Gustavo Moura de Oliveira[1]
CIDE
Feira da Economia Solidaria – Regional Ressaca 2021. Foto: Luci Sallum/PMC vía openverse.org
A modo de contextualización
Lo primero que quisiera señalar es lo que entiendo por economía en las discusiones sobre las otras economías. Precisamente, en los debates sobre economía solidaria. Desde mi perspectiva, hay que partir de lo micro, es decir, lo situacional, local, regional. Es más, de los sujetos, primero individuales y luego colectivos, y las necesidades biológicas humanas para mantenernos vivos como especie. La pregunta, entonces, es ¿qué necesitamos para mantenernos vivos como especie humana? Antes que nada, necesitamos alimentos (comer), agua (beber), ropas (vestir) y un techo (habitar). Al mirarlo así es posible comprender la economía como la gestión de las necesidades materiales y del trabajo hacia la afirmación y reproducción de la vida en común.
Las siguientes preguntas serían: ¿cómo gestionar las necesidades materiales y el trabajo hacia la afirmación y reproducción de la vida en común? ¿cómo transformar la naturaleza en bienes útiles (alimentos, agua, ropas, vivienda, etc.)? Las mencionadas preguntas nos llevan a concluir que ese acto de “gestionar” se puede desarrollar de distintas formas. Es decir, está la forma capitalista de gestionar las necesidades materiales y el trabajo, pero también están las formas otras de hacerlo: la forma indígena, la campesina, la popular, la solidaria, la feminista, la ecológica, la anticapitalista, etc. Hay que partir de ahí para seguir el hilo que presento en este corto artículo.
En términos metodológicos, es importante señalar que el presente texto es un ensayo con base en cerca de 10 años de práctica y estudios sobre las economías solidarias en México, Brasil y otros países de América Latina. En lo que sigue presento algunas ideas que considero claves para reflexionar sobre las economías solidarias, así como para impulsarlas en el México actual. En primer lugar, examino algunas de las distintas otras economías, enfatizando la economía solidaria. Luego, intento trazar una línea histórica del surgimiento de las economías solidarias en México. En tercer lugar, hago un esfuerzo de acercar las experiencias de las autonomías indígenas y comunitarias del país a las de economía solidaria. Por último, trato de ubicar la idea de Buen Vivir en el contexto de las discusiones sobre economía solidaria.
Las otras economías y las economías solidarias
Bajo la idea de una especie de “concepto mínimo de economía”, que enfatiza al hacer, es decir, al hecho de gestionar las necesidades materiales y el trabajo hacia la afirmación y reproducción de la vida en común, cada una de las antes mencionadas formas otras podrán asumir características distintas entre sí, siendo que su punto común sería alejarse, en términos de lógicas y dinámicas, de la forma capitalista.
Por ejemplo, en términos de economía informal o popular, lo primero que hay que decir es que en México hasta un 60% de la población considerada “económicamente activa” se encuentra en una situación de informalidad laboral.[2] Sin embargo, aunque economía informal o popular y economía capitalista ni de lejos sean lo mismo, la economía informal podrá presentar altos grados de individualismo, sea en términos prácticos, sea en lo ideológico. Donde un trabajador se levanta cada día, arregla sus materiales de trabajo, se mueve hasta la puerta de alguna estación del metro y arma su puesto de alimentos de desayuno; y luego regresa a casa. Lo importante aquí es considerar que decir economía informal o popular no garantiza la presencia de una característica disruptiva o revolucionaria o sustantivamente distinta de la economía capitalista. O sea, puede ser la reproducción de dinámicas muy parecidas (informales/populares versus capitalistas).
Otros ejemplos que podríamos señalar son los de las economías indígena y campesina. La economía campesina es aquella vinculada al campo, a lo rural. Es decir, vinculada a la producción de alimentos y a la agricultura desde de un tipo de organización social del trabajo que trae consigo dinámicas familiares, vecinales y comunitarias. Por su parte, la economía indígena —también bastante vinculada al campo— tiene más que ver con ancestralidad, es decir, con formas autóctonas de gestionar las necesidades materiales y el trabajo, con usos y costumbres milenarios. Ahora bien, lo que se conoce hoy por economía indígena no es simplemente un “regreso al pasado”, sino que un conjunto de prácticas ancestrales adaptadas al contexto actual.
