Gabriela García
Estudiante de la Maestría en Antropología Social, CIESAS-CDMX
La cámara recorre un vagón del metro de la Ciudad de México. Es la hora pico y las fronteras entre los cuerpos se vuelven difusas. La lente se posa sobre la figura de un hombre trajeado que suda profusamente e intenta desabrocharse el cuello de la camisa. De repente, se desploma. Más tarde, mientras su cadáver es examinado en la morgue, su identidad es revelada: se trata de Álvaro Márquez, un agente de cobranzas de 53 años de edad, que ha fallecido a causa de una misteriosa trombosis pulmonar que ya ha cobrado varias vidas esa semana. A muchos kilómetros de ahí, en otro espacio y tiempo, Beth Emhoff, una joven ejecutiva, está en el aeropuerto esperando la salida de su vuelo. Tose y luce visiblemente enferma, pálida. Como Álvaro, en un par de días también terminará sobre una plancha metálica, víctima de una enfermedad misteriosa y presumiblemente letal. Estas secuencias son el punto de partida de los filmes El año de la peste (1979) y Contagio (2011), dos visiones cinematográficas muy distintas sobre lo que sucede cuando una enfermedad se sale de control. El mundo de lo audiovisual ha manifestado un interés constante por los virus y las enfermedades — por ejemplo, a través de una larga tradición de cintas sobre zombies y plagas— y el análisis de sus productos puede ayudar a entender los imaginarios colectivos de distintas épocas y sociedades, en tanto que el cine participa en la producción y reproducción de dichos imaginarios. Una mirada a la forma en la que Contagio y El año de la peste abordan una epidemia y sus consecuencias, puede proveer nuevos ángulos desde los cuales mirar y entender la crisis global desencadenada por la COVID-19.
El año de la peste retrata el rápido avance de una misteriosa enfermedad denominada “peste neumónica” en la Ciudad de México. El protagonista del filme es Pedro Sierra Genovés, cirujano plástico que trata de advertir a las autoridades sobre el peligro que supone la enfermedad, pero que se encuentra con una cadena de funcionarios indolentes que desestiman la gravedad de la situación, misma que eventualmente deviene en caos. La información, la verdad, el acceso a ellas y quienes se asumen como sus detentadores, son ejes centrales para el filme. Toda la acción se desarrolla dentro de los límites de la metrópoli, lo cual hace de la peste neumónica una epidemia que termina por cobrar 350 mil vidas.
Por otro lado, en Contagio se presenta el surgimiento y posterior expansión global del virus MEV-1. En este caso, la acción se desarrolla en múltiples locaciones: Minneapolis, las oficinas de la Organización Mundial de la Salud, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades en Atlanta, China— de donde se presume surgió el virus— entre un largo etcétera. La cooperación entre organismos transnacionales, científicos y gobiernos para descifrar al virus y encontrar una vacuna, así como la desinformación y las revueltas sociales derivadas de la pandemia, son algunos de los temas abordados por la película.
Una primera distinción entre los filmes es su época: El año de la peste se estrenó en 1979, bajo la dirección de Felipe Cazals, con un guión a cargo de Gabriel García Márquez, José Agustín y Juan Arturo Brennan, inspirado en la novela Diario del año de la peste, de Daniel Defoe. Por otro lado, Contagio es una película de 2011, dirigida por Steven Soderbergh y con un guión de Scott Burns, mismo que ha sido reconocido por la fidelidad científica y epidemiológica con la que aborda a la pandemia. El año de ambas cintas es relevante porque influye en los discursos e imágenes que construyen. Mientras que el filme de Cazals se enfoca en el quehacer de los políticos y la manera en la que el poder manipula a una epidemia aislada geográficamente, Soderbergh construye una obra más adecuada para un mundo globalizado, en donde las acciones de múltiples escalas, dimensiones y actores se entrecruzan para el desarrollo de una pandemia.
