Daniel Martínez González
Maestrante en Historia, CIESAS Peninsular
d.martinezg@ciesas.edu.mx
El propósito básico de estas líneas es aproximarse de manera general a la representación del espacio geográfico entre uno de los pueblos centromexicanos del periodo precolonial tardío; así como también, y en la medida de lo posible, otear en la percepción y las nociones espaciales de los cartógrafos tlacuiloqueh de los mapas-códice de tradición nahua-acolhua. En este sentido, es apenas un esbozo de una historia interesada en las formas de pensamiento geográfico y espacial de los cartógrafos indígenas de la antigua Mesoamérica nuclear.
Parto de la premisa según la cual “[l]a misma realidad no tiene un solo mapa, sino que pueden construirse múltiples y variados mapas en función de las diferentes proyecciones posibles, que seleccionan distintas propiedades que van a ser mantenidas y reflejadas en el mapa” (Marchesi, 1983: 87). Asimismo, quizá no sea ocioso recordar aquí que “los mapas cartográficos no son el mundo real, sino solamente modelos del mundo real que surgen a través de un proceso de construcción en el que se producen indudables distorsiones” (Marchesi, loc. cit.).
Sabido es que en los modelos cartográficos se enaltecen aquellos elementos necesarios y útiles para comunicar un mensaje, y se soslaya o resta interés visual a aquellos elementos que no aportan información relevante al mensaje en particular que se busca transmitir (Quiroz, s.f.: s.p.). De esta suerte se tiene que los mapas, representaciones del espacio geográfico e instrumentos comunicantes por excelencia del pensamiento cartográfico, parten de una selección de “partes o propiedades del mundo real” por parte del autor del plano o carta, las cuales se incluyen en la composición cartográfica dependiendo de “la proyección elegida por el cartógrafo en la elaboración del mapa” (Marchesi, 1983: 87).
Para lograr la intelección de la información vertida en la composición cartográfica, o para intentar conocer la realidad topográfica o biogeográfica de un espacio o región a partir de un mapa determinado, es necesario tener en cuenta igualmente el conjunto de “claves específicas que desvelen el contenido encerrado en el mapa”; toda vez que “[e]l mapa supone un proceso de proyección de un espacio tridimensional a un plano, en el que se mantiene un tipo de información mientras que otra se pierde o no se tiene en cuenta” (Marchesi, loc. cit.). Son precisamente algunas de estas convenciones y claves de lectura o interpretación de los mapas-códice de tradición tezcocana[1] a las que nos asomamos en este texto; y por cuyo examen es posible, aquí se propone, atisbar en las coordenadas del pensamiento cartográfico y las formas de concebir y plasmar el espacio (y la historia) entre los tlacuiloqueh acolhuas a lo largo de buena parte del siglo XVI.
Atendiendo a estas consideraciones, es posible afirmar de manera general que las prácticas cartográficas, y su instrumento u objeto primordial, el mapa, se valen de una serie de procesos cognitivos de deconstrucción del paisaje natural, la proyección del espacio o el territorio, y un sistema de lectura o interpretación -la clave- del lenguaje cartográfico vertido en el mensaje y el discurso geoespacial -el croquis, plano o mapa-; así como por un(o) (o más) código(s) cartográfico(s) compartido(s) y expresado(s) en las formas, el estilo y las técnicas del trazado de mapas topográficos o cartas geográficas, el ejercicio del conocimiento cartográfico, y las prácticas de elaboración de planos, cartas y/o mapas (Brotton, 2015: 24-26).
En el caso de las prácticas cartográficas y la representación de los espacios (sagrados, terrestres y sociales) entre los pueblos mesoamericanos, y pese a la exigua evidencia disponible para la época prehispánica[2] que se multiplica en el contexto colonial “en diversos lienzos y otros documentos cartográficos en Oaxaca, Michoacán […] el área maya” y el centro de México (García, s.f.: 2) se han reconocido cuatro categorías principales de mapas: cosmográficos, celestiales, catastrales y territoriales (Mundy, 1996). Siendo esta última categoría la más abundante en términos del volumen de manuscritos conocidos al momento y elaborados después de la llamada conquista española y hasta el siglo XVIII (Galarza, 1989), no es del todo claro que así también lo fuese durante los siglos inmediatamente anteriores al arribo de los europeos y sus representaciones e imágenes del mundo.
