Cuando la arena se vuelve movediza

 

“Va a temblar”, afirma, “cuando el cielo esta aborregado es que va a temblar”. Miro al cielo y pues sí, va a temblar pues el cielo esta aborregado. También pienso que en agosto puede ser común ver esas nubes, son bonitas, se notan muy altas, aunque esta vez algo tienen de diferente, y pienso que el calendario de Galván me ha quedado mal, dice que habrá canícula desde fines de julio hasta mediados de agosto, la verdad es que no ha dejado de llover desde mayo, hubo un veranito, sí, en julio, pero solo unos días, eso no cuenta como canícula. El miércoles, el guardia en turno del CIESAS Pacífico Sur me pide mirar al cielo nuevamente, él es muy chaparrito, mixteco, creo que del rumbo de Tilantongo. Él es muy simpático, platica mucho conmigo y cuando lo hacemos, miramos hacia el nororiente, la vista es realmente espectacular, se mira el valle de Oaxaca y las montañas que lo rodean. Amaneció lloviendo, pero hay una ventanita en el cielo y me viene a la mente aquello de celestial. No el color, no el celeste, sino los colores del arcoíris desordenados en torno al sol, eso, el tornasol. -cómo la ve, me dice-.

 Ocho punto dos y nos fuimos al Istmo

Comentamos que en el Istmo parece que es lo más afectado, bueno, ahí cerca fue el epicentro. Cierro los ojos y trato de imaginar las ondas sísmicas moviendo el suelo hacia todos los puntos cardinales. He tenido experiencias de ver y sentir esas ondas en campo llano, en el Istmo en 1965 y en Pungarabato en 1985. Es viernes por la noche y no deja de llover ni de temblar, a cada rato se siente un brinco o un remezón, pero a pesar del caos en

la ciudad, nos reunimos en un café ocho amigos y rápidamente nos organizamos en torno a la solidaridad y al quehacer ante la emergencia, sabemos cómo organizarnos pues lo hacemos casi cada fin de semana para tomar las curvas en las carreteras de Oaxaca con seguridad.

El sábado por la tarde ya está lista la camioneta del CIESAS con un poco más de media tonelada de víveres que juntamos entre los ocho amigos motociclistas, estudiantes de odontología de la UABJO y Salomón Nahmad. Con mi amigo Rafael fuimos a dejar esos víveres a San Mateo del Mar. Por WhatsApp me comuniqué con amigos de la región Mixe, de La Costa, de la Mixteca, del Papaloapan, de la Sierra Norte, de la Sierra Sur, sentí su temor, pero mi amiga de la Huave estaba aterrada. El mar, me dijo, se fue, regresó lento, pero está muy arriba, el suelo esta remojado como si estuvieras en la playa, tiembla muy fuerte, con muchos ruidos que retumban bajo el suelo y la lluvia que no para. Hay muertos, no sé cuántos, pero hay, pues sus casas se cayeron sobre ellos. Decidimos ir a San Mateo del Mar, donde el territorio es de arena y agua. Hay que apurarnos, pues el temblor fue el jueves y ya es domingo.

Hicimos casi seis horas de Oaxaca a la Región Huave, Ikood, la carretera está en buenas condiciones, se notan los derrumbes que ya fueron retirados en su mayoría. Qué alegría nos dio vernos, las abracé y me abrazaron, a pesar de que en su mirada se sentía el miedo, el temor y la desazón, de inmediato se organizaron para bajar las cajas, bolsas y sacos que traemos. Magda y su mama, Antonina, son parteras y se han organizado desde hace muchos años para que la partería transite por los tiempos tecnológicos sin que pierda su carácter patrimonial. Un fuerte remezón nos recordó a lo que venimos.

