Luis Alberto Velasco Ruiz[1]
École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS)
Foto: David Stanley vía Wikimedia Commons
Como capital del Caribe mexicano y polo turístico de sol y playa por excelencia, Cancún ha moldeado, desde los años setenta, no sólo la forma de hacer turismo sino de construir sus espacios. Sin embargo, salvo escuetas excepciones en la zona hotelera, la ciudad no cuenta con un solo frente de agua ciudadano pensado como un espacio público digno de sus dimensiones urbanas: ni en Puerto Juárez, ni en Puerto Cancún, ni en Malecón Tajamar. Éste es el relato de cómo, a lo largo de su historia, la ciudad ha cancelado una y otra vez la tan ansiada “ventana al mar” desde su origen mismo, partiendo de la relación entre el pueblo de apoyo planeado y la localidad que lo vio nacer (Puerto Juárez), la ubicación de su centro tierra adentro en el plan maestro, los proyectos náuticos soñados y debatidos durante décadas (Puerto Cancún y Malecón San Buenaventura), así como los constantes intentos por acercar el centro de la ciudad hacia el mar.
Del mito del edén a los tristes trópicos del turismo
El Proyecto Cancún fue concebido como el primero de los centros turísticos integrales implementados por gobierno federal a finales de los años sesenta. Tras una prospección aérea por el litoral mexicano, el lugar que les robaría el aire a los técnicos del Banco de México (dependencia encargada del proyecto) sería la isla de Cancún en la costa norte de Quintana Roo, una “franja de tierra comprendida entre Cabo Nizuc y Cabo Cancún, localizada a unos 8 kms. de Puerto Juárez”.[2] Dicha franja no era más que una isla prácticamente desierta en uno de los rincones más inhóspitos y peor comunicados de la frontera Caribe de México. Se ubicaba a escasos kilómetros al sur de Puerto Juárez y Colonia Puerto Juárez, dos pequeños asentamientos localizados sobre la carretera que venía desde Mérida hasta el muelle para cruzar a Isla Mujeres. Aunque parecía desocupada, la isla se componía en realidad por una hilera de ranchos copreros (dedicados a la palma de coco) que estaban en manos de una veintena de posesionarios, la mayoría asentados en Isla Mujeres (Verdayes, 2010: 126).
El plan maestro de Cancún contemplaba el desarrollo de un polo turístico masivo de playa en tres fases a un horizonte de 25 años, y una distribución espacial que vislumbraba dos zonas perfectamente diferenciadas entre sí, separadas por una zona de amortiguamiento de dos kilómetros: la zona hotelera y la zona urbana. En la zona hotelera, el desarrollo se dividió en cuatro secciones siguiendo un modelo de “crestas y valles”, basado en la zonificación por tipos de uso de suelo, y en el control de la capacidad de carga mediante el cuidado de alturas, densidades y número de cuartos de hotel, con el fin de no alterar las corrientes naturales de aire y evitar la erosión de las dunas. El equipo técnico decidió otorgarle el frente de mar a los hoteles y construir el boulevard a sus espaldas por razones de competitividad turística. No obstante, se diseñaron alrededor de 12 accesos al mar, uno cada dos kilómetros aproximadamente, que comprendían más de 300 mil m2 de playa pública (McCoy, 2017: 141); un gesto que se enmarcaba dentro del auge del “turismo sociocultural” promovido por el gobierno de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), cuya pretensión era democratizar el ocio playero (Fonatur, 1982: 83).
En la zona urbana, la ciudad de servicios se levantaría de cero en un polígono ubicado a un costado de los únicos dos asentamientos existentes: Puerto Juárez y Colonia Puerto Juárez. Fue proyectada para el “asentamiento de la población de apoyo” (Fonatur, 1982: 72), bajo una traza urbana no ortogonal y con las características de una “ciudad jardín”. Este modelo consistía en una serie de bloques habitacionales de densidad moderada denominados supermanzanas. Las supermanzanas estarían dotadas de áreas verdes y espacios de equipamiento para servicios (escuelas, comercios de barrio). Las diferentes áreas de la ciudad estarían comunicadas por un sistema de circulación perimetral de baja intensidad, con rotondas en lugar de semáforos, y cada supermanzana contaría con vialidades internas en forma de retornos (cul-de-sac), así como con un sistema de andadores peatonales para conectarla por dentro. En un primer momento, se pensó en ubicar esta ciudad de servicios frente a la Bahía de Mujeres, pero la idea fue rápidamente descartada pues se trataba de terrenos inundables, eligiendo un emplazamiento dos kilómetros de espaldas al mar (Martí, 2017: 198). Las zonas de amortiguamiento que quedaron fueron contempladas en el plan maestro para la construcción, a futuro, de dos grandes proyectos náuticos: Puerto Cancún y Malecón San Buenaventura.
