Norma Helen Juárez[1]
Universidad de Guadalajara
“No estas viviendo en la tierra, eres la tierra”
Autor desconocido
Ilustración Ichan Tecolotl con fotografía de RAAS.
La humanidad paulatinamente ha dejado de pensarse a sí misma como una especie más que ha evolucionado y desarrollado capacidades en codependencia con la flora, fauna, el territorio y sus relieves. Actualmente, millones de personas nacen y permanecen la mayor parte de su vida lejos de los elementos y entornos naturales que sostienen la vida. Quienes vivimos en las ciudades, hemos normalizado su estructura y diseño, así como la tecnologización de la vida cotidiana y los ambientes artificiales que nos alejan de nuestro vínculo milenario con el entorno natural.
Pese a las múltiples ventajas que se atribuyen a la vida en conglomerados urbanos, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que las condiciones de hacinamiento, contaminación, ruido, iluminación inadecuada, falta de áreas con vegetación y otros factores ambientales asociados al modo de vida urbano pueden exacerbar trastornos de la salud mental como depresión y ansiedad, violencia y otras formas de disfunción social (Nadakavukaren y Caravanos, 2011). Actos simples como contemplar un paisaje, interactuar con otras personas, o producir el propio alimento, han incorporado progresivamente elementos tecnológicos que generan un mayor distanciamiento en nuestra relación con el entorno. Es decir, la tecnología se ha vuelto intermediaria en nuestra relación con los otros y con el entorno en el cual vivimos. Por tanto, estamos inmersos en un modelo de desarrollo que empuja hacia una progresiva ruptura y destrucción de los seres vivos no humanos con los cuales hemos evolucionado, y a una pérdida de los beneficios (nutricionales, contemplación, aprendizaje, ocio, etc) que obtenía el ser humano de la estrecha relación que tenía con su entorno. La contaminación sistemática del aire, el agua y los alimentos son algunos de los efectos devastadores del actual modelo de explotación del hombre y la naturaleza.
Nuestra relación con la naturaleza, una mirada desde la psicología
Desde finales del siglo XVIII algunos profesionales de la salud identificaron que el contacto con la naturaleza beneficiaba la salud de algunos pacientes psiquiátricos (Kim, 2003). Posteriormente, diversos estudios han confirmado desde distintos enfoques (psicológico, medico, neurológico, etc.) los diversos efectos positivos que genera en el ser humano contemplar o visitar espacios naturales, así como interactuar con seres vivos como plantas o animales (Pretty, 2004). Con mayor interés desde los años 70, diversos estudios han dado cuenta de los beneficios de estar en contacto con la naturaleza (Kaplan, 1995; Ulrich, 1983). A raíz de estos hallazgos se han desarrollado múltiples propuestas terapéuticas que buscan establecer formas sistemáticas de acercar a las personas con su entorno natural para obtener mejoras en su salud física y mental. Algunas de estas terapias que utilizan la naturaleza y la interacción con animales y plantas han sido ampliamente difundidas durante las ultimas décadas como parte de las Green Care Therapies (Salomon, Salomon y Beeber, 2018).
Un ejemplo de este tipo de terapias son los baños de bosque o Shinrin-Yoku (森林浴) término acuñado en 1982 en Japón para referir al uso clínico de actividades terapéuticas realizadas en bosques (Kotera, Richardson y Sheffield, 2020). Otro es la horticultura terapéutica, una de las estrategias terapéuticas mas utilizadas en programas de intervención con población geriátrica, pacientes psiquiátricos, personas con adicciones o privadas de la libertad (Peña, 2013). Esta actividad ha sido desarrollada como propuesta para mejorar las condiciones de vida de personas en condiciones de vulnerabilidad psicológica física y emocional con actividades de huerto.
En este sentido, nociones como “biofilia” o propuestas como la ecopsicología y la ecoterapia ofrecen nuevas aproximaciones teóricas y rutas metodológicas para explicar y obtener los beneficios que ofrece el retomar la relación hombre-naturaleza. Los aportes de estos nuevos enfoques terapéuticos son valorados y representan para miles de terapeutas y pacientes una oportunidad para mejorar su calidad de vida y sobrellevar de mejor manera los efectos negativos de este mundo moderno. Es importante notar que esta perspectiva no contiene un posicionamiento que explícitamente demande transformar el modelo de desarrollo que enferma al ser humano y el entorno natural. Si buscamos cambiar la relación hombre-naturaleza, se debe ir mucho mas allá de este tipo de enfoque.
En este sentido, resulta urgente una perspectiva que ayude a explorar nuevos marcos epistemológicos para la construcción de otras formas de interacción entre los seres humanos y el entorno natural al que pertenecen.