Dentro del gran abanico de las otras economías, está también la economía feminista. Aquí el énfasis va sobre el reconocimiento del trabajo de cuidados, del trabajo doméstico —un trabajo históricamente no pagado—, como un trabajo productivo, no solamente reproductivo. Además de eso, en términos de demandas de los movimientos feministas que cargan consigo la bandera de la economía feminista, están los intentos de desnaturalización del trabajo de cuidados y doméstico como un trabajo exclusivo de las mujeres. Es decir, pagado o no, se trata de un trabajo que debería ser realizado tanto por mujeres como por hombres.
Frente a lo expuesto, quisiera profundizar un poco en la idea de economía solidaria. Como el nombre sugiere, pensar y practicar la economía solidaria tiene que ver con cooperación, solidaridad, ayuda mutua, interdependencia. Pero tiene que ver también, y me gusta más pensarlo desde ahí, con autogestión. Es decir, la capacidad de un grupo de trabajo colectivo-asociado de autogestionar las necesidades materiales y el trabajo hacia la afirmación y reproducción de la vida en común. Pero, más aún, tiene que ver con la capacidad de los señalados grupos de trascender su propio núcleo organizativo hacia la sociedad como un todo: la familia, la vecindad, la comunidad, el barrio, la escuela, la universidad, etc.
Ahora bien, en términos de economía solidaria es importante poner sobre la mesa que existen distintas miradas sobre ella; aquí comentaré tres, entre otras. En primer lugar, está la mirada crítica a las experiencias de economía solidaria como experiencias que simplemente sirven, es decir, que son funcionales al sistema capitalista. Aquí estamos hablando de una forma de ver que considera que los grupos de trabajo colectivo-asociado más bien sirven para absorber el llamado “ejército de reserva” de que habló Marx, pero que no disponen de ningún tipo de poder disruptivo. Más allá de eso, estarían siempre transitando entre la economía solidaria y la economía capitalista, a la medida en que la última las convoque en momentos de subida de sus indicadores.
Por otro lado, hay una segunda mirada que plantea que la economía solidaria y la autogestión tienen gran capacidad de producir cambios subjetivos, pero de forma demasiado individualizada. Es decir, cada sujeto individual, una vez que empieza a participar en un grupo de trabajo colectivo-asociado de la economía solidaria, podrá potencialmente alcanzar un cambio de subjetividad y pasar a ver y comprender el mundo de otra forma. Esa mirada de igual manera recibe críticas de los que dicen “está bien, pero ahí se están cambiando una, dos mentes y ¿qué pasa con todos los demás?”.
Por último, una tercera mirada va a decir que se trata de un proyecto de sociedad. Es decir, según esa forma de ver, una “experiencia ideal” de economía solidaria es aquella que además de practicar la autogestión internamente, pasa por un proceso de subjetivación política que busca una sociedad autogestionada, autónoma, liberada, donde los trabajadores se asocian por libre voluntad. En otras palabras, donde buscan transformar todas las dinámicas de poder y dominación que estructuran las sociedades capitalistas contemporáneas. No se trata, sin embargo, de pensar esa nueva sociedad desde claves capitalistas como la acumulación, centralización y universalización, sino, desde la multiplicación de experiencias de autogestión, desde lo local y diverso.
El origen de las economías solidarias en México
En primer lugar, hay que observar que México es un país que hasta la fecha tiene un 15% de su población que se reconoce como indígena originaria.[3] Eso significa que en esa región ya había personas y culturas, e incluso sociedades políticas complejas, antes de la llegada del invasor Hernán Cortés. Es en este sentido que cuando hablamos sobre el surgimiento de la economía solidaria en México, o en términos más amplios, las otras economías, hay que ir hasta allá atrás en la historia para comprender que antes del inicio mismo del proceso colonial ya estaban las semillas, o las chispas de lo que hoy llamamos otras economías. Ese sería un primer punto que hay que destacar.