Los criterios de diseño urbano escogidos para Cancún no fueron fortuitos. Como sugiere Daniel Hiernaux (1994: 26-27), el espacio turístico fue el que más se globalizó durante la era fordista, bajo estándares de uniformidad y modernidad arquitectónica. Inspirado en el pensamiento de Le Corbusier, el plan maestro se enmarcaba en una corriente urbanística funcionalista que proponía un uso racional del espacio acorde a las cuatro funciones de la ciudad establecidas por la Carta de Atenas en 1933 (habitar, circular, trabajar, recrear), algo que se evidenciaba en la separación entre la zona urbana y la zona turística. Por su cuenta, la traza urbana elegida para la ciudad de apoyo tomaba inspiración de la “ciudad jardín” de Ebenezer Howards, de finales del siglo XIX. Tanto esta última como el modelo funcionalista habían tenido eco en la construcción de ciudades planeadas en América Latina, entre las cuales destacaba el ejemplo de Brasilia, la nueva capital de Brasil, en 1960, y de Belmopán, la nueva capital del vecino Belice, en 1970. En el caso de México, el modelo de la supermanzana y de circulación perimetral había sido implementado por Mario Pani en la traza urbana de Ciudad Satélite en los años cincuenta, y sería retomado en Cancún por influencia suya. Todos estos elementos le daban al proyecto de ciudad un cierto carácter utópico. Por otro lado, tenemos que el modelo de racionalización del espacio era en sí mismo un esquema de segregación. Como lo plantea el mismo Daniel Hiernaux (1999: 131), en sus inicios “Cancún podría ser considerado como el paradigma del complejo turístico fordista” por excelencia. Bajo esta óptica, la zonificación entre la zona hotelera y la ciudad de apoyo tenía como objetivo la separación entre la zona de trabajo y de habitación. Esto implicaba el arribo de los turistas directamente del aeropuerto a la zona hotelera sin necesidad de pasar por la ciudad, su reclusión en hoteles con frente de mar privado, y un estricto control de la interacción con los empleados. En resumen, se trataba de una doble organización de los espacios, tanto de la ciudad como del hotel, que serían pensados como “recintos cerrados” (enclosures) (Córdoba, Baptista y Domínguez, 2018) y bajo principios de eficiencia taylorista cuyo fin era evitar que los contrastes sociales afectaran la imagen del turismo (García, 1999: 60), pero a costa de la generación de roles subsidiarios en la población local.
El encuentro del proyecto con la realidad tuvo lugar alrededor del mes de enero de 1970 con la llegada del primer ingeniero de INFRATUR (fideicomiso encargado que después cambiaría de nombre a FONATUR) a la zona, y la formación de las primeras cuadrillas de desmonte y construcción. Durante los primeros años, era tal la presencia masculina dentro de las obras que a la zona hotelera se le empezó a conocer como “la isla de los hombres solos”. Podría decirse que los albañiles que levantaron los primeros hoteles fueron, de alguna forma, los “primeros turistas”. En plena fase constructiva, los concesionarios de las primeras playas públicas, Tortugas y Chac Mool, organizaban los fines de semana, a través de INFRATUR, bailes después de la faena con espectáculos para aquellos jornaleros de los campamentos que no regresaban a sus pueblos.[3] Ejemplos como éste nos hablan de un paisaje urbano y social incipiente, que remite a un lugar en el que “todos comían del mismo plato [e] iban a la misma playa”,[4] alimentando una imagen de aparente ausencia de clases sociales. Fueron muchas las familias que migraron en los primeros años de vida del polo turístico, bajo el influjo de lo que la cronista Tiziana Roma habría de denominar “el mar que nos llamó”,[5] un sueño más de democratización de la vida moderna en México. No obstante, el aura utópica del proyecto tenía sus límites. Desde el principio, no hubo ni uno ni dos, sino tres Cancunes. Cancún no era una ciudad litoral, era una isla conectada al continente y una ciudad de servicios interior, a un costado de una colonia y un puerto de asentamiento popular cuya urbanización no fue contemplada en el plan maestro del proyecto. Esta geografía de traspatios, producto de razones tanto sociales como ambientales, va a tener a la larga un papel preponderante en la posibilidad de democratización del litoral cancunense.