Sea como fuere, con base en este tipo de fuentes de época ya novohispana y las menciones sobre pinturas, lienzos y “figuras en paños” por parte de conquistadores y cronistas del horizonte formativo novohispano, el hecho es que bien puede hablarse de “la tradición de una práctica cartográfica indígena […] en toda Mesoamérica” (Favila, s.f.: 3). En este orden de ideas, es totalmente válido hablar de una -o más bien varias- praxis del conocimiento geográfico y cartográfico propiamente amerindias, e incluso de probables variantes y/o escuelas en diferentes subáreas culturales del espacio mesoamericano hacia el periodo Posclásico tardío (ca. 1200-1521 de la era cristina); algunas de las cuales se mantuvieron vivas e incluso florecieron en varias de las regiones de la Nueva España durante trescientos años más (Galarza, 1989: 125; Hidalgo, 2019).
Ahora bien, ¿de qué manera pueden caracterizarse las prácticas de diseño cartográfico representadas particularmente en los mapas-códice de la región tezcocana durante las décadas alrededor de mediados del 1500? Sin ánimo alguno de intentar agotar una cuestión que, por supuesto es mucho más compleja y extensa, aquí sólo planteo que en algunos de los manuscritos pictoglíficos del corpus histórico-cartográfico de tradición acolhua que ha sobrevivido al paso del tiempo y las peripecias de su historia documental, es posible reconocer la convergencia de al menos dos prácticas de diseño cartográficas, una de tipo abierto o semiótica y otra más rigurosa y formal o semiológica (Quiroz, s.f.: s.p.).
En la primera de aquellas se favorece un proceso comunicativo abierto de lo representado cartográficamente, de modo que sea posible de entender “por casi cualquier tipo de usuario”; no obstante, este modelo o “mensaje varía según los códigos empleados y donde todo el sistema de signos se va reestructurando continuamente sobre la base de la experiencia de decodificación” del usuario o quien ocupa el mapa, plano o modelo cartográfico (Quiroz, s.f.: s.p.). En la segunda práctica, la de caracterización semiológica, se limita el proceso de comunicación de la información geográfica o topográfica a grupos de expertos, “pues sólo con educación formal en el tema era posible entender y expresar mensajes por medio del espacio geográfico” (Quiroz, s.f.: s.p.).
Con base en esta propuesta clasificatoria, parto de una caracterización mixta (semiótica y semiológica) de las prácticas de diseño cartográfico de tradición nahua-acolhua, en la cual el modelo o marco comunicativo de la información espacial -e histórica asociada- se estructura sobre la base del proceso o experiencia de decodificación de la representación geocartográfica por parte de un lector entrenado en una cultura gráfica y visual determinada, en este caso la de los mapas-códice en la región tezcocana a través del siglo XVI (Gruzinski, 1991: 48-49).
Quiero con esto decir básicamente que, en el ejercicio de la representación del espacio entre los cartógrafos acolhuas del mil-quinientos, al menos en los ejemplos aquí referidos, se divisan tanto prácticas de conceptualización semiótica o abierta, como semiológicas o restringida. Gracias a las cuales es posible a los estudiosos y observadores modernos vislumbrar lo geográficamente representado hace siglos en los mapas-códice de tradición indígena centromexicana; y mediante las cuales los tlacuiloqueh autores de estos manuscritos articularon un lenguaje cartográfico en torno a la representación del espacio geográfico y/o el territorio de los altepemeh, y el pintado-escritura de una historia cartográfica asociada, durante buena parte del primer siglo de colonización y aún décadas adelante (véase por ejemplo Pulido, 2020).
De modo que, en lo que puede denominarse escenas de paisaje (Galarza, 1989: 125; Helmke et al., 2017: 83) de las tres representaciones espaciales aquí aludidas, a saber, la lámina 1 del Códice Xolotl[3] (CXOL:1 en lo subsiguiente), el Mapa II del Memorial de los indios de Tepetlaoztoc[4] (MITE:M2[5] en adelante) y el Mapa de Coatlinchan[6] (MCOA) es posible apreciar parte del proceso de (de)construcción del espacio geográfico por parte de los cartógrafos acolhuas; así como algunas de las nociones de la percepción espacial de los también pintores-escritores de historias genealógicas (e.g. Mapa Tlotzin) y algunos otros documentos gráficos de tipo catastral (p. ej. Mapa de las tierras de Oztoticpac).
