Carmen Fernández Casanueva
Cuando se habla de la migración centroamericana hacia Estados Unidos, los peligros del tránsito y las deportaciones que se multiplican año con año, son lo que se resalta, sin considerar que la historia no termina cuando las personas son deportadas. Muchos seguirán intentando migrar al norte, y muchos otros, invisibilizados usualmente, buscarán destinos alternos en sitios que forman parte de la ruta migratoria. Pero ¿qué hace a un lugar del sur global una opción para quedarse? ¿cómo es que un sitio ‘de paso’ se vuelve ‘de destino’, y una opción alternativa para establecerse?
Para responder a estas preguntas, muchas son las variables que se deben que tomar en cuenta. Éstas tienen que ver con una amplia gama de estructuras a distintas escalas –globales, nacionales, locales–, que actúan impidiendo el tránsito al ‘norte global’, y permitiendo la estadía en lugares alternos, del ‘sur global’, como es el caso de algunas ciudades de la frontera entre Chiapas y Guatemala. Pero para que una ciudad del ‘sur global’ pueda considerarse un destino alterno, no basta con el impedimento de una trayectoria hacia el norte, sino que también, es necesario que confluyan una serie de elementos que hagan posible la estancia. La existencia y facilidad para la creación de redes sociales, permisibilidad ante la inmigración indocumentada, son algunos de los más evidentes. Pero para que alguien pueda quedarse será indispensable que cuente con la posibilidad de contar con medios de subsistencia, aun en la informalidad y en la precariedad.
“Ya trabajando uno se acomoda”
Durante la dinámica de fotografía participativa que llevamos a cabo dentro del trabajo de campo del proyecto “Proceso de asentamiento e integración de personas hondureñas residentes en la región del Soconusco, Chiapas”,1 (2012-2014), Gonzalo fue uno de los más entusiastas. Sus fotografías narraban muchos aspectos de su vida, como por ejemplo momentos con sus seres queridos o las reuniones con los hermanos de su iglesia. Sin embargo, uno de los aspectos que más destacaron en las imágenes y su relato sobre estas, fue su trabajo. Gonzalo tenía 45 años cuando lo conocí y llevaba 14 viviendo en Tapachula luego de emigrar de su natal Tegucigalpa con la meta de llegar a Estados Unidos.
Como relata en el siguiente fragmento, sus planes cambiaron y se quedó en el Soconusco; así inició su vida laboral para subsistir:
C: entonces llegó y dijo “ya no quiero seguir en el tren” (La Bestia) ¿y qué hizo?
G: me quedé acá
C: pero ¿cómo le hizo? si de repente llega sin conocer a nadie.
G: yo rentaba cuartos allá en Tapachula, llegué donde está un señor que me rentaba un cuartito en 300 pesos y ya trabajando uno se acomoda
C: ¿iba a las obras y preguntaba si necesitaban gente o cómo hacía?
G: si es que en aquel tiempo abundaba el trabajo, ahorita ya casi no hay
C: ¿siempre le decían que había trabajo?
G: sí, era más barato, pero si había trabajo; ganaba uno como 700 pesos a la semana
C: y fue subiendo, o sea ¿empezó de chalán y ahora…?
G: no, yo compré herramientas como albañil comencé a trabajar
C: ¿desde siempre?
G: sí
C: y traía ahorros o ¿cómo le hizo para comprar herramientas?
G: pues trabajando de herrero
C: o sea, su primer trabajo fue herrero
G: herrero, aquí le dicen herreros a los soldadores, herrería
C: ¿un señor herrero le dio trabajo?
G: ajá
C: ¿así nada más llegó y yo quiero trabajar?
G: sí, me pagaba 500 pesos a la semana, pero a veces no me pagaba y me daba 200 pesos. Pero antes era barato las herramientas es que cuando uno viene de allá con ganas de trabajar con unas tres o cuatro herramientas se comienza a comprar y a trabajar
C: y así le hizo y siempre ha trabajado de eso ¿no ha hecho otra cosa aparte, además de herrero y albañil?
