe al gran éxito de las vacunas, dado que los niños ya no mueren por ‘muertes evitables’, tal como ocurría antes del desarrollo y uso de las vacunas. Aseveración, y lo subrayo, que ha sido constantemente cuestionada.

Pero además, los especialistas sostienen que muchas vacunas, incluida la de la influenza estacional, aumentarían la inmunidad contra varios tipos de cepas, inclusive protegería de la neumonía (Oshansky, 2014). Más aun, investigadores europeos han prometido en 2014 el diseño de una vacuna universal contra la influenza. Ahora bien, la mayoría de los investigadores y salubristas no niegan determinadas consecuencias negativas de las vacunas, considerándolo un hecho preocupante, pero no obstante, secundario comparándolo con los beneficios de las mismas. Y sobre todo, proponiendo que dichos problemas tienen solución, con el mejoramiento de la seguridad y eficacia de las vacunas.

Además, los salubristas y especialmente la OMS, ponderan un hecho del proceso vacunatorio, y me refiero a la solidaridad social que implica la vacunación; ya que parten del supuesto de que la inmunización colectiva evita no sólo la enfermedad en el sujeto vacunado, sino que crea espacios sociales libres de contagio. Es decir, al protegerme, protejo a los demás constituyéndose en un proceso de solidaridad colectiva, más allá de que los sujetos tengan o no conciencia de ello. Por lo cual, lo necesario es hacerlo consciente.

Las consideraciones y propuestas técnicas e ideológicas enumeradas respecto de las vacunas han sido apoyadas por la OMS y sus oficinas regionales, UNICEF, los sectores salud de la casi totalidad de los países, así como por la mayoría de las asociaciones médicas; pero, y lo subrayo, también por la mayoría de la población de por lo menos los países desarrollados y medianamente desarrollados, más allá de sus orientaciones políticas. Y por eso, por ejemplo, en países donde la vacunación ha dejado de ser obligatoria como es el caso de España, la gran mayoría de la población se vacuna voluntariamente. Reiterados estudios realizados en los EEUU, concluyen, que pese al desarrollo del movimiento antivacunas, la mayoría de la población no sólo se vacuna sino que apoya la vacunación, tal como ocurrió nuevamente en México durante la epidemia de A(H1N1) (Vega Franco 2009).

Estos presupuestos y adhesiones contrastan con lo sostenido por toda una serie de analistas respecto de lo ocurrido con las vacunas durante dicha epidemia, ya que, habría generado toda una serie de consecuencias negativas. Y al respecto, varios de los críticos recordaron lo ocurrido con la epidemia de influenza tipo A desarrollada en los EEUU en 1976, y que dio lugar a centenares de casos del síndrome de Guillain-Barré; síndrome que fue buscado durante 2009/2010 por los críticos en el caso de México, pero sin encontrarlo. Ahora bien, según una parte de los críticos, casi toda vacuna generaría algún tipo de padecimiento; y así, las diferentes vacunas han sido acusadas de generar asmas infantiles, sangrado de retina, síndrome de mortalidad súbita infantil, meningitis, daño cerebral, muerte en adolescentes, narcolepsia, desarrollo de sexualidad precoz, y, en el caso de varias -incluida la de la influenza- de generar la propia enfermedad contra la que se vacuna.

Considero que el momento culminante de este tipo de críticas contra las vacunas lo constituyó la publicación en la revista The Lancet en 1998 del ‘estudio’ realizado por el Dr. Andrew Wakefield, según el cual la vacuna triple (contra sarampión, paperas y rubeola) produciría un nuevo síndrome que combina síntomas gastrointestinales y autismo, y que, fue recordado a su vez, por los defensores de la vacuna contra la nueva influenza. Fueron trabajos publicados en el British Medical Journal (BMJ) entre 2009 y 2015, los que analizaron y denunciaron con mayor profundidad este fraude (Cohen y Carter, 2010), y cuyos argumentos fueron reproducidos por los medios: “Estudios posteriores demostraron una y otra vez que no existía relación entre las vacunas y el autismo. El asunto dio un vuelco en 2004, cuando B. Deer, periodista de The Times, tras entrevistar a las familias de los niños participantes en el estudio, publicó que el trabajo había sido un fraude orquestado voluntariamente por Wakefield, quien había recibido financiamiento de abogados que pretendían demandar a las farmacéuticas, entre otras cosas”(Público 22/06/2011). Estas críticas condujeron a que el Consejo General de Médicos del Reino Unido realizara una auditoria, que lo llevó a concluir el 28 de enero del 2011, que el gastroenterólogo Andrew Wakefield había actuado en forma deshonesta e irresponsable en la realización de su estudio, inhabilitándolo de por vida para ejercer la medicina.

Pero pese a esta decisión ampliamente difundida, la influencia de este ‘estudio’ continuó hasta la actualidad, ya que Wakefield, inclusive a través de textos y de películas, no sólo siguió insistiendo en la relación vacuna triple/autismo, sino que, acusó constantemente a los defensores de las vacunas de oponerse a toda discusión sobre las consecuencias negativas de las mismas, señalando la intolerancia de estos sectores, y su falta de autocrítica. Lo cual ha sido uno de los argumentos más fuertes del movimiento antivacuna.

Ahora bien, estos y otros cuestionamientos se caracterizan por tener muy diferentes orientaciones, que organizamos en cuatro grupos, que -y lo aclaro- constituyen construcciones provisionales. El primero, cuestiona las vacunas porque generan o pueden generar enfermedades; por la falta de ‘seguridad’ en el diseño y aplicación de las vacunas; porque las vacunas se aplican cada vez más a más grupos de edad y de riesgo; porque se ha ampliado cada vez más el número de vacunas pasando en pocos años de 6 a 11 y hasta 14 vacunas recomendadas, siendo varias de ellas obligatorias en muchos países. Porque las vacunas no dan inmunización a todos los sujetos vacunados, siendo en algunos casos la inmunización relativamente baja. Es decir, los agrupamos porque en ellos domina una perspectiva técnica, que puede ser el punto de partida para incluirse en el segundo o cuarto grupo.

Un segundo grupo, sostiene que los análisis epidemiológicos han evidenciado que en los países europeos la mortalidad por enfermedades infectocontagiosas comenzó a descender constantemente desde mediados y finales del siglo XIX, mucho antes de que hubiera vacunas (Mckeown, 1976); considerando que la enfermedad y mortalidad no se reducen o previenen por las vacunas, sino por la higiene, alimentación, calidad y forma de vida. Sostienen, por lo tanto, que, la morbimortalidad no se da por falta de vacunación, sino por la situación de pobreza, carencias básicas y exclusión en que vive una parte de la población. Consecuentemente, para otros, la reaparición de epidemias y/o la generación de nuevas epidemias se deberían a cambios en el medio ambiente, impulsado por factores económicos y sociales.

Hay un tercer grupo, que no se vacuna porque cree que las enfermedades como la influenza son ‘benignas’, y se curan solas, es decir, no requieren vacunas; habiendo otras personas que no se vacunan porque nunca han tenido este tipo de enfermedades o sólo han sufrido un impacto muy débil. No se vacunan porque consideran que son enfermedades que se repiten, sobre todo en los niños, todos los años, es decir, son parte normal de la vida, sin demasiadas consecuencias. Además, no se vacunan, porque estos sujetos han observado que cada vez se muere y se discapacita menos la gente por enfermedades que ‘antes’ eran letales, pero considerándolo un proceso normal, y no debido a los efectos de la vacunación. Son “padres que empiezan a evaluar el riesgo real o imaginario de las vacunas, más que el riesgo de enfermar”. No inmunizan además, por el gran número de vacunas que tienen que aplicar sobre todo a sus hijos, y cuyo número no deja de aumentar, y que afecta sus actividades cotidianas, o por lo menos sus ‘tiempos de vida’. Y hay casos en que no se vacuna por comodidad y desidia.

En el cuarto grupo, hemos reunido a los que rechazan la vacunación por razones religiosas, sociales o ideológicas, y dentro del cual colocamos al movimiento antivacunas; que, si bien se ha desarrollado desde mediados del Siglo XIX en varios países europeos, ha cobrado nuevo auge desde la década de 1960 y 1970. El incremento se ha debido a varios factores, desde el surgimiento de tendencias fuertemente antimédicas de tipo ideológico, hasta el desarrollo correlativo de medicinas alternativas; así como al impacto creciente de las denominadas ‘redes sociales’, que como sabemos son usadas tanto para el bien como para el mal, y sobre la cual se ha montado el movimiento antivacunas. Estos son los grupos que más se caracterizan por el rechazo intencional a las vacunas, y que tienen muy diferente orientación; incluimos en él -como lo señalamos- a sectores que se oponen por razones religiosas y que operan tanto en países como los EEUU u Holanda, como en toda una serie de grupos étnicos africanos, asiáticos o americanos. Dentro de este grupo, ubicamos a los que por diversas razones, básicamente de tipo ideológico/político, desconfían de los gobiernos, de los funcionarios, de los medios que tratan de manipular a los sujetos y grupos en función de objetivos propios, ya sea para justificar acciones políticas, o para cumplir objetivos económicos, siendo uno de los sectores más cuestionados el que corresponde a la IQ/F acusada junto con el sector biomédico de impulsar un proceso de medicalización que ‘produce’ enfermedades que requieren de medicamentos. Salvo los grupos religiosos, los demás suelen manejar los argumentos que maneja el primer grupo.