Buscando un “lugar común” entre zona hotelera, ciudad y puerto
Durante los años ochenta, Cancún tuvo un crecimiento vertiginoso en todos los sentidos. Entre 1985 y 1990, el número de habitaciones pasaría de 6,000 a 18,000, en parte como consecuencia del azote del Huracán Gilberto en 1988, tras el cual la ocupación litoral en la zona hotelera sería exponenciada y el mercado turístico expuesto al modelo all inclusive con la apertura, en 1989, del Hotel Oasis, de capital español. Esta coyuntura marcó el principio de la sobredensificación de la zona hotelera que daría paso no sólo a la construcción sobre las últimas dunas, sino a los primeros cambios de uso de suelo, y poco a poco a la pérdida de algunas playas públicas, iniciando una batalla ciudadana por cuidar las pocas ventanas de mar restantes que se sigue librando hasta el día de hoy. ¿Qué pasaba en la zona urbana, entretanto, y qué relación tenía la ciudad con el mar, más allá de la zona hotelera?
A mediados de los años noventa, el centro entraría en una fase de declive. Después de haber sido en los años ochenta un vibrante punto de encuentro entre locales y turistas, y un lugar de consumo alternativo de la cultura mexicana caribeña, al margen de los grandes hoteles de la zona hotelera, el abaratamiento de la oferta y la irrupción del modelo all inclusive trajo como consecuencia un cambio en los hábitos de consumo del turismo promedio en Cancún. Al tratarse de un modelo que monopolizaba toda la cadena de servicios en el interior del hotel, el turista poco a poco dejó de salir del hotel para consumir y, por ende, de visitar el denominado downtown de la ciudad. El abandono paulatino del centro trajo como consecuencia la obsolescencia y la tugurización de la zona, desde el emblemático y populoso Crucero (entre las avenidas principales de Cancún), que empezó a ser blanco de leyendas urbanas sobre violencia, raptos, trata y prostitución, hasta el centro cívico fundacional sobre la Avenida Tulum, que dejó de ser ese lugar de confluencia obligada con el turismo. Esta situación levantó además preguntas sobre la pertinencia de la imagen urbana de un centro considerado atípico en el urbanismo nacional, y sobre los efectos de esto sobre la construcción del arraigo local.