De esta suerte, puede apreciarse que la selección de elementos, partes o propiedades del mundo real en dichas escenas de paisaje, al igual que en algunos otros de los mapas de tradición mesoamericana, favoreció la inclusión de a) cuevas, montes, cadenas montañosas y otros accidentes topográficos, b) ríos, lagos y cuerpos de agua, así como c) veredas de tierra y caminos de agua, y d) altepemeh o capitales señoriales y otros pueblos de la (sub)región tezcocana y los alrededores de la cuenca lacustre del Centro de México.
Así, en CXOL:1, parte superior central (fig. 1) justo al oriente de la región de Tetzkoko (te–TETZKO–ko),[7] se advierte un cuerpo montañoso considerable que por su ubicación en la escena no puede ser otro que el sistema orográfico ahora denominado Sierra Nevada, estribación entre los límites del valle de Puebla-Tlaxcala y el valle y cuenca de México, en cuyos espacios estos últimos, es decir, las llanuras adyacentes entre las cadenas montañosas al este, oeste y sur, y el Lago de Tetzcoco, se encuentra centrada esta composición cartográfica tezcocana manufacturada probablemente en algún momento de la primera mitad del siglo del contacto hispano-indígena (Thouvenot, 2017: 113-126).
Figura 1. Cuerpo montañoso en el extremo superior este de la lámina 1 del Códice Xolotl (detalle)
Fuente: tomada de Thouvenot, 2017, reprografía del autor.
Asimismo, en la escena de MITE:M2 que corresponde al entorno geográfico del señorío de Tepetlaoztoc hacia mediados del siglo XVI se contemplan “regiones altas, cerros, sierras boscosas, llanuras, [y] áreas pedregosas” que se extienden a lo largo de este mapa dispuesto de manera horizontal (Valle 1993: 16). Llaman la atención las largas cadenas de montes o cerros (fig. 2) que se disponen uno tras otro justo en la parte transversal de la composición otorgando una idea de la sinuosidad de la topografía alrededor de dicho pueblo de pinturas y pintores cuyo topónimo (escrito como TEPE[OSTO]), aparece al inicio de la tercera fila -de arriba abajo- de cumbres, en el extremo izquierdo superior del mapa.
Figura 2. Montes en torno al pueblo en el que se pintó el Códice de Tepetlaoztoc (detalle)
Fuente: tomada de Escalante, 2020: figura 4, reprografía del autor.
A decir de Perla Valle (1993), estudiosa de este y otros códices mexicanos, en MITE:M2, uno de los dos mapas al inicio del también llamado Códice de Tepetlaoztoc o Kingsborough, es posible reconocer quince elementos cartográficos, algunos de los cuales están integrados por conjuntos gráficos (las colinas por ejemplo), mismos que fueron integrados en un área de gran escala delimitada por tres márgenes: dos caminos al norte y sur indicados por series de huellas humanas (O, o’tli, “camino”) y un río al oriente señalado por una corriente de agua (ATOYA, atoyatl, “río”) y signos de caracoles en ella (Valle, 1993: 19-21).
También en MCOA otrora referido como Plano Topográfico del Señorío de Coatlinchan (Alcina, 1992: 146-147), es posible reconocer la delimitación del espacio territorial, en este caso de la cabecera, los barrios y las estancias de Kowatlichan Altepetl (KOWA–CHAN a–TEPE), mediante un raudal en la parte inferior del mapa (fig. 3b) que debe referir a la rivera lacustre, y una serie de magueyes ordenados en fila (fig. 3a) al extremo superior señalando la aridez ya de la zona del pie de monte texcocano (Mohar, 1996: 148-149). Un cuerpo más de agua puede apreciarse en la sección central inferior de CXOL:1 (y en la mayoría de las láminas que componen este manuscrito) en donde se representó la sinuosidad y los recodos del Lago de Tetzcoco que parece dividir el paisaje este-oeste en la escena de esta composición cartográfica.
Figura 3. Márgenes este (a) y oeste (b) del Mapa de Coatlinchan (detalle)
a |
b |
Fuente: tomadas de códices.inah.gob.mx, reprografía del autor.
Al igual que las célebres representaciones cosmográficas en las láminas 75-76 del códice maya jeroglífico de Madrid o la página inicial del llamado Tonalámatl de los Pochtecas, las tres proyecciones espaciales de tradición nahua-acolhua aquí someramente examinadas se encuentran orientadas, es decir, situadas a partir de un eje vertical central oriente-poniente; de suerte que el este se posiciona en la parte superior y el oeste en la inferior, quedando el norte a la izquierda y el sur a la derecha (Galarza, 1989: 126). De igual manera, se ve que la proyección elegida por los cartógrafos acolhuas privilegió la vista de planta del conjunto espacial, que en el caso de los lienzos en papel amate (esto es MCOA y CXOL:1) carece de perspectiva; mientras que en MITE:M2 ya se ve un intento por reflejar profundidad en la serie de colinas y cadenas montañosas que se agrupan en la parte media de la lámina.
