Cartografía tarasca en sus códices y mapas coloniales

Carlos Salvador Paredes Martínez
CIESAS Ciudad de México
casapama@gmail.com


Los códices y lienzos de Michoacán conocidos hasta el momento no rebasan la cantidad de una veintena, todos ellos son de manufactura indígena de la época colonial y si bien es cierto que, para su estudio, pueden ser clasificados como de tipo genealógicos, tributarios y de servicios, histórico-etnográficos y agrarios derivados de conflictos por la tierra, una parte de todos ellos pueden ser ubicados en la categoría de cartográficos, los cuales son los que para estas breves notas me enfocaré mayormente. Cabe hacer la aclaración que varios de estos códices y lienzos se les clasifica también como títulos primordiales, realizados por los pueblos tarascos durante los procesos legales de legitimación territorial por las autoridades españolas, en los siglos XVII y XVIII. Las fuentes de su origen son las propias mercedes, compra/venta de tierras, denuncias por despojos, etcétera, todos ellos realizados con anterioridad, así como a través de la memoria y la tradición oral de sus habitantes, por lo que en múltiples ocasiones contienen problemas en la cronología de los acontecimientos, personajes que corresponden a momentos de la historia distinta a la que se refieren los documentos, terminología fuera de época y en fin, elementos incongruentes en varios sentidos, no obstante lo anterior, al considerar estos documentos de realización tarasca, surgidos muchos de ellos en el contexto de los conflictos agrarios y la necesidad de documentar las posesiones de las tierras “desde tiempos inmemoriales”, como se decía en la documentación, de esta manera no podemos descartar este tipo de fuentes sin más y en cambio valorarlos, hacer crítica de fuentes con mucha atención, llevar a cabo la comparación con otras fuentes y así, obtener información pertinente para la reconstrucción de la historia agraria de estos pueblos.

El conocimiento geográfico que se encuentra en los códices a los que me refiero conduce, sin lugar a dudas, a conocer las representaciones cartográficas, los escenarios en los que sucedieron los hechos históricos que se quieren mostrar, los elementos naturales y antrópicos presentes en el espacio geográfico representado, ya sea acotado a la jurisdicción política de un pueblo de la sierra tarasca; una cuenca lacustre como la del lago de Pátzcuaro, en la que se muestra la jerarquía política y simbólica de un asentamiento que reclama su antigüedad y la nobleza de sus gobernantes desde la época prehispánica, o bien; una migración de grupos nahuas que desde las costas de Veracruz arribaron a la tierra caliente de Michoacán en busca de metal y las arenillas apropiadas para la elaboración de las llamadas bateas y el maque. En todos estos ejemplos vamos a encontrar esos elementos geográficos distintivos que, mostrados en los códices y lienzos, reflejan un conocimiento del territorio que lo hacen suyo, lo dignifican, le dan el valor histórico y simbólico digno para perseverar y asociar la presencia del hombre con dicho territorio.

Los casos de los lienzos de Nahuatzen y Comachuen, en la sierra tarasca, tan solo por dar dos ejemplos, muestran la correspondencia entre los espacios representados, con la realidad del terreno, que se constata con mapas actuales del INEGI, así como con los recorridos de campo. En el lienzo de Nahuatzen se escenifica nada menos que el territorio reconocido por sus propios habitantes, los pueblos vecinos, así como los caminos que comunican con sitios más lejanos, los cerros que son reconocidos por sus topónimos antiguos y modernos, así como se identifican igualmente los viejos asentamientos representados por sus basamentos piramidales y que fueron abandonados por la política congregacional de las autoridades españolas, o bien, por los intereses de los agricultores y ganaderos peninsulares por apropiarse de tierras y otros recursos naturales en distintos momentos de la época colonial. En el caso del lienzo de Comachuen, para los actuales pobladores de la misma población, se trata de un territorio heredado por sus antepasados, un lugar de donde se proveen de los recursos naturales para la subsistencia y, además, es un espacio sagrado, donde nacen, viven y mueren, considerando así al asentamiento humano, los cerros, los ojos de agua y los bosques “dadores de vida” (Roskamp, 2004: 293; Sebastián, 2020: 56).