Desde el gobierno municipal hubo algunos esfuerzos higienistas para contrarrestar esta situación. La administración de Carlos Cardín Pérez (1993-1996) intentaría desplazar la prostitución hacia una zona especial que albergara todas las actividades de giro rojo en el km. 21 de la carretera a Mérida. Posteriormente, la administración de Rafael Lara Lara (1996-1999) fracasaría en su intento por desplazar la terminal de autobuses (ADO) hacia afuera del centro, logrando en contraparte defender ciertos predios para convertirlos en áreas verdes y lugares de esparcimiento, como el Parque Ecológico Kabah. Ante esta situación, en 1995 se formó el Comité de Reactivación del Centro de Cancún, a iniciativa de un grupo de empresarios encabezados por Manuel García Jurado (del Grupo La Parrilla), preocupados por la imagen urbana del centro. En una nota de prensa de 1998 se puede leer que este “paraíso inventado” era percibido como una “ciudad sin estilo”, haciendo alusión a un pasaje del libro El sueño de los mayas: “Estar parado en Cancún es como no saber en dónde se está, si en Estados Unidos o en un pueblo desconocido, gobernado por tiranos”. El centro turístico era considerado un lugar de referencias desdibujadas que “ni con la fantasía de sus palacetes en la zona hotelera ni sus fotografías comerciales podría acercarse a lo que es una ciudad, conformada por una sociedad que goce de arraigo e identidad”.[6]
Por un lado, estos argumentos hacían eco a los riesgos de la estandarización turística, producto de la globalización, un tema que se hallaba sobre la mesa desde finales de la década anterior. Por otro lado, se achacaban a un panorama político que había desvirtuado los ideales urbanísticos del proyecto original, debido a la desarticulación del plan maestro generada por el crecimiento descontrolado de la mancha urbana. En otra nota de prensa de 1995, titulada “Cancunenses, en busca de un lugar común”, se expone que el diseño del pueblo de apoyo bajo el “modelo inglés” (refiriéndose a la ciudad jardín) “no va con las costumbres mexicanas”, poniendo de relieve la ausencia de “una plaza pública central o un lugar de reunión popular, tradicional en los pueblos mexicanos, típico en el folclor nacional”. Parte de las intenciones del Comité de Reactivación era precisamente darle al centro un aspecto más mexicano, como de “pueblo típico”, no sólo como estrategia para atraer de nuevo al turismo, sino para otorgarle referencias a la gente local a falta de símbolos urbanos concentrados, como en centros tradicionales con diseño ortogonal. En la misma nota se mencionan diversas ideas, como la propuesta del propio comité de unir la Plaza de la Reforma (frente al palacio municipal) con el parque de las Palapas (importante punto de reunión), o la posibilidad de darle a alguna área verde (en este caso lo que más adelante sería el Parque Kabah) la misma vocación de esparcimiento que tenían el bosque de Chapultepec en Ciudad México o el parque Los Colomos en Guadalajara.[7]
Con el tiempo, esta discusión siguió escalando y, en una nota de 1999, titulada “Cancunenses quieren el centro histórico”, se describe la posibilidad de sacar el centro cívico de su emplazamiento original y llevarlo a Puerto Cancún, o en su defecto a Malecón Cancún (esos dos proyectos náuticos que habían quedado pendientes en el plan maestro). Según la propuesta de algunos miembros del Colegio de Arquitectos de Cancún, se buscaba lo siguiente: “un centro cívico que constituya un espacio de reunión para sus habitantes integrado a un malecón que contenga los rasgos característicos de la cultura e historia nacionales aportando a la población un espacio público libre y abierto, para la contemplación y disfrute del mar caribe (sic)”. Es cierto que el frente de mar era una deuda histórica con la población local, y entonces la idea de mover el centro correspondía a la doble necesidad de un “proyecto arquitectónico con motivos netamente mexicanos”, y de “unificar el territorio de Benito Juárez, desde la zona hotelera hasta Puerto Juárez”; o, en otras palabras: generar “armonía entre la ciudad y su entorno” y “entre la ciudad y sus habitantes”.[8] Todo esto quedaría en el tintero al menos hasta bien entrado el nuevo milenio.
El divorcio entre la ciudad y el mar
En 2001, durante la sesión solemne de cabildo celebrada en conmemoración del 31º aniversario de Cancún, el entonces gobernador de Quintana Roo, Joaquín Hendricks Díaz (1999-2005), declaró que aún era tiempo de “corregir las desviaciones del camino”, comprometiéndose frente a la alcaldesa Magaly Achach Solís (1999-2002) y un grupo de pioneros, a darle finalmente un nuevo centro a la ciudad de Cancún.[9] La idea de reubicar el centro era deseo y promesa presente en el debate público local al menos desde mediados de los años noventa, y obedecía a varios factores. Algunos argumentaban que el polígono presentaba signos de decadencia ligados sobre todo a la implementación del modelo all inclusive y los estragos que esto tuvo sobre la afluencia de turistas a esta zona de la ciudad. Otros sugerían la necesidad de un recinto más grande y apropiado para albergar al palacio municipal, pues el viejo resultaba ya insuficiente (Martí, 2017: 180), o abogaban por un centro que fuera “típicamente mexicano”, y qué mejor si éste servía para conectar finalmente a la ciudad con el mar. Dentro de esta serie de argumentos, la disyuntiva principal era decidir si favorecer un centro con frente de agua o no. En la nota de prensa del evento se mencionan dos propuestas: hacer un centro “con vista a la laguna”, como parte del proyecto Malecón Cancún, al que se hace referencia en apartados anteriores; o convertir la supermanzana 21, que ya albergaba espacios de esparcimiento cultural y deportivo como la Casa de la Cultura, el gimnasio Kuchil Baxal, canchas y estadios, en un “centro simbólico” que concentrara a todas las dependencias de gobierno. Ambas opciones tenían pros y contras, no obstante, la posibilidad de darle a la ciudad una salida al mar a través de un centro con malecón, tenía que ver también con una vieja premisa del plan maestro ligada a Puerto Cancún y Malecón San Buenaventura. Como lo apunta Fernando Martí (2017: 306), “ambos proyectos se presentaban como salidas al mar” para la zona urbana, pero “habían permanecido durante años en el cajón de los pendientes”.