En lo que las mujeres de la Casa de La Mujer Indígena, así se llama la organización de parteras, bajan las cosas de la camioneta y las empiezan a reembolsar para entregarlas a las familias que ellas saben que han perdido bastante, nosotros tratamos de abrir las puertas de la casa, pues con el sismo, si bien no se cayó, quedó hundido, enterrado, ladeado y las puertas están trabadas. Pero con los ruidos que hacemos al golpear el piso, las mujeres se espantan y mejor así dejamos las cosas.

Magda mejor nos lleva a recorrer el pueblo y lo que miramos es preocupante, hay mucha gente en las calles, algunos están sentados bajo las sombras de los Jicacos y cada vez que el suelo se mueve, se van al centro de la calle, nos sonríen algunos, otros nada más nos miran.

Hace unos diez años, quizá un poco más, estas bardas de tabicón que dominan el paisaje urbano y que hoy se cayeron, se hundieron o se inclinaron, no estaban. Tampoco estaban las calles de cemento gris que hoy están cuarteadas. Los vientos aquí son muy fuertes casi todo el año y las bardas ayudaron a aminorar sus efectos, la arena en movimiento que golpeaba el cuerpo y el ruido permanente del aire. Dentro de cada predio prevalece la casa vieja hecha con troncos y palma, en algunas casas, ya han sido sustituidas por cuartos de concreto y corredores donde cuelgan las hamacas. La mayor parte de esas construcciones internas son la que han colapsado por lo que no hay donde dormir o pasar el día. El estruendo de un gran helicóptero hace que mucha gente corra hacia el campo deportivo, son los marinos trayendo despensas, observamos que es un caos, pues la entrega no es nada organizada y la gente busca desesperada hacerse de algo.

Nos avisan que ya están preparadas las despensas, se hicieron 300 en total, las vuelven a subir a la camioneta y recorremos el barrio. Las parteras le piden a la gente que regrese a sus casas, pues ya empezaban a amontonarse alrededor nuestro. Como las conocen, hacen caso y esperan. Así, repartimos ordenadamente media tonelada de víveres para 300 familias, despensa que calculamos, les durará cuando mucho dos días.

Ya está oscuro, Rafael viene cargando la olla que trae la cena; huevos de tortuga acompañadas de totopos, queso fresco y un buen remezón que hace que nada más nos miremos. Ya es tarde, pasan de la diez de la noche y nos preparamos para dormir, todos alineados a lo largo de la calle para evitar que si una barda cae no nos caiga encima; a Rafa y a mí nos dan a cada uno un catre. Nos deseamos buena noche con otro temblor y nos decimos buenos días con una sacudida tremenda y un ruido de las entrañas de la tierra que me recuerda los mitos de Cthulhu.

La solidaridad organizada y los otros

Creo que por un relato que escribí y lo compartí, recibí muchos correos de amigos que me ofrecen lo que han juntado en víveres para seguir llevando a las Ikoods. En la Unidad Pacifico Sur del CIESAS, la Señora Berna ha organizado ya la compra de víveres con el apoyo del Sutciesas y a través de los correos y comentarios que han surgido, iremos otra vez a San

Mateo del Mar, pero agregaremos Santa María del Mar, el otro pueblo Ikood localizado en la misma barra. Ahora vamos Rafael mi amigo y Lina, investigadora del CIESAS; son dos camionetas, llevamos víveres, lonas y cobijas.

Por teléfono, surgen las diferencias, ¿por qué San Mateo?, me reclama casi airadamente, hay otros pueblos que también lo necesitan, me dice, aquí por Tehuantepec también esta grave la situación. Le hago saber que así se decidió en la Unidad. Lo entiendo cuando me levanta la voz y sus reclamos toman otro tono, pero es mejor colgar, se lo hago saber y cuelgo. Me quedo con un mal sabor de boca.

Las mujeres de San Mateo nos reciben nuevamente muy contentas, les explicamos que ahora dividiremos todo entre ellas y la gente de Santa María del Mar, están de acuerdo y nos ayudan a preparar la camioneta que irá a Santa María del Mar, no sin dejarnos de preguntar cómo iremos para allá.

