De la crisis sanitaria a la crisis personal: experiencias de investigación en consultorios adyacentes a farmacias durante
la pandemia de Covid-19

Ana Victoria Morán Pérez[1]
Investigadora posdoctoral en CIESAS-Pacífico Sur

Sala de espera en un consultorio adyacente a farmacia. Autora: Ana Victoria Morán Pérez. Lugar: Oaxaca de Juárez, Oaxaca. Fecha: junio de 2022.


Introducción

Desde hace varias décadas, el criterio de objetividad científica en la investigación antropológica ha sido desplazado por conceptos como el de subjetividad y reflexividad. En la disciplina antropológica, a partir de los años ochenta del siglo XX se produce una ruptura respecto a la concepción positiva predominante en el modelo de la antropología clásica, la cual partía de nociones como neutralidad y objetividad como la base para hacer de ésta una ciencia. Una de las corrientes que se caracteriza por hacer evidente esta crítica es la antropología posmoderna, la cual genera una discusión sobre las condiciones en que se produce el trabajo antropológico, formulando preguntas centrales como quién habla, de quién se habla, en qué términos y con qué derecho (Delgado, 2000). De igual modo, se incorporan como herramientas legítimas, y necesarias, para comprender el conocimiento antropológico, la subjetividad y la reflexividad.

Por su parte, desde la sociología, autores como Pierre Bourdieu y colaboradores (2004; 2008) se encargan de nutrir la discusión sobre estas cuestiones, quienes enfatizan en la importancia de promover una práctica sociológica capaz de romper con el saber inmediato, y hacer una constante ruptura y vigilancia que nos evite caer en el sentido común. Para Bourdieu el punto no es hacer una introspección permanente, lo cual representaría una caída al subjetivismo, sino reconocer las condiciones generales del trabajo científico, trabajo institucionalizado, social e históricamente producido y reproducido en el campo científico (Giglia, 2003).[2] 

Hoy en día, quienes nos dedicamos a la investigación en ciencias sociales sabemos que es imprescindible incorporar estas discusiones a nuestros trabajos y a la práctica etnográfica y antropológica. Precisamente, uno de los conceptos que nos permiten ser más conscientes de nuestro quehacer es el de reflexividad, mismo que aunque posee diversas acepciones, en general remite a la necesidad de problematizar sobre las condiciones sociales de producción del conocimiento, el lugar social desde el cual se sitúan el investigador y los sujetos de estudio, la producción dialéctica de conocimiento por parte de los actores que interactúan en una investigación, y la importancia de las decisiones que van generando el conocimiento en un estudio cualitativo (De la Cuesta-Benjumea, 2011: 164). En este sentido, podemos recuperar la definición propuesta por Rosana Guber (2004), quien plantea que es un concepto con dos acepciones, una primera que consiste en la capacidad de los individuos de llevar a cabo su comportamiento en tanto sujetos de una cultura y un sistema social; y una segunda que refiere a las decisiones que se toman en el encuentro o en la situación de trabajo de campo.

Ahora bien, la pandemia de Covid-19, por ser una situación única y sin precedente para los investigadores sociales, ameritó una importante necesidad de incluir la reflexividad en la elaboración de los proyectos de investigación, el diseño de estrategias metodológicas, y la generación de conocimiento. De tal modo que fue necesario formularse otras preguntas: ¿cómo investigar sobre una crisis colectiva desde un momento personal de crisis? ¿cómo involucrar a la pandemia como actor central que atraviesa todo fenómeno social? ¿de qué modo esta coyuntura impacta en la forma de relacionarse con la alteridad? O bien ¿cuáles son las posturas éticas que adoptamos y de qué manera gestionamos nuestras emociones?

En este artículo, el objetivo es incorporar la noción de reflexividad como una pieza clave para comprender cómo se fue construyendo la investigación realizada como parte de mi estancia posdoctoral en el CIESAS Pacífico Sur, a partir de desarrollar cómo las condiciones propiciadas por la pandemia de Covid-19 determinaron las decisiones, las interacciones, experiencias y emociones propias y de los sujetos investigados.[3] Para cumplir con este objetivo, me apoyo en los siguientes puntos de partida: 1) las decisiones que el investigador y sujetos de investigación van tomando construye el proceso de investigación; 2) el o la antropóloga como instrumento de la investigación; y 3) la relevancia de problematizar los condicionantes sociopolíticos, históricos, culturales y subjetivos en los que se produce el conocimiento.