Al parecer, y de manera similar a otros estilos pictóricos y tradiciones visuales o gráficas de cuño mesoamericano, en la representación del espacio entre los tlacuiloqueh y los cartógrafos y escribas acolhuas prealfabéticos, como entre sus homólogos centromexicanos, la perspectiva tridimensional fue prácticamente desconocida (Batalla, 1993: 116). De suerte que la perspectiva en los mapas aquí aludidos es “la de planos superpuestos en el espacio que se reducen después a una sola superficie”: la del soporte blando (papel nativo o europeo, pieles adobadas) en el cual se pintaban las composiciones mapísticas y las escenas del paisaje; por tanto, se tiene que la mayoría de los elementos representados son en general planos (Galarza, 1989: 125).
Así, el pintor o realizador de mapas en las tierras altas centromexicanas, y algunos de los cartógrafos indígenas del periodo novohispano más temprano (CXOL y MCOA, por ejemplo), se valieron primordialmente de una “perspectiva planigráfica” mediante la cual se representaba la realidad y el espacio, “bien de perfil, bien de frente” (Batalla, 1993: 116). No obstante, pasadas unas décadas, ya en la segunda mitad de la centuria y valiéndose para ello de una suerte de línea de apoyo u horizonte (MITE:M2), los cartógrafos acolhuas responsables de estas escenas de paisaje consiguieron transmitir una “idea o sensación de volumen […] por medio de superposiciones visibles” mediante las cuales se buscó expresar la profundidad y disposición espacial de los elementos en el mapa (Galarza, 1989: 125).
Figura 4. Topónimos glíficos de algunos de los altepemeh del Acolhuacan o región tetzcocana
[te]-TETZKO-[ko]Tetzkoko | TEPE-[OSTO]Tepe[tla]osto[k] | KOWA–CHAN a–TEPEKowa[tli]chan A[l]tepe[tl] |
Fuente: tomados de Thouvenot, 2017; Escalante, 2020 y Mohar 1994 respectivamente).
Algunas consideraciones para el trabajo futuro
Como se ha perfilado, en los mapas-códice de tradición nahua-acolhua del mil quinientos es posible observar paisajes del medio geográfico y el territorio sociopolítico del Acolhuacan antiguo y/o colonial. Representaciones espaciales, socio-territoriales y también culturales que igualmente pueden advertirse en las escenas de paisaje y las animadas y coloridas viñetas en estas composiciones cartográficas o mapas de tradición nahua-acolhua y algunos otros manuscritos cartográficos (catastros, mapas de mercedes de tierra, relaciones geográficas) de la región de Tezcoco y los varios pueblos circunvecinos a las capitales acolhuas de los siglos XIV-XVI, asentadas éstas entre la imponente cadena montañosa situada al este y la ribera del vaso lacustre.
Asimismo, los mapas-códice tezcocanos, piezas documentales de gran valor histórico pero también cartográfico, constituyen reflejos en papel nativo o europeo de las vistas de la realidad espacial y cartográfica preeuropea del Acolhuacan en los siglos inmediatamente anteriores a la penetración de los castellanos en la Mesoamérica del periodo tardío; y durante las décadas del periodo formativo novohispano y sus múltiples procesos transformadores del espacio geográfico, el paisaje natural y cultural, y los territorios indígenas hacia el 1521-1539 y décadas subsecuentes.
En este sentido, las escenas de paisaje y las vistas panorámicas de la proyección acostumbrada por los cartógrafos acolhuas y sus colegas mesoamericanos integran en una misma composición y soporte una rica fuente de información geoespacial e histórica aquí apenas delineada, y de la cual quedan por investigarse aspectos varios. Entre éstos, temas de historia ambiental o de las interrelaciones entre las sociedades humanas y el medio ambiente que les rodea, cuestiones acerca de la construcción social del espacio y el territorio y su transformación a través del tiempo, y/o estudios interdisciplinarios que empleen los Sistemas de Información Geográfica (SIG) para el análisis geoespacial y la exploración de nuevas vías y perspectivas de estudio de estos mapas. He aquí algunas de las perspectivas de análisis que ofrece este corpus cartográfico de tradición indoespañola (o hispano-indígena, como se prefiera).