Por lo tanto, en torno al rechazo/oposición a las vacunas han convergido diferentes actores sociales por objetivos e ideologías no sólo diferentes sino a veces contradictorias, pero en ciertos aspectos complementarias. Así los estudios específicos, han demostrado que quienes más rechazan intencionalmente la vacunación son determinados grupos religiosos, como los del ‘cinturón calvinista’ de los Países Bajos; personas de sectores sociales medios y medios altos con alto o medio nivel educativo en países como los EEUU, intelectuales y profesionales críticos que cuestionan las tendencias médicas dominantes y su colusión con los intereses económicos de la IQ/F, como en el caso de la sociedad francesa; sectores sociales conservadores que apelan en unos casos a la libertad individual de decidir, y en otros, que viven las epidemias y las enfermedades en general como un designio divino. Y, por último, una parte del personal de salud, especialmente los médicos.

Y, este último punto es relevante, porque en el caso de México, el rechazo a vacunarse para prevenirse de la influenza A(H1N1) no vino de la población sino del personal de salud mexicano; lo cual fue reconocido en varias ocasiones por el secretario de salud de dicho país, quien estimó que el 40% del personal no se vacunó ni con la vacuna estacional, ni con la nueva vacuna específica, lo cual se detectó también en otros países latinoamericanos y europeos. Recordando que, el personal de salud constituye un grupo de riesgo, para algunas interpretaciones el más vulnerable e importante de dichos grupos, dado que está expuesto continuamente a ser contagiado, así como a contagiar a sus familiares y especialmente a sus compañeros de trabajo generando ausentismo y discapacidades, lo cual sabe el personal de salud.

La principal razón aducida para no vacunarse fue “el temor a los efectos secundarios”, lo cual pudo observarse en varias partes del país: “Al menos 2,500 médicos de Nuevo León rechazan que se les administre la vacuna contra la influenza A(H1N1), al igual que 600 galenos del Hospital Civil Aurelio Valdivieso de la capital de Oaxaca, por temor a efectos secundarios de la inmunización”. Se atribuye esta reacción a que se difundieron por internet noticias sobre consecuencias negativas de la vacuna en la salud de algunos facultativos; según estos mensajes, la vacuna habría generado en un médico “el síndrome de Guillain-Barré, un trastorno autoinmunitario, que origina inflamación, debilidad muscular y parálisis (Vélez y García, 2010 ).

Ante esta situación, las autoridades sanitarias mexicanas declararon que, la actitud del personal de salud se basó en “información totalmente falsa que personal médico y de enfermería conoció en revistas e internet” (Vélez y García 2010). El secretario de salud comunicó además que, “hasta ahora se ha conocido un solo caso del síndrome de Guillain-Barré asociado a la aplicación de la vacuna, lo cual no es raro, sobre todo si se toma en cuenta que en el país existe el padecimiento con o sin vacunación” (Cruz Martínez, 2010a). Es importante reiterar que, en el material periodístico consultado, la información sobre el rechazo a vacunarse se concentra en el personal de salud, con muy escasas referencias a la población.

Ahora bien, el rechazo a vacunarse por el personal de salud mexicano, resulta interesante por dos razones; primero, porque encuestas aplicadas a dicho personal encontraron que tuvieron miedo a contagiarse por la influenza A(H1N1) ( Turati 2009, Velázquez Pérez et. al., 2009). Y segundo, porque si bien la razón de no vacunarse aparece atribuida por la Secretaría de Salud al efecto de rumores por internet (Secretaria de la Salud 2010), ocurre que, incluso personal de más alto nivel educativo decidió no vacunarse, según señalan más o menos asombrados varios especialistas. Y así, por ejemplo, en uno de los más importantes centros de atención e investigación biomédicos de México -el Instituto Nacional de la Nutrición-,”no resultó fácil que se vacunara el personal de salud, pues los rumores infundieron temor incluso en personal de alto nivel educativo formal. Y a pesar de campañas de información y difusión sobre seguridad, no se logró incrementar la tasas de vacunación” (Sarti et. al., 2009: 295).

Si bien, el rechazo a la vacuna tanto a nivel general, como del personal de salud se habría generado sobre todo a través de mensajes por internet; sin embargo, según el secretario de salud “hemos podido contrarrestarlo bien. Hicimos una encuesta que dijo que el 86% de las personas tenía confianza en la vacuna”; y, reiteró sobre la calidad del antígeno:” Hasta ahora se han reportado 169 reacciones adversas, de las que 101 corresponden a la vacuna contra la nueva gripe, y ninguna ha sido grave” (Cruz Martínez, 2010b). No obstante, la desconfianza continuó durante 2009 y los primeros meses de 2010, expresándose a través de un senador del partido de la revolución democrática (PRD) miembro de la Comisión de Salud del senado de la República Mexicana, quien dijo:”que él no se aplicó la vacuna contra la influenza A(H1N1), porque no confía en ella, como tampoco lo hacen los mexicanos”( Cruz Martínez, 2010b). Pero lo cierto, es que la mayoría de la población tendió a vacunarse, mientras el rechazo estuvo concentrado en personal de salud, en intelectuales y en políticos opositores al partido gobernante, subrayando que en el caso de México no operó ningún movimiento social antivacuna.

Las razones aducidas para no vacunarse no son recientes, y han dado lugar en varios países, a una suerte de movimiento médico y sobre todo popular contras las vacunas (ver Delarue 1977). Esta actitud movimientista tuvo un momento de fugaz presencia en los medios de comunicación mexicanos a través de la difusión de un video elaborado por la médica y monja benedictina, Teresa Forcades, quien “cuestiona la eficacia y seguridad de la vacuna e invita a la gente a rechazarla”, según un balance hecho dos años después del impacto de la epidemia; y que recuerda que la propuesta de Forcades “levantó polémica entre epidemiólogos y virólogos”, señalando que “la monja tuvo su momento de gloria al clausurar a finales de noviembre de 2009 en Barcelona el segundo Congreso de Ciencia y Espíritu” y concluyendo que, “El Congreso reunió lo mismo a los partidarios de las teorías de la conspiración, místicos, estudiosos de la Biblia de la era cuántica, que a visionarios de espíritu de la naturaleza y maestros extraterrestres” (L J 15/04/2011(68).

Como vemos en esta crónica, Forcades deja de ser médica y es interpelada como monja, connotando el artículo sus orientaciones místico/paranoicas como si fuera fruto exclusivo de esta médica, cuando gran parte de sus propuestas expresaban las reacciones que se dieron por parte del personal de salud en varios países europeos, y especialmente en España. Y así, un analista sostiene en 2010 que, en Europa ni la población ni los médicos se vacunaron contra la nueva gripe, pero que, sólo en España hubo una reacción profesional y científica contra las decisiones del sector salud español y la OMS (Gervás, 2010: 134; Gervás y Pérez Fernández, 2013). Concluyendo que, la influenza A(H1N1) no fue una epidemia letal sino leve, que fue inflada por intereses económicos de la IQ/F. Y, junto con esta aseveración, otros documentos publicados y no publicados en España harán otras consideraciones sobre la eficacia incierta de la vacuna estacional y la nueva vacuna, sobre el manejo compulsivo e innecesario del sector salud respecto de la atención de las personas con influenza, o, sobre el cambio en la definición de pandemia. Pero, los dos principales señalamientos refieren a la bajísima mortalidad que genera la nueva influenza, y, a la posibilidad o seguridad de la complicidad entre funcionarios de la OMS y la IQ/F, lo cual fue denunciado por varios analistas, inclusive por la Dra. Forcades, quien señala que la OMS se niega a hacer públicos los nombres de los miembros del comité que propuso la alerta pandémica en el nivel 6, para ocultar su colusión con la IQ/F (Forcades y Vila, 2010). Lo cual retomaremos más adelante, señalando que, en México, no hubo una reacción corporativa médica de denuncia como en el caso español, sino una decisión silenciosa de no vacunarse por una parte significativa del personal de salud.

