Conexiones entre antropología, tecnologías digitales y juventudes indígenas

Óscar Ramos Mancilla
Universidad Autónoma de Puebla


Imagen de Robson B Sampaio bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0


La digitalización de la vida parece ofrecernos mayores facilidades en nuestras actividades, y lo hace en muchos ámbitos; sin embargo, hay algunos costes que se intercambian. Uno de los aspectos más evidentes es la exposición de la vida privada y del acceso a datos acerca de las actividades que realizamos, lo cual aún nos parece lejano o sin complicaciones, pero el riesgo es que sin darnos cuenta comienzan a definir precisamente cómo será nuestro día a día, a influir en las decisiones que tomamos (Cheney-Lippold, 2017; Rosenblat, 2018) y en las relaciones que establecemos; por ello es menos que un asunto baladí.

La antropología y la etnografía pueden aportar elementos para entender lo que está sucediendo en las sociedades en relación con las tecnologías de información y comunicación. Partiendo de la etnografía, se pueden realizar acercamientos a situaciones específicas, a las prácticas y las relaciones que se vinculan con el acceso y el uso de las tecnologías digitales, las maneras como se están incorporando los dispositivos digitales y móviles, y por otro lado, desde diferentes perspectivas antropológicas se pueden hacer comprensibles aspectos de los nebulosos y entramados que pueden ser los procesos contemporáneos relacionados con lo digital, en los cuales, sin darnos cuenta o aun teniendo total consciencia, nos desenvolvemos desde hace ya unas décadas.

Apuntes desde una antropología que considera lo digital

Desde la antropología se ha generado un cuerpo amplio de estudios relacionados con las tecnologías digitales, los cuales han compartido intereses y enfoques con otras disciplinas como la sociología, la comunicación, la psicología, estudios de ciencia y tecnología, por mencionar las más predominantes y, a la par, se han realizado acercamientos que han explorado características propias de los estudios antropológicos. Para ejemplificar esto último se pueden mencionar de manera breve algunos casos concretos.

En su momento, cuando las comunidades virtuales parecían llevarnos a los paisajes de ficción estilo ciborg a las que cualquier persona podía acceder se profundizó en las plataformas que facilitan las comunidades virtuales (Boellstorff, 2008) sumando una visión diferente a las que hablaban simplemente de identidades duplicadas o del surgimiento de un universo paralelo. Por otro lado, podríamos pensar en actividades específicas que van relacionadas con los cambios actuales en donde lo visual ha adquirido un papel predominante en la sociedad, por supuesto no es un aspecto nuevo, sino que se realiza en un contexto distinto y que le da una amplitud que en décadas anteriores no se vivieron. Este es el caso de la transición de prácticas como aquellas relacionadas con la fotografía, en donde acercamientos etnográficos nos han permitido observar e identificar distintas maneras de utilizar y apropiarse de la imagen a partir de que los dispositivos digitales simplifican las técnicas de su captura y de compartirlas (Gómez y Lehmuskallio, 2016).

Durante la década del 2000, mientras se desarrollaban algunas movilizaciones sociales en diferentes partes del mundo, se fue gestando y dando forma a un colectivo que los medios de comunicación presentaron como la concreción del vandalismo en internet, Anonymous, pero un estudio describió que este colectivo disperso apenas molestaba a algunas empresas o administraciones de gobierno específicos (Coleman, 2014); más bien, la indefensión de nuestras actividades en la red no dependían ni vendrían de un agrupado bromista sino de empresas, como ya se ha hecho evidente en los últimos diez años.

Precisamente, el dispositivo digital que llevamos con nosotros a todos lados es el teléfono celular del tipo smartphone, es una herramienta esencial para cualquier actividad que realizamos a diario y es, al mismo tiempo, el aparato tecnológico que emite información de nuestra localización, de lo que realizamos, de nuestras conexiones, etc. (Gamba et al., 2018; Peirano, 2019), como sea, sería difícil pensar en nuestro día a día sin los smartphones. En este sentido resulta relevante pensar en nuestras relaciones desde y con los smartphones, si bien se pueden tener diferencias relacionadas con las perspectivas antropológicas desde las cuales se analiza, es destacable que un equipo estudie los smartphones en distintas partes del mundo como lo ha realizado el proyecto The Anthropology of Smartphones and Smart Ageing (Miller, 2021). Aunque, quizá sea más necesario retomar la propuesta de Laura Nader (1972) de estudiar “a los de arriba” para indagar entre los grupos y empresas que se benefician y en donde se toman las decisiones para entender lo que está ocurriendo con nuestras prácticas digitales.

