De Occidente a Noreste pasando por la Ciudad de México

Efrén Sandoval Hernández
CIESAS-Noreste

Maestría en CIESAS Occidente, generación 1998-2000. Cortesía de Efrén Sandoval Hernández


Ingresé al CIESAS sin conocerlo bien. Al explorar las ofertas de maestría obtuve alguna información sobre la institución y su buena reputación. Un profesor me recomendó indagar sobre las investigaciones que hacían las y los profesores de la Unidad Occidente y así encontré que había varios que podrían estar interesados en mi tema de tesis: la religiosidad católica liberal. Era 1998, cuando para aplicar seguramente uno se daba a la tarea de escribir la propuesta en una máquina de escribir, sacar copia fotostática a algunos documentos y enviarlos físicamente a Guadalajara. En esa época no había documentos adjuntos, ni PDFs, y apenas comenzaba el acceso al correo electrónico. No recuerdo cómo fue que me enteré de que había sido aceptado, pero muy probablemente fue mediante una llamada telefónica.

Previo a la fecha de ingreso, y aprovechando que tenía familia en Guadalajara para hospedarme, previamente visité la sede para firmar algunos documentos. Ahí vi por primera vez el hermoso edificio de la calle España, y me encontré con la amabilidad del personal que laboraba tanto en la recepción como en la secretaría técnica de la maestría (Mónica Vallejo, Maru y la Nena, −después llegaría Javier Juárez−), pasando por doña Cristy, quien hacía las veces de comité de bienvenida para cuanta persona ponía un pie en aquellas instalaciones.

El primer día fue de bienvenida en el auditorio. Se presentaron tanto estudiantes como profesores y profesoras. Al final doña Cristy nos regaló una rosa a cada una(o) y seguramente ese mismo día los estudiantes organizamos la primera de muchas reuniones en torno a unas cervezas. Pero el trabajo nos aguardaba al día siguiente.

Llegué sin dominar del todo la lectura en inglés y recuerdo haber conseguido por mi cuenta el delgado libro Durkheim, de Frank Parkin, cuya lectura previa al inicio del curso escolar me ayudó mucho para mejorar mi vocabulario. Aún lo conservo, con todo y las palabras subrayadas cuyo significado tuve que buscar en un diccionario, lo cual era necesario pues muchas de las tantas lecturas obligatorias de los cursos estaban en inglés. Al final del primer periodo de cursos había avanzado una enormidad en mi lectura en ese idioma.

La carga de trabajo era bastante, las desveladas leyendo o escribiendo reportes de lectura no fueron pocas, para lo cual utilizábamos con frecuencia la sala de cómputo. Algunos no teníamos computadora en casa, y para la mayoría ese era el único espacio de acceso al cada vez más necesario internet.

Las profesoras y profesores me impresionaron porque, al menos en mi caso, en la universidad no había tenido la oportunidad de tener como docentes a lo mismos autores de algunas de las lecturas que llevaba en el curso. Recuerdo particularmente la cercanía de Magdalena Villarreal, el compromiso de Humberto González, la amistosidad de Gabriel Torres, la amabilidad de Jorge Aceves, la pasión de Luis Vázquez, las cátedras de Guillermo de la Peña, la habilidad pedagógica de Susan Street, y la rigurosidad de Patricia Safa, quien nos hizo volver a preparar la presentación grupal sobre Los sistemas políticos de la Alta Birmania de Edmund Leach, después de un lamentable primer intento. Es fecha en que aún recuerdo el gusto que sentí cuando, después de una segunda lectura y la respectiva preparación para presentar el texto, creí entender por fin la metodología utilizada allí. Por cierto, mención aparte merecen la paciencia y pasión de mi directora de tesis Patricia Fortuny.

La entrega de las y los profesores en cada sesión, la seriedad con que habían preparado cada curso, la actualidad de todos los textos, la rigurosidad en la explicación y en la evaluación; todas esas maneras de trabajar −ahora lo puedo decir− me fueron enseñadas ahí, en la maestría del CIESAS Occidente. Toda esa seriedad y exigencia no eran advertidas de manera expresa, simplemente se cumplían. Tal vez era por eso que ningún estudiante llegaba tarde, las clases empezaban con puntualidad, los reportes se entregaban a tiempo y en general no había regateos respecto a la carga de trabajo. Estábamos en un proceso formativo de excelencia. Eso era todo.

Estando en Guadalajara fue poco lo que conocí acerca de las otras sedes del CIESAS y su institucionalidad en general, pero mi posterior incursión como estudiante del doctorado en la Ciudad de México me permitió conocer otros aspectos de la institución más allá de los posgrados. Estar en la sede del D.F., como le decíamos antes, era como estar en el corazón del CIESAS. Había más gente, más movimiento, personal administrativo, investigadores e investigadoras, mayor oferta de conferencias y seminarios, además de varios edificios incluyendo, claro, la preciosa Casa Chata que entonces albergaba la biblioteca, saturada ya entonces.

En 2003 ingresé al doctorado. Recuerdo haber sido entrevistado por Lucía Bazán, Mercedes Blanco, y por quien después sería mi directora de tesis, Margarita Estrada. Mis compañeros y yo estrenamos el flamante edificio de Juárez 222. Aquello era tan nuevo que todavía no estaba completamente ocupado. La atenta bienvenida fue a cargo de Lucía Bazán, entonces coordinadora del posgrado, y la conferencia inaugural la impartió Tere Carbó. Imaginarán que aquello fue muy interesante.