Pero además, se reiteró la denuncia de que la vacuna contra la influenza A(H1N1) generaba una serie de padecimientos, lo que fue desmentido por varios estudios, algunos de los cuales se publicaron en el British Medical Journal en los años siguientes a la epidemia. Ahora bien, entre 2011 y 2017, no sólo reaparecerá con fuerza y con graves consecuencias la influenza A(H1N1) en varios países, sino que emergerán una serie de posibles y reales epidemias como la del virus del Évola, así como el retorno de viejas epidemias, lo que condujo persistentemente a señalar el alto porcentaje de personal de salud que a nivel mundial no se vacuna respecto de toda una variedad de enfermedades, incluidas las que tratan con mayor frecuencia a nivel de atención primaria. Y así, un informe de las Oficina Regional Europea de la OMS de octubre de 2016, sostiene que para la temporada 2014/2015, la mayoría de los países miembros informan que más del 35% de los trabajadores de la salud no se aplicaron vacunas. Y esto se discutió sobre todo en Europa, y los EEUU, pero mínimamente en países como México. En el caso de los EEUU, la necesidad de que los médicos se vacunen se sustentó en dos consideraciones; primero, en que por ejemplo, los pediatras son los actores sociales que tienen más influencia sobre las decisiones que pueden tener los padres respecto de la salud de sus hijos, incluyendo vacunar o no. Y segundo, que los médicos deben ser parte básica de los espacios libres de contagio por enfermedades infecciosas

Pero además, las sucesivas epidemias, y especialmente el Évola (EVE), evidenciaron que la tasa de contagio por este virus en el personal sanitario de Guinea, Liberia y Sierra Leona fue entre 21 y 32 veces mayor que en el resto de la población adulta. Fue un sector que padeció una alta mortalidad, ya que fallecieron 815 miembros de dicho personal, de los cuales sólo el 12% fueron médicos. Lo que llevó a concluir al Director del Departamento de Servicios y Seguridad de la OMS, que los efectos del EVE fue catastróficos para el personal de salud. Y es por temor al contagio, y no por razones ideológicas, que ante la posible epidemia de Évola en Nigeria, gran parte del personal de salud, y especialmente los médicos, abandonaron los hospitales por miedo al contagio.

Pero, más allá de la actitud del personal de salud, lo que me interesa subrayar, es que el rechazo y el cuestionamiento técnico, económico/político, u ocupacional, forma parte de los presupuestos y acciones de una notable variedad de sectores sociales, incluyendo intelectuales críticos y no críticos. De tal manera que, no sólo se cuestiona la vacunación en términos médicos, sino el papel de las vacunas en términos políticos y sobre todo económicos e ideológicos; observando que, los diferentes actores sociales esgrimen determinados argumentos, mientras opacan u omiten otros. Más aún, los argumentos pueden ser los mismos, pero interpretados en forma diferente y frecuentemente antagónica. Y en todo este proceso, es importante asumir que los cuestionamientos son impulsados por una pequeña parte de la población, dado que la mayoría se vacuna voluntaria u obligatoriamente. De tal manera que, por ejemplo, en Alemania, el país con el mayor movimiento antivacunas a nivel mundial, sólo entre el 3% y el 5% de la población pertenece al mismo. Pero, ocurre que varios de estos grupos están constituidos por sujetos y grupos con poder económico, mediático y/o intelectual, una parte de los cuales son activistas antivacunas, y no solamente se dedican a la crítica y a la reflexión.

Empresa privada, vacunas, antivirales y sus alrededores

Toda una serie de procesos relacionados con el surgimiento de la nueva influenza, y las acciones biomédicas emprendidas para controlarlas, dieron lugar a críticas respecto de las complicidades económicas que se dieron entre universidades, investigadores, funcionarios de alto nivel del sector salud y de la OMS, y la IQ/F; considerando, por ejemplo, que actualmente, gran parte del financiamiento de la investigación química en las universidades de los EEUU y de otros países proviene de la IQ/F. Así como que, cada vez con mayor frecuencia, altos funcionarios y/o asesores científicos de la OMS han trabajado o trabajan para dicha industria. Lo cual además, presiona de diferentes maneras a las instituciones médicas oficiales y privadas para que compren sus medicamentos, como ocurrió justamente con determinados antivirales recetados contra la influenza A(H1N1).

En el caso de la influenza A(H1N1), las denuncias se dieron inicialmente respecto del papel que pudieron haber cumplido las nuevas formas de la cría de cerdos en el surgimiento de la nueva influenza, y las posibles complicidades de esta industria con organismos internacionales y con investigadores universitarios (Schmidt 2009). Pero los principales y continuos señalamientos se dieron respecto de la IQ/F; y así, pocos días después de haberse declarado la epidemia, en un encabezado del 28 de abril de 2009, el periódico La Jornada informa que “Suben acciones farmaceúticas”, señalando que “la amenaza de una pandemia de una nueva cepa de gripe que ha cobrado la vida de más de 100 personas en México, será un alivio para algunos fabricantes de medicamentos y vacunas. La suiza Roche Holding AG y la británica GlaxoSmithKline son los dos grandes grupos farmacéuticos que más se pueden beneficiar de la situación, mientras gobiernos y corporaciones ordenan sus medicamentos Tamiflú y Relenza”. Según La Jornada, las acciones de ambas compañías han subido su valor, lo que condujo a Jeff Holfor, analista de operaciones bancarias a concluir que “Ciertamente hay un beneficio percibido, y probablemente habrá un beneficio real, pero no tanto como la primera vez que surgió la gripe aviar” (L. J. 28/04/2009)

En la prensa mexicana apareció también información sobre la compra masiva de antivirales por el sector salud mexicano, así como sobre las denuncias publicadas en 2009 en el British Medical Journal (BMJ). Y así, en junio de 2010, La Jornada sintetiza los artículos publicados en el BMJ, que indicaban que los laboratorios Roche habían dado información parcial sobre los antivirales que ellos producen, ocultando sus efectos adversos, y concluyendo “que no se puede garantizar que tenga utilidad ni que sea inocuo” (Laurell, 2010). Por lo cual, exigen a Roche publicar la información que tiene sobre estos aspectos, al mismo tiempo que solicitan a los gobiernos europeos que demanden a los laboratorios Roche. Como sabemos, en 2010, la OMS incluyó al Tamiflú en la lista de medicamentos esenciales para tratar las influenzas.

Declarada la pandemia en 2009 las autoridades sanitarias de México y de otros países, y especialmente la OMS, solicitaron en forma urgente la elaboración de una vacuna específica, a lo que se comprometieron varias empresas que redescubrieron una posibilidad de logros económicos, que la mayoría de las empresas químico/farmacéuticas había abandonado respecto de las vacunas:” En medio de la preocupación sobre la amenaza de una epidemia de influenza, tres grandes compañías farmacéuticas anunciaron ayer adquisiciones que les dan derechos sobre nuevas vacunas contra la gripe…La ola de transacciones reflejan la convicción entre los ejecutivos de las farmacéuticas de que las vacunas contra una variedad de males se convertirá en una fuente cada vez más importante de crecimiento. Los laboratorios necesitan encontrar nuevos generadores de ingresos para reemplazar medicinas exitosas que enfrentan vencimientos de sus patentes en Estados Unidos” (Rockof, 2009).

Es decir, no cabe duda que existe un negocio de la enfermedad y de la atención/prevención que, en el caso de la nueva influenza, requiere inversiones, y un trabajo urgente de investigación, diseño y producción de la vacuna demandada por los países y las organizaciones de salud internacionales. Y este negocio está en manos de empresas privadas, en gran medida subvencionadas por los propios gobiernos; y así, por ejemplo, la empresa Novartis “recibió 289 millones de dólares del Ministerio de Salud de Estados Unidos para asegurar el desarrollo de los estudios clínicos y la producción de una vacuna contra la influenza” (R. 16/06/2009).

La IQ/F trata de establecer relaciones comerciales con los diferentes países para poder ubicar sus productos, y como señala un analista, “La carrera entre los laboratorios fabricantes de vacunas…tuvo un claro ganador en el mercado mexicano. El gobierno compró 30 millones de vacunas contra la influenza A(H1N1) a los laboratorios Sanofi Pasteur y Glaxo.Smith.Kline, pero el mayor beneficiado fue Sanofi, que desde 2004 había firmado un acuerdo con el gobierno federal en torno a la investigación y desarrollo para fabricar vacunas en el país, ante una eventual epidemia de influenza”( Eseverri, 2010: 72). Y todo indica que, el gobierno mexicano hizo “mal los cálculos sobre la permanencia y gravedad de la influenza A H1N1”,dado que se “firmó un contrato de quince años para comprarle vacunas al laboratorio Sanofi Pasteur, un periodo de tiempo injustificado, según el análisis de la Auditoría Superior de la Federación” (Cantera, 2013 ).