Figura 1. Proyección de Puerto Cancún en el plan maestro
Crédito de la imagen: Martí, 2017: 306
Como ya mencioné, durante las prospecciones iniciales de 1969, hubo una primera intención de situar el centro de la ciudad frente al mar, a un costado de Puerto Juárez. Esta idea fue rápidamente desestimada por tratarse de áreas inundables, por lo que el plan maestro de los años setenta destinaría este predio de 325 hectáreas a la realización de Puerto Cancún: un puerto de cabotaje con “una terminal de carga con sus andenes y sus bodegas, que incluía una estación de ferrocarril, y una zona de canales para albergar hoteles y condominios” (Martí, 2017: 306). Entre los años ochenta y los noventa, su vocación industrial fue desechada y, en un afán de abrir la ciudad hacia el mar, FONATUR retomó la idea original de ubicar allí el “corazón de la ciudad”. Fernando Martí (2017: 307) relata que el fideicomiso incluso contactó a François Spoerry, el arquitecto francés que diseñó Port Grimaud en la Riviera Francesa, para que hiciera “una réplica tropicalizada” de este pueblo náutico en Cancún, incluyendo “elementos arquitectónicos coloniales (arcos, tejados, balcones, y materiales constructivos de la península (palma, piedra ticul, piedra conchuela), que de alguna manera lo hacían lucir mexicano”.
El proyecto no se concretó por falta de recursos, dejando a Puerto Cancún en planos hasta que, después de varios intentos fallidos con diferentes firmas de inversionistas, finalmente fue destrabado en 2003. No obstante, el proyecto vería el día en medio de una coyuntura medioambiental difícil a nivel nacional, debido a los entonces recientes escándalos de Jorge Emilio González Martínez, apodado el “Niño Verde”, un político del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), acusado de recibir sobornos millonarios a cambio de modificaciones en usos de suelo de predios protegidos del estado, lo cual generó protestas de grupos de ambientalistas en Quintana Roo. El estadunidense Michael Kelly, “un magnate que manejaba fondos de retiro” compró Puerto Cancún por 40 millones de dólares, comprometiéndose, mediante un fideicomiso, a las normas de urbanización de FONATUR, pero convirtiendo el proyecto en una gated community, más orientada al crecimiento vertical y las segundas residencias de lujo, que ya no contemplaba el pueblo náutico ni la mudanza del centro. Martí agrega en su crónica que esto coincidió con un viaje del entonces alcalde, Francisco Alor Quezada (2005-2008), a Dubái, de donde regresaría convencido de que Cancún debía crecer hacia arriba, al haberse impregnado del imaginario visual que esta ciudad del golfo pérsico empezaba a difundir a nivel global, a través de su icónico skyline. En 2006, Michael Kelly fue detenido en Estados Unidos, acusado de fraude por especular con fondos de retiro, y encarcelado, pero el proyecto, que ya estaba de pie y era autosustenable en términos financieros, seguiría su curso, al ser traspasado años después a nuevos capitales para su consecución (Martí, 2017: 309-311). Bajo este panorama, no sólo no se mudó el centro hacia la costa, sino que además la zona litoral fue privatizada, clausurando la posibilidad convertir a Cancún en un puerto. Por último, cabe decir que el proyecto de urbanización de Puerto Cancún tampoco contempló un “paso de servidumbre” adecuado, generando presión vial sobre la zona popular (colonia Donceles 28) que quedó del otro lado del muro, así como tampoco propuso un ordenamiento territorial en la frontera con su vecino Puerto Juárez, empezando por la ampliación hasta el mar de la Avenida Chichén Itzá, alguna vez contemplada en planos. Hoy por hoy, lo que hay es una serie de parches urbanos que imposibilitan el acceso público a la Bahía de Mujeres.