Debido a la misma organización del doctorado, interactué más con las y los profesores de la línea que llamábamos “entre lo global y lo local”. Prácticamente todas las lecturas que tuve que hacer para cumplir con los cursos fueron interesantísimas, y sobre todo muy útiles y pertinentes para plantear mi proyecto de tesis, y también trabajos posteriores ya como investigador. Pronto noté el celo que aquellas y aquellos profesores ponían en nuestro trabajo como estudiantes, particularmente en nuestros avances de proyecto y tesis. Así me reencontré con Gabriel Torres, conocí a Mariángela Rodríguez, Georgina Rojas y Mercedes Blanco, quienes siempre se mostraron involucradas en el proceso formativo. Esto también lo vi ciertamente en Margarita Estrada, quien siempre mostró tanto cercanía como apertura a lo largo del proceso en que realicé mi tesis doctoral. Además, Georgina Rojas me ayudó a hacer algunos contactos que resultaron muy importantes en el trabajo de campo.

Para cuando hice el doctorado noté un cambio, sobre todo en relación con la preocupación que era transmitida a los estudiantes respecto a la eficiencia terminal. Había que terminar la tesis no sólo en forma y fondo, sino a tiempo. Se trataba de una presión que sentí poco al hacer la tesis de maestría, y que ahora parecía atravesar en buena medida el proceso formativo y la escritura de la tesis. A pesar de esto, y de las exigencias burocráticas que conllevaba, las y los profesores, así como la coordinación del posgrado, me permitieron pasar las últimas semanas de los cursos formativos a distancia, para poder estar al pendiente del inminente nacimiento de mi hijo en Monterrey. El carácter humano que caracteriza a todos quienes formamos el CIESAS, siempre ha estado ahí, por más que la burocratización de la vida limite cada vez más los espacios de libertad, albedrío y confianza. Y esto lo pude constatar en la sede CDMX. Los usos y costumbres del CIESAS, como los llama Andrés Fábregas, permanecen para bien y para mal. Y yo prefiero pensarlos en el primer sentido.

Después del doctorado incursioné por dos años en la Universidad Autónoma de Nuevo León. La diferencia con relación al CIESAS era notable, no sólo en términos del tamaño de la institución sino sobre todo en la manera de trabajar. Entonces, una coyuntura me favoreció. En 2004 el Programa Noreste del CIESAS se trasladó de Saltillo a Monterrey, la ciudad en que radicaba. Fue Séverine Durin quien me presentó con Cecilia Sheridan, y Cecilia me permitió utilizar las instalaciones del programa para escribir mi tesis doctoral y prácticamente me dio trato como un investigador más. Con el tiempo, Séverine, Cecilia y hasta Virginia García Acosta me invitaron, empujaron y entusiasmaron para que aplicara para obtener un contrato en el CIESAS. Institucionalmente había planes de crecimiento para el Programa Noreste, y era importante hacerse de candidatos que tuvieran arraigo local o regional.

Imagen tomada del Facebook CIESAS Noreste

El proceso de ingreso fue largo e incierto, hasta que finalmente tuve una evaluación positiva de parte de la CAD. Ya para cuando ingresé, conocía muchos de los asegunes del trabajo en el CIESAS, pero tenía más claridad en relación con la seriedad con que en esta institución se espera y se confía en que uno haga su trabajo. Eso siempre me ha gustado del CIESAS. Por más que haya limitantes materiales, que nos demos de topes de cabeza con cosas que no avanzan, que la toma colectiva de decisiones sea cada vez más complicada, o que la burocracia nos complique las posibilidades de acción, en la base está un principio que identifico con la seriedad y honestidad académica, entendidas éstas no como meros logros académicos individuales, sino como un proceso colectivo porque, como parte de ese mismo principio, hay un sentido de pertenencia a una comunidad. Ese principio es entonces como ese motor, como esas ruedas sobre las cuales avanza todo lo demás.

Más allá del proceso que ha seguido mi trayectoria académica o la oportunidad que ha representado para mí la docencia, hago mención aquí de la ocasión que representó para mí el poder coordinar el Programa Noreste y acompañar el paso hacia la Unidad Noreste. Gracias a esto pude conocer otros recovecos del CIESAS, buenos y malos, positivos y negativos. Gracias a las muchas reuniones conocí a colegas que de otra manera no hubiera conocido, incluso hice varias amistades. El aspecto personal siempre ahí presente, siempre.

Trabajar de la mano con Isabel Campos y Virginia García Acosta me permitió aprender mucho del principio del que vengo hablando, sobre todo en su aplicación a la institucionalidad, a la cual nos debemos todos los que en algún momento ocupamos un cargo. Al dirigir la Unidad Noreste, tuve la experiencia de sentir el trabajo para la institución, que ha representado una satisfacción muy grande y una experiencia hasta entonces desconocida para mí. Cansa, sí, pero hace crecer sobre todo personalmente.

No niego que antes que nada me felicito por pertenecer al CIESAS. Pero más allá de eso, felicito de corazón a esta institución, mi institución y la institución de todas y todos quienes me hacen el favor de leer estas líneas, por cumplir un año más.