“Creo en el dios vivo, no en el dios muerto”. De “La Costumbre” a la experiencia pentecostal

Gabriela Robledo
CIESAS Sureste


María, de 55 años, es originaria de Bumilha’, un paraje del municipio tseltal de Oxchuc, ubicado a 48 kilómetros al noreste de la ciudad de San Cristóbal de las Casas, principal centro urbano del altiplano chiapaneco, una región compuesta por una mayoría de población maya, hablantes de tsotsil y tseltal, que habitan en los municipios circunvecinos. Foto: Gabriela Robledo (2020).

A los 20 años María huyó de su casa paterna para irse a la ciudad de San Cristóbal con quien sería su marido. Corrían los años ochenta, época en la que expulsados de varios municipios indígenas empezaban a fundar colonias en la periferia de esta ciudad. Sin saber leer ni escribir, María empezó a trabajar como empleada doméstica. Pronto vendrían los hijos, cuatro en total, y el quiebre de su matrimonio, por lo que quedó como madre soltera después del nacimiento de su cuarto y último hijo. Con esfuerzo había logrado comprar un lote de terreno en una de las colonias indígenas del Anillo Periférico, donde construyó su vivienda. Desde hace unos 15 años consiguió un puesto de venta de fruta en una de las calles aledañas al principal mercado de la ciudad, negocio con el que mantiene a su familia. Nuestras entrevistas se realizaron en la cocina de su casa, generalmente muy temprano en domingo, pues su negocio exige de su presencia constante, y de levantarse siempre muy temprano. Vivía entonces con una de sus hijas y su pequeño nieto, y el menor de sus hijos, un joven de 18 años.

Cuando empezamos a conversar sobre su trayectoria religiosa, María se identificó como católica, aunque al hablar sobre las prácticas religiosas de su casa paterna, se refirió a ellas como “El Costumbre”. Cuando algún miembro de la familia enfermaba, un rezador llegaba a su casa, encendía velas en el altar familiar donde había imágenes de “santitos”, como la virgen o Jesucristo, quemaba incienso, y hacía una ceremonia donde los participantes bebían pox y también danzaban con su sot, una sonaja ritual, algunas veces hecha con una pata de venado. Así se curaba a los niños cuando se enfermaban y el pulsador (pues diagnostica mediante el pulso) llegaba a “pepenar” su espíritu. También recuerda la fiesta de santo Tomás, patrón de su pueblo, que se prolongaba por espacio de tres días en la cabecera municipal de Oxchuc.

Al hablar de su familia y de sus primeros años de vida en la comunidad, María hizo alusión a la brujería, y al miedo que ésta despertaba en la gente. Cerca de su casa vivía un “tío”, un pariente lejano al que su familia temía porque “tenía don”. Era un anciano que vivía solo, y que pasaba a pedir “cooperación” a su familia porque oraba por el agua, por la milpa. Cuando se acercaba, su mamá les pedía a todos los hijos que salieran a esconderse para no molestarlo, porque temía ser objeto de su enojo y de su brujería. Eso había pasado cuando se casó la hermana mayor de María. Después de perder tres o cuatro embarazos, la familia cayó en cuenta que no había compartido con el tío los regalos que la familia recibió cuando la muchacha fue pedida en matrimonio. Así que pronto tuvieron que enmendar el asunto llevando al tío atol y comida, después de lo cual su hermana pudo tener hijos. Antes, aseguró María, la gente tenía mucho miedo de la brujería, pero ahora ya no, “porque la gente va a la iglesia a escuchar la palabra de dios”.

Ya establecida en la ciudad, María acudía con rezadores tradicionales para resolver sus problemas tanto matrimoniales como económicos. Tenía una comadre que iba a rezar a su casa, pero resultaba muy caro. Debía comprar los materiales: velas, incienso, conseguir una grabadora para la música y preparar comida con la que terminaba la ceremonia, además de pagarle a la rezadora y su acompañante. Pero no veía resultados: su marido terminó por abandonarla e irse de la ciudad, y sus problemas económicos no terminaban, la venta no era buena.

La condición de ser madre soltera suele ser una cuestión bastante frecuente en las colonias indígenas de la ciudad, según lo reportado por varios trabajos (Sanchíz, 2004; Robledo, 2009). Es así que la socialización con otras mujeres en calidad de amigas es un recurso que muchas de ellas utilizan para crear un tejido de soporte en la ciudad. Fue a través de su círculo de amigas que María recibió la invitación para asistir a una iglesia pentecostés, donde podía “echar su lloradera”. Sin embargo, tampoco encontró ahí remedio a su malestar.

