Jesús Manuel Macías M.
CIESAS Ciudad de México
jmmacias@ciesas.edu.mx
El propósito de esta colaboración es mostrar algunas experiencias de trabajo de investigación en el CIESAS que han implicado el uso de “cartografías”, empezando por el significado de éstas, en cuanto a herramienta de exposición de espacialidades y como un poderoso instrumento de análisis de procesos sociales. Se utilizan algunos ejemplos de proyectos concretos, y se relacionan con el devenir institucional donde se cuestiona a la antropología social (y a las llamadas “disciplinas afines”, como la geografía, que fue un factor integral del proyecto original del actual CIESAS), en su pertinencia para abordar el análisis de los procesos sociales y sus expresiones espaciales.
Antropología y espacialidad social
No es común pensar en la antropología como una disciplina científica ligada a la observación de las formas espaciales de los grupos humanos que estudia, sin embargo, como asentó Federico Engels (1969: 24): “las formas fundamentales de todo ser son el espacio y el tiempo, y un ser concebido fuera del tiempo es tan absurdo como lo sería un ser concebido fuera del espacio”, por ello la antropología ha tenido diferentes aproximaciones a la elucidación de la espacialidad. Otras disciplinas como la geografía (física y social) son fundamentalmente espaciales, pero no incurren en ciertos problemas y escalas de análisis propias de la antropología. En el desarrollo de estas disciplinas se han registrado interinfluencias importantes, como veremos.
El CIESAS es un centro que tuvo como proyecto originario la investigación en antropología social y de disciplinas afines cuando se creó como el Centro de Investigaciones Superiores del INAH (CISI-NAH), ahora básicamente gira en torno a la docencia, pero mantiene interés y alguna especificidad en un tipo de investigación que lo incluye entre las ciencias sociales y las humanidades, y al mismo tiempo manteniendo interinfluencias con otras disciplinas científicas. El tema de la espacialidad de las sociedades es crucial para observar esas interinfluencias. Probablemente fue durante la primera mitad del siglo pasado que, en general, la antropología norteamericana (que ha tenido influencia importante en la mexicana) dio atención al asunto espacial de las sociedades. Julian Steward, el fundador de la Ecología Cultural (Julián, 2015), publicó un libro que intituló Teoría y práctica del estudio de áreas (1955), que recibió una gran influencia de otro geógrafo coterráneo, Robert Hall (1947), quien ya había sugerido ampliar el interés de las investigaciones societales a través del enfoque de “Áreas” (Macías, 1995). Por ese mismo periodo tomó auge lo que se denominó el “paradigma regional”, que fue adoptado de anteriores desarrollos teóricos de la geografía y que cobró más importancia en los años sesenta y setenta del siglo pasado. El “paradigma regional” se potenció como consecuencia de la disputa del llamado “desarrollo regional”, que tuvo un referente en la disputa por el “desarrollo” en la época de la Guerra Fría, fundamentalmente entre la planificación regional keynesiana de E.E. U.U. y la planificación realizada en la Unión Soviética. En México se reflejó después de los años setenta en los antropólogos influenciados por tales desarrollos, como lo fue uno de los fundadores, Ángel Palerm (1993; Martínez, 2000), Gatti (1983; 1987), De la Peña (1981), entre otros. “Lo regional” fue adoptado institucionalmente y ha sido base incluso de organización académica programática.
De la discusión conceptual a la expresión espacial
Un elemento clave en la comprensión de las formas de indagación y expresión de los análisis espaciales ha sido la confrontación entre la discusión conceptual de esas expresiones espaciales (como región, u otro concepto actualmente en boga como el de territorio), y las formas en las que se reflejan esas relaciones en un mapa, entendido justo así como representación espacial de relaciones sociales o de otro tipo. En este dominio es donde se marcan diferencias en los alcances de la comprensión de las espacialidades sociales. Los mapas pueden tener diferentes propósitos además de mostrar (expresar) ciertas relaciones seleccionadas, uno de ellos, importantísimo, es el de ser instrumentos analíticos robustos.