Uno de los puntos centrales en El año de la peste es la visión crítica hacia las estructuras que detentan el poder, en específico los funcionarios públicos de distintos niveles, que se presentan como individuos que actúan en su propio beneficio y que asumen actuar conforme a ‘la verdad’. De ahí que, durante todo el filme, las autoridades minimicen y oculten la epidemia que azota a la ciudad, implementando una censura y silencio total, alegando que “el pánico de la noticia puede ser más grave que la epidemia”. Destaca también el rol de los medios de comunicación, que se presentan como totalmente sometidos al poder e incapaces de difundir los alcances de la enfermedad. La película responde, pues, al contexto sociopolítico mexicano de los años setenta, donde el gobierno ejercía un férreo control sobre los medios de comunicación y la verdad era la del relato ‘oficial’. En el filme, esto es ilustrado de manera elocuente por el conductor de un noticiario, quien expresa que si se considera a los medios como el cuarto poder, cuando los otros tres se les ponen en contra, es poco lo que pueden hacer.
El acceso a la información y a aquello que es verdadero también son cuestiones presentes en Contagio, aunque aquí internet ocupa el lugar que los medios tradicionales ostentan en el filme de Cazals. En la película, un pseudo-periodista que publica un blog de teorías de conspiración comienza a promover un derivado de la planta forsythia como una supuesta cura, esparciendo dicha desinformación mientras atosiga tanto a científicos como autoridades involucradas en el control de la pandemia. Los medios de comunicación influyen en nuestra experiencia y entendimiento del mundo y, a través de este personaje, emergen preguntas sobre el papel del internet para la supuesta democratización en la producción, difusión y uso de la información. Tenemos acceso a más información, a una gran diversidad de fuentes y a medios más plurales, pero esto viene acompañado de una sobreexposición a grandes cantidades de información falsa. La falta de alfabetización digital y de conocimientos para contrastar y discernir fuentes han ubicado a esta cuestión al centro del debate público en la pandemia por el nuevo coronavirus, incluso granjeándole el nombre de “infodemia”.
Ahora bien, llama la atención que las secuencias iniciales de ambas películas se relacionan con los medios de transporte. El año de la peste abre con la muerte de Álvaro en el metro, mientras que en Contagio se muestra a Beth en un aeropuerto y, en seguida, a un joven a bordo del subterráneo de alguna ciudad china. Esto lleva a pensar en las posibilidades y alcances del contagio. Por un lado, están los espacios hacinados como los vagones del metro y, por el otro, la terminal aérea que habrá de llevar a Beth de un continente a otro. El virus no solo incrementará en números, sino también en extensión geográfica. Aunado a esto, en el filme de Cazals la presencia de la ciudad es notoria y no funge como mero contenedor de la acción dramática. Son varias las tomas que se dedican a destacar las edificaciones de la modernidad urbana. Laas grandes oficinas del gobierno, los edificios de departamentos, los hospitales… esas masas de vidrio, acero y concreto parecen nublar la visión de las autoridades a lo largo del filme. A fin de cuentas ¿cómo era posible que una ciudad tan moderna se pudiera ver afectada por algo tan remoto como la peste, asociada con un pasado incivilizado? Tanto el tema de la movilidad como el de la planeación urbana se vuelven cuestiones urgentes para pensar en el mundo post-COVID19. ¿Cómo cambiará— y ya lo está haciendo— la forma en la que nos movemos, pensamos y habitamos la ciudad a raíz de la pandemia?