Frente a ello es importante observar que podemos encontrar por lo menos otros cuatro momentos históricos que tienen que ver con los orígenes de las economías solidarias en el país. Por lo tanto, en segundo lugar, hay que señalar que alrededor de la década de 1950 obispos de la iglesia católica mexicana, especialmente del Estado de México y Guanajuato (de la región de León), se fueron a Canadá y allá conocieron las cajas populares. Hoy en día ya son muchas instituciones con funciones de cajas populares en México, tal vez la más conocida sea la Caja Popular Mexicana. En ese marco empiezan a germinar y florecer experiencias de solidaridad vinculadas a lo económico, aunque bastante vinculadas al cooperativismo europeo.
Un tercer punto es la gran influencia de la Teología de la Liberación, desde la experiencia de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB), en las décadas de 1960 y 1970; aquí estamos hablando de experiencias ubicadas, especialmente, aunque no exclusivamente, en estados del centro-sur y sur-sureste del país (Puebla, Oaxaca, Chiapas), donde hubo fuerte presencia de obispos vinculados a ese sector “de izquierda” de la iglesia católica. Una de las principales actividades de las CEB fue impulsar la organización de las poblaciones menos favorecidas y empobrecidas hacia la generación de trabajo y renta, siguiendo valores de solidaridad. Es importante decir que tales iniciativas no se restringen a México, sino que fueron llevadas a cabo en toda América Latina.
En cuarto lugar, está la influencia del primer Foro Social Mundial (FSM), realizado en 2001 en la ciudad de Porto Alegre en el sur de Brasil, para el cual México organizó y envió su comitiva —sobre todo compuesta por activistas y académicos— que después regresó al país con muchas ideas relacionadas a la autogestión y la economía solidaria. Fue en ese contexto y como resultado de la participación de México en el FSM que nombres como Luis López Llera asumieron cierto protagonismo en el asunto y encabezaron, primero, una serie de intentos de coordinación nacional acerca del tema, la Red-Espacio EcoSol México, que en algún sentido no prosperó, y por lo tanto luego se transformó en la iniciativa que quedó conocida como Diálogos Ecosistémicos.
Es importante mencionar, como quinto punto, las experiencias de economía solidaria vinculadas a las de agricultura, precisamente de agroecología. Desde el pasaje de las décadas del año 2000 al 2010 la agroecología empezó a multiplicarse de forma acelerada en el país, asumiendo un destacado espacio en el ámbito activista/militante y la academia. Vale decir que la agroecología surge a nivel mundial como una disciplina técnica en la década de 1970, pero fue en el periodo mencionado que, ya como una práctica agrícola, se vincula fuertemente a los valores de las economías solidarias. Agroecología que tiene que ver con formas regenerativas de producir alimentos, pero que tiene que ver también con el rescate de formas tradicionales de cultivo. Es más, que tiene que ver también con la capacidad de enlace de quienes producen bajo técnicas agroecológicas con quienes buscan consumir sano y con responsabilidad ecológica. Es en ese contexto que también se multiplican en el país los mercados o tianguis alternativos.
Por último, no es menos importante una mirada desde los sujetos, o más bien desde la pregunta ¿quiénes son los sujetos de las economías solidarias en México? Más allá de los ya mencionados en perspectiva histórica —pueblos indígenas, obispos vinculados a las cajas populares y a la Teología de la Liberación, los activistas y académicos que estuvieron en el FSM de 2001 y los sujetos involucrados con el cultivo y consumo agroecológicos—, son sujetos que protagonizan experiencias de recolección de materiales reciclables, cooperativas de vivienda, de consumo, mercados/tianguis alternativos/solidarios, empresas recuperadas, monedas comunitarias, bancos comunitarios y de tiempo, preparación y comercio de alimentos, recuperación y comercio de ropas de segunda mano, artículos de higiene personal, artesanías, prestación de servicios variados, etc.
Autonomías, comunidades indígenas y economías solidarias
Desde la ola de movimientos antineoliberales de las décadas de 1990 y 2000, México, como algunos otros países de la región, ha quedado conocido por sus procesos de autonomía; precisamente, autonomía en términos indígenas y de organización comunitaria de la vida. Es cuando se levanta el movimiento zapatista de Chiapas, para mencionar un ejemplo concreto y bastante conocido. En el marco de tales acontecimientos, los análisis políticos y académicos que los han seguido se han enfocado casi exclusivamente en la dimensión política de los fenómenos, es decir, lo político. La dimensión económica ha quedado en segundo plano.
