Chiconcuac: un referente textil de antaño que continua vigente

Datse Velázquez Quintero[1]

Egresada de la Maestría en Antropóloga Social, CIESAS

Los lunes y viernes miles de personas dedicadas a la industria textil y del vestido se dan cita en Chiconcuac, Estado de México. Desde las 19:00 horas y hasta la mañana del día siguiente los compradores mayoristas acuden a surtir mercancía en los locales y puestos de ropa que se extienden a lo largo de varios kilómetros por las calles del centro del municipio. El recorrido está animado por la música de los locatarios y por el bullicio que se forma entre gritos “Pásale”, “Tenemos todas la tallas”, “Barato”, “Sí hay”…

En el día el ambiente es similar, pero la clientela se compone de compradores minoristas que buscan ropa a precios accesibles. Cada comercio se especializa en la venta de algún producto en particular. Las principales categorías son ropa de dama, caballero, niña y niño. Dentro de éstas, hay quienes se enfocan a determinado tipo de prenda como: blusa, pantalón de mezclilla, vestidos, ropa interior, deportiva, etcétera. También hay quienes se dedican sólo al área de blancos y quienes abarcan más de una categoría. Además de ropa, en Chiconcuac se puede encontrar locales de insumos para la producción como botones, hilos, estambres, cierres, telas, pedrería, y servicios como estampado, serigrafía y bordado. También existen locales en donde se puede comprar maquinaria y se ofrecen servicios de compostura de la misma.

Hoy en día esta industria se ha consolidado hasta convertirse en la principal actividad económica del municipio, pero sus orígenes se remontan hasta la época prehispánica en la que se tejían petates con fibras locales. Esta habilidad fue reconocida por los frailes que llegaron a evangelizar la región e introdujeron el telar de pedal. A partir de entonces se incorporaron esas técnicas y en Chiconcuac aparte del telar de pedal se desarrolló el tejido con agujas.

Esta tradición se mantuvo hasta la actualidad. Aún es posible encontrar locales en los que se exhiben prendas como suéteres, abrigos, capas, gorros y bufandas que fueron hechas completamente a mano. A finales del siglo XIX,  en Chiconcuac, las personas comenzaron a realizar tejidos para venderlos, cobijas y tapetes principalmente. Fue en esa época que se erigieron los portales en la explanada frente al templo católico dedicado a San Miguel Arcángel, para que las personas pudieran llevar a cabo el tianguis. Ahí se comerciaban los productos agrícolas además de los tejidos. En ese entonces las personas se dedicaban principalmente al campo y tejer era una actividad secundaria. Desde entonces y hasta principios del siglo XX la plaza se llevó a cabo por las tardes, los días martes y/o los viernes. El mercado iniciaba aproximadamente a las seis y se prolongaba hasta las once de la noche.

Además de atender a la gente que llegaba a la plaza desde las localidades vecinas, los tejedores buscaron ampliar sus ventas hacía otros lugares. Cargados con una variedad de cobijas, tapetes y jorongos emprendían su viaje a la Ciudad de México principalmente. Algunos de ellos se transportaban en burros, había quienes aprovechaban el paso del tren para colarse y ahorrarse varias horas de trayecto y otros se aventuraban a hacer el viaje a pie. San Gregorio, Milpa Alta, Mixquic, y Tetelco, son algunos de los lugares de la ciudad en donde ofrecían sus productos. Algunas rancherías de Tlaxcala, Hidalgo y Puebla también fueron destinos frecuentes.

Capas y chaleco con figura de venado

Fotografía: Datse Velázquez (2022).


Reyes Pérez Delgado es uno de los artesanos textiles que han contribuido a que la técnica perdure hasta el día de hoy. A sus 74 años de edad recuerda que en su infancia aprendió de sus padres, abuelos, tíos y primas las diferentes etapas de la producción textil. Conoce el procedimiento de principio a fin y reconoce que sus habilidades destacan más en el teñido y el tejido. Trasquilar a los borregos era el primer paso. Una vez que se obtenía la materia prima había que lavarla:

Al sur del pueblo está el río Atlalco. La mayoría se iba al río Atlalco porque todo el año traía agua, o a un río que le llamamos “Las Bocas” que está rumbo al pueblo de Chimalpa, entre Chimalpa y Ocopulco. Con la misma arena hacíamos presas para que se acumulara más agua y ahí se metía la lana con los chiquihuites.[2] Le ponían el tequesquite[3] para que se limpiara la grasa y el jabón de polvo. Toda la mugre y grasa se iba al río. Como corría el agua, se lavaba más rápido. Ya en la parte de río arriba la poníamos donde había arena para que ahí se vaciara y escurriera mientras terminábamos de lavar toda la lana.

De regreso a casa, los burros cargaban en los ayates o en las angarillas[4] hechas con de redes de lazo, la pastura para los animales y encima se ponía la lana para que terminara de escurrir. Los abuelos de Reyes Pérez extendían la lana en el  patío para que secara y después él le pegaba con una vara para que se cayera la basura. En el cardado se terminaba de limpiar para luego comenzar con el proceso de hilado del que principalmente se ocupaban las mujeres.

El color natural de la lana era el preferido para trabajar, pero para incorporar motivos de color al diseño, la lana se teñía con elementos naturales como la grana cochinilla, la granada, las hojas de pirul, eucalipto, romero o con los pétalos de flores como las rosas y el cempasúchitl. Éstos se combinaban con el nejayote[5] dando origen a una gama de colores.