Esto remite a pensar en la desigualdad, cuestión que también es abordada en ambas cintas. En El año de la peste, se menciona que “el flagelo comenzó en los barrios populares” y se muestran múltiples secuencias de las brigadas de sanitización entrando a zonas marginadas y periféricas, bañando a la población con una sustancia espumosa que luce tóxica. La diferencia de trato en los barrios acomodados es evidente: ahí las autoridades primero desalojan a los habitantes y posteriormente desinfectan. Destaca el uso narrativo que se le da a las imágenes de suciedad y marginación; si en un inicio sirven para establecer una diferenciación clara entre las zonas de bajos recursos y el resto de la ciudad, conforme avanza la película— y la epidemia— estas fronteras se desdibujan y toda la ciudad termina luciendo igual. También resulta de interés un diálogo entre el protagonista y el oficial mayor del Ministerio de Salud Pública, quien, al hablar sobre la enfermedad, cuestiona si se trata de la “peste o mortandad natural de 15 millones de habitantes hacinados”. La enfermedad destapa las desigualdades ya existentes y las exacerba. Por otro lado, en Contagio la situación llega a un punto de quiebre y se materializa en saqueos y revueltas, así como en la capacidad de algunos altos oficiales del gobierno para acceder antes a la vacuna. Aunado a esto, una de las subtramas trata sobre un grupo de jóvenes chinos provenientes de una zona rural quienes, tras la muerte de gran parte de su aldea, secuestran a una investigadora de la OMS para asegurar su acceso a la vacuna.
El miedo es otro aspecto que ocupa un lugar central en ambas tramas. El avance de la peste pulmonar hunde a los habitantes de la Ciudad de México en el pánico y la incertidumbre. Mientras los medios y el gobierno niegan la existencia de la pandemia, las personas se enfrentan a la escasez de alimentos, al cierre de ciertas actividades económicas y al creciente número de personas enfermas y fallecidas. El miedo está ahí, en las contradicciones entre el discurso oficial y la experiencia cotidiana. El caso de la pandemia por el MEV-1 es distinto: aquí el miedo surge del exceso de información, de la híperconexión. Las noticias se transmiten con mayor rapidez que el virus y la gente puede presenciar, en tiempo real, el avance de la pandemia.
Finalmente, otra sugerente comparación entre ambos filmes es su ritmo. En El año de la peste, el desarrollo de la trama es bastante lento e incluso se recurre a secuencias que parecieran inconexas con el resto de la historia. Aunque por momentos el protagonista manifiesta urgencia por el avance de la epidemia, y a pesar de que toda la acción se desarrolla en un periodo de solo 132 días, la progresión de la epidemia se antoja lenta. Además, por más que se hace referencia a la letalidad y gravedad de la peste neumónica, en ningún momento se da a entender que ésta haya trascendido las fronteras nacionales. El país es entonces la escala más grande a la que se hace referencia. Por otro lado, en Contagio se presenta al virus como un problema global desde el primer momento, cuestión que es reforzada por la secuencia inicial, en la que se muestra a múltiples personajes que fungen de vectores del MEV-1 alrededor del mundo.
Al contrario que Cazals, Soderberg echa mano de una edición que da un ritmo casi frenético al filme. El virus se presenta fugaz en su expansión, seguido por los esfuerzos urgentes de científicos y autoridades para descubrir y producir una vacuna; el estrés y el pánico son sensaciones constantes para los protagonistas que incluso contagia al espectador. Mientras Beth muere en su cocina, el joven chino que viajaba en el metro se desploma en su minúsculo apartamento. La edición y el ritmo de la película emulan la compresión espacio-temporal característica del mundo globalizado.
El año de la peste culmina con la siguiente explicación sobre la epidemia: desapareció misteriosamente 132 días después del primer caso, dejó cientos de miles de muertes y nunca existió oficialmente, sino que se trató de una ola de intoxicaciones atribuidas a un lote vencido de productos dentífricos distribuidos ilegalmente por una farmacéutica transnacional. Por su parte, Contagio culmina con la lenta y progresiva vuelta a la normalidad tras el descubrimiento de una vacuna. En ambas películas es posible encontrar puntos en común con la pandemia actual, aunque también muchas divergencias. Mientras que una se centra en una escala nacional y en la acción de los tomadores de decisiones, la otra aporta una visión más compleja, plagada de interconexiones a distintas escalas y dimensiones, con la participación de distintos actores (individuales y colectivos), más cercana a un mundo globalizado. Además de ofrecer una mirada distinta para pensar en la pandemia actual, si consideramos que el cine produce y reproduce los imaginarios colectivos de determinados tiempos y sociedades, no queda más que preguntar qué historias grabaremos después de la COVID-19.