A petición mía, Magda investigó con quién hablar para que se rompiera el bloqueo que algunos pobladores de San Mateo tienen desde hace unos años, impide el paso de la gente de Santa María para salir de su pueblo por vía terrestre. Lo hacen por mar, bajo un riesgo muy difícil de describir por ahora. Una situación realmente complicada por un conflicto indeterminado que la cerrazón al dialogo ocasiona. Magda, habló con el cura que visita San Mateo y ella me platica que éste le ha dicho que sabe que allá la situación es menos grave, pero que cuando nosotros lleguemos él intercederá con los pobladores del barrio de Santa Cruz para que nos dejen pasar. Con la camioneta lista, vamos a buscar al cura y para nuestra sorpresa no está, se fue del pueblo hace unas horas. Creo que los cuatro nos sentimos incomodos.

Buscamos a los marinos quienes amablemente nos ofrecen hacerlo. Se coordinan rápidamente y nos acompañan hasta la Agencia de Santa Cruz, hablan con quién está ahí y listo. Éste señor nos acompaña hasta donde está el bloqueo de piedras y una cadena. Nos deja paso no sin antes pedirnos una despensa. A partir de ahí el camino es de arena, se ve el mar de cada lado, acelero lo más que se puede pues ya está pardeando la tarde, vamos callados y Magda va preocupada y temerosa, pues sabe muy bien del conflicto, pero ella insistió en acompañarnos. En la semioscuridad vemos las luces de un carro que viene de frente, es una camioneta artillada de los marinos que están haciendo una ronda. Nos detienen, ya saben que vamos para Santa María y después de un pequeño dialogo, nos deciden acompañar, pero nos advierten de la difícil situación.

Con el rojo del atardecer, entramos a Santa María del Mar, Magda se sorprende ver que la situación de daño de las casas es similar a lo que se vive en San Mateo, molesta por el comentario del cura nos lo hace saber. En la explanada del pueblo, están creo, casi todos reunidos, es muy fuerte y estremecedora la visión que recibimos. Las camionetas pasan entre muchos hombres que casi no se mueven y se nota su mirada de muchísima desconfianza. Notamos que, a nuestra izquierda, en lo que es el frente de la Biblioteca municipal están los hombres, quienes en cuanto paramos nos rodean y las mujeres hacen una larga fila que abarca casi toda la explanada. Después nos damos cuenta de que hacen fila para recibir unos víveres que llegaron hace unas horas por mar, parece que de alguna escuela de una Universidad de Veracruz.

Noto que nuestra llegada es un tanto intimidante, sobretodo porque nos precede una camioneta artillada. El marino de mayor rango me pide que me asome y busque a quien yo conozca, se nota preocupado, pues todos nos miran. Rafa, Lina y Magda se quedan dentro de la camioneta. Salgo y me paro en el estribo y voy buscando sin ver realmente, es mucha gente que nos mira, muchas caras y un gran silencio. En ese silencio escucho mi nombre, me grita y es cuando los ojos de algunos me hacen llorar de la emoción. La mano de la esposa de Eustacio en la mía me calma. Para mí ahora es un marasmo, me abrazan uno por uno, aquellos con los que crucé el mar varias veces y compartí los huevos de tortuga y la lisa. Entre el alboroto escucho al marino, a Rafa, a Lina, que empiezan a platicar con la gente, se nos acercan las autoridades municipales y agrarias y nos agradecen la ayuda. Mis amigos Ikoods, mis amigas Ikoods.

Nos tenemos que ir y rápidamente se organizan para bajar todo y meterlo a la biblioteca. La despedida es corta y les prometo volver a vernos pronto. Magda no se bajó de la camioneta, pero su comentario es sincero: este bloqueo ya no debe de existir.

Los que miran para acá (muchos, se vuelve anarquía)

Parece relojito, tiembla cada dos horas, hasta mareado se siente uno y no para de llover. Me habla Augusto de Guadalajara: ahora sí; ya está listo, ¿a dónde mandamos el dinero? ¿Qué tal para buscarles techo?