El uso de cartografías ha sido diferencial, según los problemas planteados en la investigación, y ese es un tema que el antropólogo Guillermo Bonfil, otro de los constructores de lo que fue el proyecto CIS-INAH, lo tenía muy claro y fomentó la colaboración interdisciplinaria en el proyecto institucional, para buscar un desarrollo de la antropología mexicana más profundo y formalmente vinculante de esas aportaciones entre disciplinas sociales, para beneficio, fundamentalmente, de una antropología social necesaria.
Comentaré algunos ejemplos de proyectos de investigación que derivaron de ese interés compartido.
Proyectos
I
Cuando participé en el proyecto de documentos pictográficos denominados “Mapas de Cuauhtinchan”, con Keiko Yoneda y Joaquín Galarza, en 1979, el reto era comprender en dichos documentos no sólo las formas de expresión iconográfica y de glifos que reflejaban relaciones sociales y temporales prehispánicas asociados con formas topográficas (relacionadas con el espacio real del valle de Puebla-Tlaxcala), que le daban orientación. Eran “mapas” que combinaban tradiciones prehispánicas y elementos coloniales de expresión cartográfica, es decir, que sintetizaban dos formas instrumentales de expresión espacial, la indígena (novohispanizada) y la europea (León, 2005; Yoneda, 1991; 1994 y Aguirre, s.f.)
Mapa I. Mapa de Cuauhtinchan 1
Fuente: Mohar (s.f.).
Desde el CIESAS se han aportado conocimientos relevantes para esclarecer los alcances de esas investigaciones que implican representaciones espaciales que suman dos cuerpos de concepciones, “cosmovisiones”. Las aportaciones han sido relevantes sobre todo porque, también en este tema, ha existido cierta polución de colonialidad (Quijano, 2014) en algunos intérpretes desde los estudios históricos. Hill (1998) mencionó esa postura que negó la existencia siquiera de un sentido de expresión de espacialidad en las sociedades prehispánicas, lo que ha sido refutado tajantemente por los trabajos de León (2005), Conteras (2009), entre otros; y por un vasto proyecto de estudio y publicación de la documentación producida “en el México antiguo” (Mohar, s.f.) denominado Amoxcalli.
II
En pleno auge de los estudios regionales participé en 1980, en el “Proyecto Huasteca” que coordinó François Lartigue y que me permitió avanzar en la adquisición de conocimiento teórico y práctico de la antropología social. Mi inserción temática ahí, buscó explorar el impacto regional de las explotaciones petroleras anunciadas por el gobierno mexicano del área conocida como “Proyecto Chicontepec”. Lartigue y el colectivo académico asociado, impusieron la elección de una comunidad campesina para realizar esa investigación. Seleccioné a la comunidad ejidal denominada La Soledad, en el municipio de Alamo-Temapache, Veracruz, porque dentro de la misma se encontraba asentado un campamento de trabajadores petroleros del área de exploración de Pemex. El tema del impacto petrolero pronto pasó a segundo plano, no sólo porque los planes gubernamentales fueron menguando el énfasis de la explotación petrolera, sino porque la investigación de campo resultó un profundo reto para la comprensión de la espacialidad de las relaciones socioeconómicas, culturales, de poder, etc. Dicho ejercicio motivó la propuesta metodológica de análisis espacial para conformar niveles de organización social articulados de manera escalar. Las comunidades, la articulación entre comunidades, un centro urbano y áreas mayores. La tradición de trabajo de campo asimilada en la formación de geógrafos obviamente tuvo contrastes con las prácticas del antropólogo social. Las diferencias en escalas de observación, categorías de análisis, instrumentos de investigación directa, etc., impusieron otra necesidad metodológica.
Mapa II. Mapa de La Soledad, Álamo-Temapache, Veracruz
Fuente: elaboración propia.