Si bien es cierto, no contamos con códices o lienzos de Michoacán de la época prehispánica, no por ello debemos pensar que los tarascos desconocían completamente la forma de escritura pictográfica como sucedía en el mundo mesoamericano, hay testimonios que apoyan esta hipótesis. Por otro lado, las narraciones expresadas en La Relación de Michoacán, que es la fuente más importante de la etnografía histórica del pueblo purépecha para la época prehispánica, muestra en sus imágenes y texto, la representación de espacios geográficos determinados, así como descripciones, en las que se están refiriendo a un croquis, a un escenario, un territorio que será subdividido entre los herederos al poder, así como también una población que se planea ser conquistada por los uacúsecha (la nobleza dominante), para lo cual se reúnen los capitanes, dirigentes del ejército y los combatientes en torno a un espacio, se hace la traza, se organizan los escuadrones que atacarían, se diseña la forma del asalto planeando una simulación, la aparente huida de los atacantes, y en su momento, la emboscada y el ataque final que sometería al pueblo. En el primer caso vemos como Tariácuri subió a un montecillo, escombró un espacio, representó con tierra y piedras tres cerros pequeños que simbolizaban los asientos de los tres herederos, hizo la traza de cada uno de los pueblos, “dibujó” los caminos y sierras que los circundan y finalmente organizó a los ejércitos que atacarían a los pueblos de conquista. En el segundo caso, texto e imagen coinciden en el escenario de preparativos para el ataque a un pueblo. En la lámina XXXII del capítulo titulado  “Cómo destruían o combatían los pueblos”, se ilustran dos escenarios, el de la preparación y “diseño” del ataque con el dibujo del pueblo en un perfecto círculo y casas en su entorno, los escuadrones estratégicamente apostados; y en el segundo escenario el ataque mismo, los combatientes con sus banderas distintivas de cada escuadrón, los caminos que conducen a las casas con sus moradores dentro, y hasta escenas costumbristas en medio del asalto al pueblo. Los testimonios escritos no dejan lugar a dudas, dicen:

y habían dejado un lugar en medio de todos ellos […] he aquí la traza de los pueblos que se han de conquistar […] Y en acabando de decir su razonamiento, íbanse donde estaba la traza del pueblo que habían visto las espías y allí mostraba a todos los señores y gente que estaba allí ayuntada, cómo estaban los pueblos de sus enemigos que habían de conquistar…Estas dichas espías lo trazaban todo donde estaban su real y lo señalaban todo en sus rayas en el suelo y lo mostraban al capitán general, y el capitán a la gente (Alcalá, 2000: 514, 578, 580-587).

Ahora bien, independientemente de territorios apropiados bajo conquistas o políticamente bajo dominio tarasco en la época prehispánica o en disputa, cabe la pregunta: ¿contaban los tarascos de esa época con el conocimiento de un extenso territorio que hoy día identificamos como Mesoamérica?, ¿existen representaciones cartográficas que puedan testimoniar ese conocimiento? Para dar respuesta a estas preguntas, me baso en un lienzo de tradición prehispánica y en un mapa colonial, este último con indicios de haber sido elaborado con clara intencionalidad política por la nobleza tarasca, antes de mediar el siglo XVI. El elemento indicativo en este caso son las costas y los mares que limitan por el oriente y el occidente, así como el septentrión del territorio mesoamericano.