Dentro de estos procesos nacionales e internacionales, el presidente de la Comisión de Salud de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, el epidemiólogo Wolfgang Woodarg, solicitó el 12 de enero del 2010 a la OMS, que explicara por qué declaró la pandemia de influenza A(H1N1), cuando era muy escasa su letalidad, inclusive menor que la gripe estacional; denunciando además que un grupo de personas que trabajan para la OMS están estrechamente asociadas con la IQ/F ( Hernández López, 2010). Consideró que “la declaratoria de pandemia y el llamado urgente para la fabricación de una vacuna, tuvieron el objetivo de favorecer a laboratorios farmacéuticos” lo cual condujo a que la OMS aceptara “someter sus procedimientos al escrutinio de una comisión evaluadora externa,y se comprometiera a dar a conocer los resultados” (Cruz, Olivares y Poy, 2010). Pero aclaro que la OMS, siguió afirmando que la pandemia era real, ya que hasta ese momento había más de trece mil muertos confirmados: “No hemos exagerado ni subestimado la situación ni los efectos de la pandemia…, y negó de manera tajante haber sido influenciados por intereses comerciales” (L. J. 15/012/2010).

Más aun, la OMS seguirá rechazando entre 2009 y 2013, las acusaciones, proponiendo la creación de una comisión de expertos externos a la OMS que evalúe su desempeño ante la pandemia (Bugarin, 2010). La OMS estaba sumamente preocupada, dado que las acusaciones podían afectar la credibilidad de dicha institución, así como favorecer el rechazo de las vacunas por parte de la población, como sostuvo el vicepresidente de la Comisión de Sanidad del Consejo de Europa. La discusión se centró en tres aspectos, la influencia de la IQ/F en las decisiones de la OMS, establecer si realmente hubo una pandemia de A(H1N1), y las posibles consecuencias negativas de vacunarse.

Toda una serie de analistas acusaron no sólo a la OMS y al sector salud mexicano, sino también a las agencias y gobiernos europeos y de otros países de “exagerar los riesgos a la salud de la influenza A(H1N1), y de tomar decisiones secretas que beneficiaron a compañías farmacéuticas. Y así, un estudio elaborado por el BMJ y el Buró de Periodismo de investigación cuestionó “la secrecía sobre la identidad de los miembros del consejo que hace un año recomendó declarar la primera pandemia del siglo por la influenza A(H1N1)” (R. 05/06/2010; 81). Dicho estudio concluyó que, tres de los expertos que elaboraron una guía para actuar ante una posible pandemia de influenza, tenían relaciones económicas con la IQ/F; y que, otros investigadores que recomendaron el uso de antivirales para enfrentar la epidemia, también recibían dinero de las empresas productoras de estas medicinas. Pese a lo cual, la OMS no reveló ninguno de estos conflictos de intereses. El informe cuestionó especialmente el hermetismo sobre el nombre de los expertos que integraron el Grupo de Emergencia que recomendó a la directora general de la OMS que decidiera el 11 de junio de 2009 convertir en pandemia la emergencia de la influenza A(H1N1) (Cohen y Carter, 2010).

Debido a éstas y a otras críticas, el 11 de agosto de 2010 la OMS publicó los nombres de los quince integrantes del Comité de Emergencia, constatándose que cinco de estos expertos cobraban de la industria, pero la OMS subrayó que en ningún caso se produjeron conflictos de intereses que pudieran afectar la autonomía de los especialistas (Cohen y Carter, 2010). Pero, la OMS propuso la constitución de un Comité Científico con profesionales ajenos a dicha organización, que a finales de marzo del 2011, concluyó que no se hallaron evidencias directas ni indirectas de la influencia de intereses comerciales en las decisiones tomadas por dicho organismo internacional para promover el uso de la nueva vacuna. No obstante, dicho Comité señaló también la falta de coherencia de la OMS para juzgar la gravedad de la epidemia, así como un manejo burocrático que limitó la distribución de las vacunas. No obstante, consideró que las fuertes críticas contra la OMS no tomaron en cuenta la incertidumbre que existía en abril del 2009 respecto de la potencial letalidad de la nueva influenza.

En México también surgieron posiciones diferentes y fuertemente confrontadas; por una parte, el secretario de salud “refutó los cuestionamientos de la Comunidad Europea a la OMS sobre la exageración de la respuesta ante la pandemia de influenza A(H1N1), y rechazó que las empresas farmacéuticas presionaran a México para adquirir vacunas…; consideró que existe poco sustento en decir que se exageró cuando el reglamento correspondiente estaba aprobado desde 2005, y, en ese sentido, los pasos que en el plan de atención y prevención de la pandemia se dieron, fueron los que todos los países del mundo establecieron”. Subrayó que “los laboratorios no nos han presionado”, y que las críticas se pueden deber a que “algunos países adquirieron no 100 por ciento sino 200 por ciento. Y siempre que hay problemas sobre todo económicos, como en este caso; comprar el doble de vacunas y luego no poder utilizarlas genera cierta incomodidad y críticas, pero esta es otra situación“. Señalando que los pasos que se dieron, fueron los que todos los países que integran la OMS establecieron, concluyendo “no sé por qué ahora se llaman engañados algunos de ellos, cuando sus mismos expertos participaron en la creación del reglamento de los pasos de la pandemia”(Garduño, 2010).

En contraste, A. Laurell, una de las principales exponentes de la medicina social crítica mexicana, dijo que “uno de los principales asesores de la OMS, el doctor Albert Osterhaus está claramente vinculado con laboratorios farmacéuticos….; Osterhaus promovió la declaratoria de pandemia, y la urgencia de la fabricación de la vacuna. El problema, con el también llamado Dr. Flu, es que existen indicios de la relación que mantiene con laboratorios farmacéuticos.” (L.J. 04/06/2010).

De lo narrado surge que se hicieron investigaciones en las que con datos ‘duros’ se sostiene la colusión de intereses entre la IQ/F y la OMS/altos funcionarios e investigadores; pero, que también se hicieron investigaciones que generaron datos ‘duros’, a través de los cuales se demuestra que no existió dicha colusión. Y entonces, ¿qué hacemos ante estas conclusiones científicas contradictorias, que son además realizadas por especialistas en esta problemática? Si bien, podemos realizar una revisión propia y profunda de los datos, y llegar a conclusiones al respecto, considero que la mayoría -y subrayo lo de mayoría- de los que comentan y opinan sobre estos aspectos no lo hacen, y por lo tanto, lo que decide la actitud son las posiciones y presupuestos ideológicos de los analistas y comentaristas.

Los estudios y reflexiones sobre las relaciones entre la IQ/F, y el sector salud, las universidades y las organizaciones internacionales de salud, tienen una larga historia; y, según dichos estudios, esta industria se valdría de todos los medios posibles para imponer sus productos, siendo la principal impulsora de las denominadas ‘enfermedades promovidas.”(La Rosa, 2009; Moynihan, 2002). Y, al respecto, necesitamos asumir que “Big Pharma… es la industria más rentable de los EEUU, y tiene el lobby más poderoso del Capitolio. Según Marcia Angell, de la escuela de medicina de Harvard, las diez mayores compañías farmacéuticas -incluidas en Fortune 500, del 2006- obtienen beneficios mayores que el conjunto de las restantes 490 corporaciones” (Davis, 2006: 161). Esta industria, como ya señalamos, se vale de cualquier medio, especialmente de la corrupción y el ocultamiento para imponer sus objetivos; y así, por ejemplo, la empresa GlaxoSmithKline ha sido investigada por el Departamento de Justicia de los EEUU, por supuesto marketing ilegal de sus antidepresivos y de otros de sus medicamentos. En 2012, esta empresa aceptó haber ocultado datos de bioseguridad a los reguladores norteamericanos, por lo que debió pagar tres mil millones de dólares “suma que el Departamento de Justicia describió como el mayor acuerdo por fraude en salud en la historia de los EEUU”. Pese a ello, esta empresa enfrenta otras acusaciones, pues siguen cometiendo fraudes dentro y fuera de los EEUU. (Whalen, 2013).