En los últimos años, con los activismos digitales y analógicos, se vuelve a revisar el estado del software libre porque éste fue la materialización de formas de relacionarse y organizarse (públicos recursivos) que a su vez hicieron posible la masificación de internet (Kelty, 2008; Wayner, 2000). Dichas formas tienen vigencia en colectivos y grupos interesados en gestionar y explorar recursos vinculados a internet sin que sean centralizados o cooptados por empresas y fines lucrativos, sino que permitan la experimentación y mantenimiento de servicios de asociación autónomos en los medios digitales, así como al activismo digital (Barassi, 2015; Coleman, 2012), por señalar un ejemplo se pueden observar las posibilidades que se han experimentado en GitHub y además una gran variedad de propuestas por parte de agrupaciones (uno de los más conocidos es Rancho electrónico pero hay infinidad de colectivos o grupos).

Cada acercamiento desde la antropología y la etnografía ha permitido comprender algún aspecto de los recientes procesos y relaciones que estamos experimentando con las tecnologías digitales. Sin embargo, al pensar en situaciones relacionadas con las tecnologías digitales se suelen imaginar contextos muy tecnificados, como algunos distritos en las ciudades o las ciudades como tales frente a lugares rurales, sin mencionar Silicon Valley que por sí mismo es un referente. Así, uno de los puntos que se quiere destacar es que hacen falta indagaciones para conocer y comprender lo que sucede con lo digital como un proceso amplio que incide en distintos ámbitos y afecta a diferentes poblaciones y sectores de múltiples maneras. En este sentido, que el 72% de la población en México es usuaria de internet (INEGI, 2020) poco nos dice de las maneras sutiles y subjetivas como las tecnologías digitales inciden en nuestra vida, o de la concentración de usuarios en las ciudades y menos en las áreas rurales, del acceso diferenciado o de las estrategias que se realizan en los poblados indígenas para conectarse (Parra y Baca, 2018; González, 2018) y los aspectos de la vida diaria en los que se incorporan esas posibilidades de conexión a internet. Para ello son necesarios acercamientos directos.

Conectividad a internet entre las poblaciones rurales e indígenas

Durante la última década los poblados rurales e indígenas han experimentado la expansión de recursos para comunicarse e informarse. Por una parte, se han reforzado prácticas de los comunicadores en radios comunitarias y medios audiovisuales (EICI, 2019; FLLii, 2019), ya sea desde iniciativas de grupos pequeños, colectivos o en organizaciones civiles, además, se han ampliado las opciones para difundir y compartir información por redes sociales y otras plataformas vinculadas a internet (un ejemplo reciente ante el Covid-19 es la amplia circulación que recibió el “Manual de prevención para radios comunitarias indígenas”). También, se han visto cambios en las posibilidades de acceso a las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC), se ha pasado de lugares de afluencia como cibercafés o centros con computadoras y conectividad provenientes de programas gubernamentales (por ejemplo e-México a nivel nacional o el Sicom en el estado de Puebla), hacia las recargas de saldo para los teléfonos celulares, y en algunos lugares más poblados si bien depende de los ingresos e infraestructura también por contratación de internet en los domicilios (a veces compartiendo un router).

Las tecnologías digitales se han hecho más asequibles para casi todas las personas, aunque las áreas urbanas siguen representando el mayor número de usuarios, mientras que en las áreas rurales se mantienen bajos porcentajes de acceso y uso. Aún se puede hablar de condiciones de brecha digital, incluso, continuar realizando estudios para comprender sus causas y los efectos sociales (Gómez et al., 2018). Siguiendo datos estimados del INEGI (2020), en México, el 72% de la población es usuaria de internet y 75.5% utilizó la telefonía celular. Pero, la brecha se puede observar en los resultados de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de Información en los Hogares (ENDUTIH) del INEGI, en áreas urbanas el 51% tiene computadora y 69% conexión a internet, y en las rurales 19.7% con computadora y 30.1% con conexión a internet. Estos porcentajes reflejan y se relacionan con una serie de restricciones estructurales que se han conformado históricamente (económicas, demográficas, sociales, geográficas), las cuales influyen en las condiciones de pobreza y su reproducción, como lo es en el caso de los poblados indígenas.

En el contexto actual de los poblados indígenas es mayor el porcentaje de población excluida, pero con todo y restricciones y brechas, las personas se conectan a internet y las tecnologías digitales influyen o son parte de las actividades. Un aspecto relevante de esta situación traslapada entre conectados y desconectados es que se concentra principalmente en la juventud. Este sector de la población experimenta una serie de situaciones que las generaciones anteriores no tuvieron, por mencionar algunas se puede decir que hay mayor cobertura de educación formal, más opciones dentro de los medios de comunicación masivos, mayor movilidad fuera de sus poblados y territorios, ya sea para estudiar, abastecerse de productos, trabajar, o para visitar a personas conocidas en distintas ciudades. En consecuencia, una buena parte de la actual generación de jóvenes que habitan en poblados rurales e indígenas transitan por el mundo analógico y se desenvuelven hábilmente por lo digital.

Más digitales a la par de la sociedad global

Desde hace ya varios años los jóvenes en los pueblos indígenas están habituados al uso de diferentes dispositivos digitales, desde una computadora, una memoria USB para instalar programas y los Smartphones. Que sean los jóvenes quienes tienen más acceso a las tecnologías digitales es consecuencia, entre otros aspectos, del vínculo que se ha establecido entre la educación y las TIC incluso desde los primeros programas destinados a disminuir la brecha digital como lo fue el Sistema Nacional e-México (implementado en el sexenio 2000-2006). En este sentido, la imagen que se ha generalizado es la de tecnologías que permiten complementar actividades educativas, lo cual abarca muchos aspectos pero que, en la práctica, suele reducirse a que éstas sirven para realizar las tareas escolares. Aunque, precisamente dicha actividad ha dejado de ser la principal razón para utilizar las TIC y conectarse a internet.

Siguiendo la información del “17º Estudio sobre hábitos de los usuarios de internet en México 2021” (Amipci, 2021), el principal uso de internet es acceder a redes sociales, seguido de enviar y recibir mensajes instantáneos, después, lo relacionado con los correos electrónicos, las siguientes siete actividades pueden hacer referencia a la búsqueda de información (ver películas o series, escuchar música o radio, utilizar mapas, videoconferencias, leer o ver contenido relevante, cursos en línea y realizar trámites). En este estudio la referencia más cercana a lo educativo se encuentra hasta el noveno lugar, donde se registran actividades como estudiar en línea. Por supuesto, los jóvenes realizan sus tareas escolares, pero ahora esta actividad es compartida con otras que incluyen las redes sociales de manera predominante (Martínez y Mora , 2020).

En el espacio digital hay una variedad de servicios de redes sociales, pero un aspecto que parece determinante para registrarse en alguno es que se tengan referencias previas y que existan contactos con los cuales interactuar, por ello la red social más utilizada hasta el momento es Facebook. Entre los perfiles que tienen más seguidores se pueden encontrar los que de alguna manera simulan representar a colectivos, por ejemplo, los que llevan el nombre del municipio o de algún poblado que algunas veces se convierten en periódicos murales donde enlazan cualquier referencia al poblado o municipio. También están los perfiles de organizaciones civiles y agrupaciones como gestores culturales, artesanos o danzantes, que congregan a usuarios interesados en sus líneas de trabajo o actividades. En otras palabras, estos perfiles generan y permiten la circulación de referentes locales.

Otra característica es que los jóvenes en los poblados indígenas se están conectando a internet desde los teléfonos celulares y cada vez menos desde las computadoras en sus casas o en los cibercafés. En este sentido, han tomado importancia los puntos de conexión inalámbrica (aquellos que los teléfonos pueden detectar) y conseguir las claves de acceso a dichas redes. Por su parte, en las escuelas de educación media y media superior suelen mantener una regla restrictiva del uso del celular en las aulas. La mayoría o casi todos los jóvenes tienen un teléfono celular porque se ha ido convirtiendo en el regalo de graduación al terminar un nivel educativo (generalmente el de secundaria). Como sea, la mayoría de jóvenes a partir de los 15 años lleva un celular en el bolsillo y las conexiones a internet se realizan principalmente con este dispositivo portátil. La ENDUTIH de 2020 (INEGI, 2020) indica que 9 de cada 10 personas que acceden a internet lo hacen desde un teléfono celular (el 92% de usuarios de internet accede desde el smartphone).

Relacionado con el Smartphone, suele hacerse referencia a este tipo de teléfono como si fuera un aparato uniforme del que disponen todas las personas. Si bien hay unas características que se comparten, como la interfaz por medio de Apps (aplicaciones informáticas de servicios vinculados a internet), hay bastantes diferencias en los detalles técnicos entre unos modelos y otros, lo que se ve reflejado en los costos para adquirirlos y, principalmente, lo que produce sutiles contrastes a la hora de explorar y aprovechar los recursos digitales. Además de llamadas, el teléfono celular les permite a los jóvenes realizar diferentes actividades en el momento que quieran; con ello, el celular ha pasado a ser otra cosa en su formato de smartphone o teléfono inteligente (Miller, 2021), les da recursos a los jóvenes para que se comuniquen y busquen información, para conectarse a sus redes sociales, y para generar contenidos digitales (en audio, imagen, audiovisual, una geolocalización, etc.). Aún hay residuos de los impactos de aquel aparato portátil que nos permite comunicarnos en cualquier momento y situación al que llamamos teléfono celular, sin embargo, los smartphones nos hacen poner atención en otros aspectos como el aprendizaje invisible (Cobo y Moravec, 2011) y hasta en los cambios de las relaciones interpersonales, la exposición de la vida y la privacidad (Boyd, 2014).

Notas finales

Las conexiones emergentes que están realizando las juventudes indígenas están modificando las relaciones entre las generaciones dentro de sus poblados y las proyecciones en torno a diferentes comunidades locales y regionales (donde se incluyen apelaciones a proyectos extractivos en sus territorios). Pero, no sólo esas poblaciones sino que en términos amplios las discusiones en torno al futuro del internet transitan entre tres momentos: la posibilidad que nunca llegó a ser (pero de la que es conveniente tirar del hilo), la de un recurso múltiple para potenciar lo social (p.e. la Declaración de Independencia del Ciberespacio por parte de John Perry Barlow); seguida por la constatación de un internet que, sin que sea así en su totalidad o en todo momento, tiene una tendencia a ser corporativa y de explotación de datos para posicionar servicios y mercancías; y también está su proyección constante (si bien tienen ventaja las empresas tecnológicas) debatiéndose en diferentes redes y plataformas digitales en torno a distintos temas a veces distantes como la privacidad y la construcción de redes locales pero que en conjunto se dirigen hacia equilibrar las relaciones de poder emergentes y digitales además de las históricas y materiales. En medio de estas discusiones globales, es de resaltar la comunicación desde las lenguas indígenas, con lo que también se abren aspectos a considerar en torno al papel de las tecnologías digitales y la diversidad lingüística, así como con las reivindicaciones y activismos culturales (porque lo digital no es completamente una cascada de arriba hacia abajo determinada por quienes hacen y controlan las tecnologías, sino un campo de luchas, siguiendo a Roseberry, 1989). Si los usos de internet ya no son diferenciados únicamente por el acceso sí continúan siéndolo por las maneras como se accede, los aparatos que se consumen, incluso de manera más marcada, por características socioculturales, en específico las educativas y la procedencia étnica. En medio del enredo digital hay algunas invitaciones antropológicas que tienen vigencia, aunque se hayan realizado en otros temas. La antropología y la etnografía deben y pueden ser vanguardia en el entendimiento de lo digital.

Coda: Seguramente se notará que hacen falta textos básicos en las discusiones de lo digital, pero, he intentado que casi todas las referencias provengan de investigaciones antropológicas y etnográficas a riesgo de saber de antemano que si bien los acercamientos son múltiples es una reducción de la variedad de temas y discusiones que se podrían desarrollar, a riesgo de esta delimitación se pueden apreciar los aportes antropológicos.

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