Figura 2. Proyección de Malecón San Buenaventura en el plan maestro
Crédito de la imagen: Martí, 2017: 313
Del otro lado del boulevard Kukulcán, que conecta a la ciudad con la zona hotelera, el proyecto del Malecón tendría un giro similar al de Puerto Cancún. Contemplado también desde los años setenta en el plan maestro como una marina de conexión, a través de la laguna, entre la ciudad y la zona hotelera, se convirtió en esta época en el nuevo prospecto para reubicar el centro de la ciudad. El primer proyecto, llamado Malecón de San Buenaventura, como el “antiguo rancho porfirista” (Martí, 2017: 311) que ahí existió, contemplaba un muelle para el servicio de conexión entre la ciudad y la zona hotelera. Un primer intento de materializar el proyecto, rebautizado como Malecón Cancún, tuvo lugar a principios de los noventa. La negociación resultó fallida y no dejó más que una serie de litigios y la construcción de un muro de contención al borde de la laguna. Durante su administración al frente de FONATUR (2000-2006), John McCarthy retomó el proyecto “no tan sólo buscando una salida al mar” sino con la intención de mudar “hasta ahí el centro de la ciudad” (Martí, 2017: 313). El nuevo centro quedaría estratégicamente emplazado entre la Laguna Nichupté, la plaza comercial en auge en la zona urbana (Las Américas), y el Table, un área recién urbanizada por FONATUR, que daba un acceso alternativo a la zona hotelera. Este replanteamiento urbano consideraba la vocación náutica original del polígono a partir de un malecón y una marina, pero en un formato de alta densidad que proyectaba torres de hasta 20 pisos, una rambla comercial, un parque recreativo, alamedas, andadores, ciclovías, un predio especial para albergar el nuevo palacio municipal, y hasta una iglesia católica. McCarthy declararía que Malecón Cancún era “un intento deliberado por convertir el centro de la ciudad en un polo de atracción”, al dar por sentado que “el centro histórico de Cancún había perdido todo su atractivo” (citado en Martí, 2017: 313).
En la siguiente administración de FONATUR, el proyecto volvió a cambiar de dueños, pasando a llamarse Malecón Tajamar. Se inició la urbanización de las calles y se construyó un dique sobre el muro ya existente, en donde quedaría ubicado el malecón. Por alguna razón, se desechó la vocación de centro urbano, cancelándose por segunda vez el plan de reubicación del centro. En la crónica de Fernando Martí no se explica el porqué, pero comúnmente se dice que CONAGUA desestimó el plan de mudanza del palacio municipal por un tema de seguridad nacional. Al igual que lo sucedido con el plan maestro en los años setenta, no se consideraba recomendable ubicar una sede administrativa de tal envergadura frente a un cuerpo de agua y sobre una zona de manglares, por el alto riesgo que aquello representaba ante el embate de huracanes e inundaciones. En los años que siguieron, el polígono quedaría urbanizado a medias, coincidiendo coyunturalmente con el decreto de nuevas normativas ambientales que volvieron más severos los lineamientos de urbanización. Cuando en 2015 se inició el desmonte de los manglares, el evento fue considerado un ecocidio por la ciudadanía y varios grupos de ambientalistas. Fue tal el impacto del acontecimiento que el proyecto fue cancelado definitivamente en 2018, convirtiéndose en un hito de organización ciudadana que alcanzó reflectores internacionales.