En el caso de México, no sólo durante esta epidemia, sino también durante el impacto de la gripe aviar, el sector salud fue acusado de la compra de grandes cantidades de antivirales en forma innecesaria. Durante 2005 y 2006 la prensa escrita y algunas revistas especializadas, señalaron que, hasta que se consiga una vacuna contra la gripe aviar se utilice como paliativo, como la “primera línea de defensa2 los antivirales Relenza producido por Glaxco.Smith.Kline, y sobre todo Tamiflú elaborado por laboratorios Roche, dado que es más eficaz. Se propuso que, los países realicen una reserva de antivirales, de tal manera que hacia finales del 2005 veinticinco países lo habían hecho, y por ejemplo, los EEUU tenían en noviembre de 2005 una reserva de 2,3 millones de dosis de Tamiflú y Relenza, y se proponían incrementarla a 4,3 millones para finales de 2006, recordando que el gobierno de dicho país había dedicado una suma de 8,000 millones de dólares para enfrentar esta pandemia. En el caso del Reino Unido se invirtieron 938 millones de dólares; y México a su vez, gastó 638 millones de pesos para comprar un millón de tratamientos antivirales. Dada esta notable demanda, y que la producción y ‘existencias’ de antivirales era escasa, los laboratorios Roche propusieron producir 115 millones de tratamientos para 2006, y 300 millones para 2007, pero, dadas las exigencias de los países, se comprometió a producir 300 millones de tratamientos en 2006. (Menéndez y Di Pardo, 2009).

En el caso de México, invirtió en 2005 133 millones de pesos para comprar Ostalmivir, pero lo compró a granel y no en cápsulas, sin poder hacer la transformación a suspensión dado que México no contaba con los medios técnicos para hacerlo. Por lo que, esta ‘reserva’ no pudo ser utilizada cuando emergió la epidemia de influenza A(H1N1), y por lo tanto, el gobierno mexicano necesitó invertir mil millones de pesos para adquirir ‘nuevamente’ dicho medicamento. Y son este tipo de procesos, los que más allá de la presión o no de la IQ/F, operan en nuestros países, y que tienen que ver con procesos de corrupción, y no sólo de ineficiencia, casi siempre relacionados con objetivos económicos.

Pero, no solamente la OMS y los sectores salud de países como los EEUU y México defendieron los beneficios de los antivirales, sino que, estudios científicos apoyaron el uso de los mismos, como puede observarse en trabajos publicados en las revistas Nature (14/07/2005) y Science (03/08/2005); en los cuales, proponen actuar de inmediato en las regiones en las que aparecen por primera vez las nuevas cepas a través de acciones de salud pública, pero incluyendo el uso de antivirales, ya que, tal vez, permitan contener la epidemia antes que se propague mundialmente. Se suponía que los antivirales, y especialmente el Oseltamivir podía reducir la duración y severidad de la infección, y el número de complicaciones graves, así como hospitalizaciones y muertes.

Pese a estas recomendaciones de funcionarios y científicos, toda una serie de analistas pondrán en duda entre 2005 y 2009 la eficacia de los mismos, ya que existen datos duros sobre la existencia de cepas resistentes a dichos fármacos, lo cual generaría problemas futuros. Pero además, en 2013 se inició una evaluación de la eficacia de los antivirales, a partir del análisis de las pruebas realizadas por los fabricantes de Relenza y Tamiflú, así como de otros materiales e informes, para concluir que el Oseltamivir no tuvo ningún efecto en la duración de los síntomas en los niños con asma; mientras en los niños sin otra enfermedad, la duración de los síntomas se redujo sólo en 29 horas. No se encontraron pruebas de que esta sustancia reduce el número de personas hospitalizadas, ni las complicaciones graves generadas por la influenza, incluidas bronquitis, infecciones de oído, neumonía y sinusitis, lo cual había sido difundido ampliamente por los laboratorios Roche para influir en las decisiones de los gobiernos. Los investigadores evidenciaron también que, este antiviral podía generar o incrementar algunas complicaciones como dolores de cabeza, náuseas, vómitos e inclusive complicaciones renales. Por lo cual, concluyeron que no habría evidencia de que este antiviral impidiera que la influenza contagiara a otras personas, y que además, generaba ciertas consecuencias negativas para la salud de los que la ingerían. (Jefferson et. al., 2014).

Pero, uno de los hechos más interesantes es que, pese a estas evidencias científicas, los antivirales, y, especialmente el Tamiflú seguirán siendo usados por la población, y, recomendado por el sector salud y por los médicos hasta la actualidad. Siendo especialmente utilizado durante los periodos en que recrudeció el impacto de la epidemia de influenza A(H1N1) en México, como ocurrió en 2014 y en 2016, cuando nuevamente la población demandó antivirales, y los mismos escasearon o directamente no existían en las farmacias. Y lo paradójico -o tal vez no- a señalar, es que en dichos años, al revés de lo que propusieron en 2009/2010, algunos intelectuales críticos y expertos en problemas de salud mexicanos, lamentaron la falta de Tamiflú; carencia que, según ellos, inclusive experimentaron personalmente. (L.J. 23/02/2016 y 05/04/ 2016; R. 06/03/2016 y 07/03/2016).

Durante dicho lapso, surgieron artículos en revistas biomédicas y artículos de prensa en los cuales se habló de la inocuidad de los antivirales, y también de su eficacia: y así por ejemplo en un texto publicado en una revista científica especializada, se sostiene que el Osealtamivir puede acortar los días de hospitalización de mujeres embarazadas que tienen influenza, y recomienda el uso del antiviral para evitar complicaciones en las mismas. (Ohoho et. al., 2016). Lo cual también fue recomendado por clínicos mexicanos, a partir de declaraciones publicadas en la prensa. Aclaro que no sé si dichas recomendaciones clínicas seguirán operando, dado que en 2017 la OMS decidió no recomendar más antivirales respecto de los tratamientos contra la influenza; pero subrayando, que tomó dicha decisión cuando caducó la patente del medicamento producido por los laboratorios Roche, pasando desde 2017 a ser también elaborados como genéricos.

Una parte de los salubristas propusieron además, que en lugar de realizar tamañas inversiones, hubiera sido más eficaz y más barato que se impulsara el lavado de manos, y el abastecimiento de alimentos no perecederos; pero la principal crítica, fue referida a la existencia de intereses económicos por parte de los laboratorios y de funcionarios e investigadores coludidos con ellos. Inclusive se señaló, que el entonces Secretario de Defensa de los EEUU, Donald Rumsfeld, era el principal accionista de la empresa Gilead Sciences, que fue la que elaboró el Tamiflú, y de la que fue presidente entre 1997 y 2001, siendo en 2006 propietario de cinco millones de acciones de la misma. Dicha compañía se asoció con Roche para producir y comercializar Tamiflú. (Menéndez y Di Pardo, 2009). .

Y es por estos ‘antecedentes’, que varias de las críticas más fuertes fueron dirigidas hacia los cambios realizados por la OMS en la definición de pandemia en mayo del 2009, que facilitó que en junio de ese año, la OMS convirtiera el brote de influenza A(H1N1) en pandemia. Para ello, la OMS eliminó el criterio que indicaba que debía existir mortalidad en una parte importante de la población para establecer la fase de alerta 6. Antes de esa modificación, para declarar una pandemia, debía existir en la nueva enfermedad una tasa de mortalidad más alta que la media de la influenza estacionaria, lo cual no ocurrió en el caso de la influenza A(H1N1). Según Forcades, este cambio en la reglamentación “permite que se patenten las llamadas ‘vacunas pandémicas’, y, posibilita que las compañías que poseen estas patentes negocien a precio de monopolio y con unas cuantas cláusulas secretas que consideren oportunas, precontratos legalmente vinculantes con los gobiernos de los distintos países de la OMS. Estos precontratos, se activan de forma automática en el momento en que es declarado el nivel 6 de alerta pandémica mundial”. (Forcades i Vila, 2010: 246).

Ahora bien, estos datos e interpretaciones deben ser analizados dentro de un contexto en que las relaciones de la IQ/F con el sector salud mexicano están bajo la sospecha de corrupción. Sospecha que casi todos los críticos parecen tener, pero que casi nadie investiga a nivel nacional.; y así, un reconocido investigador del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER) propone como importante tema de investigación periodística, los “posibles casos de corrupción que pueden existir en México con empresas farmacéuticas. Es claro que en algunas clínicas se utilizan más fármacos de ciertas empresas”, y se pregunta “¿ha habido alguna investigación periodística que haya documentado o descartado ese rumor, muy presente entre médicos e instituciones de salud”. (Reyes Terán, 2007: 7).

Pero al respecto, necesitamos puntualizar que estos procesos no los están ‘investigando’ en México los periodistas como señala críticamente el autor citado, pero tampoco los estudian los investigadores/intelectuales críticos y no críticos, y sobre todo, no los estudian los propios investigadores dedicados a enfermedades infecto/contagiosas, y por supuesto, a crónico/degenerativas. Conozco reflexiones y denuncias, pero no investigaciones, por lo menos en el caso de México y de Latinoamérica en general. Y esta carencia, posibilita aún más la perpetuación de las polarizaciones interpretativas.