Maricarmen me habla para explicarme que desde la CD de México ella y algunos amigos están viendo el plan de reconstrucción, tienes ideas me dice, ¿quieres que primero veamos la vivienda temporal?

Abraham, aquí en Oaxaca me manda mensajitos donde me dice: revísate esto de las “Yurtas”. Esta interesante.

Mientras Augusto en Guadalajara está platicando con Jovita en Oaxaca acerca de la reparación de la camioneta y Maricarmen me manda un WhatsApp, la sacudida se siente tan fuerte que la Sra. Berna en el CIESAS se pone muy nerviosa, se escuchan voces alteradas y con calma abrazo a Berna para paso a paso, en medio de las sacudidas que las escaleras nos dan, salimos del edificio. Ahora se suman historias que la distancia y el movimiento las une, al menos sé que mi hija que estudia en la UNAM, y vive cerca de CU, después del terror inicial y sus entendibles pretensiones de venirse a refugiar a la casa grande a Oaxaca, se unió con otros amigos a brigadas de ayuda. Sigue en eso.

Por unos días pierdo el contacto con Magda, pero me sorprende el día 22, es mi cumpleaños y busca la manera de felicitarme y mandarme un mensajito, y decirme que llueve mucho, le comento de la Yurtas, que son de autoconstrucción y acordamos hacer una. 23 de septiembre, se mueve fuerte otra vez, no para, hasta cuando parara esto, se pregunta uno.

Nos damos a la tarea de contactar a los de las Yurtas, Tania se hace cargo, una chica que estudia la maestría en diseño y que unos amigos le han dado dinero para apoyar. Ella vio también lo de las Yurtas y coincidimos.

Visito personalmente a una chica de Ixhuatan que apoyó la construcción de al menos una Yurta allá en su pueblo, deseo conocer sus impresiones. No nos dice mucho de cómo se organizaron, pero nos pasa ideas para hacer bien las cosas.

Las llamadas telefónicas con las muchachas de las Yurtas, quienes son muy amables, se han vuelto tediosas, sí, nos dicen, mañana ya te hablamos para que se capaciten. Tratamos de explicarles que no es para nosotros las capacitaciones. La primera vez que hablamos coincidimos en la forma, es decir, la gente Ikood, necesita de las Yurtas y están esperando a que les llevemos los materiales de construcción y a la persona que les enseñará como hacerlas. Acordamos con las que proponen las Yurtas que nos darían la lista de materiales. Después de muchos días de insistir por fin nos la mandaron.

Los expertos en construcción de Yurtas, por fin aparecieron, 5 de octubre. Los días pasan y la idea de las Yurtas ahí sigue, en idea. Con Tania nos damos a la tarea de ir de compras, que cosa tan complicada, pues no sabemos en donde hallar esos esos materiales: alambres, tubos, mantas, mallas, y otros, nos lleva toda una tarde sin perder eso sí, los contactos con Magda, Augusto, Maricarmen, se suma Armando, otro amigo. Al amanecer de uno de esos días, me habla Mariana, una amiga oftalmóloga, amiga de la familia para decirme que en Monterrey sus amigos saben que los pueblos del mar necesitan ayuda. Ya está el tráiler de 30 toneladas de víveres para San Mateo del Mar y me comunica con uno de los muchachos que van viajando arriba del tráiler. Explícame, me dice, como llegar a San Mateo, allí con tus amigas, pues queremos que la ayuda llegue directo, sin nadie que sea intermediario.

A su regreso, le pregunte como le había ido, su respuesta solo fue “épico”. Para Magda, fue un susto: ¡treinta toneladas, Rubén!.

Hoy 10 de octubre, estamos saliendo por fin a San Mateo y a Santa María del Mar con los materiales para dos Yurtas. La gente ya nos está esperando. De ellos dependerá ahora si se construyen más.