Figura 3. Panorama actual del litoral cancunense
Fuente: Google Earth [10]
Como vemos, ambos proyectos fracasarían en su posibilidad no sólo de darle un nuevo centro a la ciudad (al margen de lo cuestionable de hacerlo), sino sobre todo de democratizar el litoral cancunense, y otorgarle a la población local “un acceso franco al agua” (Kemil Rizk, citado en Martí, 2017: 309). Ya fuera como fraccionamiento privado, o como urbanización baldía con destino incierto, en ambos casos la salida al mar sería prácticamente cancelada. Por otro lado, no iba a ser la última tentativa de cambiar el centro de lugar. En 2008, el alcalde en turno, Gregorio Sánchez Martínez (2008-2011), propondría mover el palacio municipal al Ombligo Verde en las supermanzanas 33 y 34, en donde ya se construía la catedral de la ciudad, como parte de un proyecto llamado Plaza Bicentenario. Al quedar a un costado del recinto religioso, no sólo se pensaba que el proyecto contribuiría a mitigar la desconcentración de símbolos urbanos en la ciudad, sino que finalmente se estaría acoplando dicho espacio a la idea de un centro más mexicano. Una vez más, la ciudadanía se vería confrontada en cuanto al proyecto de ciudad deseado.
Un futuro urbano incierto
Como corolario, hago alusión a algo que el arquitecto Marciano Carrasco Bassols, al frente de numerosos proyectos de infraestructura desde los años setenta, declaró hace tiempo ante la prensa: “esos señores albañiles recuerdo que decían: Ahorita hacemos esto y no nos van (…) a permitir volver a entrar y tampoco vamos a entrar a las playas”.[11] Como ya vimos, se trataba de un presagio que, con el tiempo, se cumplió sin mayor sorpresa. En la actualidad, la relación entre Cancún y sus zonas litorales enfrenta un futuro urbano ambiguo. Salvo por la rehabilitación de un par de playas públicas y la defensa constante y aguerrida de su ventana de mar más emblemática, la famosa playa Delfines (el Mirador), en la zona hotelera, así como por un uso discreto del malecón que quedó emplazado en un Tajamar semiurbanizado, nada parece que vaya a cambiar. Estamos hablando de un asunto de democratización de un espacio público clave para un lugar como Cancún, y cabría entonces preguntarse si, en los próximos años, el mar de la ciudad que presume ser la playa turística más famosa de América Latina, va a seguir dándole la espalda a su propia gente.
Fuentes de consulta
Bibliografía
Córdoba Azcárate, Matilde, Idalina Baptista y Fernando Rodríguez Rubio
2014 “Enclosures within Enclosures and Hurricane Reconstruction in Cancún, Mexico”, City & Society, vol. 26, pp. 96-119, https://doi.org/10.1111/ciso.12026.
Fondo Nacional de Fomento al Turismo (FONATUR)
1982 Cancún. Un desarrollo turístico en la costa turquesa, México, D.F., Cartografía y Servicios Editoriales.
García de Fuentes, Ana
1999 “El impacto regional del desarrollo turístico de Cancún”, en Joan Bou, Jordi de Cambra y Xavier Paunero (coords.), Los retos de América Latina, Barcelona, Centro de Estudios de América Latina, pp. 58-65.
Hiernaux Nicolas, Daniel
1994 “En busca del Edén: turismo y territorio en las sociedades modernas”, Ciudades, núm. 23, pp. 24-30.
Hiernaux Nicolas, Daniel
1999 “Cancún Bliss”, en Deniss Judd y Susan Fainstein (eds.) The Tourist City, New Haven, Yale University Press, pp. 124-139.
Martí Brito, Fernando
2017 Fantasía de banqueros II. 31 crónicas (y un epílogo) que tratan de explicar lo que ocurrió en los siguientes 32 años, Cancún, Oficina del Cronista de la Ciudad.
McCoy Cador, Christine Elizabeth
2017 El espejismo de Cancún. Análisis del desempeño y evolución de un destino turístico, Barcelona, Alba Sud Editorial (Colección Turismos).
Verdayes Ortiz, Francisco
2010 Cancún antes de Cancún, Cancún, Revista Pioneros (Edición especial).
Archivo histórico
Archivo Histórico de la Universidad del Caribe (AHUCCQROO). Fondo Pedro Dondé Escalante – Banco de México (FPDE-BM). Sección: Archivos Incorporados. Subsección: INFRATUR. Serie: Banco de México. Subserie: Documentos. Período: 1968-1974. Expediente: Vol. I – Documentos. infratur. Banco de México 1968-1974. fonatur. Nacional Financiera. 1974-1977. Memorándum “Bases para el Desarrollo de un Programa Integral de Infraestructura Turística en México. Banco de México, S.A. 1968”.