De acuerdos técnicos y oposiciones sociales e ideológicas

Como vimos, respecto de las políticas y acciones que son recomendadas y realizadas por la OMS, y los sectores salud respecto de las pandemias, se han hecho una serie de críticas que se caracterizan por reaparecer periódicamente; sobre todo, cuando emergen nuevas posibles o reales epidemias, de tal manera que desde el SARS, pasando por la gripe aviar, la influenza A(H1N1), la chingunuica, hasta llegar al Évola y al Zika, surgen los mismos argumentos a favor y en contra respecto de la mayoría de los aspectos analizados. Y especialmente, respecto de la colusión entre la IQ/F y la OMS/Sector Salud/investigadores, siendo, los más recurrentes los siguientes: la IQ/F diseña y produce los medicamentos más lucrativos, y no los más necesarios; producen básicamente medicamentos para los países y sectores sociales que los pueden comprar; la mayoría de los medicamentos que producen, sobre todo los de última generación, no pueden ser comprados por los sectores más pobres y menos aún por los países más pobres. Se habla de la necesidad de nuevas y mejores vacunas, así, como de la reducción creciente de la eficacia de los antibióticos y por lo tanto también la necesidad de generar otros nuevos más eficaces; pero resulta que la I/Q-F no se dedica a investigarlos y producirlos dado su menor rentabilidad. Pero además, se señala que, cada vez más se construyen médicamente nuevas enfermedades, incluyendo la reducción de los umbrales en que un comportamiento o simplemente un indicador pasan a decidir que un estado de vida es patológico, lo cual supone el diseño de medicamentos específicos para los nuevos ‘padecimientos’. (Homedes y Ugalde, 2015).

Estos y otros cuestionamientos concluyen que la investigación, diseño y fabricación de medicamentos es sobre todo un negocio, incluyendo el negocio de las vacunas y de la vacunación. Y por lo tanto, uno de los objetivos de la IQ/F para dedicarse al diseño y producción de vacunas, es convertirlos en un negocio, pese a que muchas pueden ser consumidas básicamente por los países pobres y marginados, como ocurrió en el caso del Évola. Por lo que, una de las estrategias económicas y técnicas sería demostrar que dichas epidemias locales, pueden llegar a expandirse a los países desarrollados, como se temió con el Évola, y por lo tanto, incluir un nuevo mercado con capacidad real de compra. Y de allí, la necesidad de promover científica y técnicamente como epidemias que pueden ser letales y expandirse directa e indirectamente, las que hasta ahora fueron consideradas sólo como problemas locales, que dada la pobreza y marginalidad de sus habitantes no ameritaba su estudio y aún menos la producción de medicamentos específicos.

Es desde ésta, y por supuesto otras perspectivas, que los críticos denuncian las complicidades señaladas, por lo que al respecto, necesitamos preguntarnos si las formas de actuar de la OMS y del Sector Salud mexicano durante la pandemia de A(H1N1) ¿fueron decididas por razones ‘médicas’ o se debió básicamente a la presión/inducción de la IQ/F, o a ambos procesos? Y en general, no encontramos respuestas a estas preguntas, sino defensas polarizadas en términos de la responsabilidad ética biomédica, o de los objetivos de la IQ/F, pero no análisis que incluyan estos y otros procesos, que también están interviniendo, y que no suelen ser considerados, como veremos de inmediato.

Y así, por ejemplo, las estrategias biomédicas apelan técnicamente al papel de la ‘precaución’, de la duda, de la incertidumbre, para fundamentar por qué actuaron como actuaron tanto respecto de la influenza A(H1N1) como de otras epidemias; mientras que los críticos, plantean que la ‘precaución’, es un argumento esgrimido para justificar alarmismos y justificar inversiones en la IQ/F. Y, ambos procesos pueden haber ocurrido, inclusive complementariamente; más aún, me parece bien que haya denuncias morales y hasta ideológicas por parte de los críticos, pero me parece que esas denuncias no han asumido radicalmente que el capitalismo siempre trató y sigue tratando de obtener la máxima tasa de ganancia a partir de homogeneizar todo producto en torno a un determinado valor económico, y que, por lo tanto, busca lo mismo al producir autos, televisores que pizzas, y por supuesto, también vacunas. Necesitamos asumir que, dentro del capitalismo, determinados actores sociales van a tratar de convertir todo proceso en negocio, y en consecuencia, se montaran económicamente sobre todo lo que puede redituarles altos beneficios económicos. Y por lo tanto, si el sector salud en cualquier país actual genera la alerta pandémica en función del principio de precaución o de incertidumbre, determinados actores sociales se montarán sobre dichos principios para producir y ofrecer sus productos, más allá de que las decisiones alarmistas fueran decididas técnica y responsablemente. Así también, como otros actores sociales se montarán sobre dicho alarmismo, para generar cuestionamientos políticos e ideológicos. Y la cuestión reflexiva, nuevamente tiene que ver con analizar los procesos para decidir si las instituciones médicas actuaron a través de exclusivas decisiones técnicas, por equivocadas que fueran; por la inducción de la IQ/F, o por ambas, y tomar decisiones al respecto. Y lo mismo necesitamos hacer respecto de los objetivos de los críticos, para observar el significado y consecuencias que tienen sus críticas.

Lo que señalo, tiene que ver no sólo con el sentido común, sino con criterios de investigación para despejar y aclarar dudas, y sobre todo, para manejar mis presupuestos, y evitar que los presupuestos me manejen a mí. (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1975). Y por eso, uno de mis presupuestos teóricos y metodológicos es, que los objetivos económicos señalados del capitalismo son estructurales, más allá de las formas y mecanismos que utilice; y entonces ¿por qué asombrarnos que con los medicamentos, incluidas las vacunas, haga lo mismo que con las pizzas o con los aviones? Máxime, cuando durante la etapa neoliberal se anularon o se redujeron toda una serie de mecanismos que regulaban el mercado capitalista, así como disminuyeron y hasta desaparecieron los sectores y movimientos sociales, así como los partidos políticos que promovían, buscaban, luchaban por mejorar la calidad de vida, por reducir las desigualdades socioeconómicas, y en cada vez menos casos, por modificar las orientaciones capitalistas de las sociedades actuales.

Por eso, me parece bien que analicemos y denunciemos lo que está pasando con la producción y comercialización de medicamentos, pero sin pretender que estamos asombrados por ello -a menos, tal vez sea parte de eso que llaman ahora estrategias pos verdad-, dado que es lo que el capitalismo impulsa estructuralmente. Y, si bien podemos todavía aducir que hay países capitalistas que regulan más que otros el mercado capitalista de la salud en beneficio de la población, eso no niega la tendencia estructural del capitalismo, y sobre todo, las tendencias actualmente dominantes, dada la carencia de fuerzas y sobre todo de actores sociales, que se opongan -como en determinados momentos ocurrió- a las tendencias estructurales del capitalismo. Por eso, me pregunto si más allá de los analistas críticos, existen sectores sociales, movimientos sociales, instituciones, organizaciones internacionales, partidos políticos que realmente luchen -y no sólo reflexionen y denuncien- para modificar esta situación; en negar por supuesto, el papel de contención y a veces de modificación que pueden cumplir determinadas críticas y acciones, como de hecho ha ocurrido. Y me lo pregunto, por ejemplo, porque por lo menos desde finales de la década de 1950 se viene analizando y denunciando el papel de la biomedicina y de la IQ/F en la ‘construcción’ de enfermedades, como lo evidenciaron en su momento los antisiquiatras. Pero pese a sus análisis, denuncias y algunas modificaciones importantes, observamos que se siguen ‘construyendo’ cada vez más enfermedades mentales que, no olvidemos, implican en su casi totalidad el uso de medicamentos. Más aún, una de las importantes modificaciones generadas en parte por las críticas, y me refiero a la desmanicomización impulsó aún más el diseño, producción y consumo de medicamentos. Y aclaro, para evitar equívocos, que no cuestiono la desmanicomización.