En un primer apartado se desarrolla cómo la pandemia motivó a tomar decisiones que determinaron el rumbo de la investigación, para lo cual fue necesario que como investigadora tuviera la apertura de “escuchar” las demandas y necesidades del contexto y los actores con los que colaboré. En una segunda parte del artículo, se hace referencia al rol del antropólogo como instrumento para investigar, el cual se constituye como un sujeto situado que pone el cuerpo, alma y emociones en todo el proceso de investigación. Por último, se esbozan algunas reflexiones finales.

Tomar decisiones y “escuchar” el contexto

Tomar decisiones forma parte intrínseca del proceso de investigación. Implica negociar, aprender a resignarse y hacer elecciones en las que no sólo interviene el investigador, sino también las personas que forman parte del trabajo. Como plantea De la Cuesta (2011: 164), el conocimiento que se produce en un estudio cualitativo es construido a través de las decisiones e interacciones realizadas en el proceso de investigación. Bajo esta idea, aunque toda investigación implica la constante toma de decisiones, el investigar en un contexto como el de la pandemia de Covid-19 cargado de incertidumbre y desconocimiento absoluto (por lo menos al inicio de la misma), hace que esto tenga mayor cabida.

En septiembre de 2020, a medio año de iniciada la pandemia en México, comencé una estancia posdoctoral en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Unidad Pacífico Sur. Como parte de dicha estancia, me propuse desarrollar un proyecto de investigación cuyo objetivo fuera indagar sobre la intervención de los consultorios adyacentes a farmacias (CAF) en la conformación de saberes que expresan una lógica mercantil y una creciente presencia de los medicamentos para resolver los problemas de salud. Me interesé en estudiar a fondo los procesos de medicalización propiciados por los CAF, por ser una veta de estudio previamente identificada en mi tesis de doctorado.

Si bien todo proyecto de investigación representa un camino lleno de transformaciones constantes, no imaginé el giro que éste daría al iniciar el trabajo de campo, en noviembre de 2020. Al acercarme a médicos de distintos consultorios adyacentes a farmacias de la ciudad de Oaxaca, advertí que las preguntas sobre el uso de medicamentos por parte de la población o los criterios de prescripción que empleaban no conllevaban mayor interés para ellos, por lo menos en ese momento. Constantemente se desviaba la conversación hacia el tema de la pandemia y su labor desde los CAF. Por esta razón, decidí dar un giro temático al proyecto, y modificar la pregunta de investigación, de modo tal que recogiera las inquietudes de los propios médicos, e incorporara una problemática transversal a la realidad actual. Así, me propuse reformular el objetivo de la investigación, y analizar las funciones de los CAF durante la pandemia de coronavirus en zonas urbanas de Oaxaca de Juárez, a partir de comprender las transformaciones en los saberes del personal médico sobre la atención-prevención del virus y los cambios en la práctica médica.

Renato Rosaldo (1991) narra cómo las etnografías van tomando rumbos diferentes de acuerdo con las narraciones que uno obtiene de sus colaboradores, pues en los relatos de los ilongotes la alusión a la aflicción y la ira de los cazadores de cabezas eran recurrentes. Desde su propuesta, el analista social debe aceptar que sus “objetivos de investigación también son sujetos analizantes que interrogan de forma crítica a los etnógrafos” (Rosaldo, 1991: 17). Por ende, como investigadores sociales, hay que tener la sensibilidad para “escuchar” lo que los sujetos de investigación necesitan expresar, y para leer y aprehender el contexto en el cual la investigación se lleva a cabo. En mi caso, de no haber reformulado la pregunta de investigación, quizá habría implicado tener los ojos cerrados a esta coyuntura y, por ende, cometer un sesgo atroz sobre la realidad social que estaba describiendo.

Por otro lado, el diseño de investigación implicó definir cómo se haría el trabajo de campo. A finales de 2020, cuando tuve que tomar esta decisión, las restricciones para llevar a cabo actividades presenciales eran imperativas. Sin embargo, sabía que para responder a la pregunta de investigación que me había formulado, no era viable recurrir a estrategias meramente virtuales, pues no conocía el contexto ni tenía contactos previos de los informantes, dificultándose así las condiciones de acceso al campo. Por ello, determiné estar presente en el lugar de estudio, los consultorios adyacentes a farmacias, y tener interacción cara a cara con los informantes, médicos y usuarios. Aunque esto me permitió acceder a otros dominios del conocimiento, y así profundizar en las conversaciones con los médicos, u observar directamente la dinámica de las salas de espera de estos consultorios, también fue una decisión que conllevó dificultades éticas y personales.