Notas periodísticas
Castillo, María José
2007 “Añoran pioneros el Cancún de antaño”, Novedades de Quintana Roo, Cancún, 20 de abril.
García, Karla
1998 “Cancún, ciudad sin estilo”, La Crónica de Cancún, Cancún, 27 de julio.
Martínez Guerrero, Guadalupe
1999 “Cancunenses quieren el centro histórico”, Novedades de Quintana Roo, Cancún, 5 de junio.
Villaseñor, Manuel
1995 “Cancunenses en busca de un lugar común”, La Crónica de Cancún, Cancún, 22 de julio.
Villavicencio, Alicia
2001 “Acelerarán diseño del nuevo centro”, La Voz del Caribe, Cancún, 22 de abril.
Otras fuentes
Comunicación personal virtual con Tiziana Roma Barrera. 14 de marzo de 2022.
Entrevista a Francisco Verdayes Ortiz. Cancún, Q. Roo. 28 de abril de 2018.
Mapa de Cancún, recuperado el 27 de abril de 2023, de https://earth.google.com
Roma Barrera, Tiziana
2012 “El mar que nos llamó”, Por Esto, “Cultura”, colaboración de noviembre de 2012, compartida en la cuenta personal de Facebook de la autora el 6 de diciembre de 2012.
Roma Barrera, Tiziana
2018 Intervención en la mesa de diálogo “Crónicas de una ciudad llamada Cancún”, llevada a cabo el 26 de abril de 2018 en el Teatro 8 de Octubre, en el marco de los festejos del XLVIII aniversario de Cancún.
[1] Candidato a doctor en Antropología| Correo: luisalberto.velascoruiz@gmail.com
[2] Archivo Histórico de la Universidad del Caribe (AHUCCQROO). Fondo Pedro Dondé Escalante – Banco de México (FPDE-BM). Sección: Archivos Incorporados. Subsección: INFRATUR. Serie: Banco de México. Subserie: Documentos. Período: 1968-1974. Expediente: Vol. I – Documentos. infratur. Banco de México 1968-1974. fonatur. Nacional Financiera. 1974-1977. Memorándum “Bases para el Desarrollo de un Programa Integral de Infraestructura Turística en México. Banco de México, S.A. 1968”. p. 33.
[3] Intervención de Tiziana Roma Barrera en la mesa de diálogo “Crónicas de una ciudad llamada Cancún”, llevada a cabo el 26 de abril de 2018 en el Teatro 8 de Octubre, en el marco de los festejos del XLVIII aniversario de Cancún; y comunicación personal virtual con Tiziana Roma Barrera. 14 de marzo de 2022.
[4] Entrevista a Francisco Verdayes Ortiz. Cancún, Q. Roo. 28 de abril de 2018.
[5] Roma Barrera, Tiziana. “El mar que nos llamó”, en Por Esto, colaboración de noviembre de 2012 para la sección de Cultura (Compartida en su cuenta personal de Facebook el 6 de diciembre de 2012).
[6] Karla García (1998), “Cancún, ciudad sin estilo”, en La Crónica de Cancún, Cancún, Q. Roo, 27 de julio.
[7] Manuel Villaseñor (1995), “Cancunenses en busca de un lugar común”, en La Crónica de Cancún, Cancún, Q. Roo, 22 de julio.
[8] Guadalupe Martínez Guerrero (1999), “Cancunenses quieren el centro histórico”, en Novedades de Quintana Roo, Cancún, Q. Roo, 5 de junio.
[9] Alicia Villavicencio (2001), “Acelerarán diseño del nuevo centro”, en La Voz del Caribe, Cancún, Q. Roo, 22 de abril.
[10] Recuperado de Google Earth.
[11] María José Castillo (2007), “Añoran pioneros el Cancún de antaño”, en Novedades de Quintana Roo, Cancún Q. Roo, 20 de abril.