Necesitamos asumir que los procesos de investigación, diseño, producción y comercialización de los medicamentos, implican a toda una serie de actores sociales que se unifican en sus objetivos, más allá de las diferencias y conflictos que pueden existir entre ellos. De tal manera que, dichos procesos favorecen la ‘unificación’ de la OMS y las oficinas regionales, los funcionarios de los gobiernos y del sector salud del conjunto de países capitalistas y diz que no capitalistas; así como a la IQ/F que implica a las farmacias, a los supermercados y a la venta por internet, y no sólo de medicamentos alopáticos, sino cada vez más de medicinas ‘alternativas’; y por supuesto, a las compañías de seguros médicos. Así como también implica a los investigadores de las universidades en las cuales se investiga y diseñan una parte de los medicamentos, y sobre todo para los que trabajan directamente para la IQ/F. Pero además, implica centralmente al personal de salud clínico y salubrista a nivel privado y oficial, así como al creciente número de organizaciones no gubernamentales que trabajan sobre los procesos de s/e/a-p. Y también, y esto necesitamos incluirlo expresamente, implica no sólo a los enfermos y posibles enfermos, sino al conjunto de la población, por muchas razones incluyendo que, una parte de la misma trabaja en la investigación, diseño, producción y comercialización de medicamentos. Y, todos estos grupos, contribuyen a la producción y reproducción de la IQ/F y también de ellos mismos, a través de los lugares que tienen en el proceso productivo, y de las necesidades de sus vidas cotidianas. Y ello, más allá que los sujetos de los diferentes sectores cuestionen, a veces críticamente, ciertos aspectos que ponderan otros sectores sociales y viceversa. Es decir, lo dominante es la variedad de actores sociales que apoyan por lo menos algunos de los objetivos y necesidades que favorecen la producción, comercialización y uso de los medicamentos, más allá de los desacuerdos que existan respecto de otros procesos específicos entre los actores sociales enumerados.

Y lo señalado contrasta con que no encontramos, salvo alguna coyuntura específica, sectores sociales que se opongan organizadamente en términos de acciones sociales al ‘dominio’ y hegemonía de la IQ/F, y de la biomedicina que la reproduce, salvo tal vez el movimiento antivacunas, o de algunos grupos religiosos, pero que no cuestionan la estructura capitalista que sostiene las tendencias dominantes, ya que sus cuestionamientos pasan por otros presupuestos y objetivos ideológicos. Subrayando que no cuestiono el papel de los críticos, sino que considero que si sólo analizamos y cuestionamos sólo a ciertos actores sociales y a determinados aspectos del Sector Salud, de la OMS y/o de la IQ/F, no vamos a entender por qué las instituciones y los procesos se siguen reproduciendo pese a las críticas que se vienen haciendo desde hace más de seis décadas. Máxime cuando la biomedicina y la IQ/F, si bien mantienen su orientación hegemónica, tratan de incorporar señalamientos técnicos que críticamente se le hacen, mejorando en muchos casos, por ejemplo, la calidad y seguridad de las vacunas.

Las polarizaciones presentadas podemos profundizarlas a través del análisis de dos procesos específicos ya señalados. El primero, refiere a la polémica en torno a si la influenza A(H1N1) fue una pandemia letal o que ni siquiera fue epidemia; ya que salvo en México donde entre abril de 2009 y junio de 2010 se presentaron 70,000 casos y hubo alrededor de 1.300 muertos, y en menor medida en los EEUU; ocurrió que la mortalidad fue menor inclusive que la de la influenza estacional en la mayoría de los países ‘occidentales’. Y si bien la OMS propuso una cifra de muertos a nivel mundial de 18,449 casos confirmados por análisis de laboratorio; ocurrió que la epidemia siguió expandiéndose, y que se incrementó la mortalidad en países africanos y asiáticos, de tal manera que The Lancet en un texto publicado en septiembre de 2012, y luego de revisar los datos existentes correspondientes a 2009 estimó que murieron entre 151.700 y 575.400 personas (Dawood 2012); mientras los Centros de Control y de Prevención de Enfermedades de los EEUU estimaron en 2014, que en el primer año de la pandemia murieron alrededor de 284,000 personas por la influenza A(H1N1) a nivel mundial.

Me interesa señalar que, cuando se publicaron estos datos no hubo comentarios por lo menos en México, pero tampoco en varios países europeos, incluida España, sobre los mismos; y mucho menos hubo rectificaciones o reflexiones por parte de los críticos, e inclusive, se siguió señalando la falta de letalidad de esta influenza, en un acto de inconsciente etnocentrismo, por no decir de colonialismo científico, profesional y cultural. Pero además, evidencia el ‘presentismo’ y la a-historicidad que domina actualmente las tendencias críticas y no críticas. Un a-historicismo que refiere con diferentes objetivos a la ‘gripe española’ de 1918, a las consecuencias negativas de la vacuna aplicada contra una influenza tipo A en los EEUU en 1976, o a la publicación del texto de Wakefield en 1998, pero con un manejo ‘mítico’ y no histórico/social de los mismos.

Como vimos previamente, toda una serie de procesos condujeron a generar una confrontación en términos de la obligatoriedad/no obligatoriedad de las vacunas, especialmente en países donde la vacunación era recomendada, pero no era obligatoria; inclusive en naciones como España, donde durante muchos años lo había sido. El desarrollo de esta polémica se dio sobre todo a partir del regreso de varias enfermedades infectocontagiosas, que elevaron el número de casos, y generaron muertes sobre todo en niños, y que, como vimos, fue atribuido por un sector a la reducción de la vacunación, mientras otros lo atribuían a las desigualdades sociales, o a los cambios climáticos. Aunque también se atribuyó, por lo menos parcialmente, al incremento del movimiento antivacunas a nivel internacional, y de los EEUU en particular (Sachiko et. al., 2016); por lo cual, no sólo se planteó la obligatoriedad, sino que muchos estados norteamericanos lo decidieron a nivel particular, así como también lo decidió el gobierno australiano a través de la aplicación de medidas indirectas.

En torno a la obligatoriedad/no obligatoriedad, se adujeron razones que fueron asumidas por grupos y sectores sociales y profesionales que presentan claras y hasta contradictorias orientaciones entre los diferentes actores que adhieren tanto a la obligatoriedad como a la no obligatoriedad. Y así, en el caso de Argentina, donde la vacunación ha sido obligatoria y gratuita, SECTORES DEL actual (2015/2019)gobierno de orientación neoliberal, PROPUSIERON anular o limitar la obligatoriedad de las vacunas, aduciendo que esto debía ser decidido por el consentimiento informado de la población, lo cual fue fuertemente cuestionado por los sectores médicos clínicos y salubristas en términos técnicos; mientras otro sectores críticos vieron estas medidas como parte de una política neoliberal de eliminar no sólo las responsabilidades de salud del estado, sino de reducir las inversiones del gobierno en el sector salud. SI BIEN LA VACUNACIÓN SIGUIÓ SIENDO OBLIGATORIA,OBSERVAMOS QUE DICHOS SECTORES COINCIDEN , por ejemplo, con los profesionales médicos españoles, que se oponen a la obligatoriedad de la vacunación, sosteniendo que la población no tiene por qué ser ‘obligada’, ya que las altas tasas de vacunación que hay en España, evidencian que la gente decide voluntariamente vacunarse. Proceso que tuvo características similares en Inglaterra, donde la vacuna tampoco es obligatoria.

Ahora bien, la OMS, y los salubristas de varios países, y especialmente en los EEUU, señalaron que la obligatoriedad era necesaria, porque la misma garantizaba la creación de un espacio que limita o impide la transmisión, y que por lo tanto -como ya lo señalamos- constituía un acto de solidaridad social, por lo cual la vacunación debía ser obligatoria no sólo para la población, sino especialmente para el personal de salud, ya que es el grupo de riesgo que más puede contraer y diseminar la infección dado el tipo de trabajo que realiza. Se aducen al respecto toda una serie de resultados de estudios, que indican la necesidad de construir este espacio libre de transmisión especialmente desde el grupo familiar; y me refiero a estudios como el de P. Hardelid realizado sobre 400,000 niños en Escocia, que demostró que los niños menores de dos años son más propensos a ser hospitalizados por influenza si tienen hermanos mayores que los contagien. Y así, observaron que los niños menores de seis meses con hermanos mayores registran más del doble de hospitalización que los que no tienen hermanos. Y si tienen dos hermanos mayores, el riesgo se incrementa aún más (Hardelid et. al., 2017). Pero además, en el caso de los EEUU, según algunos analistas, la obligatoriedad sería necesaria porque los norteamericanos culturalmente tienden a pensar más en derechos individuales que en derechos comunitarios, valorando sobre todo la capacidad individual de enfrentar los problemas. (Murphy, 2015)

Lo que contrasta con las consideraciones técnicas de médicos de diferentes países europeos, que cuestionaron la obligatoriedad de la vacunación porque reduce la solidaridad, o porque no toma en cuenta que el comportamiento ‘libre’ y no obligado de la gente expresa y contribuye mucho más a la solidaridad que las conductas obligadas. Es decir, nos encontramos con posiciones ‘técnicas’ respecto de la obligatoriedad/no obligatoriedad de la vacunación que apelan a la solidaridad social desde criterios sociales diferentes, pero que suelen agrupar tanto de un lado como del otro a actores sociales que sin embargo tienen intereses no sólo diferenciales sino hasta opuestos, por lo menos a partir de sus respectivos discursos.