El lienzo de Jucutacato es un testimonio de origen nahua, que muestra la migración que realizaron hablantes de esta lengua, de las costas de Veracruz a Michoacán, específicamente a la población de Xiuhquilan en las cercanías de la actual ciudad de Uruapan. Si bien es cierto el investigador Roskamp, ha situado su realización hacia el año de 1565, también ha mostrado que los elementos ahí representados y la cosmovisión reflejada, nos remiten a la época prehispánica, en este caso a las deidades y la religiosidad nahua representada por los mexicas del altiplano mexicano. El punto inicial de esta migración es nada menos que el lugar mítico de Chalchiuihtlahpazco, un recipiente de piedras preciosas donde nacieron los protagonistas de la migración y que se ubica en las costas de Veracruz. De aquí se desplazaron hacia el altiplano, después a Michoacán y luego se trazan otras rutas en busca de los yacimientos de cobre y del matiz para la realización de las bateas y el arte en maque, materiales que encontraron en el lugar de destino en un escenario que corresponde a las inmediaciones de la Tierra Caliente de Michoacán cuyo elemento natural preponderante es el río Balsas y cuyas aguas desembocan en el Océano Pacífico, aun cuando en el lienzo no aparece representado este importante río (Roskamp, 2001: 119-151).

En cuanto al mapa colonial, se trata del “Plano iconográfico…” incluido en la Crónica de Michoacán, redactada por el fraile franciscano Pablo Beaumont hacia 1778, dos o tres años antes de que falleciera y que dejara inconclusa su obra (Beaumont, 1985: 298-302). Según los planteamientos hipotéticos del que esto escribe, este Plano debió ser un mapa de la primera mitad del siglo XVI, relacionado con la probanza de Don Antonio Huitziméngari del año de 1553, en el que mediante un proceso testimonial, se quería probar con testigos y el aval del virrey de la Nueva España Luis de Velasco, la legitimidad del descendiente del cazonci, así como se pretendía el reconocimiento del rey de España, del papel de los tarascos en alianza con los conquistadores españoles, sobre las incursiones al septentrión de la Nueva España y el inicio de la llamada guerra chichimeca, esto es, desde el gobierno de Nuño de Guzmán hasta el primer virrey y parte del segundo, Antonio de Mendoza y Luis de Velasco respectivamente, entre los años de 1529 a 1553. De esta manera, aun cuando el fraile Beaumont, al copiar el Plano en el siglo XVIII, debió hacer adiciones propias de su época como las coordenadas, el recuadro con el texto explicativo, la escala en leguas y las denominaciones: “Nayari Nueva Toledo”, Nueva Vizcaya y Nuevo Reino de León, tan solo por dar unos ejemplos, a pesar de esto decía, este Plano pudo tener una versión del siglo XVI, en donde aparecían elementos geográficos como los dos mares que circundan la república mexicana, en aquella época denominados en el Plano: el “Seno Mexicano, Mar del Norte (Golfo de México), el “Mar Vermejo o de Californias” y “Mar Pacífico del Sur”, así como la vertiente occidental en donde comprende Michoacán, Colima, Jalisco, Nayarit, Sinaloa hasta Culiacán y partes de los estados colindantes de éstos, desde Guerrero hasta el Estado de México, Querétaro, Guanajuato y Durango. Un territorio que corresponde precisamente a las expediciones de conquista del presidente de la primera audiencia, Nuño de Guzmán (hasta Culiacán), así como al inicio de la guerra chichimeca en 1550, destacando la abundante toponimia entre Cuitzeo y Yuriria, así como la delimitación de la región de Sichu en Guanajuato, territorios justamente en disputa entre otomíes y tarascos, así como entre autoridades españolas de la Nueva España y de la naciente Nueva Galicia y desde luego por parte del obispo de Michoacán Vasco de Quiroga, todo esto entre los tempranos años de 1538 y 1553 aproximadamente. Si atendemos a lo redactado por Beaumont en el recuadro del Plano, en donde dice: “para la inteligencia de los tránsitos del exercito de Nuño de Guzmán en su expedición y conquista de la Nueva Galicia”, la fuente de este mapa nos está remitiendo a los años de 1529-1536, así como a incursiones de los ejércitos tarascos en Guanajuato, inclusive en momentos previos a la llegada de los españoles a esta región. Se trata de temas de gran interés, no investigados hasta ahora y que la cartografía histórica nos muestra su riqueza y necesidad de revalorar este tipo de fuentes (Paredes, ms.).