Otros hallazgos fueron relevantes, la necesidad de mapear la comunidad a través de quienes la habitan, sus ubicaciones, relaciones de parentesco y económicas, me ofreció una experiencia invaluable que resumo así: estando en la comunidad, alojado en casa de una familia de ejidatarios decidí emprender la tarea de construir el mapa de la comunidad, para lo que tenía que hacer un croquis e ir ubicando los datos de quienes habitaban las viviendas y otras instalaciones. Me encontraba a punto de iniciar los trazos en una cartulina, cuando se acercó un vecino que se ganaba la vida fungiendo como “coyote”, intermediario en la venta de naranjas. Me preguntó qué estaba haciendo. Le comenté, y se ofreció a ayudarme. Tomó la cartulina, empezó los trazos y me empezó a dictar los datos de todas y cada una de las personas que habitaban La Soledad. Mi trabajo concluyó en un par de horas. No es que me sorprendiera al conocimiento de las distribuciones espaciales y de los componentes de la comunidad que tenía un avecindado ejidal, lo que me sorprendió es la ignorancia, en mi novatez profesional, de esas capacidades.
III
Hasta principios de los años noventa, habría desarrollado el trabajo cartográfico inherente a mis proyectos de la manera tradicional, y en esa época cobró impulso el desarrollo de los Sistemas de Información Geográfica (SIG) que habrían tenido paralelismo con el desarrollo tecnológico del posicionamiento satelital (GPS). Fue hasta el año 2004 cuando, coordinando un proyecto de investigación evaluativa sobre reubicaciones humanas por desastres, logramos incorporar el uso de SIG y conjuntar cartografía y bases de datos para analizar los procesos sociales pertinentes (Macías, 2009). Fue un cambio cualitativo y multiplicador de las capacidades de la herramienta de análisis. Basta con señalar un caso, el de la colonia de reubicación llamada Arroyo del Maíz, Poza Rica, Veracruz. Una de las características de la falibilidad de los proyectos de reasentamientos en el mundo, que se habían registrado históricamente (Oliver-Smith, 1991), era que la construcción de viviendas no era acompañada por su ocupación por parte de los afectados. Además de la crítica a los diseños arquitectónicos de dichas viviendas, incompatibles con los usos tradicionales de los afectados, no se habían ofrecido otras explicaciones sobre otro tipo causal. En el caso de Arroyo del Maíz, pudimos identificar otras razones gracias a la corroboración que nos permitió el SIG. Se buscó en las bases de datos georrefeneciados en el plano del reasentamiento, las características de los beneficiarios en el proceso de registro y validación. Dicho proceso se realizó con la intervención de funcionarios estatales y municipales, siguiendo protocolos definidos por la Secretaría de Desarrollo Social federal. La cartografía señalaba la secuencia temporal de las ocupaciones de las viviendas y, aquellas que permanecían no ocupadas, fueron asignadas a personas que tenían condiciones socioeconómicas muy superiores respecto a mayoría de los damnificados de las inundaciones desastrosas de 1999 en Poza Rica. Falla en los mecanismos de identificación de afectado y corrupción como fenómenos identificados en la publicación del estudio (Macías y Vera, 2009).
Mapa III. Mapa de Arroyo del Maíz. Poza Rica, Veracruz
Fuente: elaboración propia.
Concluyendo
Todos los procesos sociales tienen expresiones espaciales, pero no todos los procesos sociales han requerido examinar esas expresiones en mapas, por ejemplo, el concepto de grupo doméstico, que puede ser analizado y aplicado sin una base cartográfica. No obstante, en antropología como en todas las ciencias sociales y humanidades, el recurso cartográfico es una herramienta fundamental de análisis y exposición. La espacialidad de los procesos sociales, sin duda que puede ser mejor analizada utilizando esos recursos. En el CIESAS se han realizado investigaciones complejas desde los análisis de documentos antiguos (códices) hasta el actual aporte del Programa Especial de Sistemas de Información Geográfica para Ciencias Sociales y Humanidades (ProSIG-CSH). La antropología en el CIESAS, tiene ese potencial, enhorabuena.