Durante la primera mitad del siglo XX Chiconcuac se dio a conocer por su actividad comercial especializada en textiles. Gente de otros lugares llegaba en búsqueda de cobijas diariamente. Quienes ya tenían ahí algún conocido o conocida iban a hacer sus pedidos directamente. A la par, para atender la demanda, que iba en aumento, surgieron las primeras tiendas fijas como La Guadalupana. El éxito comercial fue creciendo. Entre los pobladores se cuenta que durante las Olimpiadas de México, en 1968, la antorcha olímpica pasó por Chiconcuac, dándole una atención sin precedentes que favoreció su posicionamiento.

El avance de la industrialización motivó a las personas que contaban con recursos económicos suficientes a invertir en máquinas cardadoras para agilizar el proceso. Hacía la década de los setenta y ochenta del siglo pasado se introdujeron las máquinas tejedoras. Reyes Pérez fue uno de los hombres se dedicó a la comercialización de tejedoras de galga[6] 3, 8 y 10. Con ellas se producían suéteres a gran escala y al igual que él cientos de personas abandonaron los telares y las agujas para dedicarse a la producción en serie. Sergio Gómez, otro de los habitantes de Chiconcuac que también aprendió a tejer desde que era niño, refiere que pasaron de hacer una sola prenda por día a fabricar alrededor de treinta suéteres diariamente.

El mercado se expandió hacia la elaboración de prendas de ropa de diferente índole y cuyos procesos se complejizaron. Esa es la razón de que en la actualidad haya una diversificación y especialización laboral dentro de la misma industria. Además se ha incorporado a personas de otros municipios en las distintas etapas de producción. Un ejemplo se encuentra en quienes han adquirido el oficio de la costura y trabajan en su propio domicilio a partir de una over[7] y una recta[8] hasta quienes han montado grandes talleres de costura en los que emplean a hombres y mayoritariamente mujeres provenientes de otras demarcaciones.

Reyes Pérez volvió a tomar las agujas apenas hace seis años para tejerse un suéter como aquellos que aprendió a hacer en sus primeros años de vida. Recuerda muy bien que se abrigó con él un 28 de septiembre en las vísperas de la fiesta patronal más grande de Chiconcuac, la dedicada a San Miguel Arcángel. Estando en la explanada y ya pasada la medianoche, un hombre se le acercó a hacerle cumplidos por el suéter que portaba y le ofreció comprárselo. Pérez estaba renuente, pero al final accedió y aquel hombre le pidió que le tejiera dos más.

Desde entonces y hasta la fecha Pérez no sólo no ha parado de recibir pedidos, sino que se animó a  formar un grupo de difusión y salvaguardia de los conocimientos asociados al tejido. El gran contraste de nuestro tiempo es que mientras Chiconcuac sigue caracterizándose como un referente de la producción textil y miles de personas se dedican a ello, las personas que aún tejen artesanalmente apenas llegan a formar un grupo de cien.

Reyes usando un suéter tejido por él

Fotografía: Datse Velázquez (2022).


Sergio Gómez también es integrante del grupo Juntos tejiendo historias y alumno de Reyes Pérez. Si bien, Sergio heredó los conocimientos de su madre, que fue quien lo instruyó en el tejido con agujas, Pérez le está enseñando a crear diseños en los que incorpora letras, grecas y figuras, tanto fitomorfas, como zoomorfas. Él trabajaba con acrilán y con estambre híbrido, pero ya empezó a probar con la lana.

Ambos refieren que sus principales compradores son los habitantes del municipio, que, acostumbrados a usar este tipo de prendas, ahora buscan a los y las artesanas para que se los elaboren. Con el alcance de las redes sociales en las que publican sus creaciones, han recibido pedidos de clientes de otros países como Estados Unidos y Egipto. A pesar de que dedicarse a tejer dista mucho de ser redituable comparado con la producción en serie de otras prendas, para ellos lo relevante es poder preservar la práctica dentro de un mercado en constante trasformación.

Si en el siglo XX la industrialización desplazó a los tejidos hechos a mano, en los primeros años del siglo XXI la producción local de ropa se enfrentó a la llegada de productos provenientes de países asiáticos cuyos costos eran menores. En las dos décadas que han pasado desde entonces el mercado asiático ha crecido considerablemente y hoy en día representa una competencia real para los locales.

Ante estos cambios en las dinámicas comerciales, quienes integran Juntos tejiendo historias, tienen clara la importancia de conservar y enseñar a las personas más jóvenes no sólo la historia, sino la práctica misma. Para ello, han proyectado la creación de un museo y la impartición de clases de tejido.

Es evidente que en Chiconcuac, la creación de textiles está intrínsecamente relacionada con la venta de los mismos. Por eso, aunque podría parecer que los suéteres de lana han sido ensombrecidos por montañas de blusas y pantalones de fibras sintéticas, lo cierto es que estas prendas tiene en común una tradición subyacente que es la de comerciar textiles y esa no sólo se ha mantenido, sino que ha sido reconocida, reproducida y apropiada por cada generación. Así, mientras la producción y el producto cambian, el componente comercial continua y es gracias a la valorización de las formas de hacer del pasado, que surgen iniciativas que coadyuvan a que se mantengan vigentes y disponibles en el presente.


[1] Maestra en Antropología Social por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS).

vdatse@gmail.com

[2] Un tipo de canasta.

[3] Mineral empleado para lavar.

[4]  Instrumento para transportar formado por una base de palo de donde colgaban diferentes tipos de bolsas o contenedores.

[5] Sobrante del agua utilizada para la nixtamalización con residuos de cal, sal y maíz.

[6] Unidad de medida que indica el número de agujas que hay en una pulgada. Cuantas más agujas contiene, más fino es el punto.

[7] Máquina de coser que se utiliza para acabados con una puntada de cadena.

[8] Máquina de coser usada para entrelazar dos hilos, uno superior y uno inferior.