Frente a lo anterior es importante decir que aunque los análisis no hayan visto tanto lo económico de las autonomías indígenas y comunitarias en México, esa dimensión en muchos casos siempre estuvo sobre la mesa. Por ejemplo, los zapatistas desde que se levantaron en 1994 han insistido en una perspectiva integral de la organización de la vida en común, es decir, un tipo de organización que comprende las distintas dimensiones de la vida. Desde lo político, es pensar en clave de autodeterminación de reglas y dinámicas de organización de la vida, en tanto que desde lo económico se está hablando de autogestión de las necesidades materiales y el trabajo hacia la afirmación y reproducción de la vida, experimentando así una idea de autoorganización sustantiva de la vida en común.
El tiempo ha pasado y hoy en día existen muchas otras experiencias de autonomías en el país. Sin embargo, no todas —o incluso la minoría de ellas— presentan características similares a las zapatistas, lo que no significa que no se trate de autonomías. Un ejemplo ya bastante conocido es el del municipio indígena de Cherán, Michoacán, en la región occidente del país. La principal diferencia entre los dos casos mencionados suele ser que el primero, los zapatistas, rechazan totalmente cualquier vinculación con el Estado y los gobiernos, en cuanto el segundo, el de Cherán, tolera relacionarse con el Estado y no reclama su desvinculación de la estructura estatal.[4]
Aunque sean muchas las diferencias y particularidades en términos de las formas más específicas de organización de lo político en cada experiencia de autonomía indígena y comunitaria alrededor de México —características encontradas en la vasta literatura académica ya publicada sobre el tema—, aquí interesa más hacer énfasis a la dimensión económica y su vinculación con las ideas de economía solidaria.
Por ejemplo, al mirar el mencionado caso de Cherán hay que señalar la experiencia de las empresas comunales, que se desarrollan bajo dinámicas de autogestión —y de usos y costumbres milenarios— de acuerdo con las deliberaciones de la Estructura de Gobierno Comunal y su Concejo Mayor de Gobierno Comunal. Son 6 empresas comunales en Cherán: el vivero de reforestación, el aserradero de madera, la empresa de adocretos para construcción, la resinera, la recicladora de basura y el recolector y purificador pluvial. Lo que se ve, entonces, es una especie de vinculación entre autonomía política (es decir, autonomía como autodeterminación) y lo que se podría llamar autonomía económica (es decir, autonomía como autogestión), que hemos planteado, junto con el colega Eduardo Enrique Aguilar, como Autogobierno popular-comunitario.
Buen Vivir y economías solidarias
El concepto de Buen Vivir es oriundo de la región andina de América Latina, donde hoy están, entre otros, Bolivia, Perú, Ecuador y Chile, y surge con sus nombres propios basados en las lenguas originarias de las poblaciones autóctonas de cada región: Sumak Kawsay (en kíchwa) y Suma Qamaña (en aymara) son dos de los principales ejemplos. Por su parte, ya en castellano y en el ámbito de los Estados nacionales, en cuanto el Buen Vivir ha sido más usado en Ecuador, en Bolivia lo han llamado Vivir Bien y en Colombia Vivir Sabroso, para mencionar algunos ejemplos.
La idea de Buen Vivir se ha difundido muy rápidamente porque en 2008 y 2009, respectivamente en Ecuador y Bolivia, se aprobó ese concepto (entonces como conjunto de valores y prácticas) en las constituyentes de cada uno de los dos países. Pensando, entonces, en el Buen Vivir como un sistema de valores y prácticas —que los mencionados países solo han intentado llevar a cabo, hay que decir que sin grandes éxitos—, estamos hablando de una novedad en términos de las históricas discusiones sobre las teorías del desarrollo. Es decir, frente a las históricas discusiones sobre esas teorías y de los diversos planteamientos que han buscado alguna suerte de desarrollo alternativo, la idea de Buen Vivir aparece como alternativa al desarrollo, ya no como alternativa de desarrollo.
Pensar el Buen Vivir así, como una alternativa al desarrollo, significa pensar formas de organización económico-política desde otros puntos de vista, abandonando la idea misma de desarrollo. Es decir, se trata de pensar desde otras lógicas y dinámicas, como plantea la colega Laura Collin en su libro Economía solidaria: local y diversa (2014): “insisto, por tanto, los modelos implican lógicas y la existencia de cambios sustantivos implica el cambio de la lógica”.
