Carta a Victoria Novelo

Para Andrés, con un fuerte abrazo


Querida Vicky:

Me disponía a seguir la lectura de galeras del primer tomo de la Vida de los doce Césares, de Suetonio, cuando entró al buzón de mi correo electrónico un mensaje del Ichan Tecolotl invitándome a escribir un texto breve para el homenaje que te harán en septiembre. Acepté sin dudarlo: “Puedo contar muchas cosas de Vicky” pensé.

En los días siguientes, entre las atrocidades de Tiberio y Calígula, las infinitas reuniones de Zoom (casi tan atroces como los actos de los emperadores mencionados) y el nuevo plan de trabajo de la Dirección General de Divulgación de las Humanidades de la UNAM, estuve repasando las muchas cosas que pudimos hacer en el CIESAS, en la Coordinación de Difusión y Publicaciones, primero, y en la Subdirección de Difusión y Publicaciones, después. En el repaso caí en la cuenta de que en realidad trabajamos juntos poco tiempo. Confieso que me sorprendió todo lo hecho en 1998 y algunos días de 1999. En 2002 volvimos a coincidir, pero como sé que te gustaba mucho el cine, no habrá spoilers; esa semana la contaré más tarde.

Ya con varios recuerdos acumulados, me faltaba darles algún tipo de orden y, lo que me parecía más importante, un tono. Para el orden vino en mi ayuda Suetonio: “expondré sus partes una a una, de acuerdo no con sus tiempos sino con sus categorías, para que con mayor claridad se puedan mostrar y conocer” (Suet. Aug. IX, 1). Para el tono se me ocurrió escribir algo que, además de celebrarte —al fin y al cabo iba a ser para un homenaje por… ¿toda tu trayectoria en el Centro?— te resultara divertido.

Entonces te googleé y me enteré —me “enteré” es un decir; todavía no lo puedo creer (como todavía no creo las muertes recientes de amigos y compañeros editores)— de tu fallecimiento a finales de julio.

¿Debía entonces suprimir los primeros párrafos de este texto? ¿Abandonarlo por completo al quedar paralizado por la triste y tardía noticia? El agradecimiento inmenso que te tengo por tantas enseñanzas profesionales me hizo convertir este escrito en una carta (qué curioso: llevo varias semanas pergeñando mentalmente una carta para una nueva colección que vamos a lanzar en la UNAM: Cartas desde una pandemia). En el segundo párrafo dejé pequeños resabios del tono original; espero que nadie se horrorice.

Me enrolaste en las filas del CIESAS en los primeros días de enero de 1998. No nos conocíamos. De mi capacidad como editor te había hablado mi prima Soren, con quien había trabajado años antes en Ediciones del Equilibrista. Me entrevisté contigo en el patio de la Casa Chata. No duró mucho la entrevista. Creo que la penúltima pregunta que me hiciste fue la clave para contratarme:

—¿Has trabajado con prima donnas?

—Bueno… me ha tocado editar a dos premios Nobel.

—¿Cuándo puedes empezar a trabajar aquí?

—Mañana mismo.

—Muy bien. Aquí nos vemos mañana a las 10.

Ocupé el puesto de Jefe de Publicaciones y, por estar servido en bandeja, el apodo de El Jefe Diego. Hasta la fecha Ricardo Fagoaga —a quien también lo contrataste tú para que fuera mi secretario— me sigue llamando así.

Acabo de activar el contador de caracteres y me asusta que ya estoy alcanzando el límite mínimo que me dieron en el Ichan y no he comenzado a hablar de los trabajos y los días.

Estuviste al frente de la reestructuración y creación de las colecciones editoriales del Centro: Antropologías, Historias y Lenguajes. Pediste la ayuda de Marina Garone en el diseño gráfico. Ella nos adaptó una tipografía con el Alfabeto Fonético Internacional para que ya no tuviéramos que retocar a mano los libros de lingüística. Suena contradictorio que te tocara a ti, amante del trabajo artesanal, ser quien eliminara esa práctica en nuestros libros, pero hay que reconocer que la fricativa alveolo-palatal sorda, entre otros caracteres, no se veía nada bien. El trabajo de Marina fue reconocido por otras instituciones que también trabajaban lenguas indígenas y que nos vinieron a pedir asesoría. Ahora Marina es una de las mejores investigadoras del Instituto de Investigaciones Bibliográficas y es una experta en la historia de la tipografía. Sé que su tesis de licenciatura te debe mucho a ti.