Otros códices con clara visualización cartográfica muestran representaciones del paisaje serrano y lacustre de Pátzcuaro, los cuales, al ser elaborados en la época colonial, contienen intencionalidad política y deben ser entendidos dentro del contexto de los pueblos tarascos en su lucha por la legitimidad y el reconocimiento a la jerarquía jurisdiccional, en el esquema cabeceras y sujetos en el que la administración española concibió la organización política de los pueblos y repúblicas de indios y que en el caso de Michoacán se ve reflejada este esquema desde la visita del capitán Antonio de Carvajal en los años 1523 y 1524 a cinco jurisdicciones del antiguo dominio tarasco (Warren, 2016: 83-101). Como se puede observar en el lienzo de Sevina o de Aranza, la representación de esta última población es mayor que las de los demás pueblos, remarcando esta sujeción a través de líneas directas entre estos últimos con su cabecera, Aranza. Otras escenas representadas en el mismo lienzo de tema histórico son el encuentro entre españoles a caballo e indígenas con su arco y carcaj, simbolizando la dignidad del personaje, los basamentos piramidales, parcelas de cultivo, áreas arboladas, así como también aparece en la población que ocupa el centro de la imagen, la representación de grupos de religiosos españoles, con un claro enfrentamiento, simbolizando también, el conflicto entre el clero regular, los franciscanos, quienes fueron los primeros religiosos en evangelizar la sierra tarasca, y el clero secular que llegó después, y que impuso su jerarquía eclesiástica. Por su parte, en el códice de Tzintzuntzan se escenifica la cuenca lacustre de Pátzcuaro y al igual que en el anterior lienzo, se representa en el centro de la imagen a la ciudad de Tzintzuntzan, una especie de Axis Mundi, que fue la capital política del poderío uacúsecha en la época prehispánica y que a raíz del cambio de sede a Pátzcuaro, protagonizado por el obispo Vasco de Quiroga en el año de 1538, provocó un gran conflicto al interior de la nobleza tarasca, de manera que en este códice se quiere resaltar la importancia de lo que era la capital y sede de la nobleza gobernante hasta antes del cambio de sede (Roskamp y Villa, 2003: 217-239; Roskamp, 1997: 193-245).