Considerando lo anterior, para que el Buen Vivir sea posible como práctica concreta es necesario hacer hincapié en por lo menos dos ideas innegociables: por un lado, en el ámbito de América Latina se trata de reconocer y valorar la sabiduría y las formas de vida indígena y afrodescendiente, es decir, considerarlas como formas válidas y factibles, en términos de organizar las distintas cuestiones vinculadas a la afirmación y reproducción de la vida en común, y a la convivencia, en términos de reglas y acuerdos —aquí se está hablando de anticolonialismo—. Por otro lado, tiene que ver con la naturaleza y el medio ambiente, o sea, con el respeto a la naturaleza y con la idea de que la humanidad se debe integrar a la naturaleza, no dominarla —aquí se está hablando de antiextractivismo—.
Por todo lo expuesto, pensar el Buen Vivir como una alternativa al desarrollo es pensar en la reproducción ampliada de la vida en contra la idea de reproducción ampliada del capital; es pensar que en primer lugar viene la afirmación y reproducción de la vida humana y no humana, y para ello hay que rescatar las sabidurías ancestrales —desde el anticolonialismo—, y respetar la naturaleza —desde el antiextractivismo— como condiciones para la manutención de la vida el planeta Tierra.
Ahora bien ¿qué tiene que ver el Buen Vivir con las economías solidarias? Una respuesta, entre tantas posibles, es que las economías solidarias y la autogestión aparecen desde lo micro, es decir, desde el conjunto de grupos de trabajo colectivo-asociado que, a cada día, en su cotidianidad, van desarrollando formas otras (contrahegemónicas) de gestionar las necesidades materiales y el trabajo. Por su parte, el Buen Vivir aparece, como ya se ha mencionado, como sistema, o sea, como conjunto de dinámicas que tienen el objetivo de coordinar aquella diversidad de experiencias contrahegemónicas desde los valores innegociables antes mencionados.
* * *
Esos son solamente algunos puntos, entre una infinidad de otros, que considero pertinentes para reflexionar sobre las otras economías, las economías solidarias y la autogestión en México. Entender las distintas concepciones, la historia y sus vinculaciones con otras prácticas y conceptos es un punto de partida. Practicar, difundir e impulsar las economías solidarias en México desde una mirada crítica es nuestro compromiso como militantes/activistas y académicos.
Referencias bibliográficas
Collin Harguindeguy, Laura
2014 Economía solidaria: local y diversa, Tlaxcala, El Colegio de Tlaxcala.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
2015 Los pueblos indígenas en América Latina. Avances en la última década y desafíos pendientes para la garantía de sus derechos, Santiago de Chile, CEPAL, disponible en https://repositorio.cepal.org/items/e26953bb-66a8-488b-a0ee-4fea61f64686.
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI)
2020 «Resultados de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (Nueva Edición) (ENOEN). Cifras oportunas de Noviembre de 2020”, Comunicado de prensa Núm. 660/20, 24 de diciembre. Ciudad de México, INEGI, https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/boletines/2020/iooe/iooe2020_12.pdf.
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Profesor investigador titular de la División de Estudios sobre el Desarrollo, Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE)| Correo: gustavo.moura@cide.edu. ↑
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Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) para el año de 2020, disponibles en https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/boletines/2020/iooe/iooe2020_12.pdf. ↑
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Datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) para el año de 2015, disponibles en el informe Los pueblos indígenas en América Latina. Avances en la última década y desafíos pendientes para la garantía de sus derechos. ↑
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Distintos estudiosos hemos llamado de diferentes formas esa diversidad de las autonomías en lo que se refiere a sus formas de relacionarse con el Estado. Para mencionar algunos ejemplos, inspirados en Marcelo Lopes de Souza y Ana Cecilia Dinerstein, con la colega Monika Dowbor hemos hablado de autonomías más allá, a pesar y con el Estado. Gilberto López y Rivas, ha preferido decir autonomías de facto y autonomías constitucionales. Luis Tapia las percibe como autonomías extraestatales y intraestatales. Por su parte, Raúl Zibechi se ha referido a las autonomías realmente existentes para intentar dar cuenta de las distintas formas con que las experiencias autónomas se relacionan con el Estado. ↑