Cualquier investigador tiene la obligación de reflexionar acerca de las consecuencias de su labor y de su función en la sociedad, además o a la par de los problemas teóricos y metodológico (Ruvalcaba, 2008). Asimismo, hay que hacer frente a las responsabilidades morales y políticas de nuestras acciones. En un contexto de restricciones sanitarias, tomar la decisión de hacer trabajo de campo convencional, es decir, “estando (físicamente) allí”, me obligó a pensar en mi postura ética, y en qué medida mi presencia en el consultorio no sólo implicaba un riesgo (de contagio) para mí, sino para los demás. Como describo en el siguiente apartado, esta reflexión estuvo presente durante todo el trabajo de campo, aunque hubo un encuentro con una doctora que me hizo tenerla más presente, al grado de cuestionarme sobre el desarrollo de mi investigación.

Poner el cuerpo y las emociones en el trabajo de campo

El trabajo de campo es un proceso reflexivo en el cual el o la antropóloga es la herramienta del mismo (Rostagnol, 2011). “Poner el cuerpo y alma” en el proceso de investigación no sólo es la vía para recabar, procesar o interpretar datos, sino para producir conocimiento de forma dialéctica, a partir de la interacción de reflexividades entre antropólogo y sujetos de estudio.  

¿Cómo me perciben las personas con las que trabajo? ¿cómo eso que perciben influye en sus respuestas hacia mi persona: en lo que me dicen, en lo que no me dicen, en lo que hacen en mi presencia, en cómo se comportan con los otros? Son preguntas que siempre que realizo trabajo de campo me formulo. En esta investigación, esta lectura que los otros hacen de mí, está atravesada por mi edad, mi formación y mi lugar de origen.

Por ejemplo, era común que a pesar de aclarar que este proyecto formaba parte de una estancia posdoctoral, tanto médicos como usuarios frecuentemente asumían que estaba haciendo mi tesis de licenciatura, pues mi apariencia denota menos edad de la que tengo. Igualmente, al ser originaria de otro lugar, la Ciudad de México, me sentía con cierto “derecho” de ignorar más cosas sobre el contexto y preguntar más sobre éste, lo cual en general jugó como un factor favorable. Otro aspecto interesante, es que los médicos generalmente me colocaban en un nivel formativo semejante al de ellos, una persona con estudios universitarios, y la cual podía “comprender” sus quejas y hastío sobre las prácticas y comportamientos de sus pacientes frente a la pandemia: no usar cubrebocas, negar la existencia del virus, no seguir las medidas de prevención, etc. Algo similar me ocurrió cuando hice trabajo de campo con médicos de consultorios adyacentes a farmacias en la Ciudad de México, quienes me otorgaron una etiqueta de “aliada cultural” que podía entender sus críticas hacia los malos hábitos y cuidados de salud de gran parte de la población (Morán, 2020).

En otro orden de ideas, quiero hablar sobre la presencia que tuvieron las emociones como parte del proceso de investigación. Rosaldo (1991) plantea que el análisis social debe reconocer otras fuentes de conocimiento científico ancladas al terreno de la subjetividad, en aras de no subestimar la interacción de los sentimientos, las emociones, observaciones y situaciones en el trabajo de campo. Los episodios que se viven en campo pueden despertar los temores más íntimos del etnógrafo: desde el miedo a ser rechazado, el enojo que uno siente porque el informante no llega a la cita, o la angustia que se vive en un contexto de pandemia. Si no incluimos las emociones como dimensión cultural, dejamos de lado una fuente de conocimiento importante para comprender al otro y a nosotros mismos (Guber, 2015). En el emerger de estas emociones no sólo influyen las condiciones externas en las que se hace trabajo de campo, sino el momento personal del antropólogo.

La pandemia nos colocó a todos los seres que habitamos el orbe, en una situación de vulnerabilidad que, de forma diferencial, afectó nuestra vida e interpeló múltiples aspectos sobre nuestra condición como sujetos sociales. Por tanto, hacer trabajo de campo en este momento fue doblemente desafiante para los etnógrafos, pues no sólo había que pensar cómo acercarse a los sujetos de estudio sin ponerse ‒y poner a los demás‒ en riesgo; sino que había que hacerlo en momentos de crisis personal: de lidiar en carne propia con el Covid, haber visto a seres queridos enfermar o, lamentablemente, fallecer; o sentir un fuerte agobio por la incertidumbre imperante. A esto hay que sumar que las personas con las que trabajamos generalmente también estaban pasando por esta crisis.