G: pues cuando no hay chamba en la albañilería se va uno a regalar donde caiga de chapeador, de ayudante de carpintero
Las palabras de Gonzalo dejan claro que, en esa ciudad de la región chiapaneca del Soconusco, es posible subsistir pese a que los empleos no sean lo mejor remunerados, ni las condiciones laborales las más deseadas. La informalidad, las redes sociales, la permisibilidad para emplear personas sin necesidad de documentos, de una u otra manera, facilita las posibilidades para contar con una forma de ‘ganarse un dinero’, aunque no sea lo que se soñó con respecto a Estados Unidos; aunque no permita el ahorro, ni el envío regular de remesas.
Ahora bien, es importante hacer notar que, junto con la precariedad e informalidad, muchas veces encontramos también condiciones de explotación. Al respecto el testimonio de Gisel, quien llevaba tan sólo tres meses de haber llegado cuando la conocimos:
G: Bueno, yo estuve trabajando [en un bar] una semana con él y esa semana yo sólo fui cuatro días porque me enojé con él.
C: ¿Con el dueño del bar?
G: Sí, me enojé con él entonces yo pensé que el siguiente día, ya es sábado me iba a pagar pero no me pagó, y ahora que él viene acá me dice “ah no tengo dinero”… supuestamente él iba para Tuxtla pero sabe si ya se fue o no. Ya iba para allá pero no sé si ya se fue él.
(Gisel, originaria de la Isla de Chachahuate, Honduras, 24 años de edad)
Largas horas de trabajo sin derecho a días de descanso, falta de pago en los días convenidos, mal trato e incluso necesidad de llevar a cabo actividades en contra de la voluntad de la/el empleada/o, como muchas veces me relataron mujeres que trabajaban o habían trabajado en bares, son también una realidad que sufren muchas/os, sobre todo cuando laboran en sectores marginados y estigmatizados como el relacionado al trabajo sexual o a la actividad de ‘fichar’2, o el agrícola, cuyo lugar de trabajo es capaz de aislar a quien labora ahí, dificultando las posibilidades para desarrollar redes sociales fuera de dicho espacio.
No obstante, a pesar de esta innegable realidad, las posibilidades que tanto Huixtla, como Tapachula –está última en particular– presentan para encontrar medios de subsistencia son un lugar alternativo, un ‘destino del sur’, y no solamente un sitio de paso. La venta de diversos productos, sea como empleada/o, o de manera independiente3, el trabajo en bares, en restaurantes, o en el sector de la construcción, y otras actividades relacionadas con servicios muy diversos –desde cuidado de niños o ancianos, hasta jardinería o herrería–, nos hablan de una amplia gama de oficios y medios de subsistencia de los que hombres y mujeres echan mano a lo largo de sus años de residencia. Muchas veces combinándolos o cambiándolos según las oportunidades, los aprendizajes y los contactos y vínculos que van formando.
Un pasado que respalda
La historia ligada a la migración de la región del Soconusco, no dio inicio en la última década del siglo xx, cuando la migración hacia Estados Unidos desde Centroamérica cobró importancia numérica. Su historia, por el contrario, está íntimamente ligada a la migración desde tiempo atrás, a partir de la movilidad laboral transfronteriza guatemalteca varias décadas antes. Así, el vínculo entre migración tradicional y contemporánea, entre migración transfronteriza ‘sur-sur’, y migración en tránsito, ‘sur-norte’, sentó las bases para la existencia de medios de subsistencia en donde el trabajo de hombres y mujeres migrantes es deseado. Y es este contexto, desarrollado por años, uno de los elementos que claramente diferencia a Tapachula o Huixtla de otras ciudades, más pequeñas que forman parte de la ruta migratoria, pero que no cuentan con las condiciones laborales para poder ser consideradas un destino alternativo, si no permanente, sí por un periodo mucho mayor al planeado.