La problemática de la obligatoriedad/no obligatoriedad de las vacunas se complejiza cuando incluimos el papel de agentes sociales ‘ajenos’ al campo de la salud. Como sabemos (Menéndez y Di Pardo, 2009), la OMS, el Sector Salud y los médicos, están cada vez más preocupados por la importancia que el público da a las opiniones de las ‘celebridades’ sobre temas de salud, pues sus opiniones tienen mucho mayor difusión que los materiales publicados en revistas médicas. Y así por ejemplo, respecto de la vacuna triple varias importantes figuras del espectáculo han sido y siguen siendo en los EEUU activistas antivacunas, mientras otros por el contrario, no sólo apoyan las vacunas sino que financian campañas. Por lo que, no sólo nos encontramos nuevamente con una polarización de opiniones, sino con el manteniendo de ideas que han sido descalificadas científicamente, ya que las celebridades antivacunas siguen utilizando los argumentos propuestos por A. Wakefield, que si bien no han convencido a la mayoría de la población, son parte de las fundamentaciones de determinados sectores sociales antivacunas.

Según analistas norteamericanos, en dicho país estamos asistiendo a una politización de la vacunación que fue impulsada originalmente por el movimiento antivacunas, pero a la cual contribuyeron directa e indirectamente los distintos sectores que se organizaron a favor y en contra de la influenza A(H1N1) a nivel internacional, y nacional como ocurrió en el caso de México, donde el gobierno y el sector salud pertenecen a un determinado partido político, y fueron acusados de utilizar políticamente la pandemia por diferentes objetivos políticos y económicos. Así como durante epidemias previas, gobiernos de varios países asiáticos fueron acusados de ocultamiento de información, también por razones económico/políticas.

Y algo similar está ocurriendo en los EEUU, por lo menos durante la última campaña por la presidencia de dicho país, donde la candidata demócrata se pronunció a favor de la vacunación universal, mientras el candidato republicano si bien reconoció el papel positivo de las vacunas, consideró sin embargo, que los padres son los que deben tomar la decisión de vacunar o no a sus hijos, y criticando a los médicos que tratan de presionar a la población para vacunarse. Más aún, un estudio realizado por el Pew Research Center encontró que el actual presidente D. Trump en varias ocasiones reconoció que existe una hipotética relación entre las vacunas y el autismo, e inclusive durante su campaña se reunió con miembros de los movimientos antivacunas, e inclusive invitó A. Wakefield a concurrir a la Casa Blanca. (Funk, Kennedy y Hefferon, 2017)

Esta politización, está siendo analizada por expertos que ven constituirse una situación peligrosa, ya que la vacunación/no vacunación comienzan a ser vividas como parte de la identidad de los partidos republicano o demócrata en los EEUU. Pero desde hace años la Medicina Social crítica, y también la Antropología Médica crítica han sostenido que los procesos de s/e/a-p constituyen procesos y problemas económico/políticos y socioculturales. Desde hace años, considero además, que dichos procesos no solo tienen que ver con la enfermedad o la cura, sino que constituyen procesos a través de los cuales se desarrollan y se resuelven real o imaginariamente toda una serie de procesos de tipo económico, político y cultural que no son asumidos en tanto tales. Es decir, como proponía hace cincuenta años Giovanni Berliguer, los procesos de salud/enfermedad constituyen algunos de los principales ‘espías de las contradicciones de un sistema’. (Menéndez, 2015 b)

Además, en los últimos años veinte años, ha surgido una creciente preocupación por el papel que están cumpliendo las redes sociales (Meneu 2004, Montesa 2005; Bello Orgaz, Hernández y Camacho 2017), que ha conducido a potenciar el concepto de posverdad, que es atribuido básicamente a la construcción de ‘verdades’ por dichas redes. Pero como sabemos -o tal vez no sabemos- eso que llaman actualmente posverdad, constituyó política de estado durante la Alemania nacionalsocialista, y de la URSS/Rusia bajo el stalinismo, así como es parte intrínseca de la industria de la publicidad. Y en estos, y por supuesto, en otros casos, los intelectuales críticos y no críticos para enfrentar o defender al stalinismo y al nazismo o para ‘vender consumos’ hicieron un uso intensivo de la posverdad. Lo cual fue reflexionado por varias de las corrientes posmodernistas, algunas de las cuales iban a impulsar una de las ideas básicas de la posverdad, es decir que toda ‘realidad’ social es actualmente construida, y por lo tanto, la verdad es una construcción más. (Menéndez y Di Pardo, 2009)

El hecho de que actualmente analistas críticos con objetivos social, ideológica y ‘moralmente’ necesarios, utilicen argumentos dudosos, inconsistentes o directamente falsos, al igual que los no-críticos; y mezclados con argumentos correctos, y más allá de los objetivos que los guían no sólo de denunciar sino de modificar la realidad, constituye una tendencia peligrosa que cada vez se ‘naturaliza’ más, inclusive en la lucha de algunos movimientos sociales. Estos sectores, que basan sus acciones en la eficacia de los discursos más allá de que sean o no sean verdad, no asumen que son los sectores dominantes -inclusive dentro del reino de las redes sociales- los que tienen mayores poderes para imponer sus posverdades. Más aún, no asumen que las posverdades están contribuyendo a radicalizar las oposiciones en forma cada vez más polarizada.

Considero, que las oposiciones van a seguir permaneciendo en el campo de la salud/enfermedad, sean referidas al papel del Sector Salud ante una pandemia, ante la diabetes mellitus 2, o ante el virus papiloma. Pero además, dada la inexistencia de fuerzas políticas y sociales que promuevan alternativas, dichas oposiciones se van a incrementar y agudizar, dado que para los ‘intelectuales’ incluidos una parte de los científicos y de los profesionales críticos y por supuesto los periodistas, los discursos constituyen su campo de acción. Lo cual, dada la posible politización de varios de los procesos de s/e/a-p, puede impulsar cada vez más las confrontaciones en términos de posverdades. Lo cual puede conducir a los que defienden al sector salud pero cuestionan el papel de la IQ/F, a enfrentarse en lugar de articularse, con los que cuestionan a la IQ/F pero cuestionan el papel de las vacunas, ya que tanto en unos como en otros lo que puede surgir, como lo hemos visto en el caso de las influenza, es que sólo pase a primer plano el objetivo prioritario que se proponen, excluyendo otros que podrían operar complementariamente.

El énfasis en la búsqueda de diferencias ha favorecido las tendencias actuales que niegan casi toda similaridad, lo cual sería necesario revertir en términos de manejarnos tanto con las diferencias como con las similaridades. Y debido a que además, gran parte de las características de las ‘diferencias’ han sido construidas a través de criterios y objetivos de posverdad, impulsando aún más las polarizaciones, y aislando a actores sociales que potencialmente deberían operar conjuntamente. Y la cuestión, como siempre, está en observar cuales son las fuerzas sociales dominantes y subalternas, y que impulsan las mismas respecto de los procesos de s/e/a-p que nos interesa entender y modificar. Y en el caso, por lo menos de las vacunas, todo indica que las líneas dominantes seguirán siendo impulsadas por la IQ/F, y el conjunto de actores articulados en múltiples formas con la misma. Y debido además -como lo señalamos- a que dentro del conjunto de los actores sociales que se oponen, operan sectores antagónicos que imposibilitan una acción de conjunto. Y tal vez por eso, lo que resta es la reflexión, la crítica y la denuncia a través de las cuales algo se logre, como de hecho ocurrió en el caso de la influenza A(/H1N1), pero no apelando a las posverdades.

NOTAS

Nota 1: este trabajo se basa en el análisis de los artículos publicados sobre la influenza A (H1N1) en 28 revistas médicas mexicanas durante 2009, 2010 y 2011, y de todo el material periodístico publicado al respecto por los periódicos La Jornada y Reforma entre 2009 y 2017, complementado con el material de tres revistas de opinión para el mismo lapso.

Nota 2: entre el 24 de abril y el 31 de julio de 2009, se publicaron en los periódicos La Jornada y Reforma 179 artículos firmados por destacados intelectuales mexicanos, subrayando la fuerte presencia de los mismos en estos ‘desencuentros’.

Nota 3: Si bien propongo dos grupos, considero que existe una gama de posibilidades intermedias como surge de nuestro análisis de la información biomédica y periodística sobre la influenza A(H1N1(Menéndez 2014, 2015)Pero además, recuerdo que los grupos propuestos constiuyen construcciones metodológicas provisionales. _____________________________________________________________________

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