Considero que este contexto fue determinante en las respuestas negativas que obtuve por parte de los médicos a los que me acerqué en mi primera temporada de campo, de noviembre de 2020 a abril de 2021. Aunque el acceso a campo no siempre es fácil sino todo lo contrario, esta experiencia fue particularmente desafiante y me obligó a aprender ‒o por lo menos intentar‒ a gestionar el rechazo. De 25 médicos con los que tuve contacto para invitarlos a colaborar en mi investigación, sólo con ocho pude concretar las entrevistas. Las respuestas que solían darme tenían que ver con falta de tiempo o de autorización por parte de sus supervisores para dar información.[4] 

Debo reconocer que algunas de estas respuestas no sólo generaban en mí una innegable molestia ‒sin fundamento, pues los médicos no tenían la más mínima obligación de colaborar conmigo‒, sino que también interpelaban mi posición como investigadora y mi propia investigación. Quizá el caso que más me hizo cuestionar la viabilidad del estudio, fue a partir de un encuentro que tuve con una doctora en enero de 2021. Tras platicarle sobre el trabajo y solicitar su colaboración comentó lo siguiente:

Aquí llega gente enferma y ahorita están subiendo muchísimo los casos. Estoy viendo el 50% de la consulta por enfermedades respiratorias, y el que estés aquí es un riesgo para ti y para los pacientes. Igual que estés afuera haciendo las encuestas es un riesgo porque tienes que estar con la gente, los expones a ellos y a ti (Diario de campo, 9 de enero de 2021).

Escuchar esto me hizo parar el trabajo de campo por unos días, mientras reflexionaba sobre la factibilidad de seguir adelante con la investigación, o bien, darle un giro metodológico radical. Al final decidí seguir adelante, pero no sin experimentar una profunda ansiedad al sentirme expuesta al contagio. Ahora considero que este fue un momento crucial de interpelación de mi posición, y de encuentro de reflexividades que me ayudó a pensar sobre el sentido de la investigación.

Por último, quiero recuperar la idea de las emociones como dimensión cultural que emergen en el campo. Sin duda, la emoción que definió mi estar en campo fue el miedo: miedo a contagiarme, a no saber cómo reaccionaría mi organismo, o a contagiar a mis seres queridos. Esta emoción era compartida con varios de los colaboradores, lo cual me permitió entender ‒o por lo menos ser más empática‒ con su situación como personal médico en constante exposición al virus. Aunque no todos reconocían que el miedo estuviera presente en su práctica médica, algunos sí me confesaban que ésta se había tornado en una práctica cargada de angustia y temor por no saber si el próximo paciente sería el causante de un contagio (Morán, en prensa). Una doctora me relataba que los primeros meses de la pandemia, cada vez que veía a un paciente con sospecha de Covid, empezaba a sentir dolor de cabeza y dificultad para respirar. Cuando me platicó esto, me sentí plenamente identificada.

La reflexividad nos permite colocar al antropólogo en un lugar diferente, como un sujeto con emociones, sentimientos, dudas y frustraciones en interacción con los otros (Rostagnol, 2011). Asimismo, nos permite empatizar mejor con los colaboradores, al reflexionar sobre su posición como sujetos sociales.

Reflexiones finales

A lo largo del artículo se intentó mostrar cómo la reflexividad es transversal a todo el proceso de investigación, constituyéndose como una herramienta necesaria para generar investigaciones más conscientes, críticas y auto-reflexivas. En este trabajo, se describió cómo se fue transformando la investigación mediante la constante toma de decisiones; cómo mi rol como antropóloga estuvo atravesado por emociones y percepciones que los otros tenían sobre mí (y yo sobre ellos); y de qué modo las condiciones históricas, sanitarias y sociales devenidas de la pandemia fueron incorporadas a las decisiones, interacciones, reacciones y emociones que tuvieron lugar en todas las etapas de la investigación. La producción de conocimiento antropológico está enmarcada dentro de relaciones sociales que ocurren dentro de contextos específicos, y bajo una condición dialéctica, donde intervienen el antropólogo y los actores con los que interactúa. Como se intentó mostrar, los “otros” son sujetos reflexivos activos.