Desde hace siete años empezó a asistir a una Asamblea carismática, en donde según sus palabras, conoció al dios vivo, una noción que para explicármela, usa una metáfora que contrasta con su experiencia de “La Costumbre”: el dios muerto vs. El dios vivo. En La Costumbre –me dice– se hace oración a imágenes que están muertas, que no escuchan, porque son como las fotos. En cambio el dios vivo sí responde, es quien tiene poder y está ahí a su alcance. Sólo basta con desconectarse del “afuera”: la veo cerrar los ojos para concentrarse e ir dentro de sí misma para invocarlo. Ya no necesita de un intermediario, ni costosa parafernalia para comunicarse con la divinidad, el dios está ahí, en ella, y es por tanto un dios vivo. La inmediatez de “la presencia”, que define a la experiencia pentecostal, es la característica de este dios vivo.

Escucho a María hablar de su fe, bastión de su fuerza, cuando me narra los desafíos que enfrenta en su condición de madre soltera, pobre e indígena. En nuestro último encuentro, después de más un mes de no vernos, había pasado una noche en la cárcel a causa de un pleito por un lote que había adquirido desde 1995 en otra colonia indígena, y que ahora querían arrebatarle. Nuevos dueños –a quienes casualmente conocía aparecieron para intentar despojarla de lo suyo. Aunque contaba con el apoyo de los representantes de la organización de colonos, sus “enemigos”, como ella les llama, pusieron una demanda legal en su contra y soltaron dinero para que la detuvieran. Una tarde, yendo a tomar el transporte para regresar a su casa, llegó la policía a detenerla. Esa fue la noche que pasó en el reclusorio, junto a una joven que había caído en la cárcel por asesinato. Fue una noche terrible, oyendo los lamentos de las presas, impotente ante lo injusto de su situación. Pero ahí estaba su fe en el dios vivo, al que recurrió en esos momentos, haciendo oración. Para dejarla en libertad, un hermano tuvo que pagar dinero; mientras que los miembros de su iglesia la apoyaron con cadenas de oración. Fue un servidor de la iglesia el que le recomendó que, junto a su cama, en su mesita de noche, pusiera su biblia abierta en el salmo 49, en versículos que hablan de lo vano de las riquezas frente a dios. Aunque no sabe leer, me muestra su biblia, que la protege de sus enemigos.

A medida que conversamos me hace saber la manera en que sus nuevas prácticas no se oponen a su mundo cultural. Desde temprano, cuando abre los ojos, agradece la vida, reconoce a dios en su respiración, en el amanecer… su presencia está en el agua, en los árboles, en la milpa, en el sol y hasta en el dinero. Sin dios, ella no podría entender la vida. También me habla de que una de las hermanas de la Asamblea, tiene “don”. Lo sabe porque las ventas de su negocio mejoraron cuando ella la apoyó con su oración. Reconoce que sigue habiendo brujería, pero si no crees en ella, me dice, no tiene poder sobre ti. Cree que el pukuj, el oscuro, el demonio, siempre está al acecho. Por eso ella es honrada, no roba ni miente. Es la condición para comunicarse con el dios vivo. Por eso tampoco se anima a hacer la primera comunión, como le insisten los servidores de la Asamblea. ¿Cómo asegurar que un día no se va a ir con un hombre que le guste?, o que tenga una mala mirada para con alguien? O que hable mal de alguien? No, definitivamente no puede prometer algo que no va a cumplir.

A partir de la perspectiva de la materialidad y la religiosidad vivida se considera a la religión como una práctica de mediación a través de la cual se recorre el camino hacia lo inmanente, proponiendo a los creyentes una serie de técnicas para generar y alcanzar ese “otro mundo”, que hace visible lo invisible, mediante múltiples medios de comunicación que permiten materializar lo sagrado (Meyer, 2014; Guntelli, 2019; Orsi, 2012). En el caso de María, su propio cuerpo se ha convertido en un medio de comunicación con lo sagrado. Basta con gestionarlo de cierta manera, concentrándose en sí misma, cerrando los ojos, para hacer una oración que nazca de su corazón. De esta manera, la técnica aprendida en la Asamblea carismática le ha permitido construir una cierta sensibilidad para comunicarse con lo divino, con ese dios vivo que hoy es el centro de su experiencia espiritual.

Bibliografía

Guntelli et. al., (orgs.) (2019), Como as coisas importam. Uma abordagem material da religiao. Textos de Birgit Meyer, Porto Alegre, UFRGS.

Meyer, Birgit (2014), “An Author Meets her Critics”, en Religion and Society: Advances in Research, núm. 5, pp. 205-254.

Orsi, Robert (2012), Between Heaven and Earth. The Religious Wordls People Make and The Scholars who Study Them, Princeton, Princeton University Press.

Sanchíz, Pilar (2004), “Matrifocalidad en la periferia de San Cristóbal de Las Casas: una vía para el desarrollo e igualdad entre las mujeres indígenas chiapanecas”, en Mesoamérica, núm 46, Antigua, Guatemala, Guatemala, pp. 173-190.

Robledo, Gabriela (2009), Identidades femeninas en transformación. Religión y género entre la población indígena urbana en el altiplano chiapaneco, México, CIESAS.