Para finalizar, tan solo presento el ejemplo de lo que puede ser identificado como un título primordial, en el que únicamente tenemos el texto con la descripción de las tierras y las poblaciones, no la imagen, y el cual, como decía, fue elaborado por los pobladores indígenas en algún momento de los siglos XVII o XVIII, recoge la tradición oral de la historia del pueblo de Taximaroa (hoy Ciudad Hidalgo) en el oriente de Michoacán y además, el propio cronista Beaumont, quien transcribe este documento y lo incluye en su crónica, contextualiza este documento dentro del supuesto paso de Hernán Cortés por esta región de Michoacán hacia Colima y de ahí al Golfo de California, siendo que en realidad, el viaje de Cortés a dicho destino, trascurrió por mar, costeando desde Tehuantepec hasta el mismo golfo que llevaría su nombre, por lo que la crítica de fuentes debe ser minuciosa no sólo por lo dicho por los pobladores indígenas del lugar, sino también por lo relatado, transcrito e interpretado históricamente por el cronista en el siglo XVIII. Se trata así, de un esquema de narración replicado en otros documentos de este tipo, en el que se narra el supuesto encuentro entre Cortés y los principales del pueblo de Taximaroa, cabecera política de una amplia región del Oriente de Michoacán que colindaba políticamente con Tuzantla, ya en la Tierra Caliente; el acompañamiento de los religiosos, quienes inmediatamente iniciaron la evangelización de los pobladores; y el deslinde y amojonamiento de lo que le correspondía al rey de España y lo que había pertenecido al “rey de Michoacán”, considerando tanto las tierras como los pueblos mencionados en el deslinde, “sin perjuicio de los que al rey Caltzontzin debían pagar en Michoacán” [se refiere al tributo, las cursivas son mías]. Dentro de esta narración indígena basado en la tradición oral a través de los siglos, habría que precisar que el fenómeno de la conquista e inicial colonización del oriente de Michoacán es mucho más compleja y en cambio valorar que la región objeto de este documento comprende una amplia área del Oriente de Michoacán en donde, efectivamente, Tuzantla y Taximaroa eran poblaciones importantes, así como también Acámbaro, que sí la menciona y Charo (que no lo menciona); que incluye la mención al Río Grande, es decir el Lerma; y que aun cuando se dice que el documento está escrito en lengua tarasca y pertenece a “los naturales del pueblo de San Juan Timbineo”, nada refiere a que la región es altamente multilingüe, que fue un territorio fronterizo y en guerra en la última etapa de la época prehispánica y que después en los tempranos años de la época colonial, no sólo fue la puerta de entrada de los españoles a Michoacán y al occidente, sino también el área de ocupación de tierras y del otorgamiento de encomiendas, así como también la “punta de lanza” de las incursiones hispano/tarascas a la región de la llamada chichimeca en el actual estado de Guanajuato.

Plano Iconográfico

Fuente: Biblioteca Digital AECID, Crónica de Michoacán, vol. 2, p. 501. 10/07/2019.


Bibliografía


Beaumont, Pablo (1985), Crónica de Michoacán, t. II, Morelia, Balsal Editores, pp. 298-302.

De Alcalá, Jerónimo (2000), Relación de las cerimonias y rictos y población y gobernación de los indios de la provincia de Mechuacán, Moisés Franco Mendoza (coordinador de ed. y estudios), México, el Colegio de Michoacán-Gobierno del Estado de Michoacán, pp. 514, 578, 580-587.

Paredes Martínez, Carlos Salvador (ms.), “Los tarascos allende sus fronteras. Alianzas, colonizaciones y discursos de su nobleza y del grupo gobernante” (investigación en proceso).

Roskamp, Hans (1997), “Pablo Beaumont and the Codex of Tzintzuntzan: a Pictorial Document from Michoacán, west Mexico”, en Maarten Jansen y Luis Reyes García (coords.), Códices, caciques y comunidades, Países Bajos, Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos, pp. 193-245.

——————– (2001), “Historia, mito y legitimación: el Lienzo de Jicalán”, en José Eduardo Zárate Hernández (coord. editorial), La tierra Caliente de Michoacán, México, El Colegio de Michoacán-Gobierno del Estado de Michoacán, pp. 119-151.

——————– (2004), “El lienzo de Nahuatzen: origen y territorio de una comunidad de la sierra tarasca, Michoacán”, en Relaciones, vol. XXV, núm. 100, pp. 293.

Roskamp, Hans y Guadalupe César Villa (2003), “Iconografía de un pleito: el lienzo de Aranza y la conflictividad política en la sierra tarasca, siglo XVII”, en Carlos Paredes Martínez y Marta Terán (coords.), Autoridad y gobierno indígena en Michoacán. Ensayos a través de su historia, México, El Colegio de Michoacán, CIESAS-INAH-UMSNH, pp. 217-239

Sebastián Felipe, Pablo (2020), Memoria y territorio en la sierra p’urhépecha. Los títulos primordiales de Comachuen y sus pueblos vecinos, tesis doctor en Ciencias Humanas, El Colegio de Michoacán, p. 56

Warren, J. Benedict (2016), La conquista de Michoacán 1521-1530, Agustín García Alcaraz (trad.), 3ª ed., Morelia, Fimax Publicistas, pp. 83-101