Carta a Ron

Rita Valencia[1]
CIESAS Sureste

Ilustración Ichan Tecolotl. Foto de Graciela Freyermuth.

Querido Ron,

Te escribo porque quiero escribir sobre ti y no puedo. Porque creo que lo que puedo hacer es escribirte, conversar contigo y no hablar sobre ti. Sé que lo comprendes perfectamente. Pienso en el trabajo que sigue, en la continuidad de lo que he aprendido de ti y contigo, en lo que toca hacer en este momento de monstruos que vivimos en Chiapas y en el mundo en general, en lo que podemos hacer desde lo más pequeñito, desde la milpa, con la tierra que, como ya vimos, está viva y con la gente, los jóvenes que fueron tus alumnos y los que siguen. Pienso en los jardineros de la selva maya, esas personas que te enseñaron, a ti y a Anabel Ford, que la selva misma es el resultado no sólo de su trabajo, sino de un cúmulo de conocimientos generados, heredados en el tiempo de largo aliento. Ocho mil años más o menos. Pienso en que esos jardineros, al igual que la selva, se están acabando. En este momento, este mundo de exterminio, este mundo en exterminio, me devuelves a la esperanza con humildad, con la generosidad que te caracteriza, con el reconocimiento de que no lo sabemos todo y, por consiguiente, en medio de todo esto, puede ser que haya salidas que aún no vemos. Una esperanza que viene trenzada con un sentido de urgencia por la preservación y divulgación de los conocimientos del mundo que viviste, estudiaste y comprendiste: el mundo maya. Es decir, de los pueblos mayas y sus territorios, justamente para el florecimiento de ese abigarrado jardín, que surge de una manera de ser-estar en el mundo, nace desde los valores de la civilización maya en oposición a los modelos de conservación que son finalmente, otra forma de despojo y destrucción:

Las prácticas contemporáneas de conservación de los bosques tropicales se han basado en el enfoque occidental: eliminar el elemento humano de la ecuación. Sin embargo, las investigaciones ecológicas y botánicas sobre la selva maya revelan un abigarrado jardín dominado por plantas de valor económico que dependen en gran medida de la interacción humana… No se puede ignorar la importancia de los conocimientos ecológicos indígenas. Este conocimiento acumulado del paisaje es lo que hace a la selva maya. La conservación sin el ingenio de los jardineros de la selva maya erradicará los valores que sustentaron la civilización maya. (Ford y Nigh, 2015: 174)

¿Cómo acceder al conocimiento acumulado en el paisaje? Eso es hablar con las personas, pero también con los animales, las plantas e incluso ir más allá. Porque el siguiente paso requiere de mayor minuciosidad, de una tenacidad que no cualquiera tiene porque implica brincarse los bordes de las disciplinas y mirar lo más pequeño, que es, mira nada más qué paradoja, algo muy propio del pensamiento maya, lo más grande: los microorganismos de la tierra, de los suelos. El microbioma de la tierra. Entender, observar, con toda la curiosidad del mundo, que la fertilidad de la milpa de alto desempeño, esa que ha conservado y formado los ecosistemas de la selva, está basada en un manejo minucioso de las plantas. Y que son las plantas mismas las que generan la fertilidad de los suelos gracias a los exudados que secretan, en una danza de sucesiones arriba y debajo de la tierra en ciclos largos de tiempo (20 o 30 años), en los que el maíz es un elemento temprano.

Las implicaciones de este pequeño dato son muy grandes, no sólo por todo lo que ese mundo ha cambiado hasta la fecha, sino también por lo que podemos hacer todavía para devolver la fertilidad a la tierra en medio del avasallamiento de las fuerzas de sobrexplotación. ¿Qué hacemos? Nos volvemos minuciosos. Aprendemos microscopía y pasamos horas preparando, observando muestras. Contigo aprendí a preparar mis primeras diluciones, pero, sobre todo, a perderle el miedo al microscopio. Nos frustramos buscando nemátodos juntos, pero sí vimos muchos otros seres y nos maravillamos juntos. Por todo esto estoy muy agradecida ¿sabes? Porque coincidimos en esa curiosidad sin límites, en esa idea de que todos podemos aprenderlo todo, si así nos lo proponemos. Y dicen por ahí, que sólo entre todos lo sabemos todo. Por eso el sueño de los laboratorios comunitarios en donde sean jóvenes en sus comunidades quienes realicen los análisis microbiológicos nunca nos pareció descabellado. Eso es democratizar la ciencia y la tecnología y ponerlas al servicio de una de las tareas más lindas y urgentes: reconstituir la fertilidad de los suelos para que la vida campesina siga siendo viable. Para ver si así revertimos un poco de tanta destrucción que ha hecho el modelo agroindustrial depredador. Y como ya decían tú y Nemesio Rodríguez en 1995, en un libro que se escribió antes del levantamiento del EZLN, no se trata de incorporar componentes ambientales en lo que ahora llamamos esos mismos modelos agroindustriales, y, diría yo, en nuestros programas de estudio, sino entender una interconexión más profunda. A eso, tú y otros autores le llamaron Agroecología Histórica:

Proponemos una agroecología histórica que proporcione un estudio inter y transdisciplinar de los paisajes agrícolas históricos basado en análisis holísticos diacrónicos con el fin de contribuir a su permanencia o a su transición sobre la base de los siguientes principios agroecológicos: biodiversidad (agro) por encima y por debajo del suelo; gestión sostenible de los recursos naturales; uso mínimo de insumos industriales; sistemas agroalimentarios justos; relaciones horizontales entre agricultores; dietas saludables, diversificadas, estacionales y culturalmente apropiadas; autodeterminación política; y arraigo de la espiritualidad en la Tierra. (Rivera-Núñez, Farger y Nigh, 2020: 5)

En estas seguimos, querido Ron, pensando y haciendo por encima y debajo del suelo, comprometidxs con la biodiversidad. Esa que no se entiende sin autodeterminación y arraigo de la espiritualidad en la Tierra. Tú y yo sabemos que el tiempo es físico y metafísico, así que nos encontraremos de nuevo en alguna curvatura del tiempo, el tiempo cíclico. Hasta entonces te mando muchos abrazos y todo mi cariño.

23 de octubre de 2024.

Bibliografía

Ford, A. y Nigh, R. (2015). The Maya Forest Garden. Eight Millenia of Sustainable Cultivation of the Tropical Woodlands. Left Coast Press.

Nigh, R., y Rodríguez, N. (1995). Territorios Violados. Indios, Medio Ambiente y Desarrollo en América Latina. CONACULTA / INI.

Rivera-Núñez, T., Farger, L., y Nigh, R. (2020). Toward an Historical Agroecology: An academic approach in which time and space matter. Agroecology and Sustainable Food Systems, 44(8), 975-1011. https://doi.org/10.1080/21683565.2020.1719450


  1. ritavalenciax@gmail.com