Otro proyecto que creaste fue Antropo-visiones: un verdadero esfuerzo de divulgación cuando casi nadie incursionaba en el formato del video, con la participación de equipos de profesionales en todas las etapas, desde el guion, la filmación, la edición y la producción.

Impulsaste con emoción la colección Textos urgentes (otra idea excelente que no alcanzó muchos números porque sospecho que se terminaron las urgencias, pero gracias a la cual conocí a otra Victoria entrañable: Victoria Schussheim); estuviste presente en la gestación de Desacatos, discutiendo hasta los más mínimos detalles con Ricardo Pérez Montfort (y causándome una crisis que me llevó a frangollar unas Reflexiones futbolísticas acerca de la errata).

Sin violentar la estructura del edificio dominico, creaste la librería de la Casa Chata. No todos estaban contentos con aquellos cristales entre los arcos, pero estoy convencido de que los libros encontraron un buen escaparate.

Antes de pasar a la segunda temporada en la que coincidimos (la que anuncié arriba) quiero recordarte el momento en que me ganaste definitivamente para tu causa: una eminencia soltaba a la menor oportunidad los nombres de los antropólogos que estaban de moda, sobre todo en Estados Unidos; de pronto alguien mencionó a Miguel Othón de Mendizábal. La eminencia preguntó: “¿Y ese quién es?” Antes de que alguien contestara fulminaste con la mirada a la eminencia y le dijiste: “A ver si antes de mencionar a toda esa gente de quién sabe dónde, averiguas quién fue Othón de Mendizábal”. “¡Eso! —pensé—, prefiere a los clásicos. Prefiere a Platón que a Derrida. Somos del mismo equipo”.

En 1999 te fuiste a Colima. Dejaste la Subdirección en manos de Josefina King, con todo el apoyo del buen equipo que habías formado. Entre los dos volcanes y las aguas del Océano Pacífico fuiste a crear el Cencadar (Centro Nacional de Capacitación y Diseño Artesanal).

En febrero de 2002 organizaste una semana de Chiapas en Colima, para la cual invitaste a cuatro participantes del proyecto de las Camaristas (se montó una exposición con el trabajo de varios fotógrafos), a Jan de Vos (para que diera una conferencia magistral sobre Chiapas) y a mí (en calidad de representante de las autoridades del CIESAS). En el recuento de todas las actividades parecería que fue un mes completo. Visitamos las instalaciones estupendas del Cencadar y constatamos todo lo que habías logrado en escasos tres años. Atesoro conmigo el libro Manual completo de artes cerámicas o fabricación de objetos de tierras cocidas, de D. Marcelino García López, primer título de la colección Herencias que, sobra decirlo, inventaste tú.

También me armaste una agenda de reuniones con la responsable de la editorial de la Universidad de Colima, con la comercializadora de libros de la misma universidad. En esas reuniones me enteré de la existencia de la red Altexto que en el Occidente comenzaba a tener buenos resultados. Unos años más tarde conseguiríamos formar la red Altexto nacional.

Nos recibieron a todos en el Centro Nacional de Edición Digital y Desarrollo de Tecnologías de la Información (Cenedic) donde nos dieron una demostración de nuevas tecnologías. Los artistas vieron inmediatamente las enormes puertas que les abriría para la creatividad, por ejemplo, un pizarrón-pantalla en el que los objetos proyectados giraban con la mano del expositor. El académico pensaba en esa herramienta para la impartición de clases, tal vez para hacer lo que más tarde haría en su conferencia.

Un momento inolvidable de esa semana fue cuando Juan el Zorro, al principio de su conferencia magistral proyectó el mapa del Golfo de México de cabeza. Nos hizo dar cuenta a todos de la forma en que Estados Unidos ve al Golfo como su alberca particular. Fue la epifanía colimota.

En una escapada a Tecomán me presentaste una especialidad del Noroeste que había bajado por la costa hasta Colima: el aguachile. Recuerdo que me dijiste que tu hijo Andrés se había vuelto un fanático absoluto de ese platillo. Que cada vez que llegaba a visitarte pedía ir, por favor, a comer aguachile. Desde ese día en Tecomán yo también soy víctima de esa afición a los camarones flotando en jugo de limón con harto chile, cuanto más picoso mejor. Te agradeceré siempre ese descubrimiento, así como las otras enseñanzas que me diste, pero que por tratarse del mundo laboral, prefiero dejar para otra ocasión… no te vaya a desaparecer la sonrisa con la que te imagino leyendo estas líneas.

Diego García del Gállego