¿Cómo hablar y escribir sobre una crisis sanitaria desde una crisis personal si asumimos que lo personal siempre es colectivo? ¿es posible no involucrar nuestra condición como sujetos situados en lo que estudiamos, en cómo nos relaciones con lo que estudiamos y lo que decimos de ello? Si bien en este artículo no respondo a estas interrogantes, pues es labor de cada investigador formulárselas y tratar de dar respuesta, sí trato de problematizarlas e incluirlas como elementos centrales para comprender cómo se construyó una investigación sobre las funciones desempeñadas por los consultorios adyacentes a farmacias en un ámbito de pandemia, en Oaxaca de Juárez, y tener un mayor contexto para entender algunos de los hallazgos. Lo que me es claro es que toda investigación que se hace en momentos de crisis colectiva, también se hace desde la crisis personal.


Bibliografía

Baranger, Denis (2018), “Notas sobre la noción de reflexividad en sociología y en la obra de Bourdieu”, en Juan Ignacio Piovani y Leticia Muñiz (coords.) ¿Condenados a la reflexividad? Apuntes para repensar el proceso de investigación social, CLACSO, pp. 22-51.

Bourdieu, Pierre, Jean-Claude Chamboredon y Jean-Claude Passeron (2004), El oficio de sociólogoMéxico, Siglo XXI.

Bourdieu, Pierre y Loic Wacquant (2008), Una invitación a la sociología reflexiva, Buenos Aires, Siglo XXI.

De la Cuesta-Benjumea, Carmen (2011), “La reflexividad: un asunto crítico en la investigación cualitativa”, en Enfermería Clínica, vol. 21, núm. 3, pp. 163-167.

Delgado, Manuel (2000), “Antropología y posmodernidad”, en Trama y Fondo, vol. 9. Universitat de Barcelona.

Giglia, Ángela (2003), “Pierre Bourdieu y la perspectiva reflexiva en las ciencias sociales”, en Desacatos, núm. 11, CIESAS.

Guber, Rosana (2004), El salvaje metropolitano, Buenos Aires,  Paidós,  capítulo 4. “El trabajo de campo como instancia reflexiva del conocimiento”.

Guber, Rosana (2015), La etnografía: método, campo y reflexividad, Siglo XXI Editores, México, capítulo 6. “El investigador en el campo”.

Morán, Ana (en prensa) “Riesgo, incertidumbre y Covid-19 entre el personal médico de consultorios adyacentes a farmacias en Oaxaca de Juárez”, aprobado por la Revista Pueblos y Fronteras, UNAM, México.

Morán, Ana (2020), “Una radiografía de los consultorios adyacentes a farmacias al sur de la Ciudad de México. Saberes de médicos y usuarios en torno a un sistema de atención privado”, Tesis de Doctorado en Antropología Social, CIESAS.

Rosaldo, Renato (1991), Cultura y verdad. La reconstrucción del análisis social, Quito, Ediciones Abya Yala.

Rostagnol, Susana (2011) “Trabajo de campo en entornos diversos. Reflexiones sobre las estrategias de conocimiento”, en Gazeta de Antropologías.d.

Ruvalcaba Mercado, Jesús (2008), Ética, compromiso y metodología: El fundamento de las ciencias socialesMéxico, CIESAS, Publicaciones de la Casa Chata, capítulo 1. “Ciencia, ética y compromiso”, pp. 25-46.


[1] ana00.moran@gmail.com

[2] Bourdieu especifica que su propuesta sobre reflexividad difiere de la planteada por los antropólogos posmodernos porque ésta no sólo consiste en hacer un auto-análisis que se plasme en un relato confesional, sino que requiere de socio-análisis basado en “conceptos sociológicos y que aporta conocimientos cuyo alcance desbordan el caso propio de la persona” (Baranger, 2018: 37)

[3] Como describo más adelante, las unidades de estudio y de análisis de mi investigación estaban directamente involucrados con la pandemia: un servicio de salud, como los consultorios adyacentes a farmacias, y personal médico de los mismos.  

[4] Cabe mencionar que durante la temporada de campo que hice en mayo y julio de 2022, las respuestas que obtuve por parte del personal médico fueron mucho más favorables. Atribuyo esto a que ocurrió en un momento completamente diferente de la pandemia, en el cual la percepción del virus y el riesgo era otra, producto de la vacunación masiva, el mayor conocimiento sobre los mecanismos de transmisión del virus, el decremento de la mortalidad o los cuadros graves de enfermedad, entre otras cuestiones.