Este cambio de paradigma requiere integrar un enfoque místico y espiritual que renueve el vinculo entre el ser humano y los demás seres vivos de su entorno (Boff, 1996). El pensamiento indígena nos brinda algunas rutas para avanzar en esta reflexión, ya que nos invita a revolucionar no sólo nuestra forma de entender el mundo sino de experimentarlo en una eterna búsqueda de acceder a su esencia, que es a fin de cuentas la propia. En 1854 el jefe indígena Seattle escribió unas palabras que fueron una ventana para comprender el sentir y pensar de un pueblo nativo que estaba a punto de ser despojado del territorio que habitaba. En ellas sugiere la forma en que debemos enseñar a las futuras generaciones a vincularse con el mundo y a reconocer y respetar el espíritu de los ancestros:
Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. Esto sabemos: La tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos, todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra (Jefe Seattle, 1855).
Las palabras del Jefe Seattle son profundas, en ellas encontramos la noción de “madre tierra”, la cual refiere a otra atmósfera cognitiva para aludir a la conexión entre seres vivos.
Reconectando con la vida
Para quienes hemos crecido en este mundo moderno la dificultad para reconectarnos con la madre tierra se puede relacionar tanto con nuestro alejamiento del entorno natural, como con nuestro desconocimiento y la falta de experimentación profunda de aquellos seres no humanos que nos rodean. No se puede cuidar y defender lo que no se conoce, ni aquello que nos es ajeno a la experiencia. De aquí la importancia de buscar desde la infancia espacios y actividades que permitan que niños y niñas reconecten con la madre tierra.
Un cambio de paradigma que apunte a una relación de respeto hacia los elementos que sostienen la vida no puede construirse con bases firmes si no se contemplan estrategias que ayuden a tejer el vínculo y formar la conciencia de nuestra interdependencia con los seres no humanos de los cuales depende nuestro existir y a los que, al mismo tiempo, les debemos cuidados para su permanencia.
Reconectar a nuestros niños con actividades en espacios naturales no es suficiente; se requiere avanzar en el diálogo y la crítica sobre el modelo de desarrollo actual, sus consecuencias, y, sobre todo, poner la energía e inteligencia en la construcción e implementación de las alternativas y soluciones.
Durante los últimos años, el trabajo en huertos escolares con niños de educación especial y la colaboración con compañeros del proyecto “Reconfiguración agroecológica, alimentaria y de salud para revertir un probable daño renal y neurocognitivo asociados a la presencia de plaguicidas en niños de localidades rurales de Jalisco”, que se encuentran implementando actividades en escuelas de la localidad de El Mentidero, ha mostrado que el huerto puede ser una poderosa herramienta para despertar la fortaleza en niños, adolescentes y demás población que se involucra en estos proyectos. Esta actividad tiene el potencial transformador que permite reestablecer el vínculo con los otros no humanos con los cuales hemos evolucionado. Quienes apostamos a la implementación de huertos, los consideramos en un primer momento una vía de aprendizaje para la buena alimentación y la producción sustentable de alimentos. Desde un enfoque terapéutico, es una práctica para recuperar la salud física y mental. En un segundo momento se espera que adquiera mayor profundidad y pase a ser una práctica que abra la puerta para una mayor conexión con la madre tierra y los elementos sutiles de la vida, que nos permitan recordar que somos un mismo ser con el todo.
Referencias
Nadakavukaren, Anne y Jack Caravanos
2011 Our global environment: A health perspective. Long Grove, Illinois, Waveland Press.
Kim, Bo-Young, Sin-Ae Park, Jong-Eun Song y Ki-Cheol Son
2012 “Horticultural therapy program for the improvement of attention and sociality in children with intellectual disabilities”, HortTechnology, vol. 22, pp. 320-324, disponible en https://doi.org/10.21273/HORTTECH.22.3.320.
Kotera, Yasuhiro, Miles Richardson y David Sheffield
2020 “Effects of Shinrin-Yoku (Forest Bathing) and Nature Therapy on Mental Health: a Systematic Review and Meta-analysis”, International Journal of Mental Health and Addiction, vol. 20, pp. 337–361, disponible en https://doi.org/10.1007/s11469-020-00363-4.
Ulrich, Roger S.
1983 “Aesthetic and affective response to natural environment”, en Irwin Altman y Joachim F. Wohlwill (eds.), Human Behavior and Environment, Vol. 6: Behavior and Natural Environment, Nueva York, Plenum, pp. 85-125.
Pretty, Jules
2004 “How nature contributes to mental and physical health”, Spirituality and Health International, vol. 5, pp. 68-78, disponible en https://doi.org/10.1002/shi.220.
Salomon, Rebecca E., Alison D. Salomon y Linda S. Beeber
2018 “Green Care as Psychosocial Intervention for Depressive Symptoms: What Might Be the Key Ingredients?”, Journal of the American Psychiatric Nurses Association, vol. 24, pp. 199-208, disponible en https://doi.org/